Capítulo V

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Ajustaba lo mejor que podía el corset de una prostituta, quien le había pedido ayuda para vestirse. Ni bien se había levantado que ya estaba allí.

—He de aprovechar cada segundo. Quién sabe si este hombre me pide matrimonio— comentó Cordelia, agarrada del respaldar de una silla.

—Qué... sé yo...— dijo ejerciendo fuerza para que no se aflojaran las cuerdas y tuviera que comenzar de cero.

—Es que-...— quedó sin aire ante un tirón —¡Cuidado, mocosa! Quiero llegar llegar viva al momento en que me pida matrimonio— se quejó mientras trataba de regresar la vista a ella.

—Tú eres la que quiere parecer un palillo...— las ató, concentrada, finalmente acabando con la labor.

Se desmoronó agotada a pies de la cama y tratando de descansar.

—Como te decía— aclaró su garganta para continuar con lo que quiso decirle —. El señor Thorne viene frecuentándome más de lo que ya acostumbraba en un inicio.

—Ah.

Fue todo lo que dijo, para sentarse con pesar.

—Sabes que alguien te ama cuando está siempre ahí, y no te cabe duda al respecto— mencionó con ilusión.

—¿Cuántas veces habré escuchado eso...?— balbuceó para sí.

Se incorporó y fue a buscar la crinolina que estaba a unos pasos.

—Ya sé que no seré la primera prostituta en dejar el burdel por encontrar un amor, pero ya quiero que llegue ese momento. Rara vez te encuentras alguien que desea casarse con una mujer pasadas las cuatro décadas y rozando las cinco.

Tomó el armazón mientras se paraba sobre la silla, indicándole que alzara los brazos. Cordelia no dejaba de hablar al respecto. Se notaba a leguas sus ansias de que todo lo que decía, sucediera.

—Además, desde que Lydia nos contó sobre esa noticia, es buena idea salir de aquí. Sabes lo temerosa que soy ante estos temas.

_______ asintió para bajarse y dedicarse a atar esa parte.

—¡Seré una señora de la alta sociedad!— dijo entusiasta, sobresaltando a la muchacha que iba por su enagua —Seré una dama finalmente. Ahora veré desde arriba a todas aquellas que alguna vez me denigraron.

Vio a la mujer que seguía hablando y se dirigía a ver al espejo.

No quería comentar nada, porque seguramente lo que diría sería destructivo y acabaría con toda la ilusión que se había hecho. Menos lo haría si sabía lo que se sentía.

—Algún día llegará tu príncipe, mocosa. Y la próxima vez que nos veamos será en una fiesta de té, donde nos bañaremos en montones de dinero y nos vamos a reír de las verdaderas zorras de la sociedad.

Seguía con la fantasía.

_______ rodó los ojos con una pequeña sonrisa divertida, para seguir con lo suyo.

No quería tener ninguna ilusión más, a pesar de que su progenitora no siguiera en ese plano.

No quería tener ninguna ilusión más, a pesar de que su progenitora no siguiera en ese plano

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Pasó todo el día pensando en la conversación de la mañana. ¿Cómo podía tener un pensamiento tan fantasioso una mujer que había vivido demasiadas situaciones que no tendrían que dejarle creer de esa manera?

Se quejó para sentarse sobre su cama y ver con molestia la ventana. Era tarde, y habían algunas prostitutas que seguían recibiendo clientes. No por nada el ruido la mantenía despierta, todavía dando vueltas en ese tema.

Llegaron a ella por milésima vez en menos de veinticuatro horas, los recuerdos de su infancia, donde Agnes le contaba historias de bellas princesas que acababan con un final feliz junto a un príncipe que las amaba.

Hasta sus once años deseó ese destino para ella.

Saldría de allí y conocería un hermoso jardín, en donde le confesaría sus sentimientos hacia ella un apuesto caballero. Se casarían, formarían una familia y todo sería paz y felicidad.

Pero la crueldad de Rosalind la bajó de un solo golpe de las nubes. Hasta le hizo temer el ser una prostituta por la forma en que lo pintó aquella mujer, que en realidad disfrutaba de ese trabajo de venderse.

Su realidad no tenía ni la mínima esperanza de parecerse al de un cuento.

Se levantó para ir rumbo a la cocina, por un vaso de agua.

Al bajar las escaleras, llegó a sus fosas nasales el olor del humo del cigarrillo, deduciendo de inmediato que Isabella debía estar afuera. Estando en la sala principal, encontró la puerta abierta y a la mujer sentada allí.

La miró con cierto pesar. Mientras que Cordelia seguía creyendo en el amor, Isabella dejó de hacerlo luego de que su marido la vendiera a ese sitio.

Desde hacía siete años que estaba ahí en el burdel.

Había una historia de cada tipo en ese lugar, y nunca había tiempo para escuchar detalladamente cada una de ellas.

—¿Qué haces ahí? ¿Tienes un cliente para estas horas?— preguntó acercándose a ella.

La mayor regresó a verla, exhalando humo.

—No. Quería fumar un poco antes de dormir.

—No te hace bien.

—Ya cállate, mocosa.

La menor le hizo burla al soltar esas palabras.

—Preferiría que te dé la manía de agarrar una escoba, chimenea.

—Ese es bueno— aprobó el apodo que acaba de darle, para llevar el cigarro por última vez a sus labios.

—No me importa. Solo ya déjalo. Es un asco de olor— y se dirigió a la cocina, sin oír nada de su parte.

Tomó agua y regresó. Ya lo había terminado, pero seguía sentada bajo el umbral de la puerta, en silencio. Observaba las estrellas como si estuviese hipnotizada.

Se acercó hasta la mujer, apoyando una mano sobre su cabeza, sin conseguir llamar demasiado su atención.

—Ya ve a dormir. Mañana estarás agotada si sigues despierta hasta tan tarde— le sugirió.

Isabella dejó escapar aire por la nariz, apoyando sus manos en las rodillas para levantarse. ________ se hizo a un lado para dejarla pasar, al tiempo en que la seguía con la vista.

No era la primera vez que la hallaba en esa situación tan tarde. ¿Acaso seguía esperando a su marido? ¿Podía seguir amándolo a pesar de lo que le había hecho? ¿Tan ciego podía llegar a ser el amor? Recordó que una vez mencionó algo sobre las estrellas que ese hombre le dijo cuando estaban comprometidos. Y nunca más lo hizo.

Alzó la mirada al cielo estrellado luego de oír como subía las escaleras. ¿Pedirle algún deseo a una estrella serviría de algo? ¿Ella estaba en condiciones para hacerlo y que se volviera realidad?

Imposible.

Nació allí y acabaría allí.

Con cierto desánimo, cerró lentamente la puerta.

A veces solamente deseaba tener la misma ilusión de cuando era pequeña. Quizás esa motivación le hacía falta.

DAMA |Jack el Destripador y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora