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Es conocido que Peeta Mellark no requiere mucho para experimentar una satisfacción genuina y sentirse cómodo consigo mismo; más bien, pertenece al grupo de personas que se conforman con poco. Esto es lo que le ayuda a mantenerse en paz. No obstante, honestamente, los pantalones ajustados lo exasperaban demasiado, apretando lugares y dificultándole desplazarse de un lado a otro; lo ponían quejumbroso al tener algo pesado adherido a su cuerpo. Aunque se alegra de contar con algo que lo cubra y de que a la gente loca de aquí no se le haya ocurrido la moda donde la desnudez es el centro de atención, siendo consciente del fetiche arraigado en el Capitolio por observar a los tributos, hambrientos.

La vestimenta que solía llevar era mayormente heredada de sus hermanos, remendada varias veces, con algunas excepciones. No constituía ropa holgada que ondea con cada paso; más bien, era apropiada para moverse libremente sin experimentar restricciones, por lo que el cambio no era bienvenido. Sería peor, eso sí, tener que ponerse esos pantalones tan ajustados a las piernas que generan la ilusión de cortar la circulación y estaban hechos de una tela semitransparente; tal vez por eso algunos hombres en el Capitolio no eran tan astutos. Sea lo que sea, no podía sentirse complacido.

Por la mañana, como le habían indicado, tuvo que salir de su habitación para llegar puntual al desayuno. En esta ocasión, decidió esperar unos minutos para no ser el primero en llegar.

Mientras se dirigía al lugar, los pasillos se desplazaban rápidamente ante el rabillo de su ojo y ahí, en su camino, se encontró con Haymitch, quien se movía típicamente tosco con ese aire desinteresado manchado por el nerviosismo, evidenciado por los gestos acelerados pero indecisos de todo su cuerpo. Daba la impresión de haber perdido la capacidad de desplazarse por su cuenta y no parecía estar ahí por decisión propia. Lo curioso fue que lo encontró en un lugar que no era el que lleva a la habitación del Alfa; era convenientemente en dirección a los departamentos de los tributos.

—Buenos días —dijo Peeta de manera educada, como fue enseñado desde que tiene uso de razón. El hombre, tan impredecible, ni siquiera hizo amagos de devolver el saludo verbalmente, sin saber qué hacer, aparentemente. Asintió a su saludo, incómodo. Después solo pudo ver el torbellino de viento que dejó atrás su mentor cuando se retiró sin él, adelantándose apurado para dejarlo —. Pensé que era Effie quien nos llamaba para cada comida —. Mencionó después de correr en busca del mayor, demasiado entretenido con su actuar.

—Me estoy tomando en serio mi trabajo. — Él suspiró con cansancio. El tono que usó es de alguien sin reservas que busca claridad cuando habla, aún si las palabras pueden sonar poco moderadas —Nuestra amiga con la delicadeza de un cañón ha estado ocupada, así que no hay de otra — Explicó—. Casi siento que me voy a desmayar si alguien no me da una gota de alcohol. De todos modos, tendrás que aguantarme a mí hoy, cielito.

El color se elevó velozmente en sus mejillas, haciéndole imposible controlar sus feromonas y esparciendo un atisbo de alegría Omega.

Desde esa vez en el tren hace apenas días, la energía del hombre se había sentido como tierras familiares que inexplicablemente lo hicieron sentir cómodo, a pesar de no contar con un trato especial. Era verdad que las palabras de Haymitch eran una bomba explotando tan cerca de ti con el propósito de causarte daño: era tosco, cínico y distante. Pero Peeta podía encontrar normalidad en su interacción, habiendo manejado el carácter de su madre. No lo había relacionado exactamente como algo malo, es decir, simplemente como la mundanidad que tanto acostumbraba. Desde que llegó, la gente lo había tratado de la forma más extrema por su estado omega; Haymitch gritaba casa, similar a Katniss con la diferencia de que al alfa mayor no se le olvidaba su subgénero- su... sexo (Portia dijo que eran sus sexos designados, no géneros), y quizá fue por eso que una vez sintió el cambio, le invadió un profundo desconcierto.

Travesía De Un Corazón Omega: Omega En La RevueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora