Capítulo 9 - En yate y en coche

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Ese mismo viernes quedaron a cenar juntos. No pasó por casa al salir del trabajo para darse una ducha, ponerse su mejor perfume ni sus calzoncillos nuevos. No contaba con tener una noche de sexo con Irma, al menos todavía. Además era algo que en realidad agradecía, pues sentía una especie de inseguridad, complejo o cobardía que eran capaces de aplacar su deseo. 

 Sabía cómo era su ex novio; alto, guapo, cuerpo atlético y una seguridad que se adhería a cada uno de sus múltiples músculos. También sabía lo mucho que Irma estaba enamorada de ese tipo hasta hace ¿cuánto?, ¿una semana? Se había impuesto un listón muy alto que, a pesar de todas las cualidades de las que él también podía presumir, sentía que era imposible superar.

Sin embargo, la velada fue mucho más íntima de lo que esperaba. Irma no dejó de coquetear con él en ningún momento y todos los temas de conversación que surgían parecían tener connotaciones sexuales. Y si no, Irma se encargaba de darle el tono erótico pertinente, tanto con palabras como con gestos, pues que se descalzara para trepar sensualmente por su pantorrilla, no creía que lo estuviera haciendo porque le picaba la planta del pie.

Así que, cuando terminaron la cena no hizo falta que le sugiriera que la acompañara a su casa, ya que simplemente apretó el número cinco en el ascensor, donde empezó a darle cálidos besos en el cuello.

En su imaginación Daniel siempre había pensado que Irma sería lo más parecido a una diosa del sexo. Desafortunadamente, la realidad no siempre supera a la ficción, y la erótica escena que la chica había preparado le pareció bastante sobreactuada. No puede negar que disfrutó del sexo, aunque los estridentes quejidos de su pareja, acompañados de unos movimientos exagerados, desacompasados y en ocasiones, incluso excesivamente convulsos, consiguieron desconcertarle más que excitarle.

Irma se echó hacia un lado y se quedó tumbada boca arriba. Daniel se levantó para ir a la cocina a tirar el preservativo.

—¿No vas a quedarte a dormir? —le preguntó Irma.

—Bueno... es que tengo que... tengo que escribir —se justificó Daniel mientras se ponía los calzoncillos.

—¿Escribir? ¿Ahora? ¿A quién?—preguntó Irma extrañada— Cielo, no tienes que inventarte una excusa para irte...

—No es una excusa —la interrumpió—. Estoy con una novela.

—¿Eres escritor? Pero..., ¿no eres publicista?

—Sí, bueno, trabajo en una agencia de publicidad, pero mi verdadera vocación es ser escritor.

—Ah —se limitó a decir Irma en un tono que dejaba entrever cierta decepción.

Irma, con la cabeza apoyada sobre su mano, con el codo doblado, observaba cómo Daniel se iba vistiendo.

—¿Y se puede vivir de eso? —le preguntó.

—Pregúntaselo a George R.R. Martin.

—¿A quién?

—Pero yo ahora mismo vivo de la publicidad. Por eso necesito ir a escribir, porque ese es un aspecto de mi vida que quiero cambiar.

—¿Ah sí? ¿Y por qué? ¿Para qué? ¿No tienes ya un buen trabajo? ¿No ganas mucho dinero? ¿Para qué complicarte la vida, cielo?

—Creo que hay muchas cosas que todavía no conoces de mí —le dijo dándole un beso en el hombro—. De momento, escribir es lo único que me ayuda a ver la vida menos complicada. Hablamos mañana.

—Por cierto, mañana nos han invitado al cumpleaños de una amiga.

—¿Nos? —preguntó Daniel sorprendido.

Una para cada unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora