Capítulo 30

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ALYRA

Evito pensar en su última noche. En las verdades que solo me hacían una herida nueva en mi horrible corazón. Evito pensar en sus ojos preciosos y en su boca perfecta, porque después de unos meses me siguen doliendo, como sus ojos se cerraron para no volver a abrirlos.

Tras el viaje en el crucero la policía estaba esperando en el puerto, cuando llegamos al puerto entraron de un todo buscando a Sebastián. Estaba en busca y captura, pero estaba segura de que hubiera podido escapar, incluso yo lo hice.

Me sentía tan rota, como si hubiera cometido el peor crimen existente contra mí. Pasaba desapercibida, con todas las víctimas llorando, yo era una más. En la conversación quería tener un aire serio, no quería acabar llorando, y no por dolor, sentía que toda la magia del barco y de estas vacaciones habían acabado con él. Todo lo que sentía y las emociones nuevas que tenía se habían desvanecido, con él yo era una chica no sé, si decir feliz, pero me sentía especial.

Volví al trabajo hace poco, y nada cambió, todos están igual de aburridos y los niños estaban igual de tristes después del verano. Sin embargo lo único diferente era yo. No me siento bien, me siento sin hambre, sin ganas de nada, solo de dormir y desear verle, aun que solo sea en mis sueños.

—¡Mamá!— la niña de ojos verdes, corre hacia mí, es la única niña que cuando veo sus ojos me recuerdan a los suyos.

—¿Si pequeña?— la cojo en brazos y su pelo oscuro desordenado hace que sonríe, un mechón tapa sus ojos, así que se lo aparto.

—Quiero agua— saco la botella que tengo en el delantal y le ayudo a beber agua.

—Gracias mami— la bajo de mis brazos y se va correteando a los columpios y las barras.

Devuelvo la botella a su sitio y se me acerca Calia, me mira con pesar y me extiende un café.

—¿Sabes dónde está su padre?— niego con mi rostro serio.

—Muchas profesoras especulan de porqué te llama mamá— no me interesa, sin embargo tampoco la interrumpe— Dicen que su padre lo encontraron borracho en una cuneta…

Dejo de escucharla para ver a la niña, que sonríe mientras que su padre está borracha tirado a saber donde, y su madre está muerta.

“— Estoy embarazada…”

Ojalá ubiese sido verdad. A las dos de la tarde termino mi turno y recojo todo. Voy a la floristería de al lado del cementerio y paseo por las tumbas, hasta encontrar la de mi abuela.

Dejo un pequeño ramo en el suyo y dejo otro en el sitio de Sebastián. Cambio las secas suyas, por unas nuevas y me siento, es un sitio cómodo, para pensar y respirar.

La mayoría de las tardes las paso ahí, a lo mejor dibujando, leyendo o incluso simplemente pasando el tiempo, son olvidar el mejor viaje que he podido tener.

Me gustas Sebastián.

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