Capítulo 13 - Entre pañales

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De las diferentes opciones que se les ocurrieron para colocar al niño, se decidieron finalmente por el sofá y se aventuraron a iniciar el proceso del cambio de pañal. Empezaron a quitarle las pequeñas zapatillas con mucho cuidado, mientras el bebé no dejaba de patalear. Luego pasaron al pantalón y cuando creían haber llegado al meollo de la cuestión, se encontraron con una prenda que le cubría todo el cuerpo al niño y que no encontraban la forma de desabrochar. Después de varias pruebas encontraron los corchetes en la parte inferior. El bebé parecía divertirse con aquella experiencia y el gesto de disgusto que sus cambiadores pusieron, acompañado de un sentido gemido de repulsión, cuando se encontraron lo que les tenía preparado en su pañal, le hizo mucha gracia y empezó a dedicarles los petorros y esos sonidos varios de los que ya se había hecho un gran experto, mientras los dos chicos intentaban coger el paquete por alguna parte que no estuviera manchada de caca apestosa.

—Limpia ahí —decía uno.

—Coge de allá —decía otro.

Y el niño seguía pataleando sin cesar, divirtiéndose ante la escena tan divertida de aquellos jóvenes atrapados entre pañales.

Al cabo de un buen rato y varias intentonas fracasadas, los tres quedaron satisfechos con el pañal, que parecía ajustarse a la cintura del bebé sin apretarle demasiado, sin estar demasiado flojo, ni demasiado alto ni demasiado descolgado. En el suelo había una docena de toallitas y restos de crema adornaban todo el sofá, así como la frente de Carlos y la oreja de Daniel. También tuvieron que limpiar algún que otro resto de la caca del bebé que había aparecido en los lugares más insospechados, y tras terminar su misión, los dos chicos seguían teniendo el olor pestilente grabado en sus pituitarias.

Sin previo aviso, el niño cambió su actitud alegre y jubilosa por un incipiente quejido que comenzó como pequeña llantina y en cuestión de segundos se transformó en un estridente lloro. Daniel y Carlos se miraron con gesto interrogativo y casi a la vez, con un asentimiento de complicidad, comprendieron que tenía hambre.

—¿Lo coges tú y yo le preparo el bibe? —preguntó Daniel.

—Vale —respondió Carlos dispuesto.

Carlos intentaba calmar al bebé meciéndolo suavemente y cantándole la única canción infantil que era capaz de recordar en ese momento.

—Benji y Oliver, los magos del balón. Oliver, Benji, sueños de campeón...

—Prueba algo más actual —propuso Daniel al ver que los alaridos iban subiendo de decibelios.

—La copa es, la bendición, la ganarás, go, go, go...

—¿Algún tema que no esté relacionado con el fútbol? —preguntó Daniel con sorna.

—¡Hazlo tú, listo! —protestó Carlos.

Daniel regresó de la cocina con el biberón preparado, siguiendo las instrucciones que la madre había dejado anotadas. De pronto le vino a la mente una de las canciones favoritas de Ave. Así que, cogió el bibe como si fuera un micrófono e irrumpió en el comedor convertido en una gran estrella.

—¡Para hacer bien el amor hay que venir al Sur!

—¿Has elegido un tema de Rafaella Carrá? ¿En serio? —preguntó Carlos, entre sorprendido y divertido.

El niño enmudeció de repente. No sabían si era debido a la entrada espectacular del joven o a que en su campo de visión acababa de aparecer el ansiado objeto de su deseo; la leche. Pero al ver que funcionaba, Daniel se vino a arriba y siguió su interpretación con mayor entrega hacia su público:

—¡Para hacer bien el amor, iré donde estás tú. Sin amantes, quién se puede consolar, sin amantes, esta vida es infernal!

Carlos se sentó en el sofá y colocó al bebé en su regazo, observando con asombro la energía con la que su amigo interpretaba el tema elegido para el espectáculo. Le entregó el biberón y el niño empezó a beber de inmediato. Pero en cuanto Daniel dejó de cantar, soltó la tetina y empezó a hacer un amago de llanto que puso de nuevo en movimiento al cantante:

Una para cada unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora