VI ★ Cumpleaños de Jaede, 6 de ranorúdl

0 0 0
                                    

El nipyi (domingo), último día de rúled (febrero), también llovió a cántaros, sin embargo, para el eirrendey (lunes) primero de ranorúdl (marzo) el cielo era raso, brillante y se asemejaba a un estático mar esférico, sin protuberancias. Así fueron los días siguientes. Esta primera semana de ranorúdl, penúltimo mes del año en el calendario zuriano, Jaede la pasó buscando y buscando por todo Ciudad Mante a Nereida. Seguía sin tener resultados, tan sólo había chicas que se le parecían desde lejos, pero ninguna era Nereida. Ya casi un mes buscando y nada. Si Jaede y Jesús no se hubiesen hecho amigos, habría pensado que vino en vano. Ahora, cada vez que un día de búsqueda no daba resultados, no se ponía triste, porque estaba Jesús, alguien con quien pasar tiempo al menos una vez por semana. Además de que él le ayudaría a buscar a Nereida, aunque no supiera qué aspecto tenía aquella otra bruja. «A lo mejor se viste como Jaede —había pensado Jesús—, así va a ser más fácil dar con la tal Nereida.»
Se llegó otro wizgye, y no era otro wizgye cualquiera, no, sino que hoy era seis de ranorúdl, la joven bruja Jaede Arelín cumplía un año más de vida. Tenía quince años. Tres veces cinco, una edad especial para los Derilnz.
Jaede esperó recostada a que llegara la hora de su cumpleaños. Fuera el cielo se caía, el viento golpeaba la casa de campaña y el agua chocaba con fuerza. (Sólo Güoh sabía por qué aquí también era cinco de ranorúdl). Tenía un reloj de arena de no más de veinte centímetros, donde la arena caía durante todo el día, y estaban cayendo los últimos granos de arena negra —dentro del reloj luminoso—, caían segundo a segundo, para darle fin al quinto día del onceavo mes del año 10991. En la base superior del reloj se marcaba: «23:59», con luces fluorescentes color azul claro. Segundos después, el retoño de Daele Arelín ya era una chica de quince años de edad. El décimo quinto cumpleaños de Jaede sería el primero que pasaría sin su madre.
Despertó esperando ver al sol de la Tierra salir, y por suerte las nubes se disiparon en las últimas horas de la madrugada. Se sintió feliz de poder ver el Sol asomarse desde el horizonte el día de hoy, pero al cabo sus ánimos decayeron bastante porque no recibió felicitaciones desde tan temprano.
Mamá solía despertarla, sonriendo de oreja a oreja, para desearle un muy feliz cumpleaños. Le daba un efusivo abrazo y comían pastel de chocolate en el desayuno. Pero… hoy no estuvo Daele… tampoco Naere… ni siquiera se encontraba en Wizgokou. ¿A Nereida le importaría está fecha y aparecería?
Pues no empezó como un feliz cumpleaños, Jaede se preguntó si seguiría siendo así.
Leyó toda la mañana, hasta que se preparó el desayuno: un tazón de cereal con leche y fruta picada; no un exquisito pastel de chocolate entre risas con su madre. Desayunó a las nueve, como de costumbre. Y como hizo cada wizgye desde que Jesús venía a visitarla, almorzó antes del mediodía; ya merendaría a las tres de la tarde.
Jesús llegó como a eso de las doce menos diez, montado en aquel artefacto que lo transportaba, el mismo en el que pasearon la semana anterior y fueron a la Plaza Principal. En aquella ocasión el muchacho le compró un helado de chocolate, sabor que ella eligió, y él, en cambio, se compró uno de fresa. («Me gustan mucho las fresas», le hizo saber Jesús). Pero no tardó en preguntarle a la bruja algo que le pasó por la cabeza mientras probaban los helados.
—Si te estás comiendo eso, ¿el cono no está flotando a un lado mío? Digo, con eso de que nadie más te ve —dijo Jesús con cautela, aparentando que hablaba por teléfono.
—La mayoría de veces los nahderilnîzöz ignoran la magia —argumentó la bruja—, así que sé que para sus ojos no tienes un helado flotante junto a ti. ¡Qué gracioso sería, ¿no crees?! —Soltó una risita alegre.

—Buenas las tengas y las tardes también —dijo Jesús cuando se le acercó. Sonreía, venir aquí le producía felicidad. No imaginaba el día que viniera y Jaede no estuviese.
—¿Qué? —rio ella, llevándose una mano a la boca—. Me alegro de verte hoy, Jesús.
—Yo también, señorita bruja. Y qué, ¿sí vamos a aprender los hechizos que hacen barreras invisibles? —Jaede no contestó—. ¡Ah!, y te iba a decir. No sé cómo le hice, pero si toco mi celular con la varita ‘y’ imagino que tiene la carga completa, ¡se carga al cien porciento! Y la batería le dura normal. Ah, también, ¿qué rollo con…?, que diga, ¿para qué sirve bien a bien el hechizo obstupefacio? Dice el libro que causa asombro en quien se usa, ¿no? Pero, ¿por qué es ilegal?
De súbito, Jaede salió de su abstracción.
—Disculpa —dijo—. Este… El hechizo obstupefacio es ilegal por la misma razón que lo son los hechizos mentis domain, introspicere aliorum memorias y memoriam tenebris cantatio, entre otros más: maneja mentes ajenas.
—Con razón. Sí, pu’s controlar mentes ajenas está mal.
—Oye, Jesús…
—Mande. ¿Qué pasó?
—¿Sabes… qué día es hoy? Sabemos que es wizgye, pero a lo que me re… ¡Ay, olvídalo!
—La verdad, no sé —declaró Jesús. Posterior a eso revisó en su celular, donde, sonriente, pudo apreciar a Kaede Hondo en el fondo de pantalla de bloqueo. «Ay, se parecen bastante —pensó—, ella y Ede-chan. Están igual de lindas, preciosas, bellas, hermosas»—. Es seis de marzo. ¿En tu calendario qué día es? Con eso de que los meses se llaman diferente.
—Mira. —La bruja sacó de la túnica azul un pequeño calendario y se lo entregó al chico.
Él lo tomó y vio los nombres de los doce meses: suvéire, doká, rihí, ganfra, ermí, miofius, biriux, varolo, vésur, rúled, ranorúdl y freog. Según el calendario, hoy era seis de ranorúdl.
«¡Yo cumplo el seis de ranorúdl!», recordó que Jaede decía.
«¡Es hoy! ¡Hoy cumple años!»
Jaede estaba viendo el suelo, parecía apenada, sobándose el brazo con la mano derecha.
—Jaede…, ¡felicidades! Ven pa’ que te dé un abrazo.
Estrechó a la brujita, con cariño, entre sus brazos. Se sintió tan bien.
—Muchas felicidades, Jede, que cumplas muchos años más. Llega a viejita, ¿eh?
—De verdad, Jesús, muchas… muchas gracias. ¡Mâčihz ghankou!
Los ojos de la cumpleañera se anegaron en lágrimas, temía mojar la negra de Jesús, y no quería que la volviera a ver llorar. Hizo lo mejor que pudo para que las lágrimas no salieran, por más que querían. ¿Lágrimas de felicidad o tristeza?, no lo sabía con certeza.
De improviso se sobresaltó. Levantó la mirada entre el pecho de Jesús.
—¡¿Cómo me has llamado?! —A Jaede le brillaron los ojos.
—Jede. Me comí una letra a propósito, ¿eh? ¡Jede-chan!
—¡Es un apodo! Mamá solía decirme Jae de cariño. Que viene de “jhaë” en onamík, significa “lindura”. N-no sé si… —La bruja se ruborizó, inclusive se llevó las manos a la cara—. ¡Claro que no has de saberlo! Sólo te he oído hablar oiralétir, eirrenglés y niponés.
«También hablo pura pendejada, pero eso es aparte», pensó Jesús.
—Lo que pasa es que… ay… Jede se pronuncia igual que “jhedë”, “linda” en onamík.
—Pero, pues si sí estás linda, Jede.
—G-gra-gracias —gimió Jede poniéndose más roja, sus mejillas estaban que ardían.
Jesús dejó de abrazarla, unos segundos más y a Jaede le hubiesen flaqueado las piernas, de por sí sentía que le temblaban un poco. El corazón le latía con fuerza, como queriéndose salir.
—No traigo dinero como pa’ comprar un pastel —dijo Jesús, excitado, eufórico—. Ahorita vengo. ¡Deja voy a una tienda! Mínimo te compro un Gansito, te pongo Las Mañanitas de Cepillín y hasta te las canto yo también. ¡Ahorita vengo, ‘pérame! —Agarró la bici sin decir más y se fue como rayo.
Jaede tan sólo esbozó una tímida sonrisa. Quería echarse a llorar, no supo por qué, llorar y llorar. Hizo que dejara de sentirse sola en un día tan especial, sin duda la conmovió. Por más que él la conmoviera, resistiría las ganas de llorar, y nada le diría muchacho. (De haberle dicho que quería llorar, Jesús le hubiese respondido: «Llora, si quieres llorar, llora. Como dijo Gandalf: “No todas las lágrimas son malas”.»)

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora