Capítulo-10

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El Titos está lleno de gente, nada que ver con el sábado pasado. Caminamos del gancho directas a la barra donde está el grandullón, que nos recibe con los brazos abiertos. Es increíble cómo hay personas que aunque no te son nada te hacen sentir en casa. ¿Serán familia de otras vidas? No sé, pero Tito me despierta esa sensación familiar que me encanta. Bebemos champán a la par que peleamos por escoger canciones cuando lo oímos en el centro del escenario.

―¡Hola a todos, soy Tito, el dueño de este antro! —La gente aplaude eufórica. —A los que me conocéis desde hace poco, desde siempre o desde hoy, deciros que no suelo hacer esto, pero hoy necesito compartir algo con todos vosotros. —Nosotras jaleamos como Hooligans. —La vida nos da golpes que nos hunden. Nos da alegrías que nos dan alas. Nos regala ángeles y a veces nos envía demonios. Bien, pues yo hoy quiero presentaros a mis ángeles. Dos chicas valientes, preciosas y con un corazón enorme. ¡Reinas, subid a saludar! —En circunstancias normales subiríamos seguro, pero con la adrenalina a tope de gama que cargamos subimos como lo que somos: dos reinas. Movemos caderas a la par que aullamos la canción, que pincha la camarera a petición de su jefe, que no es otra que nuestro himno de hoy y de siempre. El público aplaude mientras cantamos y bailamos con el jefe y las novias, que celebran su segunda despedida. Al terminar nuestro grandullón nos arropa a cada una bajo un ala para guiarnos a una de las mesas en el centro del local.

―¡Os presento a mis ángeles! ―En ciertos momentos de mi vida, segundos antes de que ocurra, soy capaz de predecir que se avecina un huracán, un terremoto, o un marrón emocional tan grande con mi catedral. Pues bien, este es uno de ellos. Cuando miramos al frente ninguna de las dos sabemos dónde meternos. ¡Pero se puede tener más mala suerte, coño! Ante nosotras tenemos a la comunidad del entresuelo al completo. Puedo prometer y prometo que nunca vi tanta inquina concentrada en dos personas, víctimas de todo. Migue es el único que sonríe, quizá influya el alcohol en el que nada. Su novia ríe malvada imaginándose la que nos va a caer, mientras que la que tiene a su lado nos mira malamente. No sé porque, nunca antes la vi. Rober está muy serio, Alex echa humo por las orejas y Nachete, pues qué quieres que te diga de este, destila OIP por todos sus poros. Lo normal. Miro a Lena para ver si está igual de cortada que yo, ¡pero qué va! Ella despliega su ya famosísima sonrisa antes de cascar:

―¡Hombre, chicos, qué casualidad! ¿Qué tal la fiesta? Nos fue imposible ir, de verdad que sí. ¡Venga, chao, nos vemos por el vecindario! —Me agarra de la mano para huir, pero no podemos. Migue nos bloquea el paso.

―¡Pero tío si tus ángeles son nuestras vecinitas! —Se ríe que se mata. —¡Esto hay que celebrarlo! —El grandullón , encantado, nos empuja a único sillón libre de espaldas al escenario. Nos sentamos a la derecha de Rober y Alex, a la izquierda de las Rottweilers, porque la amiga de la Bea es claramente su discípula, y al frente de Satán que nos observa con absoluto desprecio. En concreto a mí, que no me traga.

―Pues si ya os conocéis mucho mejor. Voy a por champán, esto merece un brindis. ―Y sin más dilación nuestro grandullón nos deja solas ante el peligro.

La situación es ridícula del todo. Mientras nosotras intentamos acomodarnos en los sillones, sin enseñar las gónadas, los jueces deliberan sin quitarnos ojo. Y lo peor, nadie habla. Así que hago lo que en momentos de tensión. No, gasear no. Miccionar, tampoco. Lo otro, sí. Reír como una enajenada. Cuando Lena y Migue se unen, se nos oye más a nosotros que a Rafaela en el escenario.

―¡Miguel, deja de seguirles el rollo a esas zorras que os tomaron por gilipollas! ¿Aquí puedo insultarlas, Alex? ¿Nachete?. —Beuja destila veneno a litros.

―No vuelvas a llamarme Nachete en tu vida si no quieres que te llame yo de mil maneras y te aseguro que ninguna te va a gustar. —La aludida tiembla ante su oscura mirada. Bien, loco, bien.

Las luces de Dani - LldD.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora