Capitulo 17

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La hoja rebotó en el chaleco blindado y le hizo un corte en el brazo
izquierdo. Coriolanus le lanzó un puñetazo a Bobbin mientras saltaba hacia atrás, pero solo golpeó el aire. Aterrizó encima de un montón de cascotes, tablas viejas y escayola al tiempo que tanteaba en busca de algo con lo que defenderse. Bobbin se abalanzó de nuevo sobre él, buscando su cara con el cuchillo.

Los dedos de Coriolanus se cerraron en torno a una alfarjía, la levantó y la estrelló con fuerza contra la sien de su agresor, postrándolo de rodillas. Se incorporó de inmediato y, blandiendo el trozo de madera como si fuese una porra, arremetió una y otra vez sin saber siquiera si daba en el blanco.

–¡Tenemos que irnos! –gritó Sejanus.

Coriolanus oyó voces y a alguien bajando por las gradas. Aturdido, dio
un paso en dirección al cadáver de Marcus, pero Sejanus lo apartó de un
tirón.

– ¡No! ¡Déjalo! ¡Date prisa!

Sin necesidad de que lo persuadieran, Coriolanus echó a correr hacia la
barricada. Notaba un alfilerazo de dolor que lo recorría desde el codo hasta el hombro, pero no le prestó atención y movió los brazos tan deprisa como pudo, tal y como les había enseñado la profesora Sickle. Se le enganchó la camisa en el alambre de espino cuando llegó a la barricada y, al volverse para soltarla, los vio.

Los dos tributos del Distrito 4, Coral y Mizzen, y Tanner (el chico del matadero) corrían directamente hacia él, armados hasta los dientes. Mizzen impulsó el brazo hacia atrás para arrojarle un tridente. La tela de la manga de Coriolanus se desgarró por completo al tirar para zafarse de las cuchillas del alambre y alejarse de un salto de la línea de fuego con Sejanus pisándole los talones.

Tan solo unos pocos rayos mortecinos de luz de luna traspasaban las
capas de la barricada, y Coriolanus acabó por estrellarse contra el amasijo de madera y rejas como un ave enjaulada, alertando sin duda de su presencia a todos los tributos que hasta ese momento la hubieran pasado por alto.

Se dio de bruces con un bloque de hormigón, y Sejanus lo embistió por
la espalda, de modo que su frente y la implacable superficie colisionaron
por segunda vez. Cuando empujó con los brazos para apartarse, fue como si la contusión no le hubiera abandonado. Le palpitaba la cabeza, y una nube de confusión se cernió sobre él.

Los tributos prorrumpieron en gritos de júbilo, aporreando la barricada
con sus armas mientras seguían la pista de los mentores por el laberinto. ¿Qué dirección tomar? Le daba la impresión de estar rodeados. Sejanus lo agarró del brazo y tiró de él mientras se tambaleaba tras sus pasos a ciegas, magullado y aterrorizado.

¿Acaso sería ese el final? ¿Moriría así?

La furia que le producía lo injusto de todo aquello, la burla que hacía de su
existencia, le insufló una oleada de energía renovada; adelantó a Sejanus como una exhalación y se encontró avanzando a gatas, envuelto en un tenue halo de luz roja. ¡El pasadizo! Frente a él se distinguían los tornos, donde los agentes de la paz se habían agrupado junto a los barrotes provisionales.

Apretó el paso para ponerse a salvo.
Aunque el pasadizo no era muy largo, se le antojó interminable. Sus
piernas subían y bajaban como si estuviese sumergido en pegamento hasta la cintura, y un enjambre de motitas negras le enturbiaba la vista. Sejanus corría a su lado, pero oía a los tributos ganar terreno. Algo rígido y pesado (¿un ladrillo?) le hizo un rasguño en el cuello.

Otro objeto le traspasó el
chaleco y se le quedó clavado, oscilando tras él hasta desprenderse con un tañido metálico. ¿Dónde estaba el fuego de cobertura? ¿Los disparos disuasorios de los agentes de la paz?

Veneno [Corionalius Snow Y Lucy Gray Bair]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora