4. Expuesta.

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Melissa Dagger

Faltando unos 50 metros para llegar al portón de la hacienda, le entregué a Luis una libreta que contenía las rutas por las que hemos estado trabajando, también había en ella los datos de los cargamentos que siempre recibimos. Si algo salía mal, un solo número estaba fuera de lugar, un gramo estaba faltando, se debía cancelar todo porque conmigo no había negocios mal hechos, entonces Luis estaba encargado de ir revisando cada uno de estos datos mientras yo le dictaba lo que veía. También me gustaba tomar en cuenta la hora en la que llegaban mis clientes, como se presentaban y con quién, porque me encantan los detalles, los detalles me hablan mucho.

—Luis, ¿A qué hora se acordó la entrega de hoy? — Pregunté faltando unos 15 metros.

—A las 15:16pm mi señora y ya son las — miró su clásico reloj de mano— las 15:10pm.

—Perfecto ¿Mi seguridad? — Este señaló con su dedo índice el portón de la hacienda frente a mí, y puede ver a ocho hombres vestidos de negro en sus trajes semi formales, que estaban abriendo pasó para mi entre los tubos de metal.

Una pequeña sonrisa se formó en mis labios cuando los vi, porque se veían de terror. Antes de bajar del auto pinte mis labios de rojo con el labial que siempre tenía para esta ocasión. Al poner un pie sobre el suelo rocoso uno de los hombres tomó mi mano para ayudarme a bajar y lo miré de arriba abajo, pero este no mostró ni una pista de debilidad. Eso me gusta. Al instante Luis estaba a mi lado derecho, tres hombres estaban frente a nosotros, tres estaban detrás y dos estaban de cada lado. Comenzamos a caminar hacia la entrada de la quinta y yo estaba esperando a que los clientes estuvieran en la sala principal, como era de costumbre.

—15:16pm mi señora —. Informo Luis, y al instante los tres hombres delante de nosotros atravesaron la puerta principal llegando a la sala, unos segundos después escuché en mi auricular la señal para entrar y supe que era mi turno.

Entré junto con Luis y los tres hombres que teníamos detrás, mientras los otros dos se quedaron en la puerta vigilando. Inspeccione la sala con la vista, aun estando segura de que mis hombres ya lo habían hecho. Entonces pude ver a dos clientes sentados en mis sofás de cuero blanco con los pies sobre la mesita de vidrio, a pesar de notar mi presencia no tuvieron la descendencia de comportarse, además de que no recordaba sus rostros. Esto no me gusta para nada.

—Bajen los pies de ahí —. Ordene seca. Y estos se pusieron en pie con pereza.

Entonces apareció en la sala un cliente más, que seguramente venia del bar ya que traía consigo una botella de whisky en la mano y tres vasos de vidrio pequeños. Cruzamos miradas y pude ver el nerviosismo en sus ojos, pero no le tomé importancia a eso, si no al hecho de que pensaban que estaban en su casa, y no era así. Voltee a ver a Luis y este me entendió al instante. Fue y agarró al hombre de la nuca con suficiente fuerza como para hacer que este caminara doblado hacía adelante, y lo empujó sobre el sofá. Me acerqué, le quite la botella de whisky y la lleve a mis labios dejando que el fuerte y caliente líquido inundara mi boca y ardiera en mi garganta, le quite los vasos y se los entregué a Luis. El hombre estaba asustado y los demás solo permanecían quietos, quizás con la esperanza de que no los viera a ellos.

—Esta es mi casa, y este es mi whisky, nadie te dio permiso de ir al bar y tomarlo —. Hablé con lentitud, pero este no dijo nada y yo solo me alejé.

—Entonces ¿Qué tenemos hoy? — Luis se puso a mi lado estando atento a lo que yo le dijera, y uno de los clientes empezó a hablar primero, el que parecía no tener dinero para comprarse un traje de su talla.

—Señorita Melissa, quiero 200 kilos de su calidad —. Hizo una estúpida reverencia y no me mostré afectada por eso.

—¿Tan poco?— Levanté una ceja

Uno De TresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora