Capítulo 20

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Las sombras de la habitación parecían oscurecerse aún más mientras ella cruzaba los brazos sobre su vientre hinchado. El resplandor tenue de la lámpara apenas iluminaba el rincón donde se encontraban, creando sombras que bailaban en los rostros de ambas.

El vientre de Jennie, redondeado por la creciente vida que albergaba, era evidencia tangible de los cambios que su familia estaba experimentando.

—¿Realmente piensas que es aceptable? —se cruzó sus brazos sobre el vientre abultado, mirando fijamente a su esposa — ¿Realmente piensas que estoy disfrutando de este embarazo por mi cuenta? — espetó, sus ojos buscando desesperadamente algún signo de empatía en el rostro de la pelinegra —, necesito más de ti, más apoyo, más atención.

La pelinegra la miró con indiferencia, como si sus palabras fueran poco más que un zumbido molesto en sus oídos. 

—No sé por qué dramatizas tanto esto, Jennie. La gente tiene hijos todos los días. No es nada del otro mundo — esa respuesta encendió la chispa que ardía en su interior —. Además yo te veo perfectamente, no veo que necesites de mi, para mi, estas más que bien.

—No se trata solo de estar bien. Se trata de estar juntas en esto, de ser parte de cada momento, de comprender lo que significa para mí. Pero tú estás ausente, como si mi embarazo fuera una carga que prefieres ignorar.

Silencio. Un silencio que gritaba más fuerte que cualquier palabra pronunciada. Se acercó un paso, su expresión reflejaba una mezcla de tristeza y enojo. 

—No puedo hacer esto sola. Necesito que estés aquí, que compartas este momento conmigo. Este es nuestro hijo, ¿no te importa en absoluto?

Las palabras de Jennie colgaron en el aire, resonando. Lisa finalmente la miró, el tono de su voz, frío y despectivo, la golpeó como una ráfaga de viento helado, la pelinegra se puso de pie con brusquedad, sus ojos mirándola fijamente. 

—No puedo entender por qué te quejas tanto. ¿Qué esperabas? ¿Que me convirtiera en un tonta sentimental solo porque estás embarazada? La vida continúa, Jennie. Aprende a lidiar con eso.

—¡No te importa nada!, ¡ni siquiera el hecho de que llevo tu sangre en mi interior!

Las palabras resonaron en la habitación, dejando un silencio incómodo. La castaña sintió un nudo en la garganta, luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer. En ese momento, la realidad de su soledad se manifestó de manera dolorosa, como un puñal clavándose en su corazón.

Contempló las escaleras que se extendían frente a ella, una serpiente de madera que conducía hacia el abismo de lo desconocido

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Contempló las escaleras que se extendían frente a ella, una serpiente de madera que conducía hacia el abismo de lo desconocido. Sus manos, temblorosas, agarraban con fuerza la barandilla, mientras sus ojos reflejaban la desesperación de un alma abandonada.

Las lágrimas seguían el rastro de sus mejillas y se perdían en la oscuridad de la noche. ¿Cómo había llegado a este punto? Su esposa, que alguna vez prometió amarla en las buenas y en las malas, la había relegado al rincón más frío de su existencia.

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