XIII ★ El mago Taflau

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Había una bruja de otro mundo causando destrozos en la Zona Centro de la ciudad. Algo jamás visto por los habitantes de Ciudad Mante, mucho menos por las personas de fuera. Por el momento sólo el Municipio de El Mante se encontraba en peligro, claro, en especial Ciudad Mante, pero tratándose de una persona poseyendo una de las nueve Mágicas Reliquias Sagradas de Gaderiln el planeta entero podría estar corriendo un gran riesgo.
No era descabellado pensar que podría pasar algo como lo del planeta Kahûmez.
Jaede no podía dejar de pensar en eso. Se apuró en alcanzar a Jesús. Aquél caminaba con toda tranquilidad, el dolor de su herida, al parecer ya cerrada, había menguado. Llegaría a su casa y se recostaría a ver la televisión, tal vez pondría Dragon Ball para entretenerse, pues lo que estuviese sucediendo no le atañía, en lo absoluto. Bastante tuvo con el veneno del payaso.
«¡Deja de inmiscuirte en nuestros problemas familiares!», fue lo que Nereida le dijo, y no quería desobedecer a esa bruja despreciable. Con gusto no se inmiscuiría.
Estaba a una cuadra de su casa, sólo doblaría a la izquierda hacia la calle Raúl Madero en la próxima intersección. La calle era de terracería, e iba ensimismado viendo la tierra al caminar con la pequeña bicicleta a un lado. Pero en eso le tocaron el hombro. Lo primero que hizo fue quitarse los audífonos, dejando de oír a Till Lindemann, el vocalista de Rammstein.
—Jesús.
—¿Qué estás haciendo aquí, chamaca? —Aunque suponía el porqué.
—Te seguí desde tu trabajo —declaró Jaede—. Y discúlpame, pero fui yo quien pinchó el… ne-neumático de la bicicleta. ¿Se llamaba bicicleta? Sí, tu bicicleta.
Jesús entornó los ojos, irritado. Se llevó una mano a la herida del abdomen.
—Me tuve que regresar a pata…, que diga, caminando. ¿Apoco no me pudiste alcanzar desde más atrás?
La bruja, por alguna razón, se chupó el labio inferior, llevándose las manos a la espalda. Estaba ruborizada y se sentía apenada, no podía verlo a la cara.
—Caminas muy rápido y yo estaba a varios metros cuando te vi yéndote.
—Hubieras gritado. Jaede, caminé desde donde trabajo ¡y me duele la herida! No tengo ganas de nada, me siento mal, no na’más por la herida… no sé por qué me siento triste.
Como era costumbre, luego de pensar demasiado, Jesús se arrepintió de haberlo hecho por cómo se sentía ahora. Jaede no supo qué decir a eso, sentía que era su culpa. Por otro lado, Jesús se culpaba a sí mismo por todo lo malo que le pasaba, y por hoy no quería pensar en nadie más, salvo por él mismo. A los demás nunca les había importado cómo se sentía, a veces estimaba que pensaba poco en sí mismo y mucho en los demás.
—Necesito que me ayudes a detener a Nereida —soltó Jaede con ansiedad—. Iría yo sola, pero tú dijiste que me ayudarías. Hazlo, por favor.
—Dije que te iba a ayudar a encontrarla, no a pelear con ella y el Titán. ¿Se te olvida que me apuñaló? Si voy me va a matar ‘ora sí.
—Las personas de aquí no merecen morir por las malas acciones de Nereida.
—Hay gente aquí que me ha tratado mal… ¡no merecen que yo los salve!
—Jesús, mačh ar naih ohne löqhre ä čenâih.
—¿Qué cosa? ¡A mí háblame en español! —vociferó el muchacho—. ¡Bueno, en oiralétir!
—Haz el bien sin mirar a quién —repitió Jaede ahora en español.
—¿Por qué yo? No tengo nada bueno para defender la ciudad.
—¡Tienes tu magia! —replicó Jaede.
—¡No soy un mago de verdad, mensa! Y si tengo magia no va a servir para ganarle al Titán, mucho menos a Nereida. Yo no sirvo para defender a nadie…, no me puedo ni defender a mí mismo. —Jesús apretó los puños, y presionó sus dientes superiores con los inferiores—. Me molestaban en la escuela y en la secundaria, y afuera de allí, y eran muy pocas las veces que me defendía. La gente que molesta a los más indefensos… y a los más pendejos ¡no merecen que los salven! Tampoco las personas que han jugado con los sentimientos de otros. ¡No merecen que los salve alguien a quien le han hecho daño sin que les importe! —Jesús sentía la rabia acrecentarse en su pecho, los ojos se le anegaron en lágrimas—. ¿Los va a salvar el que molestaban, ofendían y golpeaban? ¿A alguien la va a salvar su exnovio al que deprimió y cambió por otro? ¡¿A un mujeriego hijo de la chingada lo va a salvar el pendejo a quien le bajó la novia?! ¿A alguien la va a salvar… el amigo a quien olvidó? Ahora resulta que a cierta persona la salvará su amigo al que cambia por sus otros amigos, sí, ajá.
»Dime, Jaede, ¿a alguien la va a salvar…, más bien, a varias, las va a salvar el güey al que rechazaron? ¿Por qué, lo rechazaron porque es feo, porque no les importaron sus sentimientos o porque no importa dañarle los sentimientos a alguien como él? —Jesús resopló por la nariz, viendo a una consternada Jaede.
Ésta de verdad no sé atrevía a verlo a la cara en estos momentos, no con esa expresión. Quiso decir algo, pero las palabras se le atascaron en la garganta.
—¿Los va a salvar un don nadie?, yo creo que no. Si soy un inútil, hasta en mi casa me lo recuerdan a cada rato, más mi hermana. ¡A los de Mante no los puede salvar una persona que les importa una mierda, ni siquiera conozco al cinco porciento de la gente de aquí! Quieres que los ayude cuando nadie me ha ayudado.
»Una vez me sentí muy triste, ¡a nadie le importó! ¿Y quieres que salve a todos cuando a nadie le importó ni un poquito que yo me estuviera muriendo por dentro? Ni a Tacho le importó esa vez; a Jessamyn menos. Ahora tampoco le importa a la persona que me gusta… ni le importó a la que me gustaba el año pasado. A mí nadie me ha salvado cuando yo estoy “en peligro”. No, Jaede, yo no voy a ponerme en peligro por nadie.
—¿Ni siquiera por mí? —sollozó Jaede.
Jesús no se percató del momento en que a ella se le empaparon las mejillas de lágrimas.
—Ya lo hice, ¿no? Quedé todo picoteado. Pero, ponerme en peligro por ti sí valía mucho la pena, y lo sigue valiendo. Pero… esta ciudad y sus habitantes no me dan motivos para arriesgarme.
—¡Tú eres el único que podrá ayudarme! ¡Arriésgate, por favor, al menos por mí!
—No sabes cuántas veces me arriesgué por alguien y salí perdiendo —masculló él.
Jaede lo ignoró.
—Eres el único capaz de ayudarme con esto, sólo tú, Jesús. ¡Por favor!
—Perdóname, pero, ¿por qué yo?
—¡Porque tú tienes la posibilidad de enfrentarte a Nereida, tienes magia! Nadie más puede.
—Yo no tengo ese tipo de magia —dijo Jesús con suma seriedad—. Ni ningún otro tipo de magia, porque supongo que hasta el amor es magia. No tengo esa magia conmigo.
—Sólo tú puedes salvar tu ciudad, ¡¡¿acaso no te importa?!! —Los ojos de Jaede se delataron, enrojecidos y húmedos, y sus mejillas se mojaron aún más mientras sollozaba.
—No es que no me importen la ciudad ni los inocentes que se pueden morir… pero, ¿yo a quién le importo?, a veces no me importo ni a mí mismo. Tengo amigos y me siento solo. Me gusta alguien y termino sintiéndome solo. Tengo familia y me siento solo. No entiendo. No sé qué tengo mal. Tú has hecho que no me sienta tan solo, pero, perdóname, no por eso voy a arriesgarme por todos los que me rodean. Te quiero mucho, Jaede, pero yo no puedo ser el héroe de aquí.
Jaede inclinó la cabeza; las lágrimas le escurrían hasta el mentón y caían a la caliente tierra.
—Tienes miedo, yo también lo tengo. Es normal sentir miedo en estas circunstancias. Jesús, sabes que yo no tengo a nadie, y Nereida no me quiere, y aquí sólo te conozco a ti. No tengo por qué arriesgar mi vida por esta ciudad, bien podría marcharme ahora mismo y no volver nunca. Sólo te pido…, no, te ruego que me ayudes a frenar todo esto.
—No puedo con mis penas, mis fracasos amorosos ni con mi sentimiento constante de soledad… tampoco voy a poder contra una pinche vieja loca y un titán. Perdón, perdóname. No soy como el Hombre-Araña, Gokú o Batman, yo no puedo salvar una ciudad. No podría salvar El Mante hoy, mañana y nunca. En un universo paralelo puede pasar lo que sea, allí tal vez sí, salvaría hasta el universo, pero aquí no.
—Tal vez Harry Potter se arriesgaría.
—No soy Harry Potter, ni nadie importante ni nada. Soy un simple pendejo que conoció a una bruja que lo hizo sentir muy feliz cuando se sentía de la chingada y que al final lo terminó involucrando con una vieja loca que casi lo mata. ¡Apuñalado!
—Recuerda que desde que nos conocimos dijiste que me ayudarías con lo de Nereida, no sólo a buscarla. Tú… tú estás hablando así porque tienes miedo… probablemente de morir.
Los ojos de Jesús se agrandaron bajo su ceño muy fruncido.
—¡¿Yo?! —bramó, lanzando la bicicleta al suelo común sonido estrepitoso—. ¡Me vale si me muero! ¡No me maté porque me da miedo, pero bien podría haber estado muerto desde hace mucho! Pero entiende que no vale la pena que dé mi vida por algunas personas de aquí.
«PASH»
Jaede le hubo dado una bofetada. A Jesús le ardió la mejilla izquierda.
—¡¿Por qué fregados me pagaste?!
—¡Ay, perdón! ¡Pero entiende, por el amor de Güoh! Tienes miedo en tu interior y por eso te niegas a ayudarme. Supéralo y vayamos a detenerla, por favor, por favor…
—¡Yo no tengo por qué dar mi vida! ¿TÚ no me entiendes o qué? No soy un héroe, no soy el héroe de la historia. Cuando quiero que me vaya bien, me va mal. Y cuando me niego a arriesgar mi vida, ¡una bruja mensa me da de trancazos!
Jaede, ceñuda, levantó la diestra una vez más, de manera impulsiva, pero él se la detuvo, asiéndola por el antebrazo.
—Ni que fueras mi mamá para que me estés pegando, Jaede —bufó Jesús.
—¡Entiende que nadie más podrá hacer algo para detener a Nereida! ¡Mucha gente morirá si no hacemos nada!
—¡Mucha gente se muere en el mundo todos los días! ¡Ay!
Jaede acababa de vapulear la espinilla de Jesús con el pie. Él se agachó para sobarse, sintiendo un dolor pulsante.
—Te mamaste —masculló.
—¡Perdóname, es sólo que debes entrar en razón! No me gusta pegarte…, pero ¡entiende, entiende, entiende, Jesús! Debemos ser tú y yo.

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora