III ★ El chico haragán y la bruja que nadie ve

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Jesús Naranjo a sus diecisiete años ya consideraba estar harto de la vida, a pesar de que era algo muy precipitado. Estimaba, también, no sentirse bien en su interior. Pero a nadie le importaba, mucho menos a él mismo. Siempre pensaba en eso todas las noches, así fue en la noche de ayer, jueves, y muy probablemente así sería la noche de hoy.
No obstante, hoy era un buen día, él lo sabía.
Se movió en sueños. Dormía plácidamente, aun cuando su cama era más vieja que él y el colchón estaba lleno de bolas y con resortes salidos. Ya se había acostumbrado a dormir así, no quedaba de otra. Su crisma descansaba no en una almohada, sino en una pequeña manta doblada una y otra vez; y cerca de su almohada, y de su negro pelo —algo largo, y grasiento—, se hallaba su celular Samsung, que era de un brillante rojo carmín.
Por enésima vez el aparato empezó a sonar y a vibrar, la alarma de las 9:30 de la mañana. La alarma había estado sonando desde las 9:00 a.m. cada cinco minutos; si Jesús no ponía alarmas cada cinco minutos, no se levantaba, y tenía que levantarse para ir al trabajo. Debía estar allá a las 10:00 a.m.
Jesús se dio cuenta de que la escuela no era lo suyo —y no porque solía faltar mucho cuando aún estudiaba—, así que dejó la secundaria en el último año, aunque al final se podría decir que sí la terminó el muy holgazán. Un año después —en el 2019—, su mamá quiso que siguiera estudiando, que terminara al menos el bachillerato. Sin embargo, Jesús continuó con su costumbre de faltar, el faltista estrella. No por eso dejó de asistir al Conalep —tampoco porque le hubieran robado la cartera—, dejó de asistir definitivamente porque sus padres no tenían dinero para comprarle cuadernos, lápices, plumas y más. («Me mandan a la guerra sin armas», decía Jesús). Él trabajaba por las tardes en un salón de eventos (que incluso tenía piscina) que se ubicaba cerca de su casa, y eso no le daba tiempo para hacer las tareas.
Al final mandó todo al carajo, quiso darse vacaciones, dejó el bachillerato e incluso aquel trabajo, para descansar de eso que lo tenía tan estresado.
¿Qué sería de su vida?, ¡le importaba una mierda!, si a fin de cuentas no era feliz.
Si por él fuera sería albañil toda su vida. Había sido ayudante de albañil luego de dejar la secundaria, y también después de que hubieron terminado sus vacaciones del 2019. Los cien pesos que le pagaba su tío eran poco, pero suficientes para Jesús; después de todo, lo que ganaba se lo daba o se lo prestaba a sus padres. Pero los cien pesos diarios dejaron de serle suficientes para tanta faena y tantas veces que no comió bien o que no comió nada por tantas horas.
Fue esta la razón por la cual dejó de trabajar.
Hasta que a finales de noviembre del año pasado su prima le dijo que había un puesto vacante en el minisúper donde ella había estado trabajando. Jesús no muy bien quería, le daba flojera, pero su mamá lo convenció al decirle que así podía ayudarles con los gastos del hogar —porque con el sueldo de su papá a veces no alcanzaba—, además, las metiches de sus tías, tal vez, dejarían de chismorrear sobre que no trabajaba.
El martes primero de diciembre se presentó —porque le dio flojera ir desde el lunes— y le dieron el empleo.
Pasados más de dos meses, sigue trabajando allí.
Con la alarma de las 9:30 se levantó, somnoliento, y pensó lo mismo que todos los días: que para las 9:40 estaría listo, así que se recostaría (sin dormir) unos diez minutos yendo a donde dormía su mamá para abrazarla, y luego salir a las 9:50 con la pequeña bicicleta de su hermana para irse, de todos modos hacía diez minutos recorriendo los casi dos kilómetros y medio que había desde su casa al trabajo, aun cuando la bicicleta era como para una niña pequeña (aunque su hermana tenía trece años).
Ya estaba vestido, y no se peinó porque como de costumbre se puso la gorra que usaba cuando era albañil, usándola siempre con la visera hacia atrás y dejándose caer el largo flequillo hacia la derecha, sobre el ojo. Llevaba unos raídos vaqueros y acostumbraba a usar playeras negras; y como todas sus demás playeras, ésta también estaba hoyosa.
El día era soleado, aunque con algo de viento.
Jesús ya estaba en la calle, frente a su casa; una calle de terracería y, al menos en esa parte, sin alumbrado público.
«Lo bueno que no ha llovido porque luego la calle parece laguna», pensó mientras se colocaba sus audífonos y los conectaba en su celular.
Bostezó y se dio una leve bofetada. Miró la pantalla de su celular (en donde se podía apreciar a la seiyū Kaede Hondo como fondo de pantalla de bloqueo), ya eran las 9:50, tenía que ponerse en marcha. Desbloqueó el aparato y no lo pensó dos veces para reproducir No me etiquetas de Green A. La canción empezó a sonar. Le gustaba mucho la tonada, pero no tanto como la letra.
Jesús Naranjo empezó a sonreír. Se montó en la morada bicicleta, comenzando a pedalear. Y allá iba rumbo al trabajo, en una bicicleta de niña.
Dobló a la derecha en la calle Pedro J. Méndez (también de terracería). A una manzana llegaría a la Quinta los Abolengos, el salón de eventos donde antes trabajaba, pero doblaría ahora a la siniestra, por la Avenida Rotaria. Aquí sí había asfalto, viejo y partido, pero lo había. Los pies de Jesús, calzados con unas pesadas botas marrones, daban vueltas a toda velocidad, iban de arriba a adelante y de abajo a atrás para volver ir arriba.
«SHAKA, SHAKA, SHAKA…»
Al llevar el sonido tan alto en los audífonos no alcanzaba a escuchar el sonido de su transporte, pero sabía que la cadena junto con los guardabarros rosas hacían mucho ruido, más por los topes que había a partir del cementerio que se encuentra en la entrada de la colonia Vicente Guerrero.
Poco antes de la mitad del trayecto volvió a reproducir la canción, aunque le pasó por la cabeza poner algún tema de la banda ALI, Rammstein o tal vez alguna de Franchouchou, i☆Ris o Momoiro Clover Z.

Llegó al trabajo exactamente a las 10:00.
La tiendita donde trabajaba tenía dos entradas un tanto similares, cada entrada estaba a los lados de un consultorio dental, el cual se encontraba en la esquina entre la calle Guadalupe Mainero y la Avenida Rotaria. Jesús solía entrar por la calle Mainero. Dio vuelta en la esquina y no tardó en frenar la bicicleta con sus pesadas botas, pues a la bicicleta de su hermana le fallaban los frenos. Jesús se quitó los auriculares y se abanicó el cuello con la pechera de la playera, empapada de sudor. Se apeó de la pequeña bicicleta, dirigiéndose a la acera. Dejó su transporte junto a un viejo exhibidor metálico de garrafones azules de la marca Ciel, que a un lado tenía una pila de cajas plásticas rojas de botellas de Coca-Cola de vidrio vacías.
El muchacho entró a la tienda con la cabeza gacha, guardó bien el celular y se colgó los audífonos en el cuello como si fuesen un collar. Los pasillos eran muy estrechos, pues había estantes a los lados con un montón de cosas; botanas, refrescos, jugos, botellas de agua, chucherías, mucho más. Vendían de todo un poco, un minisúper donde vendían lo básico para la despensa.
Jesús caminó hasta la caja registradora. Dentro había muy poca luz, los rincones estaban en penumbras; el dueño quería ahorrarse luz y pedía que se prendieran pocos focos. Y allí estaba su prima, Alejandra. Una mujer delgaducha, de piel morena, largo cabello negro y grandes ojos. Era cinco años mayor que Jesús, pero de menor estatura. Cuando lo vio levantó la mirada y se alejó de la única caja registradora.
—Buenos días —dijo Jesús con desgana.
—Buenos días —repuso su prima, tomando el celular.
—¿Y el jefazo? ¿Ya se fue?
—Sí, le habló su esposa y se fue. Ya tiene como media hora.
—Entonces me voy a ir a sentar —dijo Jesús con tono triunfal.
Alejandra lo vio con el entrecejo un poco fruncido.
—Te va a ver por las cámaras y te va a regañar.
Aun así, Jesús fue a sentarse. Siempre que venía al trabajo cargaba su vieja mochila azul que alguna vez tuvo multicolor letras donde se leía: «NIKE». En ella cargaba siempre cosas importantes, como lo son su cargador y el libro que aún no terminaba. Comenzó el 2021 leyendo la saga de Harry Potter de J. K. Rowling; ya había terminado Harry Potter y la piedra filosofal, por ende iba en Harry Potter y la cámara secreta.
La tienda también era cíber, en donde se sentaba Jesús había un escritorio, una silla y algunas computadoras. Allí dejó la mochila. Se sentó, en el mismo lugar donde el muy haragán se desparramaba a menudo para estar en el celular. Revisó si recibió mensajes… y nada. Suspiró desanimado.
—Ey, ves a prender los refri’s —ordenó Alejandra.
Su tono autoritario tenía sin cuidado a Jesús. A ella la culpaba por tener trabajo, y de paso quería mandarle como si fuera la jefa.


Para la tarde disminuyó el calor sobre Ciudad Mante, pero el sol seguía pegando fuerte. Lo suficiente para que Jesús no quisiera salir a barrer, aunque fue obligado por su prima. Salió con escoba en mano. Ya en la acera, apoyó la escoba en sí mismo para conectar los audífonos al celular, cuya parte posterior brillaba por los rayos solares, un brillante color rojo.
Empezó a barrer frente a la bicicleta de su hermana.
La escoba iba y venía acariciando el suelo y acumulando polvo y basura, y Jesús meneaba la cabeza al ritmo de la música. Escuchó Wild Side de la banda ALI, esa de verdad lo emocionaba y le encantaba, ¡de sus favoritas!; también, por el hecho de que en el amor no le iba muy bien que digamos, escuchó Tragedia de amor de Green A; esa le recordaba bien lo que sucedió con Jessamyn, su primera novia. Lo más seguro es que terminó escuchando alguna canción de Franchouchou sólo para oír la voz de Kaede Hondo.
Le importaba más escuchar música que hacer bien su trabajo. Pero ya casi terminaba, luego de haber reproducido varias canciones de su agrado. Estaba pensando en que después de esto no sabría qué más hacer. ¿Volvería a sentarse una hora más como en la mañana? Era muy probable, sí, ¿por qué no? Aunque usar el celular mucho tiempo lo aburriría.
Sus dos amigas con las que solía hablar estarían ocupadas haciendo tarea, lo de siempre, y no tendrían tiempo de responderle los mensajes. Su amigo Axel sí le respondería, siempre lo hacía, aunque estuviese ocupado con cosas escolares. Para qué molestarlo, después de todo Jesús tendría que seguir trabajando.
Pero allí, encerrado en la tiendita se sentía muy solo (estuviese o no su prima). Lo pensó bien, sí. Terminando de barrer le mandaría alguna imagen graciosa de Harry Potter o El Señor de los Anillos a su amiga Jamileth para ver si esta vez sí le contestaba los mensajes y platicaba con ella. O le preguntaría a su amiga Alma qué hacía, qué contaba. Alma a menudo tenía algo que contar; sus problemas, algún chisme o cualquier cosa relacionada con su vida. Jesús era un excelente oyente, por eso ella le contaba todo.
Pero… ¿por qué se sentía solo? Lo atribuía eso a una persona. Se sentía estúpido, además, porque tenía buenas amistades, aunque no habían hecho algo recreativo desde hace tiempo. Hacía mucho que no las veía. Más de tres meses que no salía con su mejor amigo, Juan Ángel, y ya extrañaba eso. Trabajar no le daba tiempo, no le gustaba. Pretender comportarse como adulto era un asco. Alguien como él no sobreviviría a la vida adulta, solía pensar en eso todos los días. Jesús simplemente no es nada sin sus amados padres… ¿Nada?
«Ponte a trabajar, ‘güevón’», se dijo.
Volvió a mover la escoba, con desgana.
Justo en ese momento fue como si todo a su alrededor se distorsionara. Se quitó los audífonos con parsimonia. Y entonces la vio. Tan linda, tan hermosa. ¿Estaba soñando? Fue como ver a la mismísima Kaede Hondo venir desde la esquina; vestida con una extraña túnica azul, usando un sombrero de punta semejante al de Elaina de Majo no Tabitabi (Wandering Witch:The Journey of Elaina).
Jaede Arelín vio por vez primera a Jesús Naranjo.
«Dios, nunca te pido nada, pero esta vez te luciste», pensó Jesús, harto feliz.
«Güoh, por favor, que esta persona pueda verme», pensó Jaede, nerviosa.
Una cosa era segura, Jesús no sería el primero en hablar. La chica se le estaba acercando. Se acercó más y más. Quedaron uno frente al otro.
Jaede lo escrutó con cautela, e infló las mejillas, tomando valor para hablarle al chico.
—Hi! —dijo, y la cara comenzó a teñírsele de rojo—. My name i-is… is… Jaede Arelín. Humm… You can see me? Nobody can see me.
Jesús reculó, con una mano en la escoba y otra en el bolsillo.
—Perdón… Que diga. Sorry, no speak English.
«Por nada sacaba 6 en Inglés», pensó Jesús. El cuerpo se le estaba poniendo rígido a causa de su timidez al tratar con gente desconocida, le daba pena, además. Y, muy a su pesar, no sabía hablar con chicas. A alguien como él para nada le iba bien en ese aspecto. ¿Qué más le diría a esta muchacha de rasgos asiáticos que, por lo visto, hablaba inglés?
Por su parte, Jaede se quedó pensando. Tampoco es que tuviera experiencia hablando con chicos; normalmente —andando de compras— hablaba más con mujeres que con hombres. La persona parada frente a ella la vio venir desde la esquina, o eso pareció. Y esta misma persona dijo: «Perdón… Que diga», ¡esas eran palabras en oiralétir!, aunque después habló en eirrenglet.
«¡Habla oiralétir! —pensó Jaede—. ¡Y supongo que me vio! ¡Gracias, Erohu santísima!»
«¿Qué le digo?», se repetía Jesús con ansiedad en el pensamiento.
—¿Hablas oiralétir? —dijo Jaede. El chico se extrañó—. Quiero decir, ¿puedes entenderme?
—¡Ah!, sí, sí te entiendo. Yo también hablo español. Al inglés casi no le sé.
—No sé de qué hablas —declaró sonriendo ella—, pero me alegra que hablemos el mismo idioma.
—Qué bueno…, sí, lo bueno. —Jesús se ponía cada vez más nervioso.
—Siendo sincera, no sé hablar eirrenglet, tuve que usar un diccionario del Colegio Puaakuhra. —La chica soltó una risita.
Y tan sólo con eso alegró a Jesús.
Si bien, éste desconocía qué era “eirrenglet”, usó la lógica y se dio cuenta de que la chica se refería al primer idioma con el que le habló. Y respecto a “Clan Puaakuhra” no supo ni imaginó en absoluto de qué hablaba.
—Está claro que puedes verme.
«¿Y cómo no verte?», pensó Jesús, sin dejar de verle esos preciosos ojos marrones.
—Porque puedes verme, ¿cierto? —imploró Arelín.
—Sí, sí puedo verte. Ahm… ¿por qué?
—Tal parece que nadie puede verme. Bueno, exceptuándote a ti… y… y a una chica que me vio de lejos. ¿O fueron dos chicas? Pero no pude acercarme a ninguna de ellas.
A Jesús le sorprendieron aquellas palabras. ¿Quién era esta chica y por qué decía tales cosas? ¡¿Cómo que nadie podía verla?! Vestida de esa manera no pasaría desapercibida, pensarían que estaba haciendo cosplay de algún ánime o videojuego. Mucho menos por sus rasgos asiáticos, la gente la miraría (si pudiera) y pensaría cosas como: «Una chinita», «¿Será coreana?», o «¿Es una japonesa?». Esto era de verdad muy extraño, empezando en que una chica tan linda acababa de dirigirle la palabra. ¿Por qué a él? Ninguna chica bonita querría hablarle a él, excepto sus amigas, claro. Jesús tampoco podía ignorar algo: esta chica tenía puesto un sombrero de bruja.
Como un fuerte sartenazo le llegó un recuerdo, y sintió un piquete en el corazón. Recordó que, a principios de octubre del año pasado, su amiga Angie, que en ese entonces tenía el cabello corto a la altura del mentón, le había mandado una foto en donde usaba un sombrero de bruja mientras sonreía con lindura; a dicha imagen la acompañaba la frase: «Soy una brujita». Jesús le hubo respondido algo como: «Y no dudes que una brujita kawaii… así mero.»
Para Jesús, esa chica parada frente a sí, sin duda, era una brujita kawaii.
—No me presenté, qué distraída —dijo la brujita kawaii.
Jesús no dijo nada…, su valor menguó de manera considerable.
—¡Soy Arelín, Jaede Arelín, mucho gusto!
—Yo me llamo Jesús…, mucho gusto.
—¿“Jesús” es nombre o apellido? Disculpa, es mera curiosidad.
—Ah, es nombre. Bueno, mi segundo nombre. Me apellido Naranjo.
Jaede Arelín se sorprendió, incluso su boca formó un círculo.
—Oh, como los árboles que dan naranjas. Me gustan las naranjas, en especial con picante.
Él no supo qué decirle, consideraba que con personas desconocidas tenía poco o nada que decir.
—Mi apellido —continuó ella—, o bien, el apellido de mamá, no es el nombre de un árbol, como lo es mi nombre, “jhaëdë”, que significa “arce” en idioma onamík.
«Qué cosas», pensó Jesús.
—Sin embargo, sí significa algo, significa “la hechicera”, o “el hechicero”, en onamík. Sé poco de ese idioma, pero sí significa eso. Así que soy Arce la Hechicera. —Jaede soltó una risita.
«Pues qué raro nombre —pensó Jesús mientras esbozaba una sonrisa—. Jaede Arelín.»
—Me alegro mucho que pudieses ser capaz de verme. —Luego, para sí, Jaede dijo—: Algo debió salir mal en el hechizo del pentáculo, qué tonta Jaede.
»Oye, Naranjo, fue un placer hablar contigo. Tengo un familiar a quién encontrar. Me despido.
—Adiós —dijo Jesús, viéndola pasar a un costado… y le llegó un aroma que jamás olvidaría.
Vio alejarse a aquella muchacha bajita, la observó hasta que no estuvo a la vista. Pensó que esto fue lo más raro y anormal que le hubiese pasado luego de haber tenido novia o enterarse de que una amiga suya estaba enamorada de él, simplemente meras cosas insólitas. Sí, para nada comunes. ¿Una chica vestida de bruja haciéndole plática? Si el sol no le estuviese quemando la cara, habría pensado que se trataba de un muy agradable sueño.
En ese momento, arrebatándolo fuera de sus pensamientos, su prima Alejandra, desde dentro de la tienda, dijo:
—¿Ya acabaste? ¡Tardas bastante!
Y sí, Jesús ya había terminado, pero no replicó.
«Vieja guanga —pensaba Jesús al regresar adentro—. Me quiere mandar y ella también está ‘sentadota’ con el celular, no soy el único, que no mame.»
A nadie le contó que conoció a Jaede Arelín, mucho menos que escuchó más de una palabra extraña. No sabría explicar lo que fue aquello. Le rondó en la cabeza durante toda la tarde, y la noche ni se diga. Jaede Arelín estuvo en su mente por mucho.


–※–
Al siguiente día…
—Jesús —lo llamó su prima desde la silla donde solían sentarse a flojear.
—¿Qué pasó?
Jesús, en cuchillas, se hallaba limpiando unas latas de chiles que día a día se cubrían de polvo. Hacía su labor con flojera, usando un trapo viejo. Se levantó y fue hasta donde estaba Alejandra.
—¿Qué quieres?
—¿Ayer qué estabas haciendo cuando andabas barriendo? —inquirió ella con cautela, pero a la vez con cierta curiosidad. Esperaba una respuesta rápida, y creíble.
—Estaba barriendo y haciéndome pendejo, ¿qué más iba a hacer?
Alejandra estaba impaciente por soltar lo que quería decir, procurando no burlarse.
—Es que el de la tortillería dijo que estabas hablando solo cuando andabas afuera, barriendo.
—¿Qué? —Jesús no dio crédito a sus oídos.
En la esquina opuesta al consultorio dental estaba una tortillería. Jesús recordaba haber visto a uno de los muchachos de la tortillería fuera, también barriendo, pero… ¿vio a Jesús hablando solo? No hablaba solo, hablaba con Jaede Arelín, la brujita kawaii.
«Tal parece que nadie puede verme», hubo dicho Arelín. Era cierto, sólo que como ella dijo también: Jesús era la excepción porque podía verla y escucharla.
«¿Por qué podía verla yo? —se cuestionó en el pensamiento—. Más importante, ¡¿por qué chingados no podía verla nadie?! El de la tortillería no la vio…, ¿qué pasó?»
Él trató de no darle importancia a su prima, incluso esbozó una sonrisa.
—Tú qué caso le haces —dijo por fin—. Me da vergüenza hablarle a la gente, qué le voy a andar hablando a gente imaginaria, no mames.
—Pues así me dijo.

Jesús terminó quedándose solo en el minisúper luego de que llegaran las seis de la tarde, pues terminó el turno de Alejandra. Se quedó sin hacer nada, le daba pereza limpiar, si acaso tenía que rellenar los refrigeradores con refrescos de los que se hubieron vendido. Esto lo hacía entre las 6:00 o 7:00 a.m. para tener todo listo y cerrar a las 8:00. Dos horas para cerrar, y Jesús ya quería estar en su casa, fuera de este tedioso lugar. Hoy era sábado, y los sábados era el día de descanso de Jesús, empero, faltó un día entre semana y prefirió trabajar hoy y así ganar el salario completo. 700 pesos sí trabajaba la semana completa, seis días a la semana. Ese dinero no se le hacía ni mucho ni poco, aunque era lo mismo que ganaba como albañil trabajando siete días, y aquí sin duda no era un trabajo pesado. Gracias a este trabajo ya había comprado varios libros, eso lo hacía —para él— un buen trabajo a pesar de las adversidades.
Salió a revisar ambas entradas más de una vez, con la esperanza de ver a aquella brujita kawaii, sólo que no tuvo suerte. En el fondo quería verla, no supo por qué, o tal vez sí. Luego de un rato, tras haber atendido a un par de personas —en su mayoría compradores de refrescos y cigarros—, salió a ver la Avenida Rotaria, sin embargo, no vio a nadie con ropas extrañas ni sombrero de punta.
Quería ver un singular sombrero de bruja.
«No siempre tienes lo que quieres», pensó cuando iba entrando.
—Oye… —Aquella agradable voz—. ¿Aún puedes verme?
El muchacho se volvió —dentro de sí exultaba de alegría— y pudo ver ese rostro como de modelo.
—¡Ey! —exclamó sonriendo. No supo qué decir.
Jaede le escrutó el rostro, con las cejas arqueadas.
—Puedes verme… —dijo—. ¡Puedes verme, me alegro!
Jesús contempló una linda sonrisa que se le contagió.
—¿Sigue sin verte nadie?
—Sí. La única persona con la que he hablado desde que llegué… ¡eres tú!
Jesús se sintió especial; algo poco común.
—Pero… ¿cómo que nadie más te puede ver?
—No estoy segura —declaró la bruja—. Puede deberse a la forma en que llegué a este lugar; que por cierto es muy caluroso. Los hechizos suelen salirme mal —suspiró.
—¿Hechizos? —se preguntó Jesús, dubitativo.
—Oh. ¿No sabes qué es un hechizo?
Jesús permaneció callado.
—Verás, cuando los Irohémaz… y es que se dice que fue culpa de…
—Ah…, sí sé que es un hechizo. Sí sé. Pero, ¿cómo que un hechizo?
—Conjuré un hechizo para llegar aquí; no pude usar algún otro medio.
Jesús frunció el ceño, con aire pensativo.
—¿De dónde vienes?
—Pensé que se notaba. Soy una Deriln, de la Galaxia Zura, la Galaxia de Luz de los Magos. Bueno, aunque por ser mujer también soy una Winyï, y a mucha honra.
—Perdón, pero no sé qué es lo que dijiste. Nunca había escuchado esas palabras.
Jaede no dejó de mirarle el rostro, extrañada, aunque nada dijo.
—Oye… Dime, de dónde vienes, a qué vienes, quién eres… y qué eres. Perdón que pregunte tanto, pero es que está muy raro que na’más yo pueda verte. A lo mejor no me vas a entender, pero es como si tú fueras Mai y yo Sakuta. —Jesús dijo eso último para probar que en realidad Jaede no era una otaku que quería tomarle el pelo y despejar esa duda. Pero por su gesto de confusión la respuesta era clara—. S… si puedo ayudarte, yo te ayudo. ¿Tienes… algún problema?
Jaede simplemente sonrió, no supo cómo se sentía. ¿Ese chico… se preocupaba por ella?
«Pero si ni me conoce —pensó—, tan sólo se sabe mi nombre.»
Esbozó una tenue sonrisa mientras mantenía la cabeza gacha.
—Vine aquí por… asuntos familiares. Me he dado cuenta de que la normalidad aquí es muy distinta a la de mi mundo, el planeta Wizgokou.
—¿Entonces vienes del espacio exterior? ¿Eres una alienígena? —Jesús apenas se lo podía creer, porque se lo creía, y no porque se considerara alguien estúpido.
—Sí, surqué el Segundo Cielo con ayuda de un pentáculo mágico. ¿Alienígena? No lo sé, supongo, pero sí pertenezco a la raza de los Derilnz naranjas, a los del sexto planeta del sistema solar Mayikkū. En este lugar no conocen la Galaxia Zura ni saben quiénes son los Irohémaz. Por lo que veo ni siquiera has de saber quién es Aromus Gaderiln.
—¿Aromus ‘Garedín’?
Al escuchar aquel error, Jaede soltó una risita, levantando la mirada.
—Aromus Gaderiln —corrigió entre risas—. La mayoría de brujas y magos discurren que Gaderiln es el más grande y poderoso mago que hay, es el más famoso, sí, lo conocen en muchos lugares. —Se acercó a Jesús, como contándole un secreto—. Los akertanos, los Demonios Oscuros, cuentan con el Legendario Ilev, y, por otro lado, nosotros contamos con el Legendario Mago Gaderiln. ¿Ustedes a quién tienen como el más poderoso?
—No sé… ¿A Jesucristo?, ¿a Gokú?… ¿Shaggy?
Unos segundos después, Jesús notó que una señora que pasaba por la sombría banqueta lo observó un momento, porque naturalmente, para ella el muchacho estaba hablando solo.
—¿Pasa algo? —inquirió Jaede abriendo la boca como en círculo.
Jesús tragó saliva y esbozó una sonrisa fugaz.
—Es que los demás no te ven, y a simple vista es como si estuviera hablando solo.
—Nunca nadie habla solo, ni siquiera cuando habla consigo mismo.
A Jesús le sorprendió por mucho esa respuesta, se quedó sin palabras.
—Jesús Naranjo… Así te llamas, ¿no?
—Sí. Y tú Jaede Arelín, ¿verdad?
—Así es. Bueno, Naranjo, dijiste que me ayudabas si podías. —Jesús hizo un gesto de asentimiento—. Estoy buscando a mi prima, Nereida…
—Bonito nombre.
—… ¿de casualidad no la has visto? Lo más probable es que lleve ropa semejante a la mía, aunque la de ella con colores más oscuros. A diferencia mía, que me gustan los colores brillantes y la ropa única, ella usa capas y túnicas negras, a veces rojas o naranjas, pero sólo colores oscuros.
—No, pues no la he visto, perdón. —Jesús se rascó la nuca.
—¿Seguro que no la has visto? —insistió la chica—. Tiene el cabello a la altura del pecho, es pelinegra, y de piel blanca…, bueno, no blanca literalmente, si es que me entiendes.
—No, en serio creo que no la he visto. Supongo que ella viene de tu mismo planeta.
Jaede exhaló un hondo suspiro.
—Sí… Tengo que encontrarla, es la única familia que me queda. —Y andes de que el chico preguntara algo más, agregó—: Nereida va por una senda no tan buena, no sé qué busca para sí, pero cree que lo conseguirá estando del lado de los Magos Lóbregos.
«Magos Tenebrosos como en Harry Potter», pensó el muchacho.
—… y quienes están con ellos no terminan bien —continuó la bruja. Allí se llevó el dedo índice al cuello y lo pasó de un lado a otro—. No quiero que termine muerta.
»Se ve que eres una buena persona. —Sonrió en una mueca alegre—. No hablo mucho con las personas, pero te voy a ser sincera. Nereida planea algo malo en este lugar.
—¿Algo qué tan malo? —farfulló Jesús, inquieto, porque lo creía.
—Según sus propias palabras, tiene pensado reunir las piezas de la Atualf, la Flauta Mágica de la Muerte, y despertar al temible Titán del Clan Gaderiln.
—¿Y qué es eso? ¿Cómo que un titán?
—Deragah es un antiguo y gigantesco monstruo que fue creado por un grupo de brujos que emplearon la magia lóbrega de Durmor, se dice que con la intención de vencer tanto a Aromus Gaderiln como al Rey Hechicero de Arreito. Pero eso pasó hace millones de años, en la Novena Edad del Universo, cuando aún vivía la Bruja Innombrable. Esa bruja es la culpable de que se creara a Deragah.
—¿Por qué? —quiso saber Jesús, ya intrigado.
—Porque ella le robó sangre a un akertano para usarla en el proceso de creación de la monstruosidad mágica, además de que fragmentó el alma de una virgen etreumana para usar una parte de esa alma en Deragah. Y es por eso que los del Clan Ahumit desprecian a los del Clan Nuzashii, a los primeros Derilnz que se hicieron Magos Lóbregos y fundaron el Clan Gaderiln. El Clan Nuzashii pasó a ser el Clan Gaderiln, y Deragah es su Titán.
El muchacho terrícola procesó todo con celeridad, fue como si le hubiesen contado lo de algún manga o ánime, algo que no había leído en ningún libro conocido para él.
—Si eso es real, entonces tu prima podría destruir toda la ciudad. De por sí Ciudad Mante tiene sus desperfectos. ¿Estás buscando a tu prima para detenerla?
—Sí. Y de preferencia quiero convencerla de que no haga resurgir al Titán. Este es un lugar con bajo nivel mágico, supongo que ni siquiera saben controlar la energía vital, no he visto a nadie volar. Tu raza es muy extraña, Naranjo.
«¿Mi raza es la extraña?», pensó Jesús.
—Dime Jesús. No me gusta que me llamen por mi apellido.
—Está bien, Jesús —dijo Jaede, sonrió y cerró los ojos
—Si quieres yo te ayudo a buscar a tu prima —manifestó él—, y si puedo, también te ayudo a qué no despierte a la cosa esa, a Deragah.
—¡¿Lo dices en serio, Jesús?! —A la bruja le brillaron los ojos—. ¡Muchas gracias! En ese caso tendré que enseñarte lo básico de la magia, por si Nereida se pone brusca, al menos así sabrás a qué te enfrentas. Pero ella es una buena persona en el fondo, dudo que nos dañe.
—Estoy libre dentro de siete o seis días —repuso radiante Jesús.
—Nos vemos entonces el wizgye.
Jaede dio media vuelta, dio un salto y pisó la acera. Para cuando Jesús se le acercó, ella se volvió por completo, sonriendo de oreja a oreja, mostrando sus disparejos y chuecos dientes. De improviso le tendió al chico una pequeña mano.
—Jaede Arelín, soy de la raza de los Derilnz, vengo del mundo Wizgokó, vivo en la región de Rowlkieng… ¡y soy una Winyï, una Bruja! Pensé que debía presentarme como se debe.
Jesús sonrió, complacido. Le estrechó aquella tersa mano.
—Me llamo Jesús, soy… un humano, un terrícola, soy de este planeta, la Tierra, y vivo aquí en Ciudad Mante, en el estado de Tamaulipas. Ah, y aspiro a ser escritor. Un placer conocerla, señorita Bruja que nadie ve.

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora