Cada vez que un bocado cruzaba por su garganta, experimentaba la imperiosa urgencia de regurgitarlo; las espinas se enredaban en las paredes, aferrándose con tenacidad a la inevitabilidad de ser consumidas nuevamente. Su comida era ligera, pero nervioso por el llamado de los Vigilantes, no hubo apetito alguno que le ayudara a ingerirla. Era verdad que su mentor y Effie idearon previamente una estrategia para ambos, para ayudarles a obtener una buena puntuación, mas su mente se consumió considerando la eventualidad de obtener una calificación desfavorable que desencadenara su infortunio. Debía estar seguro, era omega, para bien o para mal debían quererlo... ¿verdad?
Ninguno de los demás tributos en su entorno revelaba una preocupación comparable a la suya, de hecho, parecían bastante confiados en su mayoría. Había examinado con minuciosidad cada juego en su pre adolescencia y parte de su adolescencia; sabía que cada año aquellos que se situaban con una puntuación inferior eran perseguidos como presas en cuanto resonaba el cañón, de la misma forma que aquellos que tenían una muy alta eran objetivo de caza una vez terminaba el baño de sangre. Los profesionales siempre oscilaban entre un siete y un nueve, y luego estaban los demás. Claro, tener una puntuación baja haría que te subestimaran; si sobrevivieras al baño de sangre, te olvidarían, ¿pero a alguien de puntuación arriba del diez? Significaría huir cada segundo. Entonces, debían conseguir ni una puntuación muy baja para ser asesinados apenas empezando, ni muy alta para que los profesionales los cazaran.
Fueron guiados hacia una estancia de tonalidades claras, notablemente más reducida en tamaño en comparación con la ostentación y extravagancia que el Capitolio suele desplegar en otras circunstancias. El contraste entre la modesta amplitud y la acostumbrada exuberancia se destacaba, creando una atmósfera peculiar. Peeta contó las sillas, veinticuatro, porque está acostumbrado a fijarse en los detalles y le ayuda a concentrarse.
La presencia de Katniss a su lado infundía una tensión evidente, como si en algún momento la amenaza del exterior irrumpiera por las puertas, proclamando el veredicto de una muerte que nunca llegó a acontecer. La disposición del lugar se estructuraba de manera simplista, obedeciendo a la organización común según el distrito de pertenencia; le asaltaba la sospecha de que este patrón persistiría de forma constante.
Por alguna razón, la ansiedad lo invadió cuando cada tributo cruzaba el umbral; ninguno retornaba, disminuyendo gradualmente el número en la habitación. "Quizás solo salieron por un poco de aire", se dijo a sí mismo, intentando apaciguar el latido constante de su corazón contra el pecho.
En algún punto sólo quedaron la Alfa y él.
—Recuerda lo que dijo Haymitch sobre tirar las pesas — De repente, Katniss comentó, un leve eco que evidenció el compañerismo que olvidó tener desde un principio. Era reconfortante la preocupación de la chica al menos.
—Gracias, lo haré. Y tú… dispara bien — Se dispuso a decir Peeta, quedándose sin la capacidad de formular otro tipo de palabras. Fue raro verla expectante por sus palabras, como si importara lo que dijera. Una carga de alegría provocada por la preocupación de la chica y el evidente nerviosismo de las pruebas lo invadió.
Katniss fue convocada entonces. Anhelaba verla surgir por el mismo lugar donde desapareció una vez terminara. Por desgracia, esta expectativa no se materializó. Aunque comprendía las circunstancias, su Omega interior chillaba con el dolor de sentirse abandonado y solo. Quien escuchara sus desvaríos acerca de su compañera podría pensar que la locura finalmente había quebrantado a Peeta Mellark. No había indicios de correspondencia con sus sentimientos, no obstante, explicarle a su Omega que los deseos de su corazón nunca se concretarán en la vida real es un desafío, y tal vez sea mejor que se sumerja en las ensoñaciones felices que le proporcionan sus anhelos.
"Pero no quiero dejarla", lloró su Omega.
Las lágrimas comenzaron a emerger mientras una sensación de dolor se gestaba en su pecho, como si algo clavara un objeto puntiagudo en su interior. Experimentaba desesperación al intentar respirar; el dolor bloqueaba el acceso al aire y pronto la sala se impregnó con un aroma donde se percibía la putrefacción. Nunca antes había enfrentado una experiencia tan intensa, lo cual desencadenó un creciente sentido de pánico. Se está volviendo un tonto sentimental y un demente, de eso puede estar seguro. A pesar de ello, Peeta está bastante consciente y con los pies en la tierra, sin ninguna amenaza de su subconsciente. Si no fuera por la fragancia en el aire, casi se podría afirmar que el Omega estaba sumido en una profunda tranquilidad.
Quería poner fin a todo lo más rápido posible y dirigirse al único lugar seguro que conoce, su nido. Por suerte, las puertas se abrieron y por ellas entró un hombre con un incómodo traje blanco: el mismo sujeto que se había llevado a cada tributo para la sesión. Con los ojos cristalizados y las lágrimas a punto de derramarse, tuvo que enfrentarlo. El agente olfateó el aire, buscando el origen del mal olor. Intentó disimular abochornado mientras ventajosamente el hombre se sumó al juego, ignorando para su comodidad mutua comentar al respecto.
Las entrañas le retorcieron al ingresar al gimnasio, donde notó que todos estaban irremediablemente embriagados. Algunos se carcajeaban, otros lloraban del mismo alcohol, y una espantosa canción resonaba en el ambiente. Allí se encontraban las armas, especialmente las de peso considerable que había exhibido en una demostración a los demás distritos esa misma mañana. Sus ojos se posaron en ellas, recordando el poder que representaban y la necesidad imperante de emplearlas con estrategia para sobrevivir en medio de ese caótico entorno. Aún no sabía si realmente iba a hacer eso, pero lo quería intentar al menos.
Seleccionó la primera, de dimensiones reducidas y con un peso ligero que cualquiera podría lanzar para alcanzar la meta. A cinco metros de distancia, encontró una marioneta de metal que, al recibir el impacto, cayó con dramatismo. A su lado, se hallaban otras cinco. Frente a ellas, comenzó a arrojar esferas de metal de manera indiscriminada, sin prestar atención a su entorno ni permitir que los nervios emergieran, evitando completamente enfocarse en su deber. El último blanco se erigió imponente, como si intentara burlarse al ser relegado al final; dejó de mofarse cuando cayó debido al impacto del último peso. Con alegría, se giró para ver la sorpresa de los hombres ante su demostración de fuerza, sin embargo, con vergüenza, se dio cuenta de que unos cuantos (los únicos que le prestaron atención, al parecer) nada más habían visto los movimientos de su cuerpo con lujuria y no asombro o siquiera un poco de reconocimiento por sus hazañas.
La rabia lo envolvió en ese momento, y las mejillas ardieron con la intensidad de la ira que lo consumía. Quería expresarles su descontento, lamentarse por la flagrante injusticia que presenciaba y reprocharles la monstruosidad que percibía en sus acciones. Se vio incapacitado para articular sus pensamientos en palabras, lastimosamente, aun a su pesar, mantenía la esperanza de que algún día futuro emergería una figura simbólica con la valentía de un oso y la ferocidad de un huracán, destinada a sacudir el mundo que conocían y tirar abajo su estúpido circo. Mientras tanto, aguardó con paciencia hasta que uno de los agentes le indicó que abandonara el lugar.
Al parecer, no habría más sesiones de entrenamiento; por eso, su escolta personal lo conducía sujetándole innecesariamente el brazo por los senderos que le resultaban familiares. Se encaminaron directamente al piso que les había sido asignado sintiendo pocos ánimos de dirigirse a su habitación. En el vestíbulo, no podía pasar por alto a una de las pocas mujeres que le habían mostrado interés: Portia. Al encontrarse con ella, notó que la vivacidad que solía mostrar estaba ausente. Sin pronunciar palabra, misteriosamente su estilista indicó que tomara asiento a su lado; él obedeció. Se sumieron en un silencio absoluto, compartiendo una comodidad mutua durante un prolongado período de tiempo difícil de cuantificar.
Pensó en Katniss y el puntaje que ella había alcanzado, siendo muy probable que fuera superior al suyo. Su estómago dio un vuelco, secretamente envidioso.
Portia se aclaró la garganta con delicadeza, y de esta manera, reintrodujo al desorientado omega a la realidad que lo envolvía. Inició su exploración olfateando con curiosidad, como si la información estuviera oculta en el aire y ella pudiera descifrarla. Luego, simuló una casualidad aparente que ocultaba la aguda astucia con la que pretendía desentrañar secretos.
—Esas flores son espectaculares—. Su voz recuperó notas altivas que parecían chillar en lugar de hablar. A diferencia de Cinna, su estilista sí que era una Capitolina en todo su esplendor. Ella observó el parche en el cuello de Peeta, el cual había pedido eficacia por su desequilibrio hormonal. Le arqueó su cuidada ceja derecha con curiosidad, cuestionando tácitamente —, huelen bastante bien.
—Son molestas.
Era consciente de que, aún calmado, los rastros de angustia seguían impregnados en su piel y ropa. Debió ser un olor bastante repudiable. Portia parecía bastante audaz ese día, esos ojos calculadores se lo dijeron; le causaron mala espina.
Ella fue bastante educada con él, lo suficiente como para ponerle los pelos de punta. No supo por qué, pero sabía que estaban a punto de tocar un tema que no le iba a gustar en lo más mínimo.
—En el Capitolio, los parches son bastante comunes porque no les gusta andar apestando a salvajes — comenta ella cuidadosamente—... a diferencia de los distritos —. Así que ese era el tema que la mujer ansiaba tomar. El omega frunció el ceño. — Creo que escuché de Effie o de Haymitch que no oler a nada en los distritos significa enfermedad, me preguntaba si eso era verdad.
¿En serio ella quería darle una charla superficial sobre sentirse orgulloso de su lado omega usando a los distritos como ejemplo?
Ja, qué genio.
En esa vida, se presentaban dos situaciones en las cuales los individuos dejaban de esparcir su distintivo olor por el aire: el momento en que abandonan este mundo y cuando están a punto de hacerlo. Esta peculiar ausencia de fragancia, un eco efímero del aroma vital que alguna vez llenó el espacio, provoca inquietud entre los habitantes de los distritos. Los omegas de la Veeta nunca tenían olor y los omegas de la ciudad tenían uno tenue; ellos, por supuesto, estaban mucho más sanos. Para ellos, esta carencia no solo significa la partida física, sino que también señala la proximidad de ocupar ese vacío en el más allá, una transición que agita las raíces de sus creencias y tradiciones arraigadas.
En cada ocasión en que se le encomendó la tarea de entregar el pan a los compradores, percibía un cierto nivel de lástima en sus ojos. Peeta no estaba tan mal como pudo haber sido, pero tenía un aroma muy apagado, especialmente en sus días malos. Ese escrutinio de la gente le daba la sensación de ser considerado un muerto en vida, como si estuviera luchando contra una enfermedad para prolongar su existencia. Sin embargo, estaban en completo error, ya que siempre gozó de buena salud.
A la señora Mellark siempre le molestó tener que percibir el desolado aroma de Peeta, aún así se negó a comprarle o usar parches porque nunca podías ganar con ella. El omega siempre había querido unos, así mamá se quejaría menos y los hombres adultos ya no lo verían como a un trozo de carne. Si Peeta había logrado esconder su olor, era porque mientras mamá estuviera lejos, podía alterarlo a voluntad.
—¿Y por qué te importaría? —¿La beta quería darle lecciones de moral? Bien, Peeta le enseñaría lo que es la doble moral—. No entiendo por qué quieres hablar de eso ahora.
—Haymitch y Katniss casi nunca los usan, pero tú los usas bastante— se sintió descubierto, juzgado. Esa mirada escondía juicio.
¿Qué, solo porque otros no utilicen los parches, él también está obligado a abstenerse? Peeta los usa con bastante regularidad ahora, o ha decidido hacerlo de ahora en adelante; sus decisiones basadas en sus propios deseos, no en los de los demás. Si la beta quería mentirse a sí misma pensando que está revolucionando al mundo, un Mellark tendrá que enseñarle la dura realidad.
—Es diferente—. Por lo general, los Alfas son sumamente orgullosos en lo que respecta al tema del olor; jamás permitirían que alguien los insultara por despedir aquello que los hace imponentes y los coloca por encima de los demás. Si Portia hubiera dirigido las mismas palabras a Katniss, está seguro de que en estos momentos estaría confinada en sus habitaciones debido a un incidente de agresión.
Esta era la razón por la cual resultaba casi imposible observar a un Alfa utilizando parches para ocultar su olor, además del augurio de muerte que conlleva al no transpirar fragancia.
—¿Porque eres omega?— completó ella.
Él no es alguien que pierda el control de sus emociones, siempre pensaba antes de actuar y jamás hacía cosas precipitadas. También resultó que pese a eso estaba perdiendo el control.
—¡Escúchame! Tú no sabes de qué estás hablando, eres una beta— Una con una fuerte superioridad moral—. Katniss y Haymitch pueden ir apestando todo lo que quieran, nadie les dirá nada, si yo lo hago seré responsable de la reacción de los demás.
Una de las notables desventajas de ser Omega se manifestaba cada vez que los rumores corrían por el distrito, revelando la impactante noticia de abuso a jóvenes por dejar sus hogares. Su madre siempre sostenía que era responsabilidad de las víctimas salir sin evaluar completamente las posibles repercusiones. Él siempre sería responsable por los actos cometidos, simplemente por pertenecer al subgénero débil. Entonces, los parches no estaban ahí porque quisiera llamar la atención, sino para protegerlo.
—¿Por qué serías tú el responsable de los actos de los demás?—. El Omega la respetaba, pero ella estaba bastante cerca de comportarse como Effie ahora mismo que lo hizo sentir tan exasperado.
—¡Porque soy un omega, Portia!
—No veo cómo dos se relacionan, Peeta, es una barbarie— La beta cantó con su marcado y entonado acento, indignada—. Escucha, ¿En serio crees que todos, hasta Effie, te vemos solo como un omega? ¿Por qué crees que elegí ese atuendo para ti?—. La mujer ajusta su posición en el sillón para quedar prácticamente frente al Omega, y de este modo, posa la mano en su hombro con el fin de transmitirle cercanía.
—Porque tengo que gustarles a todos, porque soy el único Omega este año—. Amargo le contestó.
Tener que mirarla directo a los ojos, dado que están tan próximos, era bastante intimidante. Esa escueta intimidad resultó mucho menos tranquilizadora de lo que ella debió pensar.
—No, Peeta. Tradicionalmente los omegas usan más volantes y vestidos, pero yo no te hice usar eso. ¿Puedes deducir por qué?— La mujer se levantó con gracia, llevando ambas manos a la tela de su atuendo con un gesto delicado y cuidadoso, como si estuviera acostumbrada a preservar la elegancia en cada movimiento. Su atención se centraba en evitar la formación de pliegues en la impecable tela que viste, evidenciando una preocupación por los detalles y una determinación de mantener su presencia impecable. Señaló a Peeta para obtener una respuesta.
Peeta lo pensó. Recordó su discurso sobre cómo los omegas podían estar con quien quisieran, sobre Cinna y ella creándoles esos atuendos nunca antes vistos y el rumbo de esta conversación.
—Piensas que los Omegas no se reducen a ser solo omegas, así que estás protestando mostrándome mucho más masculino que los demás.
Ella retrocedió en su asiento, impresionada.
—No. Yo no quiero mostrarle un hombre al Capitolio, ni un omega, quiero presentar a Peeta Mellark— firme ella espetó inspiradoramente—. ¿Significa entonces que la forma en que actúas, la forma en que vistes y hablas, se minimiza a si eres hombre u omega?—. Peeta era inteligente, aunque en ocasiones dudaba de sí mismo, experimentaba dificultades para comprender lo que realmente deseaba ella. No entendía. Su identidad estaba fuertemente ligada a su parte Omega y su género; sin ellos, siente que carecía de esa gracia, esa tranquilidad que lo caracterizaba. Dejaría de ser él. Su estilista debe de estar loca.
—Soy ambos— Manifiesta con firmeza, sin duda en sus palabras.
—No pareces recordarlo— sus hombros se tensaron.
Ella era tan libre para hablar como si supiera. Peeta era quien había crecido con los comentarios susurrados de la gente diciendo lo lamentable que era para él ser omega, lo espléndido que era para él sobrevivir; lo bonito, sano, amable, sereno y apacible que era gracias a su género. También escuchó cuando se quejaban de él, especialmente algunos de la Veeta. Qué iba a saber la beta de esto, una capitalina.
El veneno escurrió de sus labios.
—No soy completamente un macho porque necesito de otro para ser feliz; no puedo proveer, ni cazar, ni ser la cabecilla. Apenas soy un hombre. Y soy un omega macho, ni tan bonito como las chicas, no tan voluptuoso, no tan femenino. Apenas cumplo con mi función existiendo esperando un día ser tomado por algún alfa y formar una familia— ¿Qué si Peeta era más que omega o más que un hombre? Buena broma.
Ella mostró indignación y alteración de inmediato ante sus palabras. Quiso protestar, o hizo amagos de hacerlo antes de que la entrada de Katniss como un rayo, cruzó el vestíbulo, interrumpiendo la conversación. Ella se retiró a su habitación sin pronunciar una sola palabra y aunque siempre le preocupaban las cosas relacionadas con la alfa, decidió ignorarlo. Después de unos momentos de tensión, un fuerte portazo resonó, brindándoles un breve lapso para respirar y calmar las aguas antes de continuar la conversación.
—No, Peeta, no es así— Aclaró la dama mayor, bastante decepcionada. No pudo soportar mucho tiempo su lástima, así que se fue.
Se envolvió en las sábanas, acurrucándose en su nido, la seda se enreda de manera delicada alrededor de su piel, proporcionándole el reconfortante abrazo que necesita para relajarse. A pesar de la tentadora cercanía del sueño, Peeta sintió que su nivel de somnolencia no era suficiente para entregarse completamente a la actividad.
En este tranquilo momento, decidió hacerse a la tarea de perfeccionar su nido. Ajustó las almohadas con meticulosidad, buscando la disposición perfecta para obtener el máximo confort. Cada movimiento deliberado y cuidadoso, como si estuviera esculpiendo su propio espacio de serenidad. Mientras exhalaba profundamente, intentó dejarse llevar y encontró satisfacción en la creación de un entorno acogedor que lo invitó a la calma y la introspección. Al final, regresó la almohada de donde la tomó, pues no le gustó su nueva posición. Hizo lo mismo con todo lo demás dentro del nido; algunas cosas quedaron en distintas partes.
De repente, Peeta escuchó un sonido después de mover ligeramente la sábana, pero algo impidió que la tela se liberara y, accidentalmente, dio fuerza de más tirando un jarrón. Su pulso se agitó inmediatamente ante el infortunio. No ayudó la voz de Effie al otro lado de la puerta avisando que tenía que salir.
Se levantó de la cama con la intención de esconder cualquier indicio que pudiera inculparlo por la rotura del objeto. Con cuidado para evitar cortaduras con los fragmentos del jarrón, dispuso las piezas en una pequeña montaña. Después, se dirigió hacia el baño para tomar una toalla y la colocó con destreza sobre la acumulación de trozos, logrando ocultar por completo cualquier rastro del incidente. Pensó que había pasado más tiempo, la adrenalina alterando su percepción del tiempo. Se sorprendió al notar que Effie aún recorría los pasillos.
Al alcanzarla, le compartió la noticia de que podrían observar las puntuaciones asignadas a todos los tributos a través de la televisión. La certeza de que su estilista estaría presente provocó una leve mortificación en el Omega, preocupado por la posibilidad de encontrarse en una situación incómoda debido a su intervención de nuevo; su reacción inicial quizás fue desproporcionada, a lo mejor Portia únicamente buscaba ayudarlo con sus problemas. Trataría de hablar de forma directa con ella en un futuro.
La habitación se define por la presencia imponente de un amplio sillón en forma de semicírculo, cuyas tonalidades vibrantes destacan con fuerza, aunque podrían resultar deslumbrantes si uno se detiene a observarlo por demasiado tiempo. Impulsado por una especie de inercia, Peeta elige acomodarse junto a Portia, quien al notar su presencia le dedica una sonrisa afectuosa. De manera espontánea, toma su mano, creando así un vínculo táctil que transmite una sensación de conexión más allá de las palabras. En este gesto, no hay la menor intención de abandonar la cálida y reconfortante unión de ambas pieles, como si buscaran la seguridad y el consuelo mutuo en ese contacto cercano.
Cuando sus ojos se dirigen instintivamente hacia su compañera, ella luce casi devastada. Trata de preguntarle tácitamente qué le pasa, pero ella niega desganada. Es hasta que Haymitch demoró bastante y Effie decidió empezar con él que lo entendió: Katniss les arrojó una flecha a los vigilantes y se fue sin permiso. Al omega nunca le había gustado tanto como ahora. Effie suelta algunas frases de reprobación dirigidas a la alfa por su mal comportamiento; la chica la ignora como nunca antes, desviando el rostro hacia la pared en busca de alguna mancha de suciedad. A pesar de la falta de diálogo por parte de la joven, la Beta no le concede importancia y continúa hablando sola. La extravagante mujer empezó a alterarse cada vez más por segundo.
—Estaba molesta — dijo la joven cansada de tanta palabrería a la cual no le prestó atención.
—¡¿Molesta?!— Cantó Effie con un refinado acento— ¿Te das cuenta de que tus acciones nos afectan mucho a todos nosotros? ¡No solo a ti!—. Hacía sonar uno de sus tacones contra el suelo en señal de molestia, mientras apunta a todos como si eso la ayudara a expresar su frustración.
—Quieren una función. Está bien —. Intenta argumentar el estilista de la chica.
Peeta no puede ocultar su sonrisa emocionada.
—¿Qué hay de sus malos modales, Cinna?—. Aún alterada, ella exigió. Parecía que no es el mejor momento para informarle a la mujer que ha roto un bonito jarrón —¿Qué opinas de eso?—. Para agravar aún más la situación, Haymitch entró con una desgana y desinterés de hombre ebrio — ¡Vaya, al fin llegas! ¡Espero que notes que hay una situación grave aquí!
De manera cómica y en un gesto que resulta tanto alocado como perturbadoramente feliz, Haymitch levanta el pulgar en señal de aprobación hacia la chica. Su expresión facial contrasta notoriamente con su temperamento habitual, generando un ambiente peculiar y desconcertante. La joven, por su parte, se regodea en un orgullo evidente, y su satisfacción se manifestaba no solo en su actitud, sino también en la liberación de su aroma, que revela una mezcla de confianza y logro.
—Excelente tiro, mi cielito—. Effie suspira indignada, mientras él se ríe sin tomárselo a pecho —¿Qué fue lo que hicieron cuando le diste a la manzana?.
—Quedaron muy sorprendidos.
La incertidumbre inicial da paso a una sensación de intriga y reflexión en el omega, mientras intenta descifrar los matices de lo ocurrido y las posibles implicaciones que esto podría tener en el desarrollo de los acontecimientos futuros. Pero no encuentra algo que puedan hacer en contra de la joven, ya está en el borde de la muerte, ambos lo están.
—¡Oh!—. Sigue el alfa mayor encantado — Sí. ¿Y qué les dijiste? “Gracias por su consideración”—. Como si fuera un ensayo corista, entonan al mismo tiempo. —¡Genial! Genial —. Termina por decir para dejarse caer en el sillón.
—Yo no creo que les parezca gracioso si los jueces deciden desquitarse.
—¿Con quién?— interrumpió Haymitch. —¿Con ella? ¿Con él? Creo que ya lo hicieron, ¿no crees? Toma algo, afloja el corsé— y luego, con una fuerte intensidad se dirigió a Katniss—. Habría dado lo que fuera para haber estado allí.
La Alfa sonríe finalmente aliviada de tener a una persona de su lado y además que sea tan despreocupada.
—¿Crees que me detendrán? —. Pregunta la alfa.
—Lo dudo. A estas alturas sería un problema sustituirte. No, no creo. No tendría mucho sentido. Tienen que revelar lo sucedido en el Centro de Entrenamiento para que tuviera algún efecto en la población, la gente sabría lo que hiciste; pero no pueden, porque es secreto, así que sería un esfuerzo inútil. Lo más probable es que te hagan la vida imposible en el estadio.
—Bueno, es como dice Haymitch, eso ya nos lo han prometido de todos modos —. No importa la acción que haya llevado a cabo la alfa, ya que en este punto son repudiados por la mitad de los tributos. Aunque la decisión de la chica podría acarrear numerosas dificultades dentro de la arena.
—Cierto —. Corroboró Haymitch.
—Me darán una mala puntuación — Katniss comentó un poco relajada quitando la sonrisa nerviosa que adornó su rostro minutos atrás.
Respecto a la calificación, ¿es probable que le den una muy baja por el desafío impuesto?
—La puntuación solo importa si es muy buena. Nadie presta mucha atención a las malas o mediocres. Por lo que ellos saben, podrías estar escondiendo tus habilidades para tener mala nota adrede. Hay quien usa esa estrategia—. Explicó su estilista, mientras sujeta con mayor firmeza la mano del omega.
—Espero que interpreten así el cuatro que me van a dar — Quiere bromear un poco Peeta — Como mucho. De verdad, ¿Hay algo menos impresionante que ver cómo alguien levanta una bola pesada y la lanza a doscientos metros? Estuve a punto de dejarme caer una en el pie.
El himno del Capitolio comenzó a sonar con una ligera melodía de instrumentos. La foto del primer tributo aparece, y el presentador añade un toque de emoción, generando intriga entre los televidentes. A Peeta, en lo personal, no le interesa mucho la puntuación que hayan recibido los demás tributos; su atención se centra únicamente en la suya propia. Sin embargo, está obligado a observar las calificaciones de los demás, y así se da cuenta de que todos los profesionales han obtenido un rango que oscila entre ocho y diez. Contrariamente, el resto de los tributos ha recibido puntuaciones relativamente bajas, siendo una de las más mediocres un cinco y un tres.
Cuando llegó el momento esperado para el omega, una pausa significativa se apoderó del tiempo, al igual que la voz del presentador, que por alguna razón extraña parece tardar más de lo habitual en mencionar la calificación que había obtenido. La tensión se intensificó hasta que finalmente se escucha la cifra “ocho”. La sorpresa se refleja en el rostro de Peeta, ya que había anticipado una calificación más modesta, quizás un cuatro. Todos a su alrededor lo felicitan y no podía creerlo.
Nadie más de los Vigilantes parecían haber notado su reacción, a excepción de aquellos hombres lujuriosos que, con miradas indiscretas, parecían haberlo analizado más allá de su desempeño en la evaluación. La situación, aunque sorprendente, deja a Peeta con una mezcla de alivio y desconcierto, pues creía que se volvería uno más del montón.
Su alegría se vio opacada cuando el número once se proyectó en la pantalla, y a su costado aparece el rostro de Katniss, quien ostenta uno de los rangos más altos entre los participantes. Este logro seguro atraerá patrocinadores dispuestos a brindar su apoyo de manera generosa.
¡Un once!
Effie Trinket no puede contener su emoción y deja escapar un chillido agudo que resuena en el ambiente. La efusividad se contagia entre los presentes, quienes expresan su alegría mediante palmadas en la espalda, exclamaciones efusivas y felicitaciones ruidosas. La atmósfera se llena de un bullicio festivo mientras todos celebran el éxito que acaban de presenciar.
—Tiene que haber un error. ¿Cómo… cómo ha podido pasar? — preguntó ella a Haymitch, como si el hombre tuviera la última palabra del veredicto.
—Supongo que les gustó tu genio. Tienen que montar un espectáculo, y necesitan algunos jugadores con carácter.
—Katniss, la chica en llamas —. Termina por decir Cinna, para pasar a darle un abrazo. —Oh, ya verás el vestido para tu entrevista.
—¿Más llamas?—. Interroga la alfa confundida y con bastante interés.
—Más o menos — Responde el estilista, con un tono bastante travieso.
Ambos intercambian felicitaciones, aunque la atmósfera se torna incómoda y opresiva. Sin soportar más la tensión, él escapa hacia su habitación en busca de consuelo, a su refugio. A pesar de que se repite que esto es lo que deseaba y que debería sentirse feliz, la incomodidad persiste. La ropa y los olores presentes no son suficientes, lo que lo frustra enormemente. Decidido a encontrar lo necesario para apaciguar a su omega, se levanta muy tarde y se dirige al vestíbulo. Un destello atrae su atención, y descubre un elegante cuchillo de mantequilla, similar al que Katniss había utilizado en los primeros días. La pieza ostenta algunos acabados florales en el dorso, casi como si fuera un cubierto de plata y oro; brillaba tanto, reducía; era perfecto. Sintiendo que sería una excelente adición a su nido, lo toma con la esperanza de volver a sentir la misma comodidad que antes le proporcionaba su nido.
A punto de tomar el trozo de metal, se detiene a escasos dos centímetros, cuando una mano notablemente más grande que la suya sujeta su brazo, impidiendo cualquier movimiento. La desesperación se apodera de su omega, y un agudo chillido escapa de sus labios, expresando la angustia ante la repentina intervención que ha truncado sus planes.
—Cuidado — Haymitch le devolvió la mirada—. No queremos alertar a los de arriba. Podría ser peligroso andar uno de estos sin razón.
—No lo quiero por otras razones, simplemente pensé que era bonito —. Se aventuró a mencionar el omega, mientras susurra un poco para evitar alertar a los demás.
—¿Por eso vas a llevarlo a tu habitación, preciosura?—. El hombre no está ni un poco ebrio, pero su voz sonaba áspera como si acabara de ingerir alcohol.
—Sí, al nido que tú me ayudaste a construir —. Al parecer, el alfa no anticipaba que el omega lo reconociera en voz alta o siquiera lo mencionara. Por ello, el hombre se queda ligeramente sorprendido, con los ojos algo abiertos por el impacto de la revelación. —¿Sabes? Creo que es lindo que quieras consolarme por mi inminente muerte porque soy omega, pese a que todos los demás pensaron lo mismo y no hiciste nada.
La cara del hombre se contorsionó en una fea mueca de rencor y recelo, bastante enojado.
—Cuida tu boca, niño—. El alfa, visiblemente airado, le respondió. Algo en su expresión revelaba dolor; el que albergaba en su interior. Un sufrimiento sin consuelo que se hizo evidente en sus gestos y tono de voz.
Inevitablemente, como siempre en esta vida, Peeta no pudo evitar empatizar con él. Comprendió profundamente el sufrimiento de este hombre que a lo largo de su existencia se había dedicado a guiar a niños hacia una arena de la cual no regresarían, dándoles una esperanza de sobrevivir para que eso no pasara; peor aún, quien vivió fue él. No podría soportar tal pena, y por ello, admira la fortaleza de Haymitch, quien había logrado mantener cierta cordura en medio de tan desgarradora realidad. Fue desgarrador ver que, para preservar su propia salud emocional, el adulto había forjado una coraza que evitaba que los sentimientos se involucraran y lo hirieran por un descuido.
¿Cuántas pesadillas ahogó en el alcohol con los años? ¿Tendría este hombre razones para seguir adelante? Quería averiguarlo antes de irse.
El omega, liberado ahora de sus parches, esparció su aroma para calmarlo y enseguida logró calmar el estado del alfa, naturalmente.
—Si tan solo me dejaras—. "Completar el vínculo". Las últimas palabras no fueron pronunciadas, pero el alfa es lo suficientemente perspicaz como para entender el significado completo de la frase.
Peeta murmuró leves maldiciones mientras observaba esas facciones sorprendentemente similares a las suyas. La insinuación parecería lógica; Haymitch atravesaría el duelo de la manera adecuada, mientras sus hormonas se estabilizaran y sus instintos permanecerían calmados durante su vida.
Generalmente, los vínculos trascendían lo imaginable y podían desarrollarse entre individuos de cualquier índole, generando un profundo sentido de seguridad que induce a las personas a sentirse relajadas. Cuando este lazo se quiebra por la muerte de alguno, experimentaban un tirón en el pecho, dejando un vacío que con el transcurso del tiempo se va colmando. En un inicio, perder a un amigo, un compañero, un vínculo te deprimía y, si tenías mala suerte, te mataba de tristeza literalmente. Fue la intervención del Capitolio que suavizó las cosas para las dinámicas, hasta cierto punto.
Haymitch lo necesitaba. Al menos algo así calmaría la soledad emocional que se había formado al presenciar la muerte de tantos. Compartirían la pena y, cuando Peeta muera, se llevaría consigo el dolor del hombre. La idea de establecer ese vínculo se presenta como una posible solución para mitigar la pesada carga emocional que ambos llevan. Pero él no quería.
—Cierra la boca, muchacho, crees que lo entiendes, pero no. Sólo cállate— le dijo enojado.
La frustración era poco para definir su sentir; deseaba ayudar, pero cuando alguien no quiere, no importa lo que hagas, no podrás. Aparentemente, cuanto más percibía el alfa que intentan ayudarlo, más se cierra en sí mismo y menos permite recibir asistencia. Daba la impresión de que, para protegerlo de todo, sería necesario que él mismo no se dé cuenta de que están tratando de ayudarlo. Le recuerda a algo o alguien. La paradoja reside en la necesidad de brindar apoyo sin que él sea consciente de ello para alcanzar dicho objetivo, a Peeta le surge una idea.
—A partir de ahora ya no quiero que nos entrenen juntos a Katniss y a mí.
Había cierto grado de lógica en la petición: ambos serían contrincantes, por lo que trabajar juntos eventualmente sería contraproducente en el mejor de los casos, a menos que decidieran formar una alianza, algo a lo que, al parecer, nadie se había arriesgado a pensar. De todos modos, tendrían que enfrentarse a la situación de matarse entre sí para sobrevivir, lo que los convertiría aún más en parias al regresar al distrito doce. Cualquier otro habría aprovechado cualquier oportunidad para tomar ventaja que se le presentara. Podía usar la tapadera para encubrir su verdadero plan con eso.
Haymitch lo miró con ojos conocedores, analíticos, sabiendo que por lo que parecía jamás lograría ocultarse algo. Hay traición, hay asco, hay rencor, pero, por sobretodo, hay reconocimiento. El alfa parecía contrariado. Fue la ira lo que lo protegió de las peligrosas decisiones de Peeta.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, corazón, porque odiaría creer que eres otro más del montón.—. El alfa sujetó el rostro de Peeta con firmeza, abarcando parte de ambas mejillas. Podía sentir la presión antes de que lo soltara con evidente enojo, como si más que frustración, la derrota se manifestara en el gesto brusco.
Sin dar oportunidad para una respuesta, el hombre se marchó velozmente.
El joven tributo varón, no albergó resentimientos por esa rápida partida. En su interior, un sentimiento de comprensión se entrelaza con la resignación, aceptando la naturaleza apresurada de la salida del alfa. A pesar de la brevedad del encuentro, la ausencia de molestia revela una conexión peculiar, como si ambos compartieran un entendimiento mutuo que va más allá de las palabras expresadas o los gestos visibles. Y Peeta, tan solidario, se consoló con eso, preguntándose cómo enfrentaría esta decisión mañana, cuando se lo dijeran a la Alfa.
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Travesía De Un Corazón Omega: Omega En La Revuelta
Ciencia FicciónPeeta Mellark, un omega valiente, se adentra en los despiadados Juegos del Hambre número 74° convencido de que su destino es la muerte. Sin embargo, su determinación de morir da un giro inesperado cuando la presencia y la fuerza de Katniss Everdeen...