CAPÍTULO TREINTA Y UNO

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Clarity (Feat. Foxxes) -Zedd

Halit corrió tras Jessica pero no recordaba dónde estaban los ascensores y dobló la esquina de un pasillo que no era.

Miró de un lugar a otro, intentando orientarse y averiguar cómo bajar a la calle desde ahí.

Pero lo único que veía era una esquina que doblaba a otros pasillos y muchas puertas que no lo llevarían hasta el ascensor.

Jessica ya estaba en la calle, nadie había podido alcanzarla y se había marchado a la velocidad de la luz. Pero Halit seguía arriba, probando esquinas, pasillos y puertas que no lo condujeron a ninguna parte.

Se sentía como un ratoncillo atrapado en un laberinto sin principio ni final. Pero no se dio por vencido y después de un par de minutos dando vueltas, encontró el ascensor.

Presionó el botón, a la espera de que la máquina subiera hasta él y se abriera. Pero entonces Halit sintió que algo lo llamaba desde dentro, como un presentimiento que sabes que va a cumplirse.

Miró hacia un costado, al final del pasillo una mujer de cabellos rizados caminaba sujetando por la mano a una niña que prefería las películas de terror a las de dibujos animados. El juez había requerido la declaración de Mavi para el proceso judicial.

Halit se plantó, de su pequeña solo lo separaban unos metros de distancia. No gritó pero la palabra salió desde el polvo del que estaban hechos sus huesos como si su voz llevara esperando toda la vida por ese momento.

—Mavi.

Justo en ese momento, una puerta se abrió para revelar a Claude y Timothy, acababan de terminar sus declaraciones.

—¿Seray? —preguntó el señor Mackey, mirando a esa pequeña niña a la que no había visto desde que fuera a la mansión Mackey por última vez, hacía casi dos años.

La niña se detuvo y provocó que Margaret parara junto a ella. La voz de su padre llegó hasta sus tímpanos como un regalo del cielo, como una promesa de que seguía teniendo una familia que la esperaba en casa.

Se giró y los vio a los dos esperando en el pasillo, pero en el corazón de Mavi solo había espacio para uno de ellos y ese no era Timothy.

—¡Papi! —gritó y Margaret, la trabajadora social que llevaba su caso, no pudo hacer nada para prevenir que Mavi se escapara de entre sus dedos.

La niña corrió como una exhalación, pasó entre Claude y Timothy como si fueran dos estatuas más de los juzgados y abrió los brazos con una sonrisa que podría haber eclipsado hasta al mismísimo sol.

Halit puso una rodilla en el suelo y recibió a su hija casi en volandas. Le puso una mano en la espalda y otra en la cabeza y la levantó entre sus brazos como una reclamación de a quién pertenecía, de a quién había estado esperando.

Margaret gritó para que dos agentes separaran a Halit de la niña y Timothy se acercó, dispuesto a quitársela él mismo.

Pero ni siquiera toda la seguridad del palacio de justicia podría haber impedido que Halit abrazara a su hija.

—Cariño, pequeñita mía. ¿Estás bien, cariño?

Le dejó besos en la frente, en la parte posterior de la cabeza, en el cabello, en las manos.

La niña se separó de él sollozando.

—Papi no quiero irme. No quiero irme con ella.

A Halit se le rompió el corazón y la apretó más fuerte contra él para que se sintiera a salvo.

Azul se escribe con M Donde viven las historias. Descúbrelo ahora