IX ★ Recuerdos del bosque Rowlkieng

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Nadie haría una broma semejante, quizá ni siquiera Nereida. Quienquiera que fuese la persona que dejó la Flauta Mágica estaba seguro de que era auténtica. Porque lo era. La legendaria Atualf estaba completa. Eran todas las piezas: el pie, el cuerpo y la cabeza, incluso el bloque. Y es que se trataba de una flauta contralto. Jesús le comentó a Jaede que era parecida a la que llevaba en la secundaria para la clase de Música. Pero la bruja se negó a que la utilizara cuando lo quiso hacer.
—¡Puede ser muy peligroso! —voceó alarmada—. No conozco mucho sobre ella, hay que investigar primero. Ay, no sé si traiga conmigo libros que hablen sobre la Atualf. Dejé en casa El mito de las Mágicas Reliquias Sagradas.
—¿No que no está embrujada? —dijo Jesús con recelo.
—No lo está, o al menos eso asegura el pergamino de quien la dejó. No hay que fiarnos tan a la ligera. De todos modos hay que investigar, ¡es muy peligroso si la usamos! Lo mejor será no tocarla.
—¿Sí la tocamos despertaría el Titán, o cómo?
—No lo sé… —gimoteó Jaede—. Lo que sí sé es que esta cosa es capaz de derrotar a cualquier akertano con tan sólo soplarle un poco, algo así me explicó mamá. Y la que todos se saben: que quien toque la Atualf cuando el planeta Muertex esté destruido desalojará de todo su poder al dios Mortox.
—No dudo que ‘hayan’ dioses —declaró Jesús—, y jamás he dudado de la existencia de Güoh, pero, ¿tan poderosa es la cosa esta? ¡¿Quién inventó algo así?!
—Aromus Gaderiln.
—¿En serio? ¿Pudo crear algo así de poderoso?
—Con ayuda de la Reina Muerte —repuso Jaede.
Jesús le creyó a pie juntillas. Esa flauta era entonces un artefacto mágico creado por el mejor y más grande mago de todos los tiempos.
—Dices que no traes libros que hablen sobre la flauta, ¿y uno que hable sobre Aromus Gaderiln? ¡¿O sobre el Titán?! Allí debe de hablar sobre la flauta.
—¡Es cierto! —exclamó Jaede—. Pero investigar sobre la Atualf en libros que hablen sobre Gaderiln y sus nueve Mágicas Reliquias Sagradas será más tardado. Tenemos que investigar donde se hable sobre Deragah.


De Jîztorýeh nof ar Deri nof Zura (Historia de la Magia de Zura), por Murgha Mukdizph, capítulo Del ominoso Titán de la Bruja Innombrable:
Deragah ( ᛞ エ r ア グア h , del onamík ᛞ エ r ア グ [Derag], ‘titán’, originalmente ᛞ エ r ア グ- ぐ ア đ [Derag-gad], ‘Titán-grande’ o ‘el Gran-titán’; en mekishkiano Nɐɥɹɥƃ Nɐ̗ʇᴉʇ [Nahrhg Nátit], ‘Gran Titán’, o ꓷǝɥɹɐƃɐɥ; נʔתדϵתא שׁαζΨנ [Nuzasch Thetdán] en jorenyipgo, ‘Titán Nuzashii’; Δράγα [Drága] en graingo; a veces デラガ [Deraga] en niponés por los nipícolas y llamado ⰌⰅⰀЂⰔЂⰅⰓⰃ ⰕⰀⰫⰋⰕ [Jeahsherg Tayit] en kenkodájir, ‘Titán Mágico’), también llamado Titán Gaderiln, Titán Gaderag o Titán de los Nuzashii, o simplemente Titán Nuzashii, es el gigantesco monstruo creado por la Bruja a quien los etreumanos llaman «Bruja Innombrable» por los actos ilícitos, blasfemos e inicuos que cometió en el planeta Muertex de la Galaxia Mortox. El Titán Gaderiln fue creado con la más despreciable y poderosa magia lóbrega, como si lo hubiese engendrado el propio Durmor ar Misdö Durmo. También se arguye que se usó magia negra en su creación. Esto se dice porque la Bruja Innombrable, haciendo uso de poderosos hechizos oscuros y llevando a cabo el sacrificio de un recién nacido, utilizó la estatua de un descomunal demonio que se encontraba en algún templo pagano del planeta Afkáhan para darle forma física a su Titán Mágico. Para ello utilizó, además, un fragmento del alma de una virgen etrumana, sangre de un akertano y una Mágica Reliquia Sagrada, la Atualf, es por esto que el Monstruo es considerado uno de los seres mágicos más poderoso de la Galaxia Zura y de todo el vasto Universo. Por ende los Mangos Lóbregos le rinden culto a Deragah y a su creadora, la Señora Lóbrega, y reclaman el poder del Titán como suyo.
El antiguo, gigantesco y poderoso monstruo Deragah existió hace millones de años, en la lejana Novena Edad del Universo. Primero, la Señora Lóbrega le dio forma física, pero era un ser torpe que se bamboleaba al andar, así que, con ayuda de sus seguidores, lo transportó desde Afkáhan hasta Kahûmez, un remoto planeta de la Galaxia Zura, ubicado en el sistema solar Täinosiah. Al cabo, un grupo de Brujos emplearon la magia lóbrega y perfeccionaron por fin al que llamaron Derag-gad. El Clan Nuzashii —actualmente conocido como el Clan Gaderiln— pretendía utilizar al Titán para vencer a Aromus Gaderiln y al Rey Hechicero de Arreito.
[…]
Sin embargo, Deragah se descontroló y mató a la mayoría de miembros del Clan Gaderiln; a los pocos que quedaban luego de la colosal derrota sufrida por culpa del Rey Hechicero. Algunos —de la infinitesimal de adeptos que alcanzaron a huir y, se dice, el propio Gaderiln— atestiguan que el culpable fue un Mago Lóbrego de nombre Hrughon.
Aunque hubo otro factor importante mencionado en los escritos del Rey Hechicero, donde se revela que el Titán Gaderag, consciente a pesar de todo, no estuvo conformo cuando […]
[…]
Desde ese día no se supo nada más sobre la Bruja Innombrable, ni de Deragah el Titán Mágico.
Al final el planeta Kahûmez estalló como por ensalmo. Se ha rumorado por milenios que Deragah terminó flotando en las aguas del Segundo Cielo, otros dicen que se desintegró en cuanto Kahûmez se destruyó y que el cuerpo o el espíritu de Deragah ha perdurado en el sistema solar Täinosiah, desde esa ocasión considerado maldito, pero no se sabe. Al tiempo que se escribe esto no ha sido encontrado rastro alguno del Titán de los Nuzashii. Incluso algunos creen que Aromus Gaderiln, como se mitifica, haciendo uso del hechizo Miracle Illusion, derrotó a Deragah y lo selló en la legendaria Atualf, la Flauta Mágica, en cada una de sus partes.
Las partes de la Täfä Derilnizä fueron esparcidas por todo el Universo con el fin de que ningún Mago Oscuro intentara hacer resurgir al Titán. Hasta el momento, en la Décima, Onceava y Doceava Edad, ningún Mago ni nadie ha hecho resurgir al Derag-gad.


—Entonces es de ‘agüevo’ que se ocupa la flauta para despertar al Titán —dijo Jesús. Todavía tenía un regusto mezcla de repelús y añoranza que le dejó lo que había leído, no supo por qué.
—¿Es de qué? —se extrañó Jaede.
—Que se necesita la A… Atualf para hacer resurgir al Titán. ¡La tenemos nosotros! Así tu prima no va a poder usar al Titán.
—Recuerdo que en una de las clases de magia que me daba mamá, mencionó que se podía hacer resurgir a Deragah como lo creó la Señora Lóbrega: con sangre de un akertano y el fragmento del alma de una virgen etrumana. Pero no escuché todo lo que habló sobre el tema porque la noche anterior no dormí bien y me dormí a media clase.
—¿Te aburrían las clases de magia? —quiso saber Jesús, que seguía fascinado con el mundo de Jaede—. Digo, porque si yo asistiera a clases de magia pondría mucha atención. Es más… ¡a ti te pongo bastante atención, Jaede-senpai!
—Las clases con mamá jamás fueron soporíferas —declaró Jaede—, aunque ella aseguraba que en un colegio normalmente sí lo eran. Claro, a excepción del Colegio Puaakuhra.
—Pu’s si todavía se puede hay que inscribirnos allí —bromeó el muchacho.
La bruja no entendió bien la broma, por lo que dijo:
—Tal vez sí podamos. Si tenemos todos los papeles en regla, y tú una licencia para usar magia en la Galaxia Zura. Pero tendríamos que estar viviendo en Eirrenland, en Eirrenglet.
Jesús, como no queriendo, le echó un vistazo a la Atualf, esperando que Jaede ni creyera que estaba viendo su ropa interior.
—Hay que tenerla bien guardada —dijo, casi ausente. De alguna manera lo embelesaba ese instrumento.
—¿Eh? —Tomó desprevenida a Jaede—. Disculpa. No puedo dejar de pensar que es la auténtica Flauta Legendaria. Pero, ¿quién la habrá dejado? ¡Me la dejaron a mí!
—Bueno, bueno. Hay que tenerla bien guardada, ¿no? Mira, mientras Nereida no la tenga, creo que todo va a estar bien. No hay que dársela, pase lo que pase.
—¿Y si de todos modos despierta al Titán?
—Aromus Gaderiln ya lo selló una vez, enton’s lo sellamos otra vez. Si lo hace resurgir tal vez podamos… controlarlo, no sé. Pero con que Nereida no tenga la flauta.
—Pero lo de Gaderiln sellando a Deragah es sólo un mito.
—Aquí hay muchos mitos que sé que son verdad, ese a lo mejor también lo es.
—La guardaré. —Jaede exhaló un pesado suspiro—. Temía que estuviera embrujada, en especial porque está sobre mi ropa interior. No quería quedarme con las mismas bragas puestas —añadió cuando el rubor le alcanzó el rostro.
—Lo bueno que no, ¡bendito sea Güoh! —dijo Jesús, abochornado. Al cabo se levantó con desgana. La verdad quería quedarse un rato más—. Ya me voy. Mañana nos vemos para que me regreses el libro, o si quieres dámelo cuando puedas. Si te encuentras a Nereida no le digas nada de la Flauta Mágica. —Caminó a la salida, luego de tomar su mochila azul. Antes de marcharse se volvió a Jaede—. Si el wizgye que viene no vengo, nos vemos al que sigue.
—Está bien. Cuídate mucho. Ten por seguro que guardaré muy bien la Atualf.
Jesús asintió y meneó la mano para despedirse. Salió de la casa de campaña y Jaede no lo volvió a ver ese día, hasta el siguiente que le devolvería el libro.


–※–
El wizgye tres de freog Jaede no vio a su amigo, pues no asistió a las lecciones de magia de ese día, lo que desanimó a la bruja. No ver a Jesús, por primera vez, la desanimó aún más que haber pasado una semana sin rastro de su prima. Así fue la última semana de ranorúdl, y del mismo modo estaba siendo la primera semana de freog. Un pensamiento le subió los ánimos: que vería a Jesús el próximo wizgye. Era mañana, lo vería pronto.
Hoy era zahataíd nueve de freog. Al haber pasado otros cuatro días leyendo sin encontrar a Nereida, Jaede decidió abstenerse de buscar ese día, prefería descansar y seguir leyendo con tranquilidad los libros que su amigo le prestó. Ya estaba leyendo el último libro, iba a más de la mitad. Pero dejó esa lectura para continuarla en la noche. Decidió aprovechar el tiempo antes de leer para investigar sobre la Atualf en uno de los tantos libros que hablan sobre Aromus Gaderiln: Vida y obra de Aromus Gaderiln. El libro poco hablaba sobre la Atualf. Venía el relato del extraordinario combate de Aromus Gaderiln y Areghno ar Llýë Gurall, pero allí estaba escrito sin unas cuantas cosas extra de las que tía Naere le contó más de una vez. También se relataba sobre cómo Gaderiln subyugó a una Bestia Maldita del dios Etretox, al Calvariae Tenebrae, y extrajo poder de su espíritu para crear a su Perro Maldito. Mismo poder espiritual que usó para darle origen al Schwaah Taba’at, el Anillo de Gaderiln, mismo que forjó con ayuda de Teng Amemya en el fuego del Gehena.
Luego de no haber encontrado nada de lo que esperaba, cerró el libro y se levantó, exhalando un largo suspiro.
—¡¡Ayyyy!! —gritó al momento de tropezarse con algo que pareció invisible.
El libro —que en la portada dejaba ver a Gaderiln con una túnica púrpura de estrellas y lunas crecientes blancas, con un gorrito puntiagudo a juego, y aquellos característicos bigotes y larga barba de un longevo color plata— cayó al suelo con un golpe sordo.
La muchacha abrió los ojos, aún sentada en el suelo, y vio el libro, aterrada por si se había dañado. No obstante, lo que llamó por mucho su atención fue… una fotografía.
La fotografía estaba volteada, por detrás era amarillenta. Tenía algo escrito.
Jaede la tomó mientras se levantaba, observándola con recelo. Se percató de lo que tenía escrito. Lo garrapateado, con trazos finos, pero desiguales, decía:

Sé que no podemos estar juntos ahora, pero te juro por Jhavâh que volveré para estar contigo.
Eht lêth mačih, froh oulwëyz ird twh oulwëyz, fum jhaë.

Tan pronto terminó de leer la volteó, casi con ansiedad. Entonces vio que en la fotografía estaba retratado un hombre, que aparentaba estar a finales de los cincuenta o sesenta. Un hombre bastante apuesto, con finta de dandi, de cabello castaño y ojos azules; no llevaba barba, aunque de llevarla se vería más apuesto. Un mago que bien podría ser wizgokiano, zaatirvano o eirrenglés, para nada afkaano o niponiano, mucho menos mekisokiano.
Desde que tenía memoria, por fin estaba viendo el rostro del hombre cuyo esperma la hizo atolondrada para realizar hechizos, diestra y con una maravillosa capacidad lectora.
—¿Quién será? —musitó Jaede.
No soltó la fotografía. Se acercó a donde tenía sus libros y de Jîztorýeh nof ar Deri nof Zura sacó otra fotografía: la de aquellas dos bellas mujeres, mamá y tía Naere. Miró un instante a la bruja de túnica azul, pero luego pasó la vista a la bruja de túnica púrpura, su madre.
«Mamá —pensó—, ¿es quien creo que es?»
Naturalmente, no habría respuestas…, sin embargo, esto se trata de magia. La mujer pelinegra de radiante sonrisa que vestía de púrpura hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Su hija parpadeó con fuerza luego de abrir mucho los ojos, y en ese momento le llegó un pensamiento:
«Papá.»
Otra cosa no pudo pensar. Aquel hombre era su padre, el mismo que las abandonó y que no se quedó para criarla, aconsejarla y darle su amor y cariño, pero lo más importante…
«Él no se quedó para cuidar a mamá antes de que muriera. Pudo haber hecho algo para que ella se salvara, ¡para que sanara y sobreviviera!», se dijo Jaede en el pensamiento, enfurruñada.
Arrojó al suelo la fotografía de su padre y enseguida sacó la varita de dentro de la túnica, para con ella apuntar lo que había tirado. Frunció el entrecejo y enarboló la varita.
—Surge —refunfuñó.
Así hizo que la fotografía se elevara en el aire, quedando cara a cara con su padre.
Los ojos se le anegaron en lágrimas que ardían como fuego, no paraba de fruncir el entrecejo. La mano derecha le temblaba, pero aun así sostenía la varita. Quería gritar «¡Secare!», para que la fotografía de aquel hombre se cortara en pedazos por sí sola…, pero no se atrevía. Algo en su interior se negaba. Ahora no sólo la mano estaba trémula, sino toda ella. Se le doblaron las rodillas y cayó sentada.
«PATAH»
Se le soltó la varita y cayó al mismo tiempo que la fotografía. Jaede se llevó las manos al rostro y, sin poder retener el sentimiento, empezó a llorar y llorar. El llanto era inexorable. No despreciaba a su padre, era sólo que le entristecía —y le daba un poco de rabia— que las hubiera abandonado. Mamá solía decir que se amaban demasiado, esa era la razón por la que contrajeron matrimonio. Mamá le aseguraba que en ningún momento el amor menguó.
«¿Entonces qué fue lo que pasó?», pensó Jaede, sollozando sin parar.
Entre los dedos vio la fotografía de mamá y tía Naere, sobre su regazo. Por primera vez en su vida… no quiso ver el rostro de su madre. Fijó la vista en la mujer que según su amigo Jesús se parecía a la seiyū y cantante Yū Serizawa, y recordó la ocasión en que le preguntó sobre su padre…


–※–
… Fue cuando tenía cuatro años. La hija de Daele Arelín se quedó al cuidado de su tía, la señora Gaderiln. La pequeña Nereida acompañó ese día a su tía Daele, fueron al mercado del pueblo Enbileh a comprar provisiones y de paso a pasear toda la tarde. Ya regresarían usando polvos mágicos de teletransportación.
La pequeña Jaede dejó el libro que tenía en las manos, un libro para aprender a leer, y fue adonde estaba sentada tía Naere. La mujer había estado viéndola tratando de leer.
—Tía Naere, algún día voy a poder leer un libro completo —dijo la niña. Naere la abrazó tan pronto la vio acercarse. Estaba en un ornamentado sillón, en la pequeña sala, cerca de la chimenea.
Esta casa no era tan grande como la de su hermana. A pocos metros estaba la diminuta cocina, y a unos pasos, el baño de la planta baja, cerca de la única escalera, la cual se hallaba a la siniestra del baño. La escalera iba a las tres habitaciones y al baño de la planta alta. Pasando la sala, en vez de pared, había puertas corredizas de vidrio que daban al jardín trasero. Aquí había estado viviendo junto a su hija Nereida desde hace cinco años, y aquí estaría hasta el último de sus días. La casa se ubicaba muy cerca de la linda del bosque Fión, pasando por el camino de Vegkoh, una amplia y bonita carretera bordeada por arbustos.
Naere miró la cara de su sobrina y le dijo:
—Yo, antes de que naciera Nereida, solía leerme unos veinticuatro libros por año, a veces treinta. Ya verás que podrás leer incluso más que yo, mucho más rápido y comprendiendo mejor la lectura. —Hubo una pausa, pues se lo pensó antes de decir lo que quería expresar—. Aaahm… Tu… tu papá una vez me contó que solía leerse más de ciento ochenta y tres libros por años, así que es probable que leas tantos libros como él, ya lo verás.
Al cabo se arrepintió con creces haber mencionado al papá de Jaede.
Jaede caviló un momento.
—¿Tú sabes dónde está papá? ¿O adónde se fue?
Lo que tía Naere más tenía: preguntas como aquellas. No era quién para hablarle a la niña sobre su padre, bien sabía que Daele no quería que le contara nada, y la misma Daele muy poco le contaba. Pero cuando a Jaede se le metía a la cabeza la idea de preguntar sobre su papá era muy difícil persuadirla… eso hasta que mamá se molestaba de verdad.
—Esas cosas te las debería responder tu madre —dijo tía Naere, cohibida.
—¡Mamá no suele contarme nada de eso! —exclamó la pequeña Jaede.
—Daele debe tener sus motivos…, unos muy buenos motivos.
—¡Yo no entiendo esas cosas, sólo quisiera tener papá!
Naere alejó un poco de sí a su sobrina tomándola por los hombros con delicadeza y la miró al rostro, una cara de impaciencia.
—Dime, Jaedy, ¿necesitas un papá?
—No —repuso la niña sin vacilar—. Pero me hubiera gustado tener uno. Como Nereida.
La bruja adulta entonces sintió una presión en el pecho, su dolorido corazón se acongojó como hace un par de años atrás. Tuvo que reprimir las lágrimas ante la presencia de su sobrinita.
—Tienes a tu mamá. Tú y yo sabemos que con eso ha bastado. ¿Verdad?
Jaedy asintió con brío, con una tierna carita seria.
—Es sólo que quisiera…


–※–
—… saber quién es mi papá. De verdad quisiera saber quién es.
Jaede Arelín de quince años se había sosegado, ya no lloraba, aunque tenía las mejillas empapadas.
Abrazó con todas sus fuerzas la fotografía donde estaban retratadas Daele y Naere, y se puso a inhalar con lentitud y a exhalar profundamente. Estaba recordando que aquel día que preguntó a tía Naere sobre su padre, como de costumbre, no recibió la respuesta que esperaba.
Daele y Nereida regresaron riendo de alegría. A la niña no le afectaba tanto la ausencia de su padre, o al menos no le afectaba como le afectaría de adolescente luego del fallecimiento de su amada madre.
Tan pronto la pequeña Jaede las vio salir de entre los arbustos del camino de Vegkoh se lanzó a los brazos de su madre, que la levantó sujetándola por debajo de los brazos para después envolverla en un efusivo abrazo.
Cuando preguntó sobre su padre…
«Él sabe por qué se fue, ¡lo sepa o no yo, es asunto de nosotros! Perdóname, Jae, pero es así, es cosa de adultos»
La Jaede de cuatro años se enfadó e hizo dos de las cosas que molestaban a mamá: cerró una puerta de golpe y subió las escaleras corriendo.
«¡¡Jaede Arihna Aromusa Kéoda Arelín, ven aquí!!», vociferó su madre aquel lejano día.
«¡¡Ni siquiera tengo apellido paterno!!», se oyó gritar a sí misma, por lo que sintió un nudo en la garganta y se estremeció, sintiéndose de verdad mal. Pocas veces le replicaba así a su madre.
La cual había llorado por aquella riña. Jaede no la vio, sin embargo, se enteró más tarde por Nereida. Sí, porque al cabo de un rato de haber entrado enfadada al cuarto de su prima, ésta entró, con un gesto aséptico que se convirtió en uno despectivo. Le reclamó a Jaede el haber hecho llorar a tía Darle, aun más que haberla ignorado cuando se le llamaba. Al final, Nereida se desquitó dándole un fuerte pellizco en el brazo, haciéndola llorar. Cuando su madre, Naere, entró, la pequeña Nereida mintió diciendo que Jaede había llorado por subir las escaleras corriendo y que comenzó a llorar con más fuerza cuando ella sin querer le tocó el brazo dolorido.
«No debí portarme así —pensó la Jaede quinceañera—. Fui irrespetuosa con mamá y por eso Nereida me pellizcó. Supongo que incluso tía Naere debió haberme reñido.»
¿Cuántas veces no le preguntó a su madre sobre su padre? Sí, Daele le contaba cosas sólo del tiempo que ella y su marido pasaron juntos —omitiendo un montón de cosas—; poco le dijo de cómo se conocieron y sobre el día de su boda, tan sólo le contó que se casaron un veintiuno de doká del 10976. Pero nunca le dijo el nombre de su padre. La señora Daele Arelín sólo…


–※–
… le contaba sobre el lapso que hubo desde que se casó hasta que aquel hombre que amó se ausentó y no lo volvió a ver… hasta el día en que feneció.
El bosque Rowlkieng estaba tan tranquilo como de costumbre, las verdes hojas susurraban por una agradable y fresca brisa. Frente a la casa de Daele Arelín se hallaba como siempre el camino de Bûder. Aquí jugaba Jaede Arelín de seis años, luciendo un nuevo vestido morado. Su castaño cabello oscilaba con cada salto que daba yendo tras un juguete volador de una bruja sobre una escoba.
Daele Arelín, que observaba a su hija con orgullo, sentía una gran felicidad al escucharla reír de esa manera.
«Me hubiese gustado que la vieras —pensó esbozando una nostálgica sonrisa—. Ha crecido tanto. Sé que el día de mañana será una buena mujer… y la verás con tus propios ojos.»
—Mami —llamó la pequeña Jaede, con la bruja en la escoba describiendo círculos sobre su cabecita—. Ouveh, ¿tú sabes volar en escoba? ¡Algún día hay que ir a carreras de escobas!
Daele sonrió mostrando los dientes. Por alguna razón observó el cielo cerúleo.
—La abuela Éoda nunca dejó que papá me comprara una —expresó—, ni siquiera quisieron comprar una para tu tía Nery y para mí. Mamá decía que las escobas voladoras eran muy peligrosas, por eso nunca dejó que el abuelo Oelre la comprara. Es una lástima, por eso jamás aprendí.
—¡¿Y tú me comprarías una a mí?!
—Aún eres muy pequeña, podrías hacerte daño.
—No lo haré, lo juro.
Aquello provocó una alegre risa en la madre.
—Bueno, estoy segura de que serás diestra en el manejo de escoba voladora. Tu papá lo era. Recuerdo que… el día que nos dimos nuestro primer beso me llevó de paseo en su escoba. —Daele exhaló un suspiro con añoranza—. Volamos por todo el bosque y cuando regresamos aquí… ¡me besó!
—¿Te besó? —Jaede se ruborizó—. ¡¿Como en las películas?!
Su madre también se ruborizó, por un momento se cubrió el rostro con las manos, sin poder dejar de sonreír. Con sólo hablar de aquel beso se estremecía y sentía felicidad.
—Fue un beso dulce… To-todavía recuerdo que tenía la escoba en una mano. —Se descubrió la cara y miró a su hija con un gesto de indulgencia—. No lo olvides, Jae, que el primer beso debe ser muy especial. Bueno, si así lo decides tú.
—No tengo a quién besar en la boca, pero… ¡guagh! ¡Qué asco!
Daele volvió a reír. Acarició la mejilla de Jae y le dijo:
—Yo también pensaba lo mismo. Pero vas a crecer, hijita, y entonces…
—Si van a dejarme sola no me quiero casar —soltó Jae sin pensar.
—No todos los hombres son iguales, así como no todas las mujeres lo son. Siempre ten en cuenta que… como tu papá no hay dos. Es sólo que no puede estar aquí… se le debió haber hecho tarde. Siempre se demora.
—¿Dónde está él, mamá? —dijo suplicante la niña; su mirada era lúgubre.
—No podría decírtelo —repuso la madre con seriedad—, además de que no lo sé con exactitud.
—Supongo que está trabajando. ¿No?
—Digamos que sí. Ehm… son trabajos de mago experimentado.
—¿Papá es bueno empleando la magia?, porque soy su hija y soy malísima.
—No lo eres, por eso debes practicar.
—¿Entonces papá sí es bueno empleando magia, igual que tú? —Jaede mostró un gesto de pura curiosidad.
—Tu padre, Jae, era un gran mago, lo es y estoy más que segura que siempre lo será. Por favor, jamás tendrás duda de eso. Y tú, cuando hayas aprendido bien, mi brujita ecléctica, serás un gran mago. Bien sabe Güoh santo que así será.
—Juro que cuando lo sea no te voy a abandonar, ¡no te dejaré sola!
—A veces es inevitable marcharse. Sólo júrame que adonde quiera que vayas… me llevarás aquí —Daele le tocó el pecho con suma delicadeza—, en tu corazoncito. Tú eres mi tesoro, y donde esté mi tesoro estará mi corazón. Eht ariëlö mačih, Jhaë.
—Yo también te quiero mucho, mamá. Tú eres mi tesoro, así que en ti está mi corazón.
—Eres mi tesoro y el de papá. Tú eres fruto de nuestro amor, soy tan feliz de que existas. Eres la luz que vino a iluminar mi vida, y tu padre fue quien la encendió. No te apagues, por favor.
Jaede no entendió, sin embargo, sonrió y abrazó a su madre; aún con el juguete sobre la cabeza.
—Tú y yo siempre vamos a estar juntas, mamá. Te llevaré por siempre en mi corazón.
—Me hace feliz escuchar eso —dijo mamá con los ojos anegados en lágrimas.
Entonces recordó una conversación que tuvo con su esposo, aquí en el bosque Rowlkieng, antes de que éste se marchara. Con toda claridad rememoró sus palabras:
«Máen watich íneh dutae ssish»
«No te hagas el gracioso —repuso divertida Daele—. Sabes bien que no entiendo noeruba.»
«No mueras antes que yo, fue lo que dije.»
«Yo te espero aquí.»
Y lo esperó hasta el funesto veintidós de suvéire del 10991, el día que perdió la vida.
Daele no entendió lo que su marido trató de decirle, y no lo entendió en ese momento, sino unos años después, cuando leyó el capítulo «Del Rey Rebelde y la Bruja» en Historia de los Demonios Oscuros; porque el Rey Rebelde le decía eso mismo a la Bruja de la que estaba enamorado, refiriéndose a que él tenía muchas más posibilidades de morir primero y que sobre todas las cosas no quería que ella, su amada, muriese primero, aunque tarde o temprano se encontrarían en la otra vida… y así fue. Si Daele no volvía a encontrarse con su esposo, el hombre que más amó después de su padre, lo haría en la otra vida, allá esperaría por él. Si es que no se han encontrado ya en el Otro Mundo.


–※–
—Te sigo llevando en mi corazón —musitó Jaede—, pero también mi corazón está donde tú estás, mi tesoro. Tu luz sigue encendida, mamá, a pesar de que ya no estás aquí.
Se levantó entonces, aún abrazando la fotografía de Daele y Naere. Recogió el libro que se le cayó de las manos y en él escondió la fotografía de su padre. No quiso ni ver a la persona que estaba retratada en ella, por lo que centró la vista en el nombre del capítulo que venía en una de las hojas donde metía la fotografía: «Schwaah Taba’at, el Anillo de Gaderiln».
—Jaede… —llamó una voz muy conocida desde fuera.
La bruja dio un respingo, saliendo de su ensimismamiento. Rápido dejó lo que tenía en las manos sobre su equipaje. Tuvo que levantar unas túnicas de colores brillantes para asegurarse de que la Atualf seguía allí. Nereida no tocaría ropa con colores como esos, no.
La puerta de la tienda de campaña se abrió. Y Jaede se volvió, azorada, pero se tranquilizó al verlo allí. Era Jesús, con su gorra negra con la visera hacia atrás y el flequillo cayéndole cerca del ojo derecho. Hoy llevaba, como de costumbre, una playera negra y unos vaqueros raídos.
Sonrió al ver a su amiga la bruja.
—Buenas las tengas y las tardes también —saludó Jesús.
—¡Jesús! —exclamó Jaede rebosante de alegría—. ¡Qué bueno que has venido! —Cambió una cara sonriente por una de sorpresa—. ¡Oh! ¿A qué se debe que hayas venido hoy? Pero me alegro de que estés aquí, tenía ganas de verte, ¡no te pude ver el fin de semana!
—Ah, perdón, es que tuve que trabajar en mi día de descanso. Lo bueno que me hice menos en no ir hoy, y mañana es mi día de descanso, si no repongo el día de hoy, voy a faltar mañana también. Enton’s mañana también voy a poder venir.
—¡Qué bien! Yo gustosa de que vengas. ¡Ah, por cierto! —Jaede sonrió cerrando los ojos. Luego se dirigió adonde tenía sus libros, buscó y levantó el séptimo libro de la saga de Harry Potter—. Estoy muy cerca de terminarlo. ¡Me ha gustado mucho, como los otros seis!
Jesús entró por completo y se quitó de los hombros la mochila.
—Pues yo ya casi acabo el tercer libro, tal vez mañana lo acabe ‘ora sí. Digo, pa’ que me lo des de una vez.
—¡La lectura es lo mejor!
—Vale madres que sí.
—¿Qué? —se extrañó Jaede.
—¡Ah! Nada. Vine porque también quería verte, Jede-chan. Aparte de que, con lo que trabajé la semana pasada compré varias cosas, como un anillo y… ¡cinco libros!
—¡¿Qué clase de libros?! —preguntó Jaede, emocionada.
—Son de J. R. R. Tolkien. Son El hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion. Na’más he visto las películas que hay porque me las recomendó una amiga. Bueno, aunque ya las había visto de niño, pero no les mucha puse atención. No sabía que había libros, pero, ¡ya los compré! Todavía tengo mucho para leer, vine para prestártelos. Si quieres te los regalo, después que trabaje un tiempo puedo volver a comprarlos.
—No, no, no, no —se apresuró a decir su amiga—. Me conformo con que me los prestes, gracias.
—Usted déjese, puedo volver a comprarlos. Tú flojita y cooperando. Además, no son los primeros que compro. Los tengo repetidos allá en mi casa. Es que en junio cumple años mi amiga Jamileth y de una vez quise tener su regalo de cumpleaños. A ella también le gusta leer, aunque lee más en una cosa que se llama Wattpad. Pero, pues, le gustan mucho los libros de Tolkien y ya me envició a mí también.
»A ti na’más te regalé un libro, y usado. Estos están nuevos. ‘Ira, hasta traen plastiquito. Ándale, te los regalo.
—¡De verdad! Está bien con que sólo me los prestes.
—La verdad estos los compré pa’ ti, agárralos, con confianza. —El muchacho se sentó en el suelo de pasto.
Su amiga lo imitó. Quedaron el uno delante del otro. Jesús metió la mano al bolsillo de sus vaqueros y sacó un anillo dorado que llamó la atención de Jaede. Jesús le tomó la mano.
—Me voy a ver bien copión haciendo lo mismo con las dos, contigo y Jamileth, pero bueno. Te regalo también este anillo. Es una réplica barata del Anillo Único de Sauron, pero, pues está chido. Por la cara que puso Jamiileth creo que le gustó. Ojalá te guste a ti también el tuyo. Si también la regué y el anillo te queda grande, te lo puedes colgar del cuello con una cadena como si fueras Frodo. —Cuando notó la cara de confusión que ponía Jaede, agregó—: Cuando leas los libros vas a saber de lo que estoy hablando.
—Un anillo en una cadena —dijo Jaede, más para sí que para Jesús—, como un anillo transportador.
—Ya valió gorro, te queda grande.
—N-no importa, lo usaré con una cadena. Muchas gracias por los regalos, de verdad. —Jaede inclinó la cabeza y le dio un rápido abrazo que hizo sonreír al chico.
Se miró el anillo dorado en el dedo, unos milímetros grande, y reparó en la inscripción, eran letras que jamás había visto, pero que le parecieron hermosas.
«Sabrán los Irohémaz qué forma tiene el Anillo de Gaderiln —pensó—, pero puedo pensar que es como este precioso anillo.»
Jesús, entonces, se apresuró en sacar los libros, se los fue pasando de uno por uno a Jaede.
—Waa, un dragón —dijo Jaede embelesada por la portada de El hobbit.
—Ah, ése es el dragón Smaug. ¿Allá donde vives no hay dragones?
—Los hay. Hay diversas formas y especies. Los dragones en Wizgokó —explicó la bruja— son como los de Eirrenglet: enormes, escamosos, cornudos y con un par de alas, de cuatro patas y cola larga y musculosa, ¡con aliento de fuego! Suelen tener su guardia en cuevas o castillos, a veces en montañas. No son como los dragones en Níppon. Allá son como una mezcla magnífica de varios animales, como perro, león, pez, águila, serpiente, bagre, camello, langosta y ciervo.
—A mí me daría miedo ver uno —declaró Jesús—. ¿Y has visto a un dragón?
—No. Aunque mamá solía decirme que si salía de noche, sin ella, vería uno, y yo les temo de sobremanera. Pero debo admitir que me gustaría ver uno, por lo menos de lejos.
«Mis respetos para Bilbo —pensó Jesús—, a mí sí me daría un chingo de miedo estar enfrente de un dragón. ¡Dios, Güoh, si algún día voy al mundo de Jaede, que no me coma un dragón, por fa’!»
—Smaug… —murmuró Jaede—. Oye, Jesús, en onamík “fuego” se dice “sumagh”. No lo sé, se oye casi como Smaug, qué curioso. De hecho, hay un hechizo, ilegal en algunos mundos, que se llama sumagh kurincom y sirve para lanzar rayos de luz escarlata que normalmente provocan fuego.
—Hala, qué cosas —dijo Jesús, desconcertado—. Ojalá Nereida no me aviente algo así si sí es mala, porque ya valí, me va a hacer chicharrón.
—Ja, ja. Nooo. —Jaede se levantó para colocar sus nuevos libros con el resto. No tardó en volver y se sentó de nuevo—. Si Nereida sabe que tú y yo somos amigos sería incapaz de hacerte daño.
—Menos mal. Sí me quiero morir, pero todavía no, es muy pronto —declaró el muchacho que tiempo atrás tuvo pensamientos suicidas, pero que a su vez le temió al dolor y no se suicidó.
—Ahora que lo recuerdo —dijo Jaede—, hay cuatro dragones que son los más poderosos.
«En una de esas son como Glaurung», pensó Jesús.
—Los cuatro Dragones Sagrados, a quienes les pertenece la magia elemental.
—¿Cómo se llaman? —quiso saber Jesús, bastante interesado.
—Siéndote franca, no lo recuerdo. Se me viene a la mente sólo el nombre de Rikiodo el Dragón Celestial de la Destrucción. Y eso porque leí hace tiempo sobre cómo el Rey Hechicero encontró su guarida en el planeta Genten y se ganó así un bastón mágico, antes de derrocar al Clan Gaderiln.
—Ahí en algún libro ha de decir los nombres, ¿no?
—Sí. Y es que Nereida es quien conoce más sobre el tema, pero no la tenemos aquí.
—Ms voy a quedar con las ganas de verla, y si es que la veo, porque nomás no aparece.
Jaede sacó la varita de la túnica, sonriendo de oreja a oreja, apretando los labios. Con la punta de la varita se tocó la sien, Jesús lo notó.
—Investigué unas cuantas cosas y puedo hacer que veas a Nereida —dijo la bruja—. Sería un recuerdo y tal vez no verías a mi prima como es hoy en día, pero, ¿qué te parece?
Esto maravilló a Jesús. Jaede y su mundo seguían maravillándolo, era fascinante.
—¡Dale, si la puedo ver así, la quiero ver! ¿Tienes una bola de cristal o cómo?
—No, de ese modo no. —Jaede soltó una risita—. Lo haré mediante un hechizo que sirve para revisar recuerdos, así también puedo hacer que tú veas los recuerdos, ya sea a través de mis ojos o desde otras perspectivas. No tienes que hacer nada, menos si no me sale bien el hechizo.
—Sépala si leí de un hechizo como ese. ¿Cuál es?
—Memorare. Se pronuncia en idioma omalat. ¡Prepárate que voy a usarlo! —Jaede apuntó con la varita a Jesús.
El cual se acomodó en donde estaba sentado y asintió con la cabeza. Involuntariamente, se le cerraron los ojos y de manera vertiginosa su mente se transportó. Jesús estaba dentro de Jaede. Sentía que caía, pero a su vez daba la sensación de estar ascendiendo. Recuerdos… Vería sus recuerdos, los de su amiga la bruja, fuese como fuere, era una experiencia que lo extasiaba y a la vez lo atemorizaba.

Jesús no estaba seguro de si abrir los ojos o esperar. Luego de cavilar un momento decidió abrir los ojos, lo hizo con lentitud, ya que lo deslumbró un resplandor verde y dorado. Aunque se trataba de un recuerdo… ahora estaba en Wizgokou, en el bosque Rowlkieng para ser preciso. Frente a él había árboles frondosos de los cuales sus nombres desconocía; para él eran sólo árboles. Jamás en su vida había estado en un bosque, sin embargo, podía pensar que estaba en uno, en un bosque de otro planeta.
A simple vista era como estar allí parado.
No lo sabía, pero estaba parado en el camino de Bûder. Lo primero que pensó fue en aquellos caminos también bordeados de árboles que solía recorrer cuando salía con sus primos y amigos yendo por entre las parcelas de caña de azúcar.
Sintió una sacudida que lo hizo tambalearse. Puso las manos frente a los ojos para vérselas, pero no las vio, por más que las movió ante sus ojos, lo que sí pudo ver fue un libro en el suelo, titulado Viajes a través de pentáculo. Alcanzó a leer el título antes de que la imagen se esfumara…
«BAUOOAH…»
Vio entonces la imagen que se formó: fresnos, muchos y muy juntos los unos de los otros. Entre gélidas ramas enmarañadas que le acariciaron el rostro pudo ver a una bruja de pelo negro, corto hasta el pecho, que estaba de espaldas frente a una mujer envuelta en una capa y capucha ambas negras. Le llamó más la atención ésta última —quizá porque sintió un piquete en el corazón cuando la vio—, cuyo rostro apenas se veía entre la capucha y su largo cabello lacio, oscuro como la noche. Pero a Jesús le pareció un rostro bellísimo.
—Saldré victoriosa, ya lo verás —decía la bruja de pelo corto—, y cuando eso suceda… mi padre y todos los que dañaron a tu madre lo pagarán. Pagarán todo el daño que nos causaron, ¡todo el sufrimiento!
Jesús quería acercarse para ver bien el rostro de la encapuchada, no supo por qué. Empero, al verla mejor cuando levantó la cabeza, lo único que pudo pensar Jesús fue: «Hiere con las palabras.»
No obstante, como si algo o alguien lo hiciera retroceder, Jesús se llevó unas blancas y tersas manos a la boca, ahogando un grito, con una voz ajena a la suya.
Hubo otro movimiento vertiginoso, lo que le obligó a cerrar los ojos. De alguna manera sabía que no debía abrir los ojos —y normalmente nadie podría hacerlo—, pero, usando una fuerza mental desconocida pudo abrirlos. Por esto pudo observar distintos fotogramas ovalados en lo que parecía un auditorio enorme. Se escuchaban voces por todos lados. Él estaba en el centro de todo, con millones de esos fotogramas animados que mostraban los recuerdos de Jaede Arelín.
En uno de ellos pudo ver a Jaede observando el cielo de Wizmanir, donde la capa de nubes era atravesada por un barco especial, de brillantes colores amarillos y naranjas, cubierto de un humo sofocante, que acababa de rozar las copas de los árboles del bosque. Un barco metálico sin velas, pero sí con propulsores en la parte trasera, que dejaban tras de sí una estela de fuego que encendía de arrebol las nubes. Pasaba de este a oeste, aunque Jesús no lo sabía. Tampoco que Jaede, de cuatro años, parada junto a su mamá, sintió la ráfaga de viento caliente que provocaba el objeto volador.
«¿Qué cosa es eso, mamá?»
«Es una nave especial. Aunque los de nuestra raza les llaman barcos espaciales, pero no porque surquen las aguas del Segundo Cielo», escuchó la voz de Daele Arelín, sin saber que era de ella.
Miró y oyó muchas cosas que a su amiga no le diría.
«Quisiera llorar de alegría por tener amigos, buenos amigos.»
«¿Si viajo a allá haré buenos amigos?»
«Tú eres mi tesoro, y donde esté mi tesoro estará mi corazón. Eht ariëlö mačih, Jhaë», de nuevo la voz de Daele Arelín.
«Yo también te quiero mucho, mamá. Tú eres mi tesoro, así que en ti está mi corazón», le respondía una Jaede de seis años.
«De ahora en adelante vivirás conmigo, Jaedy», la voz de tía Naere, con un tono lleno de amor y cariño.
Miró a Jaede con maletas, llorando a borbotones, alejándose de una pequeña casa por el camino de Vegkoh mientras una lejana figura le arrojaba hechizos luminosos.
«Siempre estaré contigo.» Vio a Jaede siendo abrazada y besada por su madre.
«Quédate conmigo», oyó decir a Jaede con un tono apacible.
También la vio llorando desconsolada por la muerte de su madre, abrazando a la mujer que se parecía a Yū Serizawa («¡¡Ya no volverá mamá!! ¡Uuuh!»). Así como vio a Daele Arelín, tan parecida a Reni Takagi, sentada en una mecedora, como dormida, con aspecto esmirriado y lúgubre, con su amada hija a un lado, llorando.
«Hay que disfrutar la felicidad cuando la hay», solía decir Daele Arelín.
«Tú y yo siempre vamos a estar juntas, mamá. Te llevaré por siempre en mi corazón.»
«Dime, Jaedy, ¿necesitas un papá?»
«No. Pero me hubiera gustado tener uno. Como Nereida.»
Eran recuerdos entremezclados, sin cronología alguna.
«¡¡Jaede Arihna Aromusa Kéoda Arelín, ven aquí!!»
«¡¡Ni siquiera tengo apellido paterno!!»
La sensación de ascender y descender.
A su vez se sentía como estar inmerso en el agua, siendo arrastrado por una corriente rauda.
Un segundo después escuchó las voces de Jaede y su mamá cantando al unísono:

¿A casa voy o vengo de allá?
Por el camino no me he de desviar
Si perdida no quiero estar
Camina, camina con cautela, antes del anochecer
O podrías un troll encontrar y eso lo lamentarás
Bajo el sol tú has de seguir, ¡vamos!
Y sin luz en el camino no irás o ya no volverás
Vamos, vamos, vamos, ¡vamos ya!

Un gran fotograma ovalado pasó por enfrente de él, con la imagen de un hombre envuelto en ropa larga y negra que sostenía algo en las manos, levantó eso y, con voz distorsionada, gritó: «¡¡No necesito el Heptágono de Zura si tengo aquí un poder mayor!! ¡¡Ni siquiera tengo que invocar a FLUVUM!!»
Jesús se sobresaltó, retrocedió dando un respingo entre escalofríos. En eso observó a Jaede sentada a la sombra de un árbol, abrazándose las rodillas, murmurando algo.
«¿Cómo sería tener papá?»
«Si van a dejarme sola no me quiero casar.»
«A veces es inevitable marcharse.»
«Hay que hacer que el problema sea una oportunidad, ¡un truco!»
Escuchó llorar a un bebé, junto al calmo sonido de la lluvia de fuera, seguido de una voz exhausta, pero rebosante de felicidad, que exclamó: «¡Es una niña! —hubo sollozos y después—: Siempre quise una niña. Mi bebita. Hija.»
En otra parte se oyó esa misma voz decir algo distinto: «Tú siempre me llamas mi jhaë, se escucha muy parecido a “jhaëdë”, “arce”. La madera de mi varita es de arce. Uhm… Me agrada la idea de escribir su nombre en noeruba. ¿Qué te parece llamarla Jaede?»
Jesús miró más de una imagen del bosque Rowlkieng; imágenes de túnicas, vestidos, sostenes y bragas; la extraña imagen de una mano derecha ahuecada con sangre en ella y sin ningún corte, una mojada mano trémula, e incluso escuchó un chillido de terror («¡Me estoy desangrando!»); entre mucho, mucho, mucho, pero mucho más. Hasta que…
Una vez más vio el bosque Rowlkieng, o mejor dicho, se encontraba allí. El mismo lugar donde estaban dos niñas de no más de siete años, paradas frente a los gruesos y altos troncos de los árboles. Siendo que el color favorito de Jesús es el azul, observó primero a la menor, la de túnica azul, esa que era una mini Kaede Hondo vestida de brujita, con todo y sombrero. Bien podría pasar por una niña japonesa en Halloween. Le causó extrema ternura.
La otra niña era tan linda como su prima; mucho más alta y menos sonriente. Pero era a simple vista una mini Risa Taneda. Llevaba una túnica de un rojo brillante, escogido por su madre, desde luego.
La pequeña Jaede sonrió. Jesús se estremeció al verla, pensando que le gustaría mucho poder tener una hija como aquella niña, o una mujer como la Jaede adolescente, un suelo mágico.
—No tengo por qué cuidarte —dijo la Nereida pequeña.
—Mamá me reprenderá por haber salido al bosque sin ella —gimoteó Jaede—. ¡Cuídame!
—Viniste por tu propia cuenta. Yo no estaré cuidando niñas miedosas.
—Pero vine por lo que dijiste, de lo contrario me habría quedado. Tal vez mamá y tía Naere ya están buscándonos. ¡Deberíamos volver, Nery! Podríamos toparnos con algún trasgo… ¡o peor, con un trol!
—No te aseguré que encontraríamos elfos, sólo comenté que habitan los bosques, no hubieras venido si querrías volver tan pronto. De todos modos, los trasgos y los troles habitan en las montañas, no seas tarada. ¡Shhh! Que si tenemos suerte podríamos ver un unicornio.
Jaede pensó un momento y al cabo dijo:
—Los unicornios sólo pueden ser vistos por quienes son bondadosos y de corazón puro.
—¡¿Insinúas que no lo soy?! —replicó Nereida.
—¡Sabes que no dije eso!
—Lo que sí sé y digo con seguridad es que tú eres una niña miedosa y llorona.
—Pues tú eres una piojosa. ¡Ayy! Uuuh… —Jaede se soltó a llorar.
Nereida retrocedió un poco luego de haberle dado un puñetazo en el hombro a su prima.
Jesús no pudo evitar enfurruñarse, era inevitable, aun más oyendo a la pequeña Jaede llorar de ese modo. Sentía que le hervía la sangre, en especial porque sabía que no podía hacer algo al respecto.
Aun así quiso acercarse a la Jaede pequeña para tratar de consolarla. Sin embargo, en ese momento…

Tras cerrar los ojos de súbito y transliterarse vertiginosamente, volvió a abrirlos y vio a una Jaede mayor que lo miraba con curiosidad, un poco impresionada.
—No sé qué hiciste, pero terminaste viendo cosas que no iban a mostrarte. ¿Viste a Nereida?
—La vi de niña, junto contigo, na’más que nunca la vi de grande, al menos no bien.
—Ya habrá oportunidad de que la veas, si Güoh quiere.
La puerta de la casa de campaña se abrió, por ende Jaede y Jesús se levantaron con un sobresalto.
Hubo entrado la mismísima Nereida Tadha Gaderiln.

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora