Capitulo 25

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Un escalofrío le recorrió el cuerpo, y notó que los demás reclutas se
movían.

– ¡Corre! ¡Corre, Lil! ¡Co…!

El grito subió de volumen y después pareció engullir a Coriolanus tras
rebotar en los árboles y atacarlo por detrás. Por un momento temió haber
enloquecido. Desobedeció sus órdenes y volvió la cabeza, como si esperara
ver a un ejército de Arlos salir del tupido bosque que tenía a sus espaldas. Nada. Nadie. Entonces, la voz brotó de nuevo de una rama que estaba a pocos metros por encima de él.

– ¡Corre! ¡Corre, Lil! ¡Co…!

Al ver al pajarillo negro recordó el laboratorio de la doctora Gaul,
donde había visto las mismas criaturas encaramadas a lo alto de una jaula.

El bosque debía de estar lleno de aquellos seres, e imitaban el grito agónico de Arlo igual que lo habían hecho con los gemidos de los avox en el laboratorio.

– ¡Corre! ¡Corre, Lil! ¡Co…! ¡Corre! ¡Corre, Lil! ¡Co…! ¡Corre!
¡Corre, Lil! ¡Co…!

Mientras Coriolanus retomaba la posición de firmes, vio la agitación
que los pájaros habían provocado en la última fila de los reclutas, aunque el resto de los agentes de la paz no parecían afectados. «Estarán ya
acostumbrados», pensó, aunque dudaba que él pudiera acostumbrarse a oír un grito agónico convertido en estribillo. Las frases se transformaban sobre la marcha, desde la entonación de Arlo hasta algo casi melódico, una serie de notas que reflejaban la inflexión de su voz, lo que resultaba aún más perturbador que las palabras en sí.

Entre la multitud, los agentes de la paz habían apresado a la mujer, Lil,
y se la llevaban con ellos. La detenida dejó escapar un último gemido de
desesperación, y los pájaros lo repitieron también, primero como una voz y después como parte de la melodía. Ya había desaparecido el habla humana, y lo que quedaba era un coro musical que representaba el diálogo entre Arlo y Lil.

–Sinsajos –refunfuñó el soldado que tenía delante –  Mutos asquerosos.

Coriolanus recordaba haber hablado con Lucy Gray antes de la
entrevista.

Bueno, ya sabes lo que dicen: el espectáculo no se acaba hasta que
canta el sinsajo.

–¿El sinsajo? De verdad, ¿seguro que no te inventas estas cosas?

–Esta no. El sinsajo es un pájaro que existe de verdad.

–¿Y canta en tu espectáculo?

– No en el mío, cariño. En el tuyo. En el del Capitolio, en todo caso.

Seguro que se refería a aquello. El espectáculo del Capitolio era la
ejecución. El sinsajo era algún tipo de pájaro de verdad. No un charlajo.
Distinto. Alguna variedad regional, supuso. Pero era extraño, porque el
soldado los había llamado mutos. Forzó la vista para intentar localizar uno entre el follaje. Como ya sabía lo que buscaba, encontró varios charlajos.

Quizá los sinsajos fueran idénticos… No, un momento, ¡allí!, un poco más
arriba. Un pájaro negro, un poco más grande que los charlajos, abrió de
repente las alas y dejó al descubierto dos manchas de un blanco
deslumbrante mientras alzaba el pico para cantar. Coriolanus estaba
convencido de haber visto su primer sinsajo, y lo odió al instante.

El canto de los pájaros alteró a los presentes; los susurros se transformaron en murmullos, que a su vez mutaron en protestas cuando los agentes metieron de un empujón a Lil en la furgoneta que había llevado hasta allí a Arlo. Coriolanus temía el potencial de aquella turba. ¿Estarían a punto de revolverse contra los soldados? Como un acto reflejo, su pulgar le quitó el seguro al arma.

Veneno [Corionalius Snow Y Lucy Gray Bair]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora