CAPÍTULO VEINTISIETE

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Only Love Can Hurt Like This -Paloma Faith 

Despertarse en una celda no era como en las películas, no había otras mujeres con historias rocambolescas ni un policía esperando en la puerta, no olía a orina ni estaba en la parte de atrás de una comisaría sino abajo, junto a unas escaleras solo iluminadas por la luz que llegaba desde arriba.

Era silencioso y solitario, no estaba la risa de Mavi ni los chistes de Halit, no estaba su cómoda cama ni el pitido de los coches de sus vecinos de fondo.

Jessica todavía podía oír la música de la feria dentro de su cabeza, el trajín de las extremidades chirriantes de la feria, los motores a todo dar, incluso el olor a palomitas de caramelo.

Podía sentir el humo, los focos del coche deslumbrando sus ojos. Se abrazó a sí misma, tenía frío aunque estuvieran a treinta y cinco grados a primera hora de la mañana, estaba temblando como una hoja.

Intentaba recordar la noche anterior pero estaba borrosa, todo lo que alcanzaba a percibir eran luces azules acompañadas de una sirena, el frío de las esposas cerrándose sobre su muñeca, los gritos de Mavi mientras se la llevaban lejos.

¿Cómo podía haberlo tenido todo en un segundo y después haberlo perdido con la misma facilidad?

¿Cómo podían haberse acomodado y relajado tanto que incluso olvidaron quienes eran?

Pensó en la niña, en dónde estaría, si tendría mucho calor o si alguien habría apagado la luz de su habitación.

¿Sabrían las personas con las que estaba cuáles eran sus cereales favoritos? ¿Le habrían dado su muñeca?

¿Dónde estaría ahora?

Jessica se levantó, el colchón en el que había dormido apenas estaba sobre una piedra rectangular y tenía apenas diez centímetros de grosor, le dolía la cabeza, le dolían todos los huesos, le dolía hasta el corazón.

Caminó hasta el final de la celda y apretó entre sus dedos los barrotes que la separaban de su libertad.

Cerró los ojos con pesadez, sabía que si dejaba salir los sentimientos que tenía guardados dentro del pecho, si comenzaba a llorar, ya no podría parar y no era momento de llorar sino de luchar, de recuperar a su pequeña, de regresar a casa.

Era momento de ser fuerte por todas las veces que había sido demasiado débil.

Esta vez no cerraría los ojos, no ignoraría la realidad, no dejaría a Mavi a merced de nadie más ni tampoco a Halit y si ellos no podían luchar, si ellos no eran lo suficiente fuertes, entonces ella se volvería de hierro por los tres.

Jessica ignoraba que por encima de su cabeza, un hombre trajeado había llegado a comisaría para sacar de la celda a uno de sus clientes habituales, le dejaron revisar la lista de detenidos y entonces, cuando vio el nombre de Jessica, palideció.

Unos pasos interrumpieron los pensamientos de la chica, el hombre trajeado bajó las escaleras hasta los calabozos de la comisaría de Santa Mar y cuando ella lo vio gracias a la poca luz que se colaba ahí,
contuvo el aire.

—Jessica —susurró él, dejando escapar su nombre como en un suspiro.

No podía creer lo que estaba viendo, era como si ella fuera un fantasma de una vida pasada, alguien a quien no había visto en tanto tiempo que incluso había olvidado el sonido de su voz.

Escuchar su nombre de esos labios le pareció más una tortura que un alivio, deseó hacerlo desaparecer, deseó que aquello fuera una pesadilla porque su presencia allí, solo confirmaba que todo se había ido a la mierda.

Azul se escribe con M Donde viven las historias. Descúbrelo ahora