NOCHE 11

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Mikoto detestaba lavar ropa, siempre tenía que subir la terraza y hacerlo como todos los demás, como buenos vecinos se turnaban los días de lavandería, a Mikoto le tocaban los domingos porque se la pasó haciendo favores para obtener ese día, pero hubiera preferido no hacerlo, los domingos solo quería dormir durante todo el día y olvidarse del trabajo y de los problemas de sus amigos que parecían no tener fin.

Era depresivo el hecho de que no había tenido problemas propios por mucho tiempo.

-Tengo muy poca ropa, deberíamos ir a comprarte algo que te quede bien.- Le dijo mientras sumergía las manos en el agua fría para limpiar su ropa, Minato había comenzado a tenderla. - aunque no creo poder conseguirte ropa Guchi.

-Me gusta tu ropa. Es perfecta para ser una persona cualquiera.- Dijo Minato. -Compra ropa que te quede y yo la usaré, si me voy entonces te quedarás con esa ropa y harás un gasto innecesario.

Mikoto asintió.

No le molestaba gastar su dinero en ropa para Minato, en realidad hacía tiempo que no compraba algo y estaba un poco ansioso por salir y ver el mundo, su trabajo como fotógrafo ocasional lo había absorbido durante un tiempo y ahora no recordaba del todo como se veían las cosas directamente del ojo humano y no del cañón de la cámara.

A, también le gustaba como se veía Minato con su ropa Gucci, demasiado elegante y hecha a la medida para él.

-Al parecer te gustan mucha cosas de mi.— Dijo sin pensar.

-Lo mismo digo.- Minato apenas giró para mirarlo. -¿o es mi imaginación? Quizás sea eso.

Enfocó su mirada en la delicada figura del omega, bien, pocas veces veía a un chico tan lindo y cuidado como una obra de arte, porque el omega era una persona que parecía vivir entre lujos y dinero, no en un departamento sucio de un solo ambiente, podría destacar en cualquier lado con tan solo una mirada de sus ojos y cabello oscuros.

Era normal sentir algo de atracción por una persona así, y más cuando la persona se movía con elegancia para presumirse a sí misma.

Mikoto sacudió la ropa mojada y la lanzó a un lado.

Pero cada que Mikoto pensaba en el atractivo de Minato enfocaba su mirada al pequeño bulto y recordaba al ingeniero que le prohibía pensar más sobre el tema.

Para su mala suerte Minato lo notó esa vez y soltó un suspiro fastidiado dándose la vuelta para darle la espalda.

-Ja, tranquilo sigues siendo apuesto. Solo que imagino los pequeños ojos de ese bebé diciéndome que no mire así a su papá.

-Ni siquiera se le han formado los ojos.— Balbuceó Minato con molestia.

Mikoto tan solo sonrió mientras continuaba lavando ropa.

Terminaron rápido, en tan solo un par de horas todo estaba listo y esperaban a que el viento y el sol secara toda el agua y la humedad, prefirió quedarse en la terraza ya que la semana anterior un chiquillo había usado una de sus camisas para limpiar el suelo cubierto de tierra gracias a la maceta que había tirado.

Así que, si bien confiaba en sus vecinos no confiaba en los hijos de estos.

Así que solo se mantuvieron ahí, mirando a la ciudad y los edificios que se alzaban más altos y más bajos frente ellos, con el sol quemándoles las cabezas y el viento refrescando el ambiente.

El sonido de la ciudad no llegaba a sus oídos gracias a lo alto, por lo que era tranquilo.

Y era algo que Mikoto amaba, después de años y años de vivir en la ciudad estaba fatigado de esta, quería regresar a la casa de cuando era un niño, un lugar rural donde había mucho espacio para correr y jugar, donde su hermana y él pasaban sus días tranquilos.

Suspiró.

-Cuando llegue a esta ciudad solo podía pensar que era muy callada.- Murmuró Minato mirando hacia la interminable calle. — El avión también lo era.

-¿Llegaste hace cuatro meses?— preguntó Mikoto mirándolo de reojo. —¿Realmente te parece callada?

Minato asintió.

-El lugar donde vivía siempre estaba lleno de gente, las personas incluso se empujaban y podía escuchar miles de conversaciones. Había muchos aromas… era fácil perderse porque los edificios eran tan altos que formaban laberintos…

Mikoto dio un pequeño suspiro a la par de  Minato.

No podía dejar de imaginar al joven chico andando por las calles atestadas, buscando entre los comercios o tan solo quedándose en medio de esos laberintos, Mikoto se preguntó si Minato no solía perderse en ellos, y no pudo preguntar porque sus labios estaban sellados.

Así que… el lugar que añoraba el omega era completamente distinto al que añoraba Mikoto, su casa donde lo único que hacía ruido era su familia o la madera vieja, o los pájaros y el aire.

-El lugar donde vivía siempre estaba en silencio. Dijo Mikoto con suavidad. —Siempre se veían las estrellas o cuando atardecía el cielo se pintaba de colores. El pasto parecía estar en llamas cuando eso pasaba... por eso le pedí una cámara fotográfica, para guardar mi mundo.

Minato se recargó sobre el hombro de Mikoto, apenas un gesto que encendió algo dentro de él, algo cálido.

-Me gusta como hablas.- Dijo Minato sin mirarlo directamente. -Ojala solo dijeras cosas así y dejarás de lado las idioteces.

Oh…. Vaya halago.

-También me gusta que no digas idioteces.— Respondió dejando caer su cabeza sobre la de Minato. Bajó la mirada encontrándose con las delicadas manos del omega y tomó una de ellas para observarla. Entonces se dio cuenta. —¿Qué haces con ellas?

-Pinto.- murmuró Minato extendiendo sus dedos. -Ya no tengo mis materiales, pero sigo pintando.

-¿Dónde quedaron tus pinturas?

-Se perdieron en el laberinto.

RELEASE [MikoMina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora