IV ★ Trucos de magia fallidos

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Durante la semana, Jaede no volvió a buscar a Jesús, no hasta antes del siguiente wizgye (sábado), porque sólo se “presentaron como se debe” y ella se marchó adonde tenía sus cosas.
«Olvidamos acordar la hora para vernos», pensó la bruja.
Caminaba por la calle Servando Canales, a poco más de dos cuadras de donde se encuentra el trabajo de Jesús. Como nadie la veía no sentía vergüenza de caminar dando saltitos, haciendo que su túnica oscilara, casi arrastrándose en el caliente asfalto. Le gustaba que en esta ciudad podía caminar sin que la empujaran, la pisaran o la hicieron sentirse pequeña, no obstante, aquí no era así, al menos no en las calles que transitaba buscando a Nereida. Sin duda aquí era muy diferente; el pueblo Wow era muy distinto a comparación de Ciudad Mante.
Y respecto al clima también, eran muy distintos. Allá en la región de Rowlkieng apenas comenzaba el deshielo, sin embargo, el calor aquí llegaba a ser insoportable. Jaede no siempre llevaba su sombrero, pero aquí casi nunca se lo quitaba durante el día. Las túnicas sin mangas se le estaban haciendo costumbre, junto con los zapatos abiertos.
Siendo hoy zahataíd (viernes), no hubo visto a Jesús desde el wizgye. Aquel chico que conoció hace una semana, aquél que, sabe Güoh por qué, podía verle. Y con el cual hizo algún tipo de alianza para buscar a Nereida, él le ayudaría de buena gana, y sin pedir nada a cambio. Jaede le agradecía a Jhavâh Güoh por haberlo puesto en su camino.
«Ni siquiera dijimos dónde nos veríamos mañana», recordó en el pensamiento. Ahora sí, sin duda, dobló a la derecha en la Avenida Rotaria.
Ya conocía mejor las calles, tras catorce días yendo y viniendo de un lado a otro tratando de localizar a su prima. En estos días de caminata se familiarizó con varias colonias cercanas —aunque algunas no tanto— a su casa de campaña, como la colonia del Valle, Andalucía, el Martillo, Nicolás Bravo, Carolina Yucatán, San Antonio, las Américas, Mante y sobre todo con la Zona Centro, entre más. (Estaba conociendo Ciudad Mante más que el propio Jesús, que llevaba viviendo aquí toda su vida).
Caminaba por la banqueta, desde el primer día supuso que debía tener cuidado con los “carruajes metálicos” que usaban los habitantes de la Tierra. Se estaba acercando al minisúper donde esperaba que estuviera Jesús. Era cuestión de ponerse de acuerdo con él sobre programar el encuentro para instruirlo con lo básico de la magia, a él, que era un no-mágico, o como se le llama en onamhik: un nahderilnizö. Pasó frente a la «FERRETERÍA TAVITAS» y cruzó la calle —teniendo sumo cuidado con los “carruajes metálicos”— hacía la «Tortillería De la Torre», donde había sombra cubriendo la banqueta.
En la esquina caminó hacia la izquierda y luego cruzó la calle Guadalupe Marinero, acercándose al exhibidor de garrafones Ciel, en el cual estaba apoyada una bicicleta de niña. Jaede no sabía tampoco qué era aquel artefacto de ruedas. Contempló una nevera de Coca-Cola antes de entrar. Dentro estaba en penumbras. Miró en derredor, había muchas cosas empaquetadas. Hasta el momento no vio a Jesús. Siguió caminando sobre las viejas baldosas blancas de la tienda, hasta toparse con un congelador de la marca Holanda lleno de paletas heladas y más.
Jaede se sorprendió al notar que el vidrio del aparato estaba helado.
«¿Qué artefacto es este? —pensó—. ¡Hay hielo allí dentro, oh! ¿Con qué magia funcionará?»
Levantó la vista hacia el mostrador que había detrás del congelador, pero no había ninguna persona ahí, tan sólo dulces y una que otra cosa que desconocía.
—¡Holaaaa! —exclamó—. ¿Hay alguien aquí? ¡¿Jesús?!
No hubo respuesta. Al cabo Jesús apareció; estaba sentado en el punto ciego de las cámaras, donde es seguro para holgazanear, porque así su jefe no lo veía y se ahorraba una amonestación por estar sentado.
—Jaede. ¿Qué pasó? ¿Cómo has estado?
Jesús se sintió feliz de verla, y la verdad era que quería volverla a ver. Por más personas que viera en este trabajo, no todos los días veía una carita como la de Jaede Arelín; a menos que viera el fondo de pantalla de su celular. Y aunque viera a una chica igual de bonita no se atrevería a hablarle, pero a ésta sí, además, (según él) ninguna chica tendría por qué hablarle a un tipo como él —ajeno a su empleo como tendero—, ninguna querría tratarlo. Jesús era fiel creyente de que ciertas chicas bonitas no le veían importancia a hablarle a muchachos feos, no obstante, está bruja sí que veía importante hablar con él.
Jaede se le acercó de un salto, sonriendo.
—Te buscaba —manifestó.
—Pues ya me encontraste. ¿Qué pasó?
—Hace seis días quedamos en vernos mañana, es sólo que… no decidimos en dónde ni a qué hora.
—Sí es cierto. —Jesús se rascó la cabeza bajo la gorra—. Bueno, mañana no trabajo, pero estoy libre a partir de mediodía. ¿Pero adónde vamos a ir?
—Como supongo que eres una buena persona, te llevaré adonde tengo mi casa de campaña y mis cosas —farfulló Jaede—. Es un lugar un pelín apartado de dónde hay casas. Tendremos que encontrarnos antes para guiarte hasta allá. ¿Dónde quieres que nos veamos?
—No sé, si quieres aquí afuera. A mediodía entonces.
—¡Decidido! Mañana nos veremos, ¡y te mostraré mi magia! Así sabrás qué hacer si Nereida te ataca. Pero, cuando demuestre mi magia, por favor, no te sientas mal por ser un nahderilnizö.
—¿Un qué? —se extrañó Jesús.
—Un nahderilnizö. Así se les llama a las personas que no son usuarias de magia, a los no-mágicos.
—Yo les digo muggles.
—Vaya, eso no lo sabía. —Jaede se quedó pensativa un momento—. ¡Está bien, Jesús, el día de mañana te veo fuera de este establecimiento al mediodía!


–※–
El cielo estaba parcialmente nublado, sin embargo, hoy era un buen día. Un buen día para apreciar una demostración de magia espacial. Eso no se ve todos los días, menos en la Tierra.
«Entonces hay magos en el espacio —pensaba Jesús mientras pedaleaba la pequeña bicicleta. Él siempre había sido creyente de la vida extraterrestre—. Si le entendí bien a Jaede, hasta tienen su propio planeta, su “Mundo Mágico”.»
Venía pensando otras cosas para ignorar el hecho de que tenía pena encontrarse con Jaede. Su timidez atacaba de nuevo. Pese a tener más de una conversación con una mujer que recién conoció, aun así no dejaba de ser tímido.
Estaba a unos metros de donde trabaja y pudo verla. Jaede la Bruja, que hoy no llevaba su sombrero, le sonreía mostrando aquellos disparejos dientes.
Jesús se detuvo junto a ella, y lo primero que hizo fue quitarse los audífonos —pausando alguna canción de Franchouchou—, se los enredó alrededor del cuello. Llevaba la mochila, dentro de ella lo acompañaban su libro de Harry Potter y una varita mágica de plástico que compró unos días atrás. (Esa varita fue la causante de que tomara una difícil decisión, pues tuvo que decidirse entre comprar la Varita de Saúco… o la varita de Snape).
De inmediato se llevó el celular al oído, aparentando que estaba en llamada. Cosa que la brujita no entendió. Pero no tardó en explicar qué hacía.
—Le voy a hacer así para que no se vea que estoy hablando solo —dijo con voz queda.
«Pero si estará hablando conmigo», pensó Jaede, confundida.
—Nadie va a sospechar que estoy hablando con una brujita que no pueden ver.
—Buena esa —reconoció Jaede—. Después de todo tú conoces a tu gente.
—Bueno, dime adónde vamos y yo te sigo.
Jaede asintió frenéticamente con la cabeza y empezó a caminar, dirigiéndose en silencio a la calle Servando Canales. El muchacho la siguió, con la bicicleta a un costado, caminó viendo la capa azul y negro que llevaba hoy la bruja de cabello corto.
Caminaron y caminaron hasta llegar detrás de la colonia del Valle, donde no había más que puro monte, junto a una parcela de cañas de azúcar. Allí Jesús pudo ver una casa de campaña amarilla. Jaede no dijo una sola palabra en todo el camino, se limitó a tararear una cancioncita que hubo escuchado en una cajita musical que era de su madre; a Jesús le pareció que sonaba como Nadame Sukashi Negotiation de Kano. La chica corrió hasta su refugio con la intención de buscar todo lo necesario para empezar a mostrar su magia, que probablemente sería fantástica para un nahderilnizö tierrano (como lo llamaba ella).
Jesús quiso acercarse a la casa de campaña, pero la llanta delantera de la bicicleta topó con algo invisible. Se extrañó un poco, estiró la siniestra y tocó una pared invisible. Era como tocar vidrio, pero uno que no estaba ni caliente ni frío.
—Lo siento —dijo Jaede saliendo de la casa de campaña con un cúmulo de tres libros que en la cima tenía la varita de Daele Arelín. Esta vez sí llevaba puesto el sombrero—. Puse una barrera para que nadie entrara. Discúlpame, pero no estaba segura de si aquí hurtarían mis pertenencias. Prevengo además por si hay duendes.
—No le hace, después de todo es Latinoamérica. Y, pu’s, se dice que sí existen los duendes, quién sabe si sean como en donde vives.
Jaede curvó los labios mientras dejaba los libros en el suelo. Tomó la varita y con ella apuntó a Jesús, cerrando los ojos y exclamando:
—Caaro. —Bajó la varita—. Ahora puedes entrar, el encantamiento te cuenta como mi compañero. Bueno, aunque “caaro” en oiralétir significa “amigo”, y “mâllelor” significa “compañero”. La verdad no sé mucho onamík, y eso que se habla en ciertas partes de Wizmanir. Fu, fu, fu, fu —rio entre dientes.
—Ay, yo muy apenas hablo español —declaró Jesús—, y a veces digo mal algunas palabras o me trabo, y eso que es mi idioma materno.
—Ahora entiendo, al oiralétir le llaman español —dijo Jaede haciendo cierta expresión.
—Creo… creo que sí…
—¡Bien! ¡Vamos a comenzar, Jesús nahderilnizö!
—El muggle de Jesús está listo. —El chico esbozó una alegre sonrisa.

—¡Bienvenido al mundo de la magia! —exclamó Jaede—. ¡Naihonhre ä ar ödûnoh nof ar deri!
—¿Qué cosa? —se extrañó el muchacho, soltando una risita.
—Dije lo mismo en oiralétir y en onamík. ¡Y lo dije bien!
Jaede extendió la capa negra que llevaba hoy y se giró el sombrero; estaba de pie, mientras Jesús la veía sentado en el suelo, con los libros de magia en el regazo.
—¡Damas y caballeros! —declamó la bruja—. Desde el mundo Wizgokou ¡aquí está la maga Jaede Arelín, hija de Daele! ¡Ahora te mostraré un truco de magia, nahderilnizö! Prepárate… ¡Sin ningún tipo de truco o falsedaaad!… ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Uanh! ¡Tuhwn! ¡Čry!
Movió la varita de un lado a otro… y nada pasó. La movió de regreso y nada de nada. Jaede abrió mucho los ojos, incrédula. Jesús observaba pacientemente, pero ella ya no sabía lo que hacía, sacudía la varita con cierta desesperación. Le habría gustado soltar flores de la punta de la varita, sin embargo, no sucedía nada en lo absoluto. Intentó otra cosa: sacudió la varita frente al semblante serio de Jesús. Nada.
—¡Vohruneh erîzäkz! —insistió la joven maga.
No pasó nada. Por su parte, Jesús no se decepcionó, empero, Jaede seguía incrédula.
—Oye, oye, ¿algo salió mal? Debían volar flores… “Erîzäkz” es “flores”, ¿qué pasó? ¿Por qué no ha pasado nada? —Jaede se dio un leve golpe en la cabeza—. ¿Acaso hice un error…?
Jesús la miró, su mirada era comprensiva.
—Si no te salió a la primera a lo mejor te sale a la segunda o a la tercera.
—¡¡Qué pro-ble-ma!! —exclamó Jaede llevándose las manos a la cabeza, infló las mejillas y cerró los ojos.
Aquel gesto ocasionó que Jesús se enterneciera y esbozara una alegre sonrisa. Para sorpresa de éste, Jaede volvió a sonreír.
—Mamá solía decirlo. Hay que hacer que el problema sea una oportunidad, ¡un truco! Jesús —llamó, y el chico dio una cabezada—, ahora voy a mostrarte… ¡algo misterioso!, también algo encantadoooor. ¡Como un mundo de sueños!
—Si lo dices así suena fenomenal.
—¡Y lo es! El problema es que me suelen salir mal los hechizos…, perdón. —Jaede dejó la varita mágica en uno de sus bolsillos y se acercó a Jesús. Sus caras estaban frente a frente—. Gracias a Güoh que tenemos libros. Jhann Roury enseña bastante bien sobre la magia.
—Jaede, ¿quién es Güoh?
La brujita dio un respingo, reculando.
—¿No conoces al Todopoderoso Güoh? Vaya…
—Por eso te estoy preguntando.
—Güoh es el Padre de Todo. Es quien creó el Universo. —Jesús parecía entenderle ya—. Nosotros lo llamamos Jhavâh Güoh, los akertanos lo llaman Yhaváh Kúame y los etreumujyin le llaman Yhaváh Soid. Para ti sería Yhaváh Dios, si lo quieres llamar en oiralétir. Porque tanto “Soid” como “Kúame” y “Güoh” se traducen como “Dios” al oiralétir del mekishkoghengho, jorenyipgo y onamík.
—Pues que yo sepa, aquí se le conoce como Dios o Jehová…, no sé.
—Voy a suponer que es el mismo del que hablo yo —dijo Jaede.
—Sí, creo que estamos hablando del mismo Dios Creador —corroboró Jesús—. Grande Kami-sama. Siempre pensé que había mucho más que la vida en la Tierra.
La chica soltó una risita y retrocedió.
—Tranquilo. Cuando era niña solía pensar que sólo existía la Galaxia Zura y que los Irohémaz, los Seres Creadores, eran los únicos vástagos de Jhavâh Güoh. Pero bueno, todos somos vástagos de Güoh.
—Sí —convino Jesús, aunque no sabía qué eran “vástagos”. Le quedó una pregunta en la cabeza: ¿quiénes eran los Seres Creadores?, pero no tuvo valor para preguntar.
—Hasta que un día —continuó la bruja—, cuando tenía cuatro años, estaba viendo el cielo y algo metálico pasó rozando las copas de los árboles del bosque donde vivo. Mamá también lo vio, y le pregunté qué era, respondió que se trataba de una nave especial. Lo expresó así, aunque me explicó que los de nuestra raza les llaman barcos espaciales, no sólo porque crucen las aguas del Segundo Cielo.
—¿Cómo que Segundo Cielo?
Jaede no pudo evitar sorprenderse.
—No pensé que sus conocimientos fuesen retrógradas, y eso que tienen maquinaria; bueno, aunque por lo que sé y he visto, la tecnología de este mundo es anticuada comprándola con la de la Galaxia Mortox.
—Bueno, pero, ¿qué es el Segundo Cielo?
Jaede se puso en jarras, con aires de grandeza, para nada arrogante.
—Verás… todos los mundos o planetas tienen un Primer Cielo, como el que podemos ver arriba; el Segundo Cielo es el espacio exterior, la extensión del Universo donde están las estrellas, cometas, planetas y demás; y el Tercer Cielo es el lugar de felicidad eterna, la Morada de Jhavâh Güoh.
—Hala, sabes bastante, Jaede.
La brujita se ruborizó, dando un respingo. Se le cayó el sombrero.
—Y-yo… yo… ¡Yo sólo sé lo que se dice en los libros! He investigado y por eso sé lo que sé. Oye, ni siquiera sabía que existían los barcos que surcan dos de los Cielos, tuve que investigar cuando vi aquella nave espacial etreumujyin. Incluso me enteré sobre el Ejército Estrella y muchas cosas totalmente desagradables.
Era mucha información para Jesús, la cabeza se le atiborraba de preguntas que sabía que no haría por culpa de la timidez que lo invadía. Cuando agarrara más confianza preguntaría todo lo que quería saber. Por lo pronto se limitaría a escuchar, como buen oyente que es.
—¿Tú has visto barcos espaciales? —quiso saber Jaede.
Jaede levantó la mirada y notó que ella estaba recogiendo su sombrero. No le apresuró la respuesta. Jaede se le acercó y le colocó el sombrero en la cabeza, entre risitas alegres. Él también rio, aunque por lo bajo, pues le daba vergüenza.
—Nunca he visto una nave cerca —repuso—, pero sí en fotos o vídeos mal grabados, o hasta en películas y así. De hecho, pues soy fan de Star Wars.
—¿Es alguna serie literaria? —quiso saber la bruja.
—¿Eh?
—Es que yo soy fanática de una serie literaria que se llama Fâïghaz Utaralz (Peleas Estelares), escrita por Waruh Cadahysn. Es ficticia, pero me gusta cuando hablan sobre cosas de la vida real. ¡Como cuando nombraron a Iessu el Caballero Caído! ¡O cuando apareció Aromus Gaderiln!…, pero no me gustó que lo hicieron ver débil —Jaede hizo un mohín—. Ah, pero a Ilev sí lo dejaron ver cómo el más poderoso. Supongo que Cadahysn siente interés por la mitología mekishkiana.
—¿Y en la vida real quién de ellos es el más poderoso?
—No lo sé, Jesús. Gaderiln es un Deriln, un Mago; e Ilev es un akertano, un Demonio Oscuro.
—¿Ves? Sí sabes bastante, Jaede —dijo Jesús, forzándose para no sonreír.
Se levantó con los libros en la mano y se quitó el sombrero de bruja, luego se lo entregó a su dueña. Echó un vistazo a los libros en sus manos, pudiendo ver qué en la portada del primero, que era color naranja, venía el título en letras doradas: «Aprendizaje de la Magia Vol. Ⅰ», por Jhann Roury G. (Se rumoraba que la letra G en el nombre de la autora era porque pertenecía a la prole del mismísimo Aromus Gaderiln). Pasó ese libro hasta atrás para ver el título del siguiente. Era un libro de pasta dura color gris marengo, en la parte posterior, con letras plateadas que brillaban a la luz del Sol del mediodía, se leía: «Jîztorýeh nof ar Deri nof Zura (Historia de la Magia de Zura)», por Murgha Mukdizph. Jesús tampoco conocía el nombre de esta otra mujer, y ni siquiera estaba seguro de que fuera el nombre de una bruja o mago.
«Qué nombres tan raros», pensó.
Estaba a punto de revisar el tercer libro…
—¡Este hechizo a veces sí me sale! —anunció Jaede llamando la atención del muchacho, el cual se volvió a ella poniéndole atención—. El hechizo fuyō suru. Observa.
Jesús obedeció. Jaede hizo oscilar sobre su cabeza la varita mágica. Estaba muy concentrada, forzándose mucho para que el hechizo saliera bien.
—¡Fuyō suru!
Jaede miró cómo sus pies, calzados con unos bonitos zapatos dorados parecidos a unos zuecos, se elevaron unos centímetros del suelo, lo que la complació. Por otro lado, Jesús estaba impresionado. La chica, entre risitas, se elevaba más y más, estaba a más de cincuenta centímetros del suelo. Pero se detuvo al metro con sesenta.
—Este hechizo sirve para alcanzar lugares altos —explicó—. Sospecho que este hechizo lo creó algún mago o una bruja de baja estatura. ¡Es muy práctico! Sólo que a ve… a ve… a veces… ¡Aaaah!
Tan pronto la vio descender, Jesús dejó los libros en el suelo y se aproximó a ella a toda velocidad, tratando de atraparla, o al menos que no cayera de golpe. La agarró y la abrazó, luego vaciló y terminó cayendo de espaldas con Jaede, envuelta en sus brazos, sobre su torso.
—Sólo que a veces el hechizo cesa de la nada. —La chica se ruborizó—. Gracias, Jesús.
—¿Estás bien? ¿No te pasó nada?
—Estoy bien, gracias. ¿Tú estás bien? ¿Te duele algo?
La verdad era que le dolía la espalda y el pecho, y sentía un leve escozor en los codos.
—No, no me duele nada… Ugh… Pero, ¿te quitarías de encima?, por favor.
Jaede se incorporó de un salto, y, tendiéndole una mano, lo ayudó a levantarse. Al cabo fue a recoger la varita, recién se dio cuenta de que se le había caído. Jesús rápido checó su mochila, quería asegurarse de que su varita de plástico no estuviese rota. Por suerte no lo estaba. Volvió a colgarse la mochila en los hombros y miró a Jaede, la cual tenía la cabeza gacha.
—Mostrarte mi magia sólo será una pérdida de tiempo —musitó.
—No importa, por mí no hay problema. No todos los días veo a alguien hacer magia de verdad.
—Será mejor decirte cómo puede atacarte Nereida —sentenció Jaede—. Si no estoy mal, creo que para eso necesitaremos el libro Aprendizaje de la Magia Vol. Ⅳ. —Apuntó la varita hacia la casa de campaña—. On-ä-fûmh, libro… Ay, no viene. ¡On-ä-fûmh, libro!
Un libro de cubierta roja salió volando de donde apuntaba la varita. Le llegó directo a las manos. Jaede abrió Aprendizaje de la Magia Vol. Ⅳ, buscando entre las amarillentas páginas.
—¡Aquí está! Capítulo catorce. Acércate, Jesús. Uhm… No la creo capaz, pero mi prima podría usar esto contigo. No mata, pero según sé, y por lo que dice el libro, duele muchísimo.
—«Maleficio Ëxtorkqheö —leyó Jesús—. Pronunciación en idioma onamík. Ilegal en toda la Galaxia Zura. Es un maleficio de tortura. Hace que de las manos o la varita salgan disparadas brillantes nubes púrpuras de una tonalidad oscura que causan un dolor corporal extremo en quien las recibe. —Tragó saliva de golpe, apenas se lo podía creer. Y temió, no quería recibir dolor.
—Ese maleficio lo usan mucho los Magos Lóbregos —dijo Jaede—, aunque yo no considero a Nereida como Maga Lóbrega, sigo creyendo que no pertenece al Clan Gaderiln.
—¿Qué es el Clan Gaderiln? —quiso saber Jesús, le echaba leves miradas curiosas.
—Es un clan de magos, pero de los que emplean la magia lóbrega de Durmor. En pocas palabras, son Magos Negros, magos malvados, de la antigua familia Nuzashii, que fundaron un clan con el fin de derrotar a Aromus Gaderiln y al Rey Hechicero, pero hasta el día de hoy, por lo que se sabe, no han logrado su objetivo. Aunque de igual manera el Rey Hechicero desapareció en su tiempo.
»Nunca hay que meterse con la secta durmórica, como se le llama, ni incorporarse a su secta. Son muy malos, infunden terror y caos y ellos matan y roban, ¡eso está muy mal! Y si ellos están ayudando a Nereida con lo de despertar al Titán Deragah… significa que, por razones que desconozco, ella quiere gobernar este mundo.
—Hala madre —masculló Jesús, anonadado—. ¿Y tú sola la vas a detener?
—¡Con tu ayuda! Dijiste que me ayudarías.
Jesús tragó saliva de golpe, se veía angustiado.
—Sí, pero yo no tengo magia —farfulló. A Jaede le tembló el labio inferior—. ¿Y si los Magos Negros de ese clan vienen a la Tierra? Yo no podría pelear con ellos. ¡Ni siquiera sé pelear!, nunca he peleado en mi vida, y yo soy de los que a veces no se defienden.
—Encuentra valor en ti y podrás hacer lo que te propones —gimoteó Jaede.
—¿Cuántos Magos Negros son?
—No lo sé, no hay un número exacto. Se rumora que algunos durmoristas incluso se hacen pasar por buenas personas. Pero sí ha habido Magos Lóbregos famosos. Están los hermanos Glir-Uhjab del Culto de Inicuo: el Terrible y Black Monster; el Nigromante Ancestral, toda la familia Ufarep de Nippon, Areghno ar Llýë Gurall, el Nigromante Tenebroso de Loqherdez, Azured Alkharch, Clazzdalays, Mavetta, Ehghyi, Sencetta el Nigromante Negro, Nightblack, Düster, Vakkermåne y muchos, muchos más. Si bien, algunos de ellos no han pertenecido al Clan Gaderiln.
—¿Todos esos son malos? —dijo sorprendido Jesús.
La bruja asintió con un movimiento de cabeza.
—Aunque la mayoría están aprisionados, encerrados, desaparecidos, muertos, semimuertos o hibernando.
«Bueno, pues si hasta Gellert Grindelwald y Lord Voldemort están muertos», pensó Jesús.
—Tal vez no venga ningún mago…, ni siquiera un Mago Lóbrego —manifestó Jaede, sacando a Jesús de su ensimismamiento—. Esta galaxia está demasiado alejada de todo lo demás, me sorprende que haya podido llegar. Ni la Galaxia Tôhutzu está tan lejos.
—De la que nos salvamos.
—Pero… el Titán Gaderiln es más peligroso que un Mago Lóbrego de nivel alto.
«¡Puta madre! Estamos de mal en peor», se dijo Jesús en el pensamiento.
—Entonces hay que hacer que no despierte al Titán y ya.
—¡El problema es que no encuentro a Nereida! Ella podría estar en otra región o en otra nación, ¡y yo estoy aquí sin saber qué hacer! ¡Quiero rectificarla porque ella no es mala, es la única familia que me queda! Ya no quiero estar sola… —Hizo un puchero y, al no poder contenerse más, prorrumpió en llanto.
Tomó desprevenido a Jesús. Éste no supo qué hacer, tampoco qué decir.
—Desde que murió tía Naere me he sentido sola —lloriqueó la brujita—, ¡he estado muy sola, Jesús!
Él estaba con la cabeza gacha, con aire taciturno, viendo sus desgastadas botas.
—Jaede… —dijo con voz queda, acercándose a ella—. Aunque estés rodeada de muchas personas podrías terminar sintiéndote sola… Yo tengo muchos amigos y me siento solo.
—¡Yo no tengo a nadie! —sollozó Jaede—. ¡Sólo me queda ella! No tengo papá…, no tengo mamá…, no tengo amigos. No tengo nada ni a nadie… Uuuh… ¡Snif!
Jesús apretó los puños con fuerza, se sentía impotente.
«¿Dónde está mi pinche valor? —se increpó en el pensamiento—, no lo encuentro. ¡¿Qué hago?!»
No supo por qué, pero se abalanzó hacia ella cubriéndola en brazos. Le angustiaba haber errado. Apenas podía creer que la había abrazado, y hubo sido él quien tomó la iniciativa. ¡¿Fue él?! ¡Estaba abrazando a una chica porque tomó la iniciativa, algo insólito para él! Hacía meses que no abrazaba a una chica, tan sólo abrazó a una de sus amigas a finales de diciembre cuando fue a llevarle su regalo de cumpleaños. Pero… ¡abrazaba a una bruja espacial de lo más linda! Además de que se parecía a la japonesa de la que estaba enamorado, ¡mucho mejor! Bendita coincidencia.
Valió la pena encontrar algo de su escaso valor. Jaede olía tan bien, era un dulce e idílico aroma indescriptible para él que se quedó impregnado en la raída ropa de Jesús. Quiso decir, solemne, algo como: «No te preocupes, todo estará bien, no llores. Ahora me tienes a mí, mamacita», sin embargo…, entre tartamudos, dijo:
—No… n-no llores…, Jaede. T-t-tú no estás sola. T… todo va-va a estar bien. B-b-bueno… ojalá y… y-y-y s-sí. Pero no… no llores, por… por favor…
Jesús se interrumpió y al cabo se sobresaltó en ese momento, sintió unos delgados brazos rodearle el cuerpo a la altura del abdomen, unos cálidos brazos de mujer… ¡Lo abrazaba una chica! Esto era lo mejor para él. Tuvo que reprimir el llanto, aun cuando ¡estaba recibiendo afecto femenino! Gritó de júbilo en sus adentros.
Jaede hundió su rostro mojado de lágrimas en el pecho del muchacho.
—Mâčihz ghankou —dijo, y luego en oiralétir—: Muchas gracias.
—De nada en mûmakil —bromeó Jesús esbozando una radiante sonrisa.
—Jesús, es onamhik. —Jaede soltó una agradable risita que resonó en el pecho del muchacho, fue algo de lo más gustoso—. En serio muchas gracias, necesitaba un abrazo.
Y es que no la habían abrazado desde hace casi dos meses. Tía Naere le dio un efusivo abrazo poco antes de fenecer el veintitrés de biriux. Fue su último abrazo.
—También podrías haber dicho arigatō gozaimasu.
—¿Sabes palabras en nippongo? —rio Jaede por lo bajo, más alegre.
—¿Qué? Es japonés… Sí, me sé algunas palabras en nippongo. Hasta quisiera ser un niponés.
—Nipponjin o nipícola —agregó Jaede—. Son otras maneras de llamarles a los habitantes del planeta Nippon.
Jesús empezó a deshacer el abrazo, sin embargo, cuando reculó un poco sintió cómo Jaede se le acercó, como no queriendo alejarse. Esto lo acongojó, pero reprimió el sentimiento con la dicha que también le anegó el corazón.
Al final, después de un rato, se separaron por completo. La chica tenía una tímida sonrisa que enmarcaba su bello rostro, pero eso era mejor a que estuviese llorando. Tenía las mejillas mojadas, se las enjugó con los antebrazos y al cabo mostró una sonrisa más alegre, sus disparejos dientes hicieron acto de presencia.
Aquello le sacó una sonrisa a Jesús. Éste último se percató de algo: la varita mágica de Jaede se hallaba en el suelo, así que fue por ella, se inclinó para tomarla. Cuando sus dedos tocaron la mágica madera de arce de la varita mágica, sintió un repentino calor en los dedos, una sensación extraña le recorrió todo el cuerpo desde la mano derecha, algo jamás sentido. Movió la varita dibujando un relámpago invisible en el aire, mientras sonreía como un niño pequeño.
—¿Cómo era? ¡Fuyō suru!
—Sí, lo dijiste bie… bi… bien… ¡¡Jesús!! ¡Estás levitando!
En efecto. Las andrajosas botas de Jesús no tocaban el suelo lleno de hierba, estaba a más de cuarenta centímetros de él, y se elevaba más y más, ascendía y ascendía.
—¡Jaede, agárrame! ¡Me llevan los marcianos! ¡Ayúdame, ayúdame!
Sin saber qué podría hacer, la Winyï se llevó las manos a la cabeza con desesperación.
«¿Qué hago?, ¿qué hago?, ¿qué hago?»
—¡Fum! Ya lo tengo. —Volteó hacia arriba y gritó—: ¡¡Suelta la varita!!
Obedeciendo de buena gana, el muchacho soltó la varita; fue ésta la primera en descender. Dio giros sobre sí misma hasta que Jaede la atrapó. Poco después Jesús cayó.
«SUTAH»
Hubo caído de pie, aunque por poco las piernas le flaquearon. Estaba bien de todos modos. No le extrañó ver a Jaede con los ojos como platos, sin ver su varita, sino viéndolo a él.
—Tienes magia.
—¡¿Yo?! —exclamó Jesús—. ¿Cómo voy a tener magia? A lo mejor a la varita le quedó magia de cuando la usaste, no sé. Yo lo que tengo de guapo lo tengo de mágico. Soy un ‘narelindïzö’.
—Así no funciona la magia —refutó la bruja—. Tú tienes magia. —Jesús no tardó en mostrar un gesto de incredulidad—. Ha de ser algo leve, por el momento, porque dudo que esté en tus genes. Uuuhmm… Supongo que eso viene… ¿de tu alma? Algo así leí en Sol Sohgatsáv ed Dok-Rab, allí decían que Iessu tenía algo de magia rezagada en su alma. Podría ser tu caso.
—¿Entonces… en otra vida… fui un Mago de los de tu galaxia?
—O descendiente de algún Deriln, pero no se sabe. Si supiera ver a través del alma de las personas nos quitaríamos esa duda. ¡Pero eso no es lo importante! Tendrás que aprender a controlar tu magia.
Jesús sonrió de oreja a oreja, exultaba de alegría.
—Si el negrero de mi jefe no me hace trabajar el día que descanso, nos vemos el otro sábado para que me entrenes. Ni modo, ahora soy tu alumno de magia.
—¿Quieres que te enseñe? —Jaede no se veía muy convencida—. Es… ¡Está bien! Te enseñaré lo que sé, lo que mamá y tía Naere me han enseñado. ¡Desde ahora soy… tu Superior Mágica!
—Bueno —dijo Jesús, aún sonriendo—, hasta el próximo sábado…, Jaede-senpai.
—¿Qué cosa es “sábado”?

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora