XIV ★ Después del anochecer

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Para cuando Arce y Taflau estaban llegando adonde se hallaba la bruja Nereida, avanzaron por la Avenida Juárez hasta doblar a la siniestra, por la calle donde según medios de comunicación estaba atacando la Bruja Flautista. La Zona Centro estaba casi desierta, mas no silenciosa porque los mantenses huían. Jaede se llevó las manos a las orejas por la algarabía, no quería escuchar a las personas así, la hacían sentir peor. Por cómo estaban las calles, de verdad nadie haría algo al respecto, ni siquiera la policía, o al menos eso parecía, porque tampoco había rostro alguno de siquiera patrullas, de esas camionetas RAM Pickup azules con blanco, además de negro, o de esos automóviles Dodge Charger con los mismos colores, donde —al igual que las camionetas— en los costados, con letras azules, se podía leer: «POLICÍA ESTATAL». Pero parecía no haber policías en Ciudad Mante, Taflau no supo por qué.
Lo que sí es que, con suma cautela, él y su amiga la brujita llegaron al Parque Lineal. Allí las calles tenían el mismo aspecto que en la madrugada.
Ninguno se decía nada, no querían ser descubiertos por Nereida. Quien seguía en el mismo punto donde había levitado tocando la Atualf, no obstante, frente a ella se encontraba el condenado pentagrama durmórico. En efecto, se trataba de una estrella de diez puntas, una clara representación de Durmor, el Número Cúbico Negro.
Ni Arce ni Taflau pudieron ver bien el pentagrama, así como Nereida no se percató de su presencia.
Nereida encendió diez velas negras con un hechizo y, haciéndolas volar, las puso en las puntas de la estrella alrededor del círculo; un círculo de un metro y medio de diámetro, hecho con sangre de personas nahderilnîzäz. Llevaba un libro viejísimo en una mano (era Rituales de pentagrama durmórico, por Faanand Ghithen), un auténtico libro repleto de enseñanzas sobre la magia lóbrega que perteneció a Tidón G. Pero no era el único, uno no podía ignorar el grimorio que daba vueltas alrededor de ella: Dahir Lîber. Estaba absorta en sus asuntos. Tenía listo el pentagrama y la conexión con el Señor Oscuro.
Se solía decir que era mucho más potente hacer tratos con el Dios Oscuro, Etretox, o con el Rey Diablo, pero con Durmor estaba bien para traer de vuelta al Titán Deragah.
Jesús, temeroso pero valiente, no le quitaba los ojos de encima a la persona que lo apuñaló. Le miró túnica, esperando a que se le descubriera más que los muslos por cómo ondeaba por la expulsión de maná. Pero ver a Nereida provocaba que le doliera la herida.
Para escuchar lo que pasaba se puso cada auricular sobre el hélix de las orejas, aun cuando la música seguía, ya que su celular estaba en su bolsillo trasero. Le hizo una seña a Jaede para que se le acercase. No supo por qué, pero las abrazó, rodeándola con el brazo. Musitó:
—Hay que acercarnos, señorita bruja. A leguas se ve que aquí no hay ningún titán —«Na’más el que traigo en el pantalón», pensó—, hay que hacer que no lo traiga pa’cá.
Jaede correspondió el abrazo, ocultando la cara en el cuerpo de él.
—¿Q-qué hacemos? No sé qué hacer.
—Le aventaría una piedra, pero tengo muy mala puntería.
—Tenemos que inmovilizarla —sugirió Jaede con ansiedad.

—Surge. —Nereida hizo levitar el libro que tenía en la mano, dejándolo suspendido junto al grimorio. Necesitaba ambas manos para lo que estaba a punto de hacer; con ellas apuntó el pentagrama y con toda claridad dijo en onamík—: Ar denwu frohčïs ar herecîtö, Misdö Durmo, oh gad misdö, powahbar jävol nof ar deri duestgrar.
(* Traducción del onamík al oiralétir: «Lo llamo porque lo necesito, Señor Oscuro, oh gran señor, poderoso poseedor de la magia lóbrega.»)
«PAAAAH»
El pentagrama comenzó a emitir un resplandor negro como respuesta, lo que además encendió una sonrisa en Nereida. Las cosas no dejaban de salirle tan bien, así no tendría problemas para hacer resurgir a Deragah, ya incluso tenía la bendición del Señor Oscuro de la magia lóbrega.
De la nada el resplandor cesó por completo y…
«BAKUUUNH»
Ahora en el asfalto estaba marcado el pentagrama, cada una de sus líneas curvas y rectas. Las velas seguían sin apagarse, el fuego estaba tan vivo como la maldad de aquel que antes era conocido como Démoh Kurom.
Nereida, hija de Tidón, estaba lista para traer de vuelta al Titán de los Nuzashii, para atraer ese fragmento de un alma que fue virgen y le dio vida, que le daría vida de vuelta. Con disgusto, Nereida tiró un tampón usado al pentagrama, cortesía de su amiga, la akertana. La Flauta Mágica estaba segura en su cintura, aunque la boquilla acompañaba sus bragas bajo la ropa. Por lo pronto no sería necesaria la Atualf. Tan sólo lo que ahora tenía en la mano, algo semejante a un rosario; pues era una sarta de cuentas de distinto tamaño, una sarta unida por dos extremos a un rectángulo de madera donde, dentro, estaba trazado un cubo de color negro, que por cómo estaba trazado parecía un rombo, con tres lados visibles.

La música en los audífonos de Jesús acalló un momento, y en seguida sonó After Dark, de Mr.Kitty. Aunque eso no impidió que oyera lo que Nereida dijo, la escuchó fuerte y claro, aunque no entendió. Le dio un repentino vuelco al corazón que le dejó la mente en blanco, dejó de pensar en el Titán como si fuese Hildegarn. Jaede simplemente no sabía qué pasaba.
Nereida levantó los brazos al cielo nocturno, frente a ella ambos libros emitieron un brillo blanco.
—Kamu ho chyâ, varenkah verr Durmu —exclamó—. Deragah!, zinh tastter jeah. Aihgê ûkh, Tayit Gaderiln!! Kow Ënk’ren ûkhra kueh hilyk. *
(* Traducción del kenkodájir al oiralétir: «Ven a aquí, engendro de la Oscuridad. ¡Deragah!, ser de magia lóbrega. ¡¡Retorna, Titán Gaderiln!! Ahora soy tu nueva señora.»)
Así comenzó, con khenkoh-dahir —el lenguaje oscuro de Durmor—, el resurgimiento de la abominable creación de la Bruja Innombrable.
Arce percibió las malas vibras emitidas por la pronunciación de la lengua-negra. Taflau, por su parte, se quedó pensando en la fonética del idioma, parecía una mezcla de inglés y alemán. No podía dejar de ver a Nereida, lo contrario a Jaede
Nereida lo logró, después del anochecer, hizo resurgir al Derag-gad.
La bruja levantó el rosario que tenía en la diestra e inclinó la cabeza, su negro cabello le caía sobre los ojos, coronando su sádica sonrisa de triunfo. Tras ella, en forma de luz, se alzó el pentagrama, ahora de color rojo, alimentado por energía roja. Mostraba diversos signos dentro, indescriptibles para Arce y Taflau. Éste último en lo único que pudo pensar fue en la portada del álbum Time de Mr.Kitty, una imagen sensacional.
Nereida acentuó la sonrisa, rebosante de felicidad.
—Ënk ûahdeh êarr —musitó—, ënk ûahdeh koä ûkh, Deragah. Jeahsherg Tayit!! *
(* Traducción del kenkodájir al oiralétir: «Yo te espero aquí, yo espero por ti, Deragah. ¡¡Titán Mágico!!»)
Fue en ese momento que, como por arte de magia, al menos para Taflau, la música de sus audífonos se amplió como al exterior y se reinició, era como si para él —no supo si también para las brujas— After Dark acompañase el resurgimiento del Titán, luego de lo ocurrido en el planeta Kahûmez.
Nubes negras, fue lo primero que apareció desde el pentagrama, salían como el vapor de una locomotora, acumulándose sobre Nereida. Más y más, eran espesas, de un negro tan denso.
«SHUUUH… ¡PSSHUUU…!»
Arce soltó un gemido, ver todo aquello le suscitaba pavor. Abrazó a Jesús por detrás, observando lo que provocaba la bruja pécora de su prima, al mismo tiempo que no pudo evitar un grito ahogado de terror.
Taflau estaba anonadado, no aterrado, le latía el corazón como queriéndose salir de su pecho. Por un momento se desvaneció el vacío que sentía constantemente. Todo era extraño e incompresible.
—¡Aquí viene! —gritó Nereida, llena de alborozo—. ¡Deragah está aquí!
«GUOOOOOOO…»
De entre las espesas nubes negras, que desprendían rayos color turquesa y grana en su interior, emergió una ciclópea mano izquierda. A Taflau aventuró que cada dedo tenía más o menos el mismo tamaño que él. Era oscura como una noche sin estrellas, parecía un abismo de pesadillas capaz de aplastarlo todo. Al cabo de unos segundos emergió la segunda y última mano, ambas frente a un brazo más grueso que un tronco de roble. Los brazos tenían una gruesa capa escarcha, al igual que el resto de extremidades, misma que por el calor de la energía y el maná se evaporaba en segundos. La mano tenía cinco dedos, sí, y en ellos unas largas y puntiagudas garras de un plateado ennegrecido. Dedos que se retorcían de manera grotesca. Y habiendo emergido casi hasta los hombros, el Titán alzó los brazos hacia el cielo despejado de este nuevo mundo, como queriendo tomar un astro, cualquiera habría pensado que podría alcanzarlo.
Entonces se asomó su terrorífica cara, era sin duda la de un demonio —no uno del Averno, sino la visión demoníaca de los afkaanos al pensar en Durmor, el Señor de la Magia Lóbrega—. Se pudo ver en la penumbra, entre los relámpagos de los rayos de energía azul y roja: tenía una forma humana, sin nariz, tan sólo dos rendijas iluminadas como por fuego desde dentro, en esa cara negra, semejante a la roca, rodeada en cada lado por pequeñísimos cuernos y picos rojos (que otrora fueron negros); los ojos, ovalados y pareciendo que estaba ceñudo, eran rojos como la sangre de un akertano y con la pupila y el iris negros como el aura oscura de una etreumana.
Un ser lampiño y con una boca que asemejaba estar cocida que tenía en este mundo sólo los brazos y la cara. Unos brazos negros con incrustaciones de algo que parecía roca de color rojo a largo de ellos.
—¡Por Anorenyi! —exclamó Jaede por lo bajo, bastante nerviosa y mareada, sentía que le flaqueaban las piernas.
«GOGOGOGO… GUGUGUGU…»
Todos aquellos que rumoraban que Deragah hubo terminado flotando en las aguas del Segundo Cielo tenían razón. Ahora mismo, el resto del Titán seguía en el sistema solar Täinosïah, donde hace cuatro Edades estuvo el planeta Kahûmez antes de su destrucción.
Fue hasta ésta, la Treceava Edad del Universo, que alguien hizo resurgir a Deragah.
El fragmento de alma que le dio y le da vida al Titán Gaderiln ya estaba en este mundo, en la Tierra, donde se encontraban los demás fragmentos de esa alma. Y como antaño, se hallaba dentro de la ominosa creación de la Señora Lóbrega.
En Arce abundaban la desesperación y el terror, mas no en Taflau, menos ahora. Él estaba fuera de sí, catatónico, pero viendo con claridad eso que le llamaba la atención. No le veía el trasero ni los pechos a Nereida, era algo más imperioso.
La prima de Jaede sí que tenía miedo, pero la felicidad era aún mayor.
«¿Qué acaso la Bruja Innombrable no tuvo miedo de su titán?», pensó Nereida.
Y bien sé yo que […] tuvo miedo de lo que había creado, de esa sombra con la forma de hombre, aunque ella fuese misoandria. Pero no le importaba, al menos no por el amor a Durmor, porque consideraba a Deragah como su vástago, una sombra de poder y terror inmensurables.
Una sombra que se acrecentaba alora para ser igual de gigantesca como lo era en la Novena Edad.
«ZUOOH»
Ya estaba completo, por fin estaba en la Tierra. Un pie más grande que un automóvil —que crecía y crecía— bajó y bajó con lentitud hasta apoyarse en el asfalto. Lo resquebrajó y se creó un cráter. El suelo tembló.
Jaede tuvo que sostenerse de Jesús para no caer. En cambio, Nereida cayó sentada cerca de aquel inmenso pie didáctilo, dejando ver un semblante de asombro. Podía sentir que las manos se le movían solas hacia la flauta, rápido se la llevó a los labios para tocar la melodía Después del anochecer, como lo hizo desde el principio, cuando terminó de hacer el pentagrama, sin embargo, se detuvo porque otra vez…
«ZUTTAAAANH»
El segundo pie de Deragah tocó el suelo mientras las espesas nubes se consumían. Ahora Derag-gad, vástago de la más despreciable y poderosa magia de Durmor, se hallaba no en un planeta creado por Ragösu, como lo era Kahûmez, sino en la Tierra, un planeta creado por Sedo Bhruoh, el Número Cúbico Azul, con la ayuda de Tero Redoh y Priro Prudoh, otros dos Nímbar Kosmikósre. —Sí, los tres que hacían falta—.

Los ojos marrón oscuro de Jesús se desorbitaron y su boca se abrió involuntariamente. Seguía estando fuera de sí. Pero no dejaba de ver al Titán, sólo eso miraba, aun con la vista perdida. Así comenzó a avanzar. Lento, como un zombi, con los brazos oscilando y la espalda jorobada.
—Eres tú… —balbuceó— Tú. Tú estás dentro… Sí eres tú…, lo siento…
—¡Jesús, ¿qué te pasa?! —dijo Jaede, desconcertada y angustiada.
—Eres tú, tú. No es nadie más que tú. Te quería ver, añoraba… sentirte cerca…
—¿Te ha hipnotizado? Ay, Jesús, nooo —gimoteó su amiga.
Al muchacho se le anegaron los ojos en lágrimas, que empezaron a escurrírsele por las apiñonadas mejillas, goteando, cayendo de poco en poco sobre la acera.
—¡Me estás asustando! ¿No has visto al Titán?
—Lo veo… no puedo dejar de verle…
Arce cerró los ojos con fuerza y al abrirlos se los cubrió con el antebrazo izquierdo, no quiso ver, pues hizo eso para darle una bofetada a Taflau.
—¡Reacciona!
«BASH»
Gracias a Güoh el chico reaccionó. Se sobresalto, ni siquiera sintió el golpe. Jaede gimió y abrazó a su amigo estrechándole el torso con fuerza, cubriendo su rostro en el hombro de él, y ahí gimoteó hasta que el otro reaccionó por completo, y…
—¡¡Por la tanga de Gaderiln!! —exclamó desconcertado Jesús en cuanto vio a Deragah.
—No creo que Gaderiln usara tanga.
—¡¿Eso qué importa?! ¡Hay que correr! ¡¡Córrele, bruta!!
—¡Ustedes! —exclamó Nereida lanzándoles una mirada con cierto reproche.
Como por ensalmo, Jesús desistió de correr.
—Estén enterados de que Deragah se hará de este mundo, lo devorará y ¡todo su poder mágico será mío! —Iba a sonreír, pero, algo en su interior le decía que esos dos eran un peligro, no sólo un estorbo, era obvio lo que venían a hacer—. ¡Infelices! —berreó con furor—, se han confabulado para detenerme. Pero no van a torpedear mis planes. ¡No lo lograrán! Ustedes no tienen lo necesario para derrotar a una bruja de mi calibre mágico.
—¡¡Vieja pendeja!! —gritó Jesús, temeroso pero con una sonrisita burlona.
Jaede, alarmada, se volvió a él de inmediato.
—Jesús, no la insultes —dijo—. Porque fue un insulto, ¿verdad? ¡Ih, le dijiste tonta!
—Me apuñaló, Jaede, que no se te olvide.
Jaede asintió con vehemencia y enseguida volvió la mirada a Nereida, y al Titán. Aquel enorme ser estaba inmóvil, parecía una simple estatua gigantesca, como lo había sido millones de años atrás. No hacía más que respirar —aunque no lo necesitara— y esperar orden alguna de parte de su nueva señora.
Nereida sonrió, ya quería dar la primera orden, confiaba en que el Titán la obedecería, y qué mejor que acabar de una vez por todas con esos entrometidos. Extendió la mano con la que no sostenía la Atualf, allí, frente a su palma, algo invisible empezó a brillar.
«FASH»
Por arte de magia apareció un cetro muy bello de color negro, reluciente, con una esfera gris marengo hasta arriba: el Cetro Mágico de la Bruja Innombrable. Nereida sabía qué era, después de todo, el libidinoso de Majhicke le ayudó a conseguir a cambio de algo pervertido que no le gustaba recordar, y no porque le disgustara.
—Deragah y yo somos la superioridad en este planeta, ¡ríndanse!
Jaede, temerosa, dio un paso al frente. Mientras Jesús miraba al Titán. Era increíble, tan grande; estimaba que Deragah podía medir lo mismo que la torre de señal que hay a varias cuadras de su casa, la que está frente al Conalep #127, cerca del Cementerio Municipal No. 2.
—Nereida, por favor —dijo Jaede—, no hagas esto, no tienes por qué hacerlo.
—¡Tú no me entiendes, Jaede!
—Ni ella se ha de entender —musitó Jesús con retintín.
Nereida arrugó la nariz, molesta, pues sí lo había escuchado, pero lo dejó pasar, así de simple. Tan sólo los apuntó con el centro, sonriendo con suficiencia.
—Quedarán bajo los enormes pies de mi titán, nada podrán hacer. ¡Voy a matarlos! Uno de ustedes ya debía de estar muerto. ¡Te mataré esta noche, nahderilnizö!
Jesús se enfurruñó, ya bastante mal le caía esa bruja. Se adelantó frente a Jaede, con el ceño fruncido y una mano en puño, con la otra apretaba la varita de plástico.
—No le hables así a quien pudo haber sido tu padrastro —soltó de improviso.
—¿Qué? —se extrañó Jaede, con los ojos como platos.
—¡¿Qué dijiste?! —exclamó Nereida, pues, no daba crédito a sus oídos—. ¿Tú… qué?
—Déjate de cosas —dijo Taflau—, no vamos a dejar que hagas nada, no eres mejor que nosotros. —Esa ni él se lo creía, pero, supuso que algo debía decir—. No soy ningún nahderilnizö, yo soy un mago, mala bruja. Aparte, la cosa esa, el Titán, ni se mueve.
Y un estentóreo sonido gutural se escuchó, poniéndole a todos los pelos de punta. El Titán no se movía, pero empezó a emitir esos horrendos sonidos. Arce tembló de pies a cabeza. Taflau sintió como si se le helara la sangre. Ambos azorados. Por su parte, Nereida dejó de temer, la criatura estaba de su parte, así tenía que ser, sólo ella no tendría por qué temerle. (Aunque en el fondo la mente no dejaba de recordarle cómo es que murió la Señora Lóbrega).
—Mi querido Deragah —le dijo con cariño al Titán, volviendo la cabeza hacia arriba para poder verle la cara, aquella cara que también la miró—, yo te traje de vuelta, así que, por favor, cumple mis órdenes… ¡aplasta a esos dos!
No hubo respuesta por parte de Deragah, y no porque no tuviera una boca como se debe, sino que no emitió ningún otro sonido o siquiera se movió, permaneció observando a la bruja, recordando las cosas del pasado. Estaba confundido. Porque, ¿qué había sido de la Bruja Innombrable, su creadora?, su conciencia quería saberlo, pues la amaba, tal vez su alma no, pero su conciencia la amaba por ser su hacedora, por haberle dado forma y convertirlo en lo que es: un engendro de la magia lóbrega.
—¿Los aplastarías por mí? —pidió Nereida cual niña mimada.
En el ínterin, Arce retrocedió luego de que Taflau le dio la mano, la haló hasta llevarla a la otra acera, escondiéndose de Nereida, que le rogaba más y más al Titán Mágico.
—¡Es un monstruo! —exclamó Jesús—. ¡Es un puto monstruo gigante que tenemos que derrotar aquí mismo, en Mante! Y podría matarnos a nosotros… ¡¡y a todos!!
—Baja la voz —susurró Jaede.
—Si esa cosa nos pisa, nos hace mierda.
—Por favor no digas malas palabras, Jesús.
—Perdón, perdón. ¿Ahora qué hacemos entonces?
—No lo sé —repuso nerviosa Jaede—, aunque hubiera venido sola, no hubiese sabido qué hacer. Estoy aterrada, el Titán de verdad está aquí. Ay, Jesús… ¡ay!
Jesús era un pésimo líder, al menos eso lo consideraba él mismo, siendo que era mejor siguiendo órdenes que haciendo las cosas por él mismo, simplemente por pereza. Pero Jaede necesitaba que la liderara por un momento, que aportara ideas ahora que no las había.
—Huir —dijo él—. No queda de otra, o nos quedamos y nos pisan, o corremos y no nos pisan. Hay que correr. Corre, Jaede, corre. Mira, ya sé qué podemos hacer.
—¿Qué cosa? —Jaede lo miró, su gesto era de agradecimiento, aunque lo opacaba la preocupación y la frustración.
—Tú regrésate por donde nos vinimos, vete pa’ la plaza, si puedo allá te veo.
—Está bien, pero, ¿y tú, Jesús?
—A eso voy, mamacita. Yo voy a hacer que me persiga el Titán.
—¡No! ¡No puedes hacer eso! ¡Te aplastará!
Taflau exhaló un pesado suspiro y al cabo farfulló:
—Nos vamos a ver bien pendejos si nos persigue juntos, así no, mejor separados. Y si a ti te persigue Nereida, pues vas a tener que enfrentarla, no hay de otra. Ponte las pilas ‘ora sí. Yo me voy a llevar al Titán hasta la Plaza Principal, allí te veo si no matan a ninguno. Échale chingazos, mamacita.
Jaede iba a protestar a más no poder, cuando se oyó el estruendo de una pisada.
«¡ZUTTAANH!»
—¡Güoh santo! Ha comenzado a moverse —gimió Jaede con una mano en la boca.
—¡Corre!, y mientras piensa en algo que podamos hacer si esto nos sale bien.
La bruja comenzó a temblar, bastante nerviosa, y cubriéndose con las manos, de modo exiguo, un gesto de terror.
—Ay…, ay. Correré, sí. Ya voy. —Y avanzó unos pasos, trotando, antes de detenerse y volverse a Taflau—. Jesús, ya sé qué hacer, podemos aparecernos en otro lugar para meditar mejor las cosas. Lo hacemos cuando nos veamos en la plaza.
Jesús asintió, viendo cómo se marcaba su amiga la brujita, con aquella túnica azul, al puro estilo de Megumin, ondeando. Corría con una mano en la varita y otra en su sombrero de punta.
—Jaede, ¿cómo nos vamos a aparecer en otro lado si te salen mal los hechizos? —dijo Taflau, volviendo a suspirar con pesadez.
Caminó rápido hasta la intersección de Manuel Cavazos Lerma y Pedro J. Méndez, desde ahí era mejor para ver a Nereida y al Titán Gaderiln. Le alegró un poco que Nereida no atacara a Jaede cuando huyó. Por suerte ya estaba lejos, pronto doblaría por la Avenida Juárez. Ahora, aunque a la distancia, estaban frente a frente él y la bruja que lo había apuñalado.
Ambos se miraban con desprecio.
Deragah miró a Taflau con cierta curiosidad, le llamaba la atención su esencia mágica, o eso en su interior, había algo en él que era distinto.
—¿Qué esperas, querido? —oyó decir a su nueva ama—. ¡Aplasta a ese nahderilnizö!
Más grotescos sonidos guturales, que se convirtieron en potentes gruñidos. Bien le había imbuido la aversión por los nahderilnîzöz, especialmente por los del sexo masculino. Aquél parecía ser un hombre, así que según sus instintos, y la orden de su nueva ama, lo único que había que hacer era acabar con su vida. Haría lo que decía la frase que la Señora Lóbrega constantemente gritaba: «¡Hay que aplastar nahderilnîzöz!»

La bruja, con el cetro flotando a su espalda, se acercó la boquilla de la Atualf a los labios, sonriendo. Sabía qué tocaría ahora que el Titán Mágico estaba bajo su control, ahora que empezaba a dar esos lentos, pero largos, pasos para aplastar al despreciable nahderilnizö.
—¡Nahderilnizö! —llamó a voces a aquél que corría a toda prisa por la calle Manuel Cavazos Lerma, hacia la intersección de ésta y Vicente Guerrero.
Taflau doblaría por ésta última calle, rumbo a la Plaza Principal, y por el miedo que sentía iba corriendo más rápido de lo normal.
—Fuyō suru. —Nereida se elevó en el aire, varios metros, pudiendo ver al muchacho que corría y corría.
Era una figura azul que se alejaba, mientras Deragah avanzaba con una lentitud digna de algo descomunal, para ¡aplastar al nahderilnizö!
Nereida ya quería ver cómo lo aplastaba, por ello lo seguiría junto al Titán.
—Hay que poner más ambiente a esto, ¿no? ¡Ufu, fu, fu, fu! Muere escuchando la tonada de Ratas en lo que fluye la magia de Deragah.
Taflau se quitó los audífonos y se los puso alrededor del cuello, como un collar. No escucharía más música por el momento, pero, lo que dijo la bruja, le hizo recordar Rats de Mr.Kitty; la canción casi sonaba en su cabeza. Corría y corría, sus pies hollaban el centro de la calle, y a pesar de ir allí no había temor a que lo arrollara un coche, sino el enorme pie del Titán Mágico.
«ZUTTANH…, ZUTTANH…, ZUTTANH…»
El sonido de los pasos alimentaba su inmenso miedo, tan inmenso como los pies que amenazaban aplastarlo. Inclusive podía escuchar los postes de luz siendo aplastados y derribados. Esto comenzó un incendio cerca del Parque Lineal. Los cables de alta tensión eran reventados y caían al pavimento como serpientes descontroladas que escupían chispas de diversos colores. Las calles al paso de Deragah se inundaban de electricidad, el pavimento cedía e incluso el canal Cavazos Lerma se vio afectado.
Taflau no supo cómo incrementó la velocidad, pero trataba de controlar su respiración, aunque era algo difícil teniendo en cuenta el sonido de las pisadas del Titán Gaderiln. Corrió y corrió, aún con la suerte de seguir con vida. A toda prisa pasó por la intersección de Vicente Guerrero y Hermenegildo Galeana, pasando entre suBodega! Galeana y una sucursal de Central de Carnes Mante. Sin embargo, ya jadeaba un poco y su velocidad menguó. No le quedó de otra que tomarse un respiro, al cabo el gigante estaba a buena distancia. Taflau se detuvo frente a un Almacén China, que estaba cerrado. Ahí permaneció un momento…
«¡ZUTTAAAHN!»
Un enorme pie partió el asfalto a un par de metro de él. Se volvió con los nervios a flor de piel, agitado, sin parar de jadear. Ahogó un grito cuando vio que Deragah cerraba su colosal puño. Taflau se quedó frío, inmóvil como una estatua. Una estatua que destrozarían si se quedaba allí. No obstante, algo dentro de sí lo hizo reaccionar, y se azoró, abriendo mucho los ojos.
«FUUUUSH… ¡¡DOGOH!!»
Hubo un estruendoso golpe, tan fuerte que hubiese ensordecido a cualquiera, por lo que el suelo tembló. La acera había quedado deshecha, al igual que el Almacén China. Deragah estaba elevando el puño otra vez, con espantosa lentitud, provocando un grave susurro en el aire.
Jesús lo comprendía bien: el Titán tenía intenciones de aplastarlo como a una cucaracha.
«Estoy igual de feo que una cucaracha, pero no es como para que me apachurre», pensó, con un dejo de ansiedad, la cual se reflejaba de manera notoria en su cara.
Así que corrió, sin más alternativa, aunque no era bueno corriendo. Corrió y corrió y corrió por las solitarias calles del centro.
Por una extraña razón sintió que recuperaba sus fuerzas y el aliento, no jadeaba más, pero quizá sólo era por el incesante pavor que le recorría el cuerpo como agua fría.
Corrió, huyó como una rata. Empero, él tenía en mente que era como correr como Forrest Gump, porque no era ninguna rata ni ninguna cucaracha. ¡Era un mago! Y estaba intentando salvar su mundo de esa desquiciada bruja con problemas parentales.
Dobló a la izquierda por Ignacio Zaragoza Sur, y en la esquina dobló a toda prisa por la Avenida Juárez, yendo directo hacia la Plaza Principal, como había quedado con su mejor amiga.
Detrás, Deragah aplastaba las tiendas, deja huellas en el viejo pavimento y derriba más cables de alta tensión. Las personas en la plaza Plutarco Elías Calles lo veían con claridad, aun la propia Arce.
Jesús divisó a Jaede, que, gracias a Güoh, estaba parada en la intersección de José María Morelos y la Avenida Juárez. Sus miradas se cruzaron, esa fue la señal para que ella empezara a conjurar el hechizo que los desaparecería de allí. El problema era que Jaede no podía concentrarse porque su vista se desviaba al titán que se aproximaba.
Taflau llegó derrapando frente a la bruja, mirándola a la cara con ansiedad. Arce le devolvió una mirada semejante, nerviosa y temerosa, le temblaba los labios.
—Tienes que saber que nunca he hecho este hechizo —declaró con celeridad—, no sabemos si resultará, si no habrá que planear algo rápido.
—Ya lo sospechaba. Bueno, apúrale, vámonos a la chingada.
—¿Adónde?
—¡¡Haz el hechizo, no importa, tú hazlo!! —vociferó exasperado Jesús.
—Lo siento, lo siento, lo siento —dijo Jaede con nerviosismo—. Aquí vamos, sujétate de mí. —Jesús no tardó en asirle el delgado antebrazo, casi abrazándola.
El Titán estaba mucho más cerca, su ciclópea mano estaba por ceñirse en ellos.
—Lehe’alem. —Jaede cerró los ojos, entonces…
«FLUP»
Cuando la bruja abrió los ojos ya no estaba en la Plaza Principal, sino cerca de la Glorieta Benito Juárez. Lo que vio fue la enorme cabeza dorada del expresidente Benito Juárez en el centro de la glorieta. Taflau habría dicho que casi cualquiera era más grande que Benito Juárez, pero no estaba aquí para decirlo.
—¡¿Eh?! ¡Jesús! ¡¿Jesús?! ¡¿Dónde estás?! —Jaede volvió la cabeza a un lado y a otro y a otro, pero nada, Jesús no estaba en ninguna parte—. ¡¿Dónde, dónde, dónde?! Ay, ay… No. ¡¿Qué hice, qué hice, qué hice?! Lo siento…, lo siento tanto, Jesús.


–※–
Taflau corría con brío, aun cuando el pecho le dolía por el esfuerzo y la respiración no le ayudara en nada, y a pesar de eso, por terror, no pudo evitar gritar.
—¡¡Aaaaaaah!! ¡¡Jaaaaeedeee!!
«ZUTTANH…, ZUTTANH…, ZUTTANH…»
El Titán Nuzashii estaba pisándole los talones; por suerte, y gracias a Güoh, no era de manera literal. Sin embargo, corrió. No quería que la hilaridad de Nereida fuera lo último que oyera en vida, sólo quería volver a ver a Jaede.

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora