Capítulo 18. (Re) Volver. Parte II

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En la cama, cada una había escogido un lado naturalmente, sin saber la propia Luz que habían escogido los de siempre. Boca arriba, ninguna era capaz de conciliar el sueño. La tormenta era la banda sonora de fondo. La conversación que habían mantenido antes de irse a dormir seguía rondando en sus mentes. En el caso de la morena, el nuevo recuerdo también hacía un pequeño cameo en su película nocturna, instalando un dolor agudo en el pecho. Ella no había querido irse. Todo aquello le hacía añorar más una vida que no recordaba, pero ¿era compatible añorar con el querer continuar con su vida en el presente? ¿Era posible?

Esa nueva escena en su memoria le mostraba a una Ainhoa de ojos llorosos...

—¿Qué hacemos entonces, Luz? ¿A dónde va a parar este barco si tiene distintos puertos?

La morena miró entonces fijamente a la pelirroja. Veía sus rasgos, las lágrimas rodando por sus mejillas silenciosamente, sin armar llantos ni escenas grandilocuentes. No había otra opción. Todos los caminos llevaban a lo mismo. De hecho, llevaban semanas retrasando lo evidente. Si no podían continuar el viaje juntas y no hacían más que discutir, ¿no era la decisión obvia? Se quitó entonces el anillo y lo dejó encima de la mesilla de noche.

—Quizás lo mejor para ambas es que una se baje para que la otra pueda seguir su camino.

Luz misma aguantaba el llanto. Ninguna sabía qué hacer para seguir adelante. En esos casos, el movimiento más inteligente era dar un paso adelante, aunque no fuera capaz de ver el precipicio que estaba a unos pocos metros. Una relación era cosa de dos. Durante mucho tiempo habían sido capaces de entenderse, de solucionar torbellinos con una o varias conversaciones complicadas, pero aquella vez, por algún motivo que se escapaba a su razón, era diferente. Se habían sucedido numerosas conversaciones, todas ellas acabando en el mismo punto de partida; la terapia de pareja era impensable, ya que la morena no consideraba que fuera necesaria; la casa que había sido su hogar le asfixiaba, y sentía que toda aquella confrontación había sido culpa suya.

—¿Qué? —la voz de Ainhoa casi ni se escuchaba, pero era tal el silencio entre las cuatro paredes de la habitación que Luz lo había entendido perfectamente.

—No podemos seguir con esto, Nhoa —la voz se le rompió debido al llanto que luchaba por romper en su pecho. "Rómpete, Luz, rómpete de una jodida vez", parecía que gritaba su mente. "Rómpete y saca toda la mierda que has estado acumulando meses".

El pelo rojo de su mujer se movía de lado a lado. Ainhoa no paraba de negar con la cabeza. Romper no era una opción; nunca lo había sido.

—Luz, no. No digas eso.

—¿Y qué digo, Nhoa? ¿Qué coño digo? —gritó la chica, exasperada. Todas aquellas semanas había corrido desesperada por el laberinto de su mente, buscando una respuesta, y había llegado a un callejón sin salida.

La chica le devolvió silencio. Ella tampoco sabía qué decir, pero la separación no estaba sobre la mesa. Luz la miraba suplicando una señal, pidiéndole a ella la solución. El barco se hundía, y las dos se habían bloqueado. No encontraban tablas como en las películas para arreglar el agujero que ninguna sabía cómo se había formado. Estaban a la deriva, y a ese paso ninguna llegaría al puerto que deseaba.

—No sé, cariño —respondió Ainhoa finalmente—. Lo único que sé es que no quiero perderte.

Luz se cubrió el rostro con las manos. No podía soportar la mirada de su mujer, la presión de todas las fotografías que cubrían aquellas paredes y que relataban una vida de felicidad juntas. ¿Por qué aquello se les estaba haciendo tan cuesta arriba?

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