Capitulo 16

193 5 3
                                    

En cuanto lo dijo, Coriolanus supo que Ma estaba en lo cierto. Puede que
solo una madre fuera capaz de identificar a su hijo en aquella penumbra, pero, tras su indicación, él reconoció a Sejanus.

Había algo en su postura, ligeramente encorvada, y en la línea de la frente. La camisa blanca del uniforme de la Academia emitía un tenue brillo en la oscuridad, y casi distinguía la chapa amarilla de los mentores colgada del pecho. No tenía ni idea de cómo Sejanus había logrado entrar en la arena. Un chico del Capitolio, un mentor, ni más ni menos, quizá no hubiera llamado demasiado la atención en la entrada, donde se podían comprar buñuelos y limonada
rosa, lo que le habría permitido unirse a la multitud que veía los Juegos en la pantalla.

¿Se había limitado a mezclarse con la gente? ¿O habría usado su limitada fama para no despertar sospechas? «¡Mi tributo está muerto, así que he decidido divertirme!». ¿Habría posado para fotos? ¿Habría charlado
con los agentes de la paz, esperando a que se despistaran para colarse de
algún modo? ¿Quién iba a pensar que pretendía entrar en el estadio? ¿Y por
qué demonios lo había hecho?

En pantalla, un Sejanus envuelto en sombras se agachó, dejó un paquete
en el suelo y empujó a Marcus hasta tenerlo boca arriba. Hizo lo que pudo por enderezarle las piernas y doblarle los brazos sobre el pecho, pero las
extremidades estaban rígidas y se resistían. Coriolanus no vio bien lo que sucedía a continuación, algo que guardaba relación con el paquete, pero entonces Sejanus se levantó y sostuvo una mano por encima del cadáver.

«Es lo que hizo en el zoo», pensó.

Recordaba que, después de la muerte
de Arachne, lo había visto espolvorear algo sobre el cuerpo de la tributo
muerta.

– ¿Es ese su hijo? ¿Qué hace? –le preguntó la abuelatriz, horrorizada.

–Está dejando migas de pan sobre el cadáver –respondió Ma – Para
que Marcus tenga comida durante su viaje.

–¿Su viaje adónde? –preguntó la anciana – ¡Si está muerto!

–De vuelta al lugar del que vino –respondió Ma – Es lo que hacemos en casa. Cuando alguien muere. Cada Distrito tiene su manera diferente de despedir a su gente en el nuestro se cree que dejando migas de pan sobre su cuerpo los ayuda a encontrar el camino hacia el cielo.

Coriolanus sintió vergüenza ajena, no pudo evitarlo. ¿Qué más prueba
del atraso de los distritos que aquella? Gente primitiva con costumbres
primitivas. ¿Cuánto pan habrían gastado en esa tontería? «¡Oh, no, se ha muerto de hambre! ¡Que alguien traiga el pan!». Tenía la desagradable
sensación de que su supuesta amistad con él acabaría por traerle problemas.
Como si alguien le hubiera leído la mente, sonó el teléfono.

–¿Es que toda la ciudad está despierta? –preguntó la abuelatriz.

–Disculpad–Coriolanus fue hasta el teléfono del vestíbulo –  ¿Diga?
– preguntó al auricular,esperando que se hubieran equivocado de número.

– Snow, soy la doctora Gaul – A Coriolanus se le congeló la sangre en
las venas –  ¿Estás cerca de una pantalla?

– La verdad es que acabo de llegar a casa – respondió para ganar
tiempo –  Ah, sí, ahí está. Mi familia lo está viendo.

– ¿Qué pasa con tu amigo?

Coriolanus le dio la espalda a la otra habitación y bajó la voz.

– En realidad no es… eso.

–Tonterías. Sois uña y carne –repuso la doctora– «¡Ayúdame a repartir mis sándwiches, Coriolanus!». «¡Hay un asiento vacío a mi lado, Sejanus!». Cuando le pregunté a Casca por los compañeros que estaban más
unidos a él, solo se le ocurrió tu nombre.

Veneno [Corionalius Snow Y Lucy Gray Bair]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora