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Con la mente agotada, suplicaba en su interior que su mente cesara de dar vueltas, que expresara con palabras lo que sentía y liberara toda la frustración que había mantenido en silencio. A pesar de sentir desánimo y enfrentar la amenaza de volverse uno más del montón, logró recuperarse a tiempo. La vuelta a la realidad lo agotó, pero al menos lo sacó del peligro que significaba un subespacio. Aun habiéndose perdido varios eventos externos que le habrían ayudado a entender lo que estaba pasando, supo que se dirigían a la estación del tren, situada al lado del edificio de la justicia, por lo poco que logró rescatar del panorama.

El lugar estaba abarrotado de periodistas, con trajes extrañamente ordenados, sin el mínimo roce de guijarros manchando la pulcritud. A pesar de tanta formalidad, se movían como animales hambrientos con la baba escurriendo de su boca en espera de información. Peeta estaba bastante abrumado, por lo que intentó no parecer tan afectado una vez que fue consciente de los espectadores. No obstante, no logró su cometido a juzgar por las miradas depredadoras de los hombres y mujeres que trataban de entrevistarlo. Una sonrisa se extendió de manera involuntaria, como si no soportara todo el acto, pero esta expresión estaba tan congelada que resultaba triste. La desesperación transformó la mueca en angustia como solo reflejaron un rostro manchado en lamentos, similar a un bebé llorón. Quiso tratar de hacerse el fuerte de nuevo, pero drenado de toda esperanza decidió que no le importaba y les permitió una imagen de primera mano con él sollozando.

Se encontraron esperando algunos minutos en las puertas del tren, con los voraces avances tecnológicos queriendo morderles la cara, como así se sentía estuvieran siendo apuntados con una cámara en el rostro, hasta que pudieron entrar, dejando atrás la horda. Una vez dentro, el tren partió a gran velocidad desde cero, causando una ligera desestabilización en los pies del adolescente, la cual corrigió en cuestión de segundos tan rápido como comenzó; el tren tenía la capacidad de moverse a cuatrocientos kilómetros por hora. Tan efímero sería el viaje que el tiempo previsto sería de únicamente un día; deseó que durara más para no tener que enfrentar su destino jamás.

El paisaje era tan hermoso que le gustaría pintarlo si ésta fuera otra situación, sí, podría contar con una de esas cámaras para capturar el momento, amaría esa vida. Las montañas contaban historias, pero vacío como empezaba a sentirse, de alguna forma no sentía la emoción surgir de su pecho para pensar en una, sus pensamientos huecos.

La gente del Capitolio no era tan malintencionada como la gente de los distritos pensaba, aunque fuera de una forma superficial. Hoy, cuando conoció a Effie, solo pudo ver a una mujer alegre que, en ocasiones, no lograba percibir los privilegios con los que le tocó vivir. No la hacía malvada; ingenua, sí, pero no malévola. Mientras los dirigía a las habitaciones para arreglarse, ella hablaba de cosas tan triviales que iban desde un adorno bonito hasta las maravillas que les esperaban. Con ese comentario, le fue imposible no pensar que el único precio que debían pagar para obtenerlo, era su vida.

La habitación en la que fue dejado era un completo espectáculo visual, tan espaciosa que creyó que su casa sería un juguete al lado de ella. Con tantos lujos, le daba miedo tocar algo y que se cayera al suelo, no sabía muy bien cuales eran los castigos por eso aquí, debía tener cuidado.

No quedaba corto decir que el edificio de Justicia quedaría opacado por el aspecto lujoso de su habitación. Lo primero que hizo fue descubrir los secretos guardados detrás de tantas puertas, encontrando así el baño. Al verlo, le fue inevitable pensar en lo extraño que se siente ser el único usándolo. En casa, tendrían que turnarse si quisieran usarlo. En el resto de la habitación, había un vestidor y un dormitorio que lo hicieron sentir distanciado de cada cosa ahí; era un desapego diferente al que sentía en casa con tantos lujos y espacio. Quiso bañarse y quitar todas sus penas, pero por desgracia, como siempre, el agua le quedó tibia porque no sabía cómo medir la temperatura; nunca tuvo el privilegio de bañarse con agua caliente a menos que la hirviera, y eso era un desperdicio de tiempo, pero el agua fue lo suficientemente caliente para hacer que sus músculos se relajaran de la tensión acumulada; lo tomó como una victoria. Al salir, se conformó con la única ropa que había en su vestidor: una camisa gris de botones que abrochó con cuidado hasta el último de ellos para cuidar su imagen, en caso de que Effie fuera igual que su madre; además, se colocó unos pantalones del mismo color.

Travesía De Un Corazón Omega: Omega En La RevueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora