Capítulo 33

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Avanzó por los pasillos del palacio con pasos vacilantes, su corazón aún más pesado que antes. Cada paso parecía hundirla más en la oscuridad de su desesperación, mientras el eco de sus propios sollozos resonaba en los muros silenciosos del palacio.

Finalmente, llegó a la habitación de su hijo, donde la luz suave iluminación alumbraba el lugar. Pero ninguna cantidad de luz podía disipar la sombra que se cernía sobre su corazón, ni detener las lágrimas que brotaban de sus ojos con una intensidad abrumadora.

Su respiración agitada y sus ojos vidriosos reflejaban la tormenta emocional que la consumía. Pero al acercarse a la cuna, encontró la desoladora realidad: una cuna vacía. El pequeño que una vez había llenado de alegría ese espacio ahora ya no estaba.

Tomo entre sus manos la manta que aún estaba llenando la cuna, una manta que le recordaba a gritos lo que perdió.

Un grito de angustia escapó de sus labios, un sonido desgarrador que resonó en los confines de la habitación. Se dejó caer de rodillas junto a la cuna vacía, sus manos aferrándose con desesperación a los barrotes mientras lágrimas amargas inundaban su rostro.

-No, no puede ser -murmuró entre sollozos, su voz quebrada por el dolor abrumador -. ¿Qué hice?, ¡¿Qué hice?! -se reprochó.

Gritó al cielo, su voz llena de furia y desesperación mientras luchaba por comprender sus consecuencias que la había despojado de su familia. Cada respiración era un tormento, cada latido de su corazón era un recordatorio punzante de la pérdida que había causado.

Lágrimas de agonía seguían fluyendo sin cesar, su llanto llenaba la habitación con una melodía de tristeza insondable. Se agarró el cabello con las manos, como si pudiera arrancar el dolor de su pecho junto con cada mechón que se le escapaba entre los dedos.

-¡Vuelve! ¡Por favor, vuelve! -gritó, su voz se desvanecía en un susurro ahogado por el dolor -. Vuelve Jennie.

En medio de su agonía, se hundía más y más en la oscuridad de su dolor, la realidad de su pérdida se hizo más aplastante que nunca, envolviéndolo en una agonía que parecía no tener fin.

Se levantó con esfuerzo, su cuerpo tembloroso y sus ojos enrojecidos por el llanto mientras abandonaba la habitación de su hijo. Cada paso que daba era como una carga pesada sobre sus hombros.

Finalmente, llegó a la habitación que le pertenecía a la castaña, donde los recuerdos aún flotaban en el aire como un eco. Pero ahora, esos recuerdos solo servían para profundizar el dolor que la consumía por dentro.

Lisa abrió la puerta con manos temblorosas, revelando el interior de la habitación que una vez había sido la testigo de un nuevo comienzo. Pero ahora, cada rincón estaba impregnado de la ausencia de su esposa, un vacío palpable que la envolvía como una sombra.

Se dejó caer en la cama deshecha, su cuerpo temblando con el peso abrumador de su dolor. El aroma familiar de la castaña aún estaba impregnado en las sábanas, pero ahora solo servía para recordarle lo que había perdido, lo que ya no estaba allí para abrazar.

Cerró los ojos con fuerza, tratando en vano de bloquear el torrente de emociones que la invadía. Pero el dolor seguía ardiendo en su pecho, consumiendo cualquier rastro de esperanza que pudiera haber quedado en su corazón destrozado.

-Mi reina - susurró con voz entrecortada, como si esperara que su esposa aún pudiera escucharla -Te necesito aquí, a mi lado. Por favor regresa.

Pero solo el silencio le respondió, un silencio tan profundo y opresivo que parecía llenar toda la habitación. Y en medio de esa oscuridad, se sintió más sola que nunca, atrapada en un mar de desesperación del que no había escape.

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