Capítulo 2. Huir

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Luz permanecía paralizada. De todos los escenarios que había creado en su cabeza, aquel era el que menos esperaba. La mujer que lloraba en su hombro no parecía una maltratadora. Era evidente que tampoco la odiaba. Su llanto era totalmente desesperado, y aún sin conocerla la morena sentía que el corazón se le resquebrajaba ante la reacción de Ainhoa.

La pelirroja se separó, de forma que la chica pudo observarla mejor. A pesar de sus ojos, opacos y enrojecidos por el llanto, y de las ojeras que los adornaban, podía ver belleza en aquellos rasgos. Su piel, blanca, dejaba asomar algunas pecas esparcidas aquí y allá, y las marcas cerca de la comisura de sus labios denotaban que, en algún momento, había sido una chica alegre. Entre sus cejas podía ver la marca del ceño, que, a pesar de no estar fruncido, resaltaba.

Ainhoa llevó sus manos temblorosas al rostro de Luz, acunándolo cuidadosamente, casi con miedo.

—Cariño... —musitó— has vuelto a casa.

La morena despertó del trance al darse cuenta de la cercanía de la otra mujer. Con menos delicadeza de la que habría deseado, apartó las manos de su rostro y se separó. Pudo ver la confusión reflejada en el rostro de la pelirroja, que mantuvo las manos congeladas en el aire.

—¿L... Luz? —titubeó—. ¿Estás bien?

Luz sintió que su respiración comenzaba a acelerarse. Definitivamente aquello había sido una mala idea. ¿Cómo se le ocurría plantarse delante de aquella mujer sin tan siquiera un plan? ¿Qué pretendía decirle? Era una mala idea, Natalia tenía razón. Quizás si lo hubieran resuelto con abogados de por medio...

Pero eso habría sido demasiado frío. ¿Desde cuándo era ella una persona fría? Solo viendo a la mujer que temblaba frente a ella sabía que, de todas las opciones de mierda, aquella había sido la mejor.

—Sí, estoy bien, no te preocupes —respondió Luz rápidamente al ver que la mujer volvía a acercarse. Trataba de mantener una distancia física prudencial—. ¿Podemos hablar?

Ainhoa trató de sonreír, todavía con lágrimas en los ojos.

—Claro. Llevo cinco años esperando esto.

Se acercó a la puerta y la abrió, logrando que Hermes se abalanzara sobre Luz. La chica caminaba mientras el perro saltaba de alegría a su alrededor, dando a veces carreras hacia el lado opuesto para volver de nuevo hacia la chica, ladrando de felicidad. Esto hacía que la morena se viera obligada a detenerse en el camino a menudo, dándole caricias y el amor que parecía demandar.

Una vez dentro de la casa, Luz miró a su alrededor. El olor de aquel hogar llegó más allá de sus sentidos, logrando que su corazón comenzara a palpitar con mayor velocidad. Estaba cerca de tener respuestas a sus preguntas, lo sabía, y esa mujer que ahora parecía tan ocupada abriendo las persianas con rapidez y torpeza podía ayudarla.

En la entrada de la casa vio varias fotos en las paredes. Distinguió a un niño y a una niña. Sus hijos, adivinó. Se preguntó cómo se llamarían, cuántos años tendrían... y si la recordarían. El estómago le dio un vuelco al reconocerse en aquellas fotografías. En una de ellas salía agachada, con gafas de sol y un peto vaquero, abrazando a un perro pequeño que se parecía bastante a Hermes. Tenía una sonrisa sincera, de esas en las que una muestra todos sus dientes.

Al lado de esa vio otra que parecía del mismo día. Estaba de pie en ese mismo jardín, pero no estaba sola. Frente a ella, besándola, pudo ver a Ainhoa. Se fijó entonces en la posición de sus manos, en la tripa de la pelirroja. Estaba embarazada.

La ansiedad comenzó a crecer dentro de Luz. Tenía otra vida completamente distinta a la que llevaba entonces, una vida que había olvidado de la noche a la mañana, una vida que, por mucho que lo intentaba, no lograba recordar. ¿Cómo iba a decirle a aquella mujer que ya no era la persona que había conocido? ¿Cómo iba a tirar por los suelos su sueño de volver a ver a su esposa de nuevo? Le dolía el pecho solo de imaginar lo que podría llegar a sentir.

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