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Peeta siempre había sido capaz de eludir la realidad. Cada vez que una situación desfavorable ocurría a su alrededor, su mente trabajaba para sacarlo de ese escenario, como un sistema de autodefensa. A veces, se refugiaba en un lugar creado por su mente para protegerse. Sin embargo, también era común que durante estos episodios su atención se fijara en cosas a su alrededor, como las grietas en el tronco de un árbol, la imperfección en la barba de alguien o el sonido del agua corriendo. De cualquier manera, terminaba sin saber qué había pasado durante ese tiempo.

Era fácil pensar que quería impregnar en su memoria todas las aventuras que podría haber tenido en el distrito doce, si no fuera por lo encarcelado que se sentía en su propio hogar a causa de su madre. Las únicas actividades permitidas para él eran ir a repartir pan. Pero estaba bien, porque al menos por un momento podía sentir el viento fresco chocar contra sus mejillas, podía escuchar a la naturaleza y, perderse en una densa neblina fantasiosa de que todo era mejor y a pesar de estar en un escenario sangriento, jamás en su vida se había sentido tan en paz consigo mismo.

Fue en esos momentos cuando todo a su alrededor comenzó a cobrar más vida de lo necesario. Podía escuchar cada sonido provocado por la naturaleza a un volumen superior, lo que hacía que su mirada se volviera temerosa ante la posibilidad de que estos sonidos fueran producto de algún tributo cercano. Ante este nuevo temor, sus pasos se volvieron cortos y cuidadosos.

Sus pies quebraban ramas secas que se desmoronaban en la tierra. Por un instante, su corazón se detuvo ante la posibilidad de encontrarse con Katniss. Desconocía su ubicación, y aunque eso le daba una ventaja, también era arriesgado dejarlo al azar. Temía encontrarla accidentalmente.

La idea de enfrentarla lo llenaba de pavor, consciente de que tal descubrimiento podría desencadenar situaciones imprevistas y peligrosas. Era fácil tomar los hilos y mover todo a su antojo cuando ella no estaba, pero su tempestuosa presencia lo haría dudar, además de que sería bastante difícil lidiar con las consecuencias de las palabras y acciones descuidadas de la Alfa.

La inquietud de Peeta no se apaciguó durante un largo período de tiempo. Las constantes exclamaciones de Glimmer sobre el baño de sangre resonaban en su mente, creando una sinfonía de terror que parecía interminable. Hablaba de cómo los tributos lloraban antes de morir, cómo exclamaban por piedad que se les negaba con crueldad. Cada palabra, cada detalle, se grabó en la mente de Peeta, alimentando su imaginación para torturarlo.

El omega se encontraba en un estado de trance, perdido en sus pensamientos y en las horribles imágenes que Glimmer evocaba. Los gritos, el impacto de la carne, podía sentirlos; sólo que en esta ocasión odiaba como su imaginación lo llevaba a tener miedo. La realidad parecía distorsionarse a su alrededor, y solo volvió cuando la chica se acercó a él.

Ella, movida con una familiaridad que no compartían, rodeó su brazo sobre sus hombros como si fueran viejos amigos. Pero esa cercanía solo servía para recordarle la dura realidad de su situación, este era veneno disfrazado de caramelo, era bueno no ser tan ingenuo como ellos creían. Peeta dejó que la joven lo tratara como un pequeño muñeco con el cual se podía divertir hasta agotar energías.

Si en algunas ocasiones los juguetes presentaban fallas, eran desechados al perder su utilidad, excepto que en la arena el juguete se convertía en un jugador de carne y hueso, el día que decidieran su repudio sería su final. Peeta esperó con ansiedad el momento exacto para librarse de la joven Beta. La chica de cabello rubio ocasionó un escándalo digno de una niña caprichosa, quejándose de lo calmado e imperturbable que llegaba a ser el Omega. Los constantes gritos de Glimmer comenzaron a molestar a Clove, quien en varias ocasiones la hizo callar por algunos segundos antes de que comenzara de nuevo con la rabieta.

Travesía De Un Corazón Omega: Omega En La RevueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora