CAPITULO UNO - LONDRES

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EMILY BYRON

Es conocido por todos en la Gran Bretaña del año 1818 de nuestro señor, que una mujer viuda con una niña y sin medios para subsistir se ve obligada a trabajar en cualquier fábrica de las ciudades para poder alimentarse ella y su hija.

En cuanto salimos furtivamente de las tierras de nuestro antiguo señor, esa fue mi prioridad absoluta, pero quiso que un golpe de suerte entre tanta desgracia hiciera sentarme en el mismo carruaje que Isabel, la hija de un próspero, pero pequeño comerciante, que su padre necesitase urgentemente a alguien para que le ayudase en su negocio y que su hija me ofreciera el trabajo después de entablar conversación durante horas, mientras Kate, mi hermana, dormía rendida tras caminar diez horas sin descanso.

Yo también estaba exhausta, pero el camino a Londres se hizo más ameno con la conversación de la señora Taylor que, conforme a lo que me contó, hacía tres meses que se había casado y estaría una semana en Londres visitando a sus padres.

Yo, por supuesto, no le conté toda la verdad, evitando que si nuestro antiguo señor me mandase a buscar, le hiciera la tarea más fácil al que se la encomendara. Le dije que tengo diecisiete años, uno más de los que tengo en realidad, que Kate es mi hija de cuatro años, uno menos de los que tiene, y que hace dos años y medio me quedé viuda, por lo que, cansada de vivir sola en el campo, me arriesgué a probar suerte en la ciudad.

En cuanto Isabel Taylor se dio cuenta de que estaba buscando un medio para pagar mi sustento, me aseguró de que su padre no tendría reparo en ofrecerme un empleo.

Además, una tía solterona suya tenía una habitación cerca de la tienda de ultramarinos donde comenzaría a trabajar, por lo que no tendría que vivir en el Bethnal Green, un lugar que, por lo que ella narró, la miseria es compañera de la vida diaria de sus habitantes y para nada un lugar adecuado para que Kate crezca, ya que a los niños se les maltrata y el alcoholismo y la prostitución no son extraños a sus habitantes.

Por lo que, a diferencia de mi plan inicial, Kate y yo nos alojamos en un barrio colindante del West End, lleno de pequeños negocios de hostelería, mercaderes y profesionales liberales. Puedo asegurar, después de un mes en la ciudad, que la fortuna nos sonrió de camino a Londres, porque las condiciones de trabajo en las fábricas no son las que en un principio me imaginaba y el barrio donde vivimos es tranquilo y sus habitantes son gente respetable.

—Emily, sería tan amable de ayudar a la señora Hamilton a realizar su compra y luego a acompañarla en su carruaje hasta su casa. Su esposo ha tenido que salir precipitadamente y no ha traído criado alguno que le preste ayuda. Luego podrás irte a casa, llevas en la tienda desde las ocho de la mañana y sin comer —me pide amablemente Diana Johnson, la madre de Isabel.

—Por supuesto —le contesto después de terminar de colocar la mercancía como me había ordenado su esposo.

La señora Hamilton es una señora que regenta, junto a su marido, una posada en la calle Borough High. No es la primera vez que la acompaño a llevar los productos recién adquiridos a su casa y siempre me da un penique, el cual guardo con el resto de mis ahorros.

—Es usted muy amable, señora Hamilton —le agradezco cuando, después de ayudar a su criado a llevar la compra hasta la cocina de la pensión, me da la moneda como es costumbre.

—Solo es un penique, Emily. Además, tendrás que volver a casa. Si hubiese tenido una hija, me hubiese gustado que fuese tan cariñosa y dada a la conversación como tú —me alaba la buena señora.

—Siempre es un placer conversar con usted —le digo haciéndole una reverencia antes de volver a casa y poder ver por fin a mi hermana.

Imagino que la señora Hamilton me da el penique para que vuelva en un carruaje, pero yo prefiero andar y ahorrar todo lo posible. Mi padre siempre decía que los pobres debemos tener dinero guardado por si ocurre una urgencia, por ejemplo, una enfermedad, y en la situación actual en la que nos encontramos Kate y yo es más necesario que nunca, porque no contamos con la ayuda de vecinos o conocidos, sino que estamos solas en esta ruidosa ciudad.

Lady in waitingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora