VIII ★ Daele y Naere, Jaede y Nereida

0 0 0
                                    

Transcurrieron otros seis días y una vez más era wizgye; wizgye 27 de ranorúdl. Según el calendario zuriano, restaba poco más de un mes para que terminara el año 10991. Ranorúdl aún no terminaba, sin embargo, lo que sí terminó fue la práctica mágica de Jesús Naranjo con su Superior Mágica, Jaede Arelín. Para Jesús, las sesiones de práctica los wizgye al mediodía eran reconfortantes luego de una tediosa semana de trabajo. Con su amiga la bruja se divertía más de lo que se divertía en el trabajo o en su casa. Le pedía —mejor dicho, le rogaba— a Güoh que no hubiese inconvenientes para que asistiera todos los días correspondientes al trabajo y que a su prima no se le ocurriera faltar un sábado como para que su jefe lo hiciera trabajar en su único día de descanso. Si terminaba trabajando un sábado no vería a Jaede hasta la siguiente semana, a no ser que la viera unos minutos el domingo luego de salir de trabajar. Era así porque de lunes a viernes Jaede seguía ocupándose en buscar a Nereida —sin saber que la tenía más cerca de lo que pensaba—, así no podía visitar a Jesús en su trabajo, por más cerca que estuviese de su casa de campaña.
Donde ambos se encontraban ahora.
El nipyi pasado Jaede le pidió a Jesús si podía prestarle todos sus libros de Harry Potter, ya que tenía pensado leerlos todos, de poco a poco todas las mañanas. Él aceptó diciendo que podía llevárselos al siguiente día.
—Por mí no hay problema —había dicho—, y pues lo bueno que ya los tengo todos, más tres libros complementarios; que no he leído, pero han de estar más que buenos. Si puedo, mañana te los traigo. —Pero en realidad haría todo lo posible por llevárselos—. Ahí los echo a la mochila aunque pesen. Ah, pues hago el hechizo leggero y ya.
—No hace falta, no te molestes. Puedes traérmelos el próximo wizgye. Gracias.
Razón por la que ahora estaban aquí sentados en sendas almohadas, frente a frente. En el centro se hallaban dos cúmulos de libros, los nueve libros de Jesús y el libro de Jaede, todos de la autoría de J. K. Rowling.
—¿Na’más que cómo le vamos a hacer? —preguntó Jesús mirando Harry Potter y el prisionero de Azkaban—. Todavía ni acabo el tercer libro. —Luego se apresuró a decir—: ¡Pero comoquiera te lo voy a prestar, no digo que no! Por eso pregunto.
Jaede caviló un momento, viendo el techo amarillo.
—Ya leí el primer libro, así que si leo el segundo hoy, mañana terminaría el tercero y te lo devuelvo mañana mismo, por la tarde. ¿Qué te parece?
—‘Tá bien —dijo Jesús levantando un pulgar—. Sirve que te vuelvo a ver y me dices qué y qué te gustó de cada libro.
—¡Sííí! —exclamó Jaede, aunque enseguida pasó de alegre a todo lo contrario—. Oye, pero ¿qué leerás en ese tiempo? Porque supongo que querrás seguir leyendo el tercer libro…
—No hace falta, tengo los libros que me prestaste.
—Está bien. —Jaede sonrió—. ¡Oh!, por cierto, en qué orden los leo, ¿cuál es el segundo libro y el tercero y los que siguen?
Jesús tomó Harry Potter y el misterio del príncipe.
—Aquí en la solapa de la parte de atrás vienen los títulos en orden —explicó y le mostró, luego le acercó el libro. Ella lo tomó y lo observó—. Los siete libros traen eso en la solapa. Los libros complementarios te los puedes leer después, o como tú veas. Lo que sí es que te van a gustar todos. Juro por Güoh que sí.
—En serio muchas gracias, Jesús. Oye, ¿puedo confesarte algo?
—Hay confianza, ¿no? ¡Suelta la sopa!
—Pero no he comido sopa. Comí sándwiches de mermelada y crema de cacahuate.
Jesús soltó una agradable risa, con una sonrisa alegre, por oír eso; además de que se le abrió el apetito.
—Que sueltes lo que me ibas a decir. Te oigo.
El rubor alcanzó las mejillas de la chica, la cual apretaba las manos en el regazo.
—Me encantó el libro que me obsequiaste por mi cumpleaños, y me fascinó aún más cuando lo terminé. La historia y todo lo del mundo de este mago…
—Harry Potter.
—Sí —convino Jaede—. Todo eso me hace recordar las historias de antaño que mi tía me contaba. —Por un momento sonrió, porque estaba seria, casi taciturna—. La historia que mejor recuerdo es la del extraordinario combate de Aromus Gaderiln y Areghno Gurall. Pasó en la Novena Edad, por allá del año 5087361, hace como cuatrocientas trece reiniciaciones del calendario zuriano. Solía equivocarme mucho con las fechas de las historias, pero tía Naere me las enseñó muy bien y las aprendí. Como que la Bruja Innombrable creó al Titán Gaderiln veintitrés años después de la derrota del Mago Lóbrego Areghno ar Llýë Gurall, en el año 5087384.
»No sé cómo era Gaderiln, pero imagino que era como el buen Dumbledore.
—También puede que haya sido como Gandalf de El Señor de los Anillos —sugirió Jesús.
La verdad a él le interesaba mucho saber sobre el mundo de Jaede, los mundos de toda la Galaxia Zura y del exterior. Él encantado escucharía la historia de cómo Gaderiln derrotó a Gurall, o cómo le hizo la mentada Bruja Innombrable para crear algo tan ominoso como Deragah —algo en su interior se negaba a escuchar esa historia— o qué tantas cosas sabía Jaede, que parecían sacadas de un libro de fantasía. Por algo aquellos libros hacían que Jaede recordara eso. Sin embargo, lo que le interesaba mucho más era sobre ella, sobre su amiga la bruja, Jaede Arelín hija, sobrina y nieta de quienes no conocía. Sabía que Jaede tenía una tía llamada Naere (o algo así, pensaba Jesús), no obstante, no recordaba que Jaede hubiese mencionado el nombre de su mamá o su papá, y si mencionó alguno, tampoco lo recordaba. Jaede Arelín, hija de… ¿de quién?
—Jaede —dijo. La chica levantó la vista hacia él—. ¿Cómo era tu vida antes de que vinieras a la Tierra? Dijiste que se había muerto tu tía. ¿Eres huérfana?
—Ahora lo soy —dijo la bruja con un hilo de voz—. Antes de todo esto, de Nereida con sus planes malvados y el fallecimiento de tía Naere, vivía con mi madre.
—¿Cómo se llamaba tu mamá? —preguntó Jesús esbozando una tímida sonrisa.
—Daele Arelín —repuso Jaede, con melancolía, pero sonrió, aunque los ojos se le anegaron en lágrimas—. Con mamá vivía en el hermoso y verde bosque Rowlkieng desde que nací. Mi madre era muy hermosa —«Como tú», pensó Jesús—, una bruja con excepcional belleza. Era cariñosa siempre, a veces hasta infantil, y muy dura cuando se necesitaba. Como cuando un tipo quiso robarnos en el pueblo, lo dejó colgado de los pies a mitad de la calle, implorando que lo bajara. A lo sumo lo bajaron unos policías, y tuvieron que contrarrestar los maleficios que mamá le lanzó. —Jaede rio, fue una risa agradable, y Jesús no tardó en sumarse.
—Y… —Jesús tragó saliva con fuerza— ¿de qué murió tu mamá?
Jaede no respondió de inmediato, lo pensó un momento antes de hablar.
—Se trataba de algo muy raro —dijo por fin—, algo difícil de tratar. Los Magos Sanadores de la región de Rowlkieng y la región de Ymparus no pudieron hacer mucho. Se trataba de un virus… o alguna enfermedad hereditaria, una enfermedad grave. Me hicieron estudios para asegurarse de que yo no la padecía, pero estaba indemne. —Jaede cerró los ojos con parsimonia, acuosos en ese semblante taciturno—. Quien sí enfermó de eso mismo fue tía Naere. Ella falleció de esa enfermedad al igual que mamá… —La voz se le apagó y soltó un sollozo.
Jesús se le acercó. Se sentó al lado de ella y la rodeó con el brazo derecho, le estrechó los hombros un momento. Era bastante agradable mirarla y estar con ella, pero era pesaroso verla así.
Jaede mantuvo el mentón pegado al pecho, con los ojos tristes hacia abajo, mientras él la miraba.
—¿Cuáles eran los síntomas de esa enfermedad? —preguntó Jesús un poco apenado. Al cabo se increpó con palabrotas en el pensamiento.
—Cansancio. Mucho cansancio. Mamá solía estar debilitada y más debilitada. También, nunca faltaba la fiebre por las noches, y durante el día la tos seca. Tía Naere tenía mareos de vez en cuando. Por otro lado, a mamá le daban dolores de cabeza.
»La enfermedad actuaba distinto. Mamá enfermó a mediados del año pasado y feneció en primavera, a inicios de este año. Mi tía, en cambio, enfermó y murió en otoño, mucho más pronto.
—Aquí el año termina y empieza en invierno —dijo Jesús. No sabía qué decir.
—Pues mamá murió en suvéire, el veintidós de suvéire, y tía Naere el veintitrés de biriux.
Jesús vio cómo su amiga se limpiaba las lágrimas con la mano izquierda.
—Al menos ya no sufren lo que sufrían estando enfermas —dijo él—. Ay, no sé qué decirte… perdón… tampoco sé cómo te sientas… aunque, bueno, yo tengo un primo que falleció, hace como tres años, el primero de diciembre se cumplen cuatro.
—¿De qué murió tu primo? —sollozó la bruja.
—No sé. Mi tía nunca le dijo bien a mi mamá de qué murió. Por los chismes, según sé, fue por cáncer de testículo o algún tumor, que decían que porque alguna muchacha le dio una patada en la entrepierna, pero no sé. A veces no pasan el chisme completo. Lo que sí sé… es que lo extraño mucho, haya sido como haya sido que falleció.
—Te entiendo perfectamente, Jesús, y bien sabe Güoh que lo entiendo al doble.
Él volvió a estrecharla, con todo el cariño que pudo, con muchísimo cariño. Jaede se sintió de verdad reconfortada.
—Ahora están en un lugar mejor —dijo Jesús—, tu mamá, tu tía y mi primo Omar.
—Mi vida estaba bien, incluso era feliz, hasta que mamá enfermó —declaró Jaede—, y en parte me alegro de que mamá y tía Naere estén en un lugar mejor, como tu primo.
—Sí —suspiró Jesús—. Yo en octubre cumplo dieciocho años y él se va a quedar con diecisiete.
—Mamá se quedó con treinta y seis años para siempre. Tía Naere con treinta y cuatro. Es algo inexorable. Y, sinceramente, jamás he pensado en emplear la nigromancia. Ay, no, los liches me dan miedo.
Por un momento, Jesús recordó la canción Adabana Necromancy de Franchouchou, pero en definitiva no tenía nada que ver con lo que Jaede estaba diciendo.
—Jaede —llamó. Sus miradas se encontraron en un cálido instante—. ¿Cómo era tu vida en ese entonces?, cuando tu vida estaba bien y era feliz. Si quieres cuéntame, si no, pues no.
—Podría decir que soy feliz desde que nací —manifestó Jaede con más ánimos. Pensar en que hubo sido feliz de verdad la hacía evocar muy buenos recuerdos—. Un eirrendey seis de ranorúdl, que fue un día lluvioso, nací, en la casa donde vivo. Mamá me contó que fue papá quien le ayudó a que yo naciera. Le pregunté a mamá si él era un Mago Sanador y respondió que no. Es algo errático, ¿no crees?
Jesús hizo un gesto de sentimiento, sin saber qué era “errático”.
—Papá se ausentó al poco tiempo que nací —continuó la chica—; supongo que tenía cosas más importantes que cuidar de su mujer y su hija, y estar con ellas y para ellas. Pero no soy nadie para juzgarlo, él sabía lo que hacía. No estoy segura de por qué se fue, pero de lo que estoy segura es que mamá lo amaba de verdad. Quizá lo amaba tanto como yo la amo a ella.
—«Ay, el amor», dijo el Darkar.
Jaede dejó escapar una risa alegre, y apretó los labios para acallarla.
—Oye, Jesús, ¿podrías poner algo de música? Creo que eso me animaría un poco.
—Lo que usted ordene, señorita. ¿De cuál quieres? Aquí traigo de casi todo un poco.
—Me gustaron las canciones en nippongo, me gustaron mucho.
«Y a mí me gustan las idols que las cantan», pensó Jesús. Y sin decir nada, y por alguna razón que desconocía, puso Thank you forever!, de i☆Ris.
A Jaede le agradó la melodía.
—Mamá y yo íbamos al pueblo Wow cada dos o tres días, si no cada día. Ella solía llevarme de la mano, a una Jaede pequeña de no más de cinco años. Caminando por el bosque, donde a menudo hay una tranquila paz. Luego de una hora de caminata por el camino de Bûder llegas al claro de las Hadas, subes unas escaleras y desde allí puedes ver la entrada del pueblo Wow.
Entonces evocó la imagen de su madre tomándola de la mano cuando era más pequeña, yendo hacia la entrada de Rowlkieng. Sobre la cual, así como en las otras dos entradas, estaba un gran letrero con brillantes y grandes letras doradas. Jaede rememoró muy bien lo que decía:

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora