Capítulo 27

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La mañana siguiente estoy sola en la cama de Sebastián. Recuerdo la noche de ayer con una pequeña sonrisa en mi rostro, y hasta casi no me molesta que no esté en la habitación ahora, porque tendrá que venir en algún momento. Me levanto de la cama en busca de lo que queda del vestido roto.

Intento ponérmelo, sin embargo la parte de atrás está rota y el encaje fino está desgarrado en una línea que llega hasta mi pelvis. Desisto de intentar arreglarlo, porque el bruto de Sebastián, lo ha destrozado completamente. 

En cambio busco un albornoz en los cajones del baño, para cuando lo encuentro y me lo pongo tapándo mi cuerpo desnudo, Sebastián entra a su habitación. Me da la espalda y deja lo que tiene encima de la mesa. Sus ojos pasan de la mesa a la cama, me fijo en su mirada, parece un poco triste. Doy dos toques en el marco de la puerta del baño y una sonrisa flora en su cara.

—¿Me estabas echando de menos?— me abre los brazos y me acerco poco a poco, en pasos lentos, pero con una sonrisa radiante. 

Abraza mi cuerpo, me rodea entera y siento su deliciosa calidez. Mis manos descansan en su cuello y ni poniéndome de puntillas llego a su mentón. Le acaricio el pelo y cuando me alejo me besa en los labios. La sorpresa la escondo rápido con una sonrisa tranquila. No puedo alejarme de sus labios aunque quiera y la idea queda en el limbo cuando su lengua roza con la mía.

—Jamás— suelto una pequeña risa y vuelvo a sus adictivos labios.

El calor empieza a bullir en mi interior, paso mis manos por su fuerte pecho. Me alejo de él y le acaricio su mejilla. Abro el nudo del albornoz y dejo ver mi desnudez, sin vergüenza a la luz del día, sin tapujos y no me escondo al revés hincho el pecho, hecho los hombros hacia atrás y ensancho mi sonrisa.

—Descarada— su boca deja escapar su pequeño jadeo, inclino hacia un lado la cabeza y suelto una pequeña risa.

—Pero te encanta— mis ojos recorren su cuerpo y él venera el mío.

—¿Qué quieres?— se acerca a mí, y sus manos se posan en mi cuello, mientras su pulgar acaricia mi mandíbula con vehemencia.

—Ducharme— mi mano se posa en una de las suyas.

—Bien.

Aleja sus manos de mi y empieza a desabotonar su camisa azul cielo. Me encanta su pecho, pero me vuelve loca su cintura. Mi corazón casi sale de mi pecho cuando se desabrocha su pantalón. Jamás me cansaré de ver su intimidad, lo vi anoche me sorprendió, lo veo hoy y me vuelve a sorprender. Las ganas de sentirlo y tocarlo me están matando, por ello me acerco a él. 

—Vamos a bañarnos— la decepción cruza mi rostro, sin embargo es sustituida por sus besos.

Me lleva al baño sin dejar de besarme, me coge, y siento su intimidad contra mí, me sienta en el mármol frío al lado del lavamanos, me da un último beso antes de alejarse a la bañera.

Abre los grifos y yo alcanzo el peine de madera. Me bajo del mármol y me miro al espejo para peinarme mejor. Me fijo en Sebastián que está echando aceites al agua, recorro una vez más su cuerpo y me sonrojo.

—¿Por qué estás roja?— dejo de mirarle y vuelvo al espejo.

—Te voy a regalar nuevos ojos, para que veas mejor— escucho su risa y sonrío.

—No deberías, nos hemos visto sin ropa varias veces ya— ruedo los ojos, posa sus manos en mi cintura y besa mi hombro— Bueno es normal cuando ves un cuerpo tan espectacular como el mío.

Vuelvo a rodar los ojos, y me besa la boca, siento el peine desaparecer de mi mano. Se aleja y vuelvo a mirar nuestro reflejo en el espejo. Sus ojos y los míos están lo bastante oscuros que podemos vernos en los ojos el uno al otro.

Crucero Sebican Donde viven las historias. Descúbrelo ahora