Capítulo 23

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Se encontraron en un rincón discreto de la ciudad, donde las luces de los autos apenas iluminaban el espacio. Sus miradas se cruzaron, y sus sonrisas cómplices se formaron de inmediato.

—Vaya, no creí volver a verte —murmuró la princesa, su voz un suspiro cargado de anhelo —, pensé que nuestra historia ya había llegado a su fin. Que cada una seguiría su camino.

Ella asintió, sin apartar la mirada, reconociendo la verdad de sus palabras.

—Pero no puedo seguir lejos de ti. La conexión que compartimos es más fuerte de lo que nunca imaginé. Y ha sido imposible recordar lo segura que me sentía a tu lado, y no puedo vivir al saber que estás lejos de mi, Lisa.

La complicidad de dos amantes que, a pesar de las circunstancias, no podían negar la atracción que los unía.

—No estamos destinados a tener un amor convencional —dijo la menor, sus ojos reflejando la resignación de un destino que no podían cambiar.

—Pero eso no significa que no podamos tener lo nuestro —respondió ella, su voz cargada de deseo —, tu me haces sentir amada, valorada y no me importaría si estoy pecando, si he de ir al infierno y arder por la eternidad pues lo acepto, pero mientras me gustaría arder junto a ti, aquí en el mundo terrenal.

La princesa la tomó entre sus brazos, sellando el pacto que compartían. En medio de la oscuridad, sus labios se encontraron en un beso que reavivó la chispa que se había intentado extinguir.

En la oscuridad del palacio, la castaña experimentaba las oleadas de dolor y emoción a la vez al saber lo que las punzadas de dolor significaba

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En la oscuridad del palacio, la castaña experimentaba las oleadas de dolor y emoción a la vez al saber lo que las punzadas de dolor significaba. Sin embargo, la tensión aumentaba a medida que la princesa, ajena a lo que ocurría, tenía la esperanza a que su esposa apareciera, sin saber que la pelinegra permanecía inaccesible, sin responder a las llamadas desesperadas del personal del palacio.

El personal, consciente de la urgencia de la situación, tomó la decisión de llevar a la princesa al hospital cercano, donde recibiría la atención necesaria.

Mientras la castaña era trasladada al hospital acompañada por el personal del palacio, la pelinegra continuaba inalcanzable. Su teléfono sonaba una y otra vez, sin respuesta.

Los dolores del parto envolvían a la princesa mientras su mirada, llena de desesperación, buscaba encontrarse con la de la de su esposa, que aún no había llegado. El personal del palacio intentaba en vano contactarla, pero fueron inútiles los intentos.

El mayordomo, tomando la decisión de llamar al palacio donde residía el rey, quienes atendieron la llamada se encargaron de llevarle la noticia al rey, pues su esperado nieto ya iba a llegar al mundo.

A pesar de la ausencia de la princesa, la castaña mantenía la compostura, aferrándose a la fuerza interior que la guiaba en ese momento crucial. Los médicos  la alentaban, mientras el eco de las contracciones llenaba la estancia.

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