Capitulo 8

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Clemensia profirió un grito escalofriante mientras sacudía la mano, desesperada, para quitarse las víboras de encima. Las diminutas
perforaciones provocadas por sus colmillos supuraban los mismos colores neón de sus pieles. Entre sus dedos se escurría un pus teñido de rosa, azul y amarillo brillante.

Unos ayudantes de laboratorio con batas blancas se materializaron de
inmediato a su lado. Dos de ellos inmovilizaron a Clemensia en el suelo
mientras un tercero le inyectaba un líquido negro con una amenazadora
aguja hipodérmica. Los labios de la muchacha se volvieron morados y, a
continuación, exangües, antes de que perdiera el conocimiento. Los
asistentes la tumbaron en una camilla y se la llevaron.

Coriolanus empezó a seguirlos, pero lo detuvo la voz de la doctora
Gaul.

–Tú, no, Snow. Quédate.

–Pero si… Ella… –tartamudeó él–  ¿Se va a morir?

–Quién sabe –replicó la doctora Gaul, que había vuelto a meter una
mano en el tanque y deslizaba los dedos nudosos sobre sus mascotas –  Es evidente que su olor no estaba en las hojas. Así que ¿has escrito la
propuesta tú solo?

– Sí.

No tenía sentido mentir. Mentir probablemente acababa de costarle la
vida a Clemensia y del bebé que estaba esperando. Era evidente que se enfrentaba a una lunática a la que
debería tratar con sumo cuidado.

– Bien. Por fin, la verdad. No me gustan los embusteros. ¿Qué son las
mentiras, sino intentos por ocultar algún tipo de debilidad? Me da igual que quisieras ayudar a tu noviesita o quién sea cercano a ti. Como vuelva a ver esa faceta tuya, te apartaré del programa. Si el decano Highbottom te
castiga por ello, no me interpondré en su camino. ¿Ha quedado claro?

Se envolvió una de las serpientes rosas alrededor de la muñeca, como
un brazalete, y pareció quedarse admirándola.

– Muy claro.

– Tu propuesta es buena. Bien razonada y fácil de ejecutar. Voy a
recomendarle a mi equipo que la revise e implemente una versión de la
primera fase.

–De acuerdo – dijo Coriolanus, que no se atrevía a formular salvo la
más insulsa de las observaciones, rodeado como estaba de criaturas
mortíferas que obedecían la voluntad de la doctora.

La doctora Gaul se rio.

– Bah, vete a casa. O a ver a tu noviesita, si todavía queda algo de ella. Es La hora de mi leche con galletas.

En su prisa por salir de allí, Coriolanus tropezó con un tanque lleno de lagartos, cuyos ocupantes se volvieron frenéticos. Se equivocó al doblar una esquina, después otra, y acabó en una macabra sección del laboratorio cuyas vitrinas contenían humanos con partes animales injertadas en el cuerpo.

Diminutos volantes de plumas alrededor del cuello; garras, o incluso
tentáculos, en vez de dedos; y algo (¿agallas, tal vez?) incrustado en el
pecho. Su aspecto lo sobresaltó, y cuando algunos de ellos abrieron la boca para implorarle, comprendió que eran avox. Sus gritos reverberaban, y entrevió unas aves de pequeño tamaño posadas por encima de ellos.

El término «charlajo» acudió a su memoria. Un somero capítulo en su clase sobre genética. El experimento fallido, el pájaro capaz de reproducir el habla humana, que había sido una herramienta de espionaje hasta que los rebeldes descubrieron sus habilidades y comenzaron a enviarlo de regreso portando información falsa. En aquel momento, las inservibles criaturas formaban una cámara de eco inundada con los lastimeros aullidos de los
avox.

Transcurridos unos instantes, una mujer con bata de laboratorio y
gigantescos bifocales de color rosa lo interceptó, lo regañó por molestar a
las aves y le mostró el camino hasta el ascensor. Mientras esperaba, una
cámara de seguridad lo observaba, parpadeante, y se esforzó
compulsivamente por alisar la solitaria y arrugada página de la propuesta que había aplastado en la mano.

Veneno [Corionalius Snow Y Lucy Gray Bair]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora