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En todo el Distrito 12, sin importar tu origen, al cumplir una edad oscilante entre doce y dieciocho años, debías cumplir tu deber como sacrificio siendo elegido como tributo en los Juegos del Hambre. Cada año acumulabas papeletas, lo que significaba que a los trece, tu nombre aparecía dos veces y así sucesivamente por año. Cuando llegabas a los dieciocho, tu nombre debía estar en la urna al menos siete veces. A quienes la suerte abandonaba, se veían en la obligación de pedir una tesela que les ayudaría a alimentar a sus familias, con la trampa de duplicar o triplicar el número de veces que salían sus nombres, aumentando el peligro de ser seleccionados, como en el caso de Gale y Katniss.

Cualquiera podía ser elegido, aun con las posibilidades a favor. Hubo un año en que la hija del alcalde fue elegida; no hubo soborno capaz de cambiar el resultado y ella murió.

Sin embargo, como hijo de comerciantes, no habría esperado tener posibilidades de ser cosechado; no podía ser elegido, solo aparecía cinco veces. Además, había una peculiaridad en el Distrito 12 que se cumplía desde la creación de los subgéneros: jamás había sido enviado un Omega a la arena.

Muy ingenuo de su parte confiar tan ciegamente en eso, aun así,  objetivamente no era conocidos por salirse del molde, y se confió. Tan apegado a la fe de que esa ley no escrita siguiera en vigencia, de la creencia de que estaría a salvo, bajó la guardia, sin esperar ni por un segundo que esa seguridad le sería arrebatada de la forma más despiadada.

—¡Peeta Mellark!— Se burló en una cacofonía de ecos la voz cantarina de la dama del Capitolio.

Hubo un patético y absurdo momento en que no sabía de quién hablaban, hasta que los ojos familiares y conocidos se posaron sobre él, esperando, y pensó tontamente: "Yo, ese soy yo", sin llegar a creerlo.

Tal vez, por alguna confusión breve, su nombre fue malinterpretado, o estuvo tan distraído y en las nubes que se terminó equivocando, es decir, fue demasiado rápido como para escuchar bien. Él no era el nuevo tributo masculino; un omega. Excepto que sí, lo era. El apellido heredado de su padre se volvió inconfundible, un apellido relacionado con la panadería porque venía de una familia de panaderos. Ahora, no hubo espacio para las dudas, había sido elegido.

Ante las miradas, se sintió cual cerdo directo al matadero, lo que lo hizo darse cuenta de que estaba muy asustado. Prácticamente estaba petrificado, sentía un miedo asentado en el fondo de su vientre de forma tan incómoda y similar al ardor del hambre que no se pudo mover, o bien, similar como cuando cometía un error en sus deberes, como tirar accidentalmente la masa del pan por un descuido, lo que formaría un ambiente tenso y trémulo, capaz de parar las actividades de cada miembro de la familia. Su madre entraría en una etapa histérica, en la cual desquitaría el enojo con palabras hirientes o empujones no "intencionados" hacia cualquiera que se cruzara en su camino culpándolo a él. De alguna forma, el silencio de lástima compartido entre sus hermanos y padre después de cada vez que pasaba, le recordaba mucho al que estaba recibiendo ahora.

No sabía por qué, pero la necesidad de buscar a sus hermanos se hizo evidente, esperando de algún modo ver la espalda de alguno, o al menos la del que aún tiene la edad para la cosecha yendo al escenario, imitando el acto de amor fraternal de las dos niñas.

Por un momento, fue aquel niño que daba brincos ante el más mínimo problema, esperando que uno de sus hermanos lo tomara en brazos para acurrucar su cabeza cerca del cuello; un acto que su progenitora siempre le había negado experimentar. Sus hermanos, bien crecidos en el centro, se habían resignado a tener un omega pero no a mimarlo, en cambio, en lugar de consuelo, un empujón lo haría caer al suelo sin falta ante el mínimo lloriqueo.

Peeta sabía que no se estaba ayudando a sí mismo pero, inherente a las emociones que podrían servirle de autoayuda, necesitaba con urgencia la campana que lo salvara e imaginó por primera vez ser partícipe de un hecho histórico en el doce, en el que sorprendentemente los Mellark y Everdeen fueran protagonistas. Serían conocidos como familias tan opuestas entre sí, pero unidas con un único fin: proteger y preservar a su familia. Casi podía ver la mano alzada de sus hermanos gritando y repitiendo las mismas palabras como sinsajos "me ofrezco como tributo".

Travesía De Un Corazón Omega: Omega En La RevueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora