(001). Dos par de camisas y un poco de cloro

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| a couple of shirts and some bleach | capitulo uno

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a couple of shirts and some bleach | capitulo uno

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Cornelia se bañó y se alistó para el día que les aguardaba. Debían llegar temprano a la academia, pues se celebraba la ceremonia de la cosecha, donde se otorgaría el prestigioso premio Plinth al mejor estudiante académico de su generación.

La chica se movió con soltura por su habitación, enfundada en unos pantalones blancos impecablemente planchados, pero preocupada por la falta de una camisa adecuada para el día. Si algo no aceptaba Cornelia, eran los vestidos; los encontraba incómodos y lo último que quería era llamar la atención de los chicos, que por cierto no eran de su agrado.

— ¡Tigris! — escuchó gritar a Corio. Cornelia salió de su habitación y chocó con su gemelo en el estrecho pasillo.

— ¿Has visto mi camisa? — preguntaron al unísono, levantando los brazos y dejándolos caer a sus costados. Ambos giraron la cabeza al escuchar el canto desafinado de su abuela, intercambiando una mirada cómplice antes de dirigirse hacia ella.

Corio posó una mano en el hombro de la anciana con gentileza. — Es muy bonito, abuela, pero tal vez el tono está un poco alto — comentó antes de formular la pregunta que los gemelos tenían en mente — ¿Has visto a Tigris? ¿O la camisa de papá?

Pero antes de que la abuela pudiera responder, la puerta principal se abrió con un chirrido y los gritos de su prima resonaron por el penthouse.

— ¡Corio! ¡Nea! — Tigris entró apresurada, el apodo que les había dado al nacer permaneció para siempre. — Lo siento, sé que es tarde, pero lo logré — se disculpó, entregando la camisa a Corio. Él la inspeccionó y sonrió satisfecho; en realidad, la camisa estaba impecable, incluso mejor que antes, con líneas elegantes que realzaban su diseño original. Ahora, en un tono crema perfecto, le confería una elegancia innegable. — Creo que ha quedado hermosa.

Corio asintió con una sonrisa. — Es bellísima — respondió, comenzando a vestirse. — La mejor prima de todas.

Tigris volteó hacia Cornelia al verla con el torso descubierto y le entregó una percha envuelta en una bolsa de ropa. Al abrirlo, se encontró con su camisa rosa, adornada ahora con vuelos alrededor del cuello y muñequeras de terciopelo rosa pastel.

— ¡Caray! — murmuró Cornelia, examinando la camisa mientras Tigris fruncía el ceño preocupada. — Es hermosa, mucho mejor que la original.

Tigris sonrió y sacó un pequeño corbatín negro de su bolsillo, entregándoselo a la sonriente Cornelia.

— Bueno, ¿por dónde empezamos? — preguntó Tigris, observando cómo sus primos terminaban de prepararse. Comenzó a contar la historia de cómo había sugerido a Fabricia que las cortinas parecían un poco sucias, y mientras las remojaba en agua con cloro, había deslizado la camisa de Corio entre ellas. Los vuelos de la camisa de Cornelia los había tomado de una prenda guardada en el closet de una de las criadas.

Tigris se dirigió a la cocina y abrió el refrigerador, mientras los gemelos la observaban con curiosidad.

— ¿Vieron las papas? Las cocí ayer para extraer el almidón — informó Tigris. Corio negó con la cabeza, rechazando las papas.

— Guárdalas para la abuela — ordenó, terminando de abrocharse los botones de la camisa. Tigris sonrió al ver a Cornelia luchando con el corbatín detrás de Corio y se acercó para ayudarla, deslizando sus manos por la camisa rosa de su prima al terminar.

— ¡Se ven tan guapos! — rió, caminando hacia la sala de estar. — Abuela Tris, Coriolanus Snow, el futuro presidente — animó, ayudando al chico a colocarse la chaqueta. Ante ese comentario, la sonrisa de Cornelia se desvaneció y fue reemplazada por un ceño fruncido.

Cornelia nunca sentiría envidia de su hermano, pero reconocía en Coriolanus Snow la viva imagen de su padre. Aunque esperaba que algún día Dios la perdonara por lo que iba a decir, no podía ignorar la maldad y crueldad que habitaban en los ojos llenos de odio de su padre. A veces, esos destellos de ambición también tintineaban en los ojos de Coriolanus, esperando emerger a la luz.

Cornelia volvió a prestar atención cuando su abuela apareció con dos rosas rojas perfectamente cortadas frente a ellos. Al ver que Cornelia iba a rechazarla, la anciana habló con una suave sonrisa en el rostro.

— Puedo plantar muchas más de estas — Cornelia sonrió ante eso y dejó que su abuela ajustara la rosa en su camisa.

Coriolanus miró a su hermana orgulloso de hasta dónde habían llegado. — Buenas calificaciones, nunca faltamos a clases, y el Decano Highbottom ya no podrá ignorarnos.

— El Decano no te odia — intentó Tigris, pero Corio la interrumpió.

— Él odia a todo el mundo — alegó el niño de nuevo.

Cornelia los miró con una sonrisa arrogante y cruzó los brazos. — Él no me odia.

Coriolanus rodó los ojos ante eso y la ignoró, volviendo a hablar. — ¿Qué haremos con el premio esta vez?

Cornelia miró a Tigris y la abrazó por los hombros, atrayéndola a su lado en un abrazo apretado. — ¿Un vestido nuevo? ¿Un chocolate?

La abuela jadeó con ojos soñadores. — Chocolate.

Tanto Corio como Cornelia rieron.

— Es el premio Plinth, chicas — informó Coriolanus determinado. — Pagaremos la renta. Los Snow en la cima.

— Siempre — estuvo de acuerdo Cornelia.

N/a : Aquí sufriendo por la calor no veo la hora en la que espero que Cornelia y Lucy se encuentren por primera vez.

Canción para nuestro tropo sáfico favorito : Miss Americana & The Heartbreak prince

Por cierto como se vería Cornelia:

Por cierto como se vería Cornelia:

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SNOW ON THE BEACH,, Lucy Gray BairdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora