Capítulo 17. (Re) Volver. Parte I

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Al entrar en la habitación de invitados, el olor a suavizante embriagó el olfato de ambas mujeres. Cualquiera podría decir que la vida es arte y por lo tanto todo es cuestión de perspectiva. Que compartir habitación con Ainhoa fuera una buena o mala experiencia dependería de la predisposición con la que las dos mujeres se acercaran a aquella situación. Ir con una actitud positiva ciertamente facilitaría las cosas; habían convivido juntas una vez, y había quedado claro que entre ellas no podía suceder nada. Era como una pijamada, con una única diferencia. No había película, ni chuches, ni palomitas; tan solo una habitación de paredes blancas que parecía observarlas, a la espera de que tomaran una decisión y que dieran un paso al frente de una vez. Sin embargo, para Luz la vida no era arte. El universo sencillamente era un cabrón (hombre tenía que ser) y aquella situación era una mierda.

Ainhoa fue la primera en entrar al cuarto. La voz de Menchu las sobresaltó enseguida:

—Está recién reformado —comentó—. Perdonad que haya solo una cama, pero es un colchón bueno, de estos de los que anunciaba Mufasa.

—¿M... Mufasa? —Luz se había perdido en aquella narrativa. Era incapaz de recordar un solo anuncio de colchones protagonizado por personajes de animación. Recordaba el cameo de Scar en Hércules, pero nada más allá de las películas de la archifamosa productora de cine.

—Sí, mujer, el hombre este con la voz así de profunda —Menchu decidió imitar a quien fuera que estuviera imitando, alguien que, claramente, no era el personaje de El Rey León. Al ver la cara con la que la miraban las chicas, decidió ignorar el tema—. Da lo mismo. La cuestión es que es un colchón muy bueno, nada que ver con el sofá de la sala.

A Luz aquella idea de dormir en el salón de la casa no le disgustaba, al contrario; según pasaban los minutos estaba deseando correr escaleras abajo y tumbarse sobre los cojines para cerrar los ojos y, con suerte, abrirlos en un universo alternativo sin esposas que podían perder la custodia de los hijos o sin ninguna Ainhoa. En ese momento dirigió la mirada a la pelirroja, buscando algo. Todavía no sabía qué; quizás una señal suplicándole que, por favor, se dirigiera al piso inferior para dejarla dormir tranquila. Su rostro estaba serio, y sus ojos hacían un esfuerzo por evitar cruzarse con los de Luz.

—Pasad buena noche, chicas. Cualquier cosa, ya sabéis dónde estamos, justo en la habitación de enfrente —se despidió la castaña, cerrando la puerta tras de ella.

En ese momento, escucharon cómo Menchu giraba la llave en la cerradura. Tanto la morena como la otra corrieron enseguida a la puerta.

—¡Menchu! ¡Abre la puerta! —exclamó la pelirroja, aporreando la madera.

—¡De eso nada! —replicó desde el otro lado—. Ya os habéis despedido de Óscar y Alicia, así que ahora os toca hablar.

—¿Es una encerrona? —preguntó Luz, mirando a Ainhoa, y a pesar de que se había dirigido a ella, la castaña respondió igualmente.

—Llamadlo como queráis, pero si queréis que el plan que tenéis montado funcione, tenéis que hablar. Conoceos primero. Y ahora buenas noches, soñad con los angelitos.

—Oye, ¡Menchu! ¡Menchu, abre la puerta! —Ainhoa insistía, pero era absurdo, porque la mujer se había alejado con las llaves. Parecía decidida a dejarlas allí encerradas hasta la mañana siguiente—. Joder.

Bufó, separándose de la puerta. Se sentó en el colchón, apoyando los codos en las piernas y dejando descansar su cabeza en las manos. Luz permanecía de pie, con la espalda apoyada contra la puerta. Miraba a la pelirroja, que parecía querer evitar aquella situación a toda costa tanto como a ella. Comprendió que debía ser igualmente incómodo para ella. ¿Cómo estaría llevando toda aquella situación? ¿Qué le habría contado a Miguel y a Menchu para que ambos estuvieran actuando de la forma en la que lo estaban haciendo?

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