XVI ★ ¡Nereida... ¿Gaderiln?!

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Taflau, como lo habría hecho cualquiera, se cubrió con brazos y piernas, sintiendo más calor del que pudo sentir jamás en Ciudad Mante, era como estar atrapado dentro de una parcela de cañas de azúcar que se estuviese consumiendo por un intenso fuego capaz de dejarlo reducido a cenizas. Le pasó por la cabeza que estaba en las fauces del dragón Smaug. No fue hasta que, como algo lejano, escuchó que algo gigantesco era derribado, que decidió levantarse. Lo hizo, dando trompicones, un poco agachado, sin soltar la Flauta Mágica ni la varita. Llegó hasta Arce. La bruja estaba estupefacta en lo absoluto, no reaccionaba pese al bochorno, ni siquiera había bajado el brazo.
Jesús —que a sus espaldas se podía ver a Deragah tendido otra vez sobre el campus— le echó una rápida ojeada a Nereida. La cual, con los ojos cerrados, seguía manteniendo firme la burbuja que la protegía con el centro y la varita. Por el momento ella no sería un problema, supuso.
Lo único que sabía y que se le ocurría a Taflau era escapar, hacer mutis lo más pronto posible.
Como Jaede no reaccionaba, él tuvo que hacer algo, moviéndose entre el bramido de la ardiente magia, la misma que tornaba todo a su alrededor de un tono carmesí. Si incluso los árboles y el pasto del paseo central del boulevard estaban ardiendo.
Taflau metió la mano en el bolsillo de Arce y tomó un puñado de polvos mágicos. Era ese su único boleto para huir.
«¡BAOUH!»
Nereida Gaderiln estaba un tanto aturdida. Parpadeó varias veces antes de hacer desaparecer la burbuja que la protegía. Parecía que el calor intenso se había marcado con Arce y Taflau. El tono carmesí en el ambiente ya no estaba, tan sólo el Titán Gaderiln, que seguía tumbado, inmóvil, rodeado de cascotes. Era impreciso saber si se levantaría…, ahora estaba sola. Pero no le importaba en lo absoluto porque desde la muerte de su madre se sentía sola. La soledad era su fiel compañera. Ella había comenzado esto, su prima y el entrometido de su amigo no tenían por qué arruinar el ascenso del Gran Titán y arruinar su misión… Añoraba ver de nuevo a su amada madre, abrazarla y besarla, al igual que a tía Daele. Sintió un inmensurable dolor en su interior, una terrible tristeza que le pesaba en el corazón.
—Mamá —musitó con un hilo de voz, reteniendo las lágrimas que le escocían.


–※–
Arce y Taflau aparecieron cerca de una de las dos intersecciones de 13 de Septiembre y Niños Héroes; dos ya que ésta última se bifurcaba. Taflau reconoció de inmediato el lugar, estaban cerca del Centro Regional de Protección Civil y de las letras que decían: «EL MANTE». No supo con exactitud por qué escogió este lugar, pero no dejaba de pensar que querían salvar Ciudad Mante para así salvar el planeta entero de paso. Se encontraban a casi ochocientos metros de dónde Deragah estaba tendido.
Taflau se percató de que Arce se despabiló, ya no estaba ida. La miró, diciéndole:
—Casi no estamos logrando nada, así no vamos a ganar, ¡nos van a hacer cagada!
—Jesús, ¡qué asco! —soltó Arce sacando la lengua.
—¡Perdón! Pero lo que digo es que al paso que vamos… no vamos a ganar —farfulló Jesús con ansiedad—. Jaede, así no vamos a poder. Debe haber algo más que podamos hacer.
La brujita rumió, entornando los ojos, hasta que supo qué decir.
—A Deragah sólo se le puede detener con un hechizo.
—Sí, el hechizo Miracle Illusion, sí lo leí en el libro de hechizos, ¿yyyy?
—Bueno, pues podemos usarlo muchas veces hasta que algo resulte.
—¡Jaede, luego los hechizos te salen mal! ¡Y yo no sé cómo hacerlo!
—¡No seas pesimista! —imploró la bruja.
—¿Sabes qué?
Jaede asintió al oírlo.
—Ya sé qué podemos hacer, Jaede. Mira. Ya vimos que aunque no tenga la flauta, Nereida es quien controla al Titán. Pues hay que ganarle primero a ella, es lo que debimos hacer desde un principio. ¡Hay que dejarla fuera de combate!
—Es más poderosa mágicamente, su flujo de maná supera al mío. Si me supera a mí, a ti también.
—¡No seas pesimista! —repitió Jesús con sorna—. No le hace. Nosotros somos dos, y confiamos el uno en el otro. Ella no tiene lo que nosotros: nuestro apoyo mutuo y nuestra confianza.
—Acabas de decirme que el hechizo que detiene al Titán probablemente me saldrá mal, eso para nada es confiar, tonto —recriminó Jaede entornando los ojos.
—¡Ay, ya! Nomás hay que darle en la madre a Nereida. Que el Titán siga destruyendo cosas si se para, pero mientras Nereida no lo controle, no lo va a mandar a que nos pise, ¿entiendes? Primero una cosa y luego otra. No se puede todo al mismo tiempo.
—Ella no es una cosa.
—Estoy seguro de que no di a entender que ella es una cosa —replicó Jesús—. ¡Hay que dejar a esa pinche bruja fuera de combate, ya después vemos qué hacemos con el Titán!
—Bien pensado, Jesús.
—Sí, sí. «Bien pensado, Woody». Pero hay que hacerlo. Las acciones valen más que las palabras. Y como una bruja una vez me dijo: la arena corre, y nosotros sin hacer nada.
—Tienes razón —convino Jaede haciendo un gesto de asentimiento, complacida por escuchar algo que ella le había dicho. Luego miró los ojos de Jesús—. Perdón si no he demostrado con acciones que te quiero mucho, porque te quiero mucho, Jesús. Eht lêth mačih.
El sentimiento dentro de Jesús se encendió, cálido y grato. Jamás dudaría que ella le decía la verdad; como dudaba cuando le decían que era un buen muchacho, que sería un muy buen novio, que estaba guapo o que no estaba pendejo como él tanto decía, sin embargo, esta vez no dudó en lo absoluto. Y lo que ella le hizo sentir fue estimación hacia sí mismo, una vez más le influyó amor propio, no desprecio, porque ella lo quería, lo amaba, de verdad, y si alguien podía amarlo y demostrárselo, él también podía amarse a sí mismo. La amaba a ella, amaba a Jaede Arelín. Eso lo hacía sentirse exultante, como pocas veces se había sentido. Esta chica no rechazaría sus sinceros sentimientos, no los desecharía ni los haría menguar por abandonarlo sin importarle un carajo el dolor que le podía causar.
Jesús se lanzó hacia ella, envolviéndola entra sus brazos. La estrechó con cariño.
—Yo también la quiero, señorita bruja —manifestó con una sincera sonrisa; y los ojos anegados en lágrimas de suma felicidad—. Eht lêth mačih, Jaedy.
—¡Hay que madrear a una bruja aunque no estemos en un cerro! —exclamó Jaede, excitada.
—Qué mal que no traje uno o dos machetes —bromeó Jesús, y su amiga soltó una dulce risita.
—Parecerías un loco si trajeras machetes —rio Jaede.
—Qué grosera, doña brujita. —Jesús acentuó su sonrisa, apartándose de ella. Posó su mano en el hombro de Jaede, ambos sonriendo—. ¡Vamos! Go, go, go, go! ¡¡Vamos, bruja zopenca!! —berreó.
—¡¡Vamos, muggle infausto!! ¡Gogo, gogo!
Se pararon el uno al lado del otro, con varita en mano, y en el caso de Taflau, también la Flauta Mágica.
«SHAH»
Por arte de magia, Nereida apareció flotando frente a ellos. Tenía la varita en la cintura, pero el Cetro Mágico de la Bruja Innombrable en la diestra. Le ondeaba la capa y movía los pies en el aire con delicadeza. Taflau alcanzó a percibir el delicioso aroma que rezumaba la bruja, lo que lo cautivó.
Nereida arrugó la nariz.
—Se han burlado de mí más de una vez —dijo—, más de lo que he podido burlarme de ustedes. Y no se trata de eso, ¡no! Ojalá hayan leído sobre duelos de magia porque no tendré piedad. ¡Me sulfuro tan sólo de verlos, infelices! —Se volvió a su prima—. Jaede, esto lo hago por mamá, ¿qué acaso no logras entender? ¡¡Es por ella y por tu madre!! —Cosa inesperada: Nereida rompió en sollozos.
—¡No, Nereida! —dijo Jaede—. Buscas resucitar al tío Tidón para volver a matarlo, además de que dijiste que quería al Titán Gaderiln para entregárselo a los del Clan Nuzashii.
—¡Tonta! —lloriqueó Nereida—. ¡¡Mi padre fue una mierda!! ¡No sólo con mamá, sino con todo el que se le cruzara! ¡Merece morir infinitamente!
«Como Diavolo», pensó Jesús.
—Porque incluso fue él… quien traicionó a tu padre y a tía Daele. ¡¡Aaah!! Por algo Érele se alejó.
Jaede reaccionó como si le hubiesen arrojado un balde de agua helada. Retrocedió, sintiendo una gran zozobra. Pudo sentirse un poco tranquila cuando Jesús le rodeó los hombros con un brazo.
—¡Hizo sufrir a mamá! —continuó histérica Nereida—. ¡No basta con lo que esté sufriendo en el Infierno! Era un traicionero mentiroso, un embustero de lo peor. Traicionó a su familia y a los Nuzashii. Y si él pudo traicionar a los del Clan Gaderiln, ¡¡yo también!! Por el momento ustedes son el único obstáculo… y me tengo que deshacer de ustedes. Sé que seguirán oponiéndose, malditos entrometidos, así que no hay remedio. Veamos de qué varita salen más hechizos.
»¡Damas y caballeros! ¡Es la hora del show! One, two, three!
Comenzó el show con rayos eléctricos casi tan amarillos como el aura de Qhito Erow, rayos que brotaron en chorros desde la punta del cetro de Nereida.
Ante esto, Taflau, aunque temeroso por la electricidad, apuntó con su varita no a la bruja que los atacaba, sino a su amiga, que estaba inmovilizada.
—¡Kínisi! —exclamó, así hizo retroceder a Jaede, salvándola de los rayos. Él alcanzó a saltar.
—¡¡Krasnaya vspyshka!! —vociferó Nereida casi quebrándose la voz.
«BISH, BISH, BISH… ¡VOUNSH!»
Taflau se lanzó hacia Arce, agachado para no ser tocado por ninguno de los destellos rojos que disparaban las manos de Nereida. Llovían destellos que quemaban el pasto y ennegrecían el pavimento de las calles.
Arce parpadeó. Sintió cómo Jesús la derribó de súbito, dejándola en el suelo. Lo vio ponerse de rodillas, alzando la diestra con ímpetu, gritando:
—¡Praesidius!
Una barrera invisible empezó a protegerlos.
La Bruja Flautista refunfuñó al darse cuenta. Mejor detuvo su ataque. Esos imbéciles podrías ser capaces de quedarse allí toda la vida, o usar los polvos mágicos.
Arce se levantó, azorada, viendo cómo Nereida movía el cetro de izquierda a derecha.
—Revierto —oyó decir a su prima.
«SUU… ¡PAH!»
La barrera de Taflau se dispersó, desapareciendo en cuestión de segundos. El mago de sudadera azul se sorprendió, ahí mismo lo invadió el miedo, uno terrible que le invadió incluso el corazón.
—Haz algo, Jaede. —Taflau tragó saliva de golpe. No dejaba de ver a la Bruja Flautista.
Arce haría algo, estaba decidida a hacerlo.
—¡Reï nof…!
—Surge. —La Bruja Flautista esbozó una sádica sonrisa al mover el cetro de la Bruja Innombrable.
De repente, Arce ascendió de forma involuntaria, pataleando y manoteando. Taflau pensó lo peor, pues se le vino a la mente uno de sus momentos favoritos de Dragon Ball Z: cuando Gokú se transforma por primera vez en un súper saiyajin. Terminó por angustiarse de sobremanera.
—Bájala, Nereida. ¡Bájala ya! —voceó—. ¡¡Ya basta, Nereida!!
—¡¡Jesúúúús!! —gritaba Jaede desde lo alto en el aire.
Taflau pensó, de inmediato, algo podía hacer para revertir el hechizo… ¡Eso era!
—¡Revierto! —exclamó, tomando desprevenidas a las brujas.
Arce cayó entonces. Pese a que era segura una dolorosa caída, atacó a la Bruja Flautista de improviso.
—¡¡Impellere!! —voceó.
—¡Leggero! —conjuró Taflau a su vez.
Nereida salió disparada hacia atrás con fuerza, yendo a caer a una de las calles como un costal de papas, terminó rodando. Al mismo tiempo que Jaede se le vino encima a Jesús y lo derribó.
—¡Agh! ¿Estás bien, Jesús? Lo siento mucho —dijo ella, levantándose.
—Sí —repuso Jesús poniéndose de pie—. Ya casi me acostumbro a que me caigas encima. Ay, lo bueno que no pensaste tanto por el otro hechizo.
No dijeron más, sólo se sonrieron. Al menos hasta que voltearon a ver a Nereida, tirada bocabajo. Jaede se sintió mal por haberle causado dolor, pero no tuvo opción.
Nereida comenzó a temblar, y posteriormente se puso a gatas, apretando la dentadura con rabia y los ojos casi echando chispas. Le dolía mucho la espalda, así como la parte posterior de la cabeza y los codos, los cuales estaban raspados y ensangrentados, y le escocían, como las rodillas. Permaneció de esa manera, bufando como un animal encabritado.

—Jesús, cúbrete los ojos, por favor —pidió Arce.
—¿Por qué o qué? ¿Qué vas a hacer?
—¡Hazlo! —exclamó ella con impaciencia, sorprendiendo a Taflau.
Quien terminó por obedecer.
Atacaría de nuevo, Arce confiaba en sí misma, sentía en todo el cuerpo la magia fluyendo hasta la punta de los dedos de las manos. No estaba segura de si funcionaría, pero procuraba confiar en su imaginación. Sin más, movió su varita y en la mente conjuró: «¡Levicorpus!»
Resultó con eficacia. A Nereida le dio un tirón en una pierna algo invisible, elevándola en el aire, de cabeza. La túnica le cayó sobre la cabeza y quedó todo al descubierto. Estaban a la vista sus delgadas y blancas piernas, y más abajo se apreciaban unas bragas café claro con estampado de ositos pardos bien ceñidas. Y no eran su ombligo, sus piernas o sus bragas lo que llamaba la atención, o bueno, lo que a Jesús, que veía entre las rendijas de los dedos, le llamó la atención, sino los pechos desnudos de Nereida. Eran como en sus sueños. Dos cosas redondas y abultadas, firmes y suaves, que tenían sendos pezones y areolas de un tono ligeramente marrón.
Nereida le agradeció con creces a Jhavâh Güoh por no haber olvidado ponerse bragas, pero, se molestó consigo misma por no usar sostén porque le “estorbaba” y no era cómodo. Trató de cubrirse con la túnica o la capa, y al quitarse las prendas de la cara se percató de los ojos lascivos que caían sobre ella. Era de esperarse que se ruborizara, también se enfurruñó. Caería una maldición sobre ese pervertido, de eso no cabía duda. Lo haría sentir dolor, mucho dolor.
Jaede mantenía en funcionamiento el hechizo, sólo le inquietaba pensar que Jesús podría estar viendo a Nereida con los pechos al descubierto. Si descubría que estaba viendo se molestaría mucho con él. Se volvió en su dirección, ruborizándose. Sí la estaba viendo.
No hubo más remedio, le picó los ojos entre las rendijas de los dedos. Jesús soltó un alarido y se ladeó a la derecha. Sí que le dolieron los ojos.
—¡¡Aaaaah!! ¿Qué pedo, Jaede? ¡Mis ojos, Jaede, te mamaste!
Pero el dolor de los ojos no se comparó con lo que Nereida le hizo sentir. De cabeza, la chica apuntó con las palmas al despreciable libidinoso que movía la cabeza con los ojos doloridos bajo las manos.
«Muerte a los pervertidos», pensó.
Jaede se percató de ellos, no obstante, fue tarde porque su prima actuó con celeridad.
—¡Ëxtorkqheö! —bramó Nereida. Y de las palmas disparó unas brillantes nubes de una tonalidad púrpura oscuro, nubes que se estamparon en el pecho del muchacho, y ahí se desvanecieron.
Jaede ahogó un grito de terror. Se arrodilló observando cómo su amigo se retorcía en el suelo por el dolor insoportable. Jesús jamás había sentido algo semejante, podría decir incluso que le dolía cada pelo del cuerpo, y en algún punto habría dicho que le dolía también la ropa, no habría sabido por qué. Toda la carne, todos los huesos, nervios, órganos, todo le dolía con intensidad. Los ojos se le desorbitaron y terminaron por retorcérsele también, pues sentía que el cuerpo le estallaría en pedazos.
Eso quería, si tan sólo hacía que el dolor cesara por completo. Porque era como arder por dentro cada vez más y más… Trató de imaginar que terminaba, pero era inútil, su mente estaba invadida por el dolor.
Dolor. Dolor. ¡Dolor! Revertir.
No lo podía revertir, era devastador, sin medidas.
—REVIERTO —oyó decir a Jaede a voz en cuello, como Una reverberación muy lejana.
Y sintió entonces que su sangre dejaba de ser magma. Su interior ya no ardía como el Gehena. Quedó donde estaba: en el suelo; macilento y sin nada de fuerzas. Parecía una marioneta a la que nadie le movía los hilos.
Jaede se aproximó a él, al borde del llanto. Se culpaba, sentía que era su culpa.
—¡Jesús! ¿Estás bien? Háblame. ¡¿Estás bien, Jesús?! Ay…, ay…
—Viernes dieciséis… —balbuceó él—. Tengo hambre… agh. Quiero chichi. ¡Ngh! Gagh… No, chichi no…
—Ay, lo siento, lo siento mucho —farfulló Jaede. Abrazó a Jesús y trató de levantarlo. Supuso que seguía estando dolorido, pero sentía que era necesario tenerlo entre sus brazos.
Sentir cerca a Jaede sí mitigó el dolor de Jesús. Éste, con el cuerpo tullido, soltó algunas lágrimas, lágrimas que se derramaron sobre el hombro de la bruja.
En cuanto a la otra bruja…
—Se lo merecía —dijo Nereida con desdén. Flotaba a unos metros de su prima—. Jaede, hazme el favor de pasarme la Atualf, recógela. ¡Ya estuvo bueno de tanta riña! Me marcharé, ya no tengo nada que hacer aquí. Iré a Ymparus para resucitar a mamá y a tía Daele.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —cuestionó Jaede con recelo—.
—¡Ay, ay, ay! Ya se me durmió hasta el culo —balbucía Jesús con aire estúpido. Pero lo ignoraron.
—No seguiré perdiendo el tiempo aquí. Partiré directo a pueblo Enbileh, ahora tengo mucho trabajo, Jaede. Hay un par de cuerpos que tengo que exhumar… y otro que tengo que recuperar.
—¡¿Recuperar?! —repitió la otra con extrema extrañeza.
—A papá no lo asesinaron los de Clan Gaderiln por haberlos traicionado. Papá fue muerto… ¡Ghi! A Tidón G. lo asesinaron los de una secta durmórica, los adeptos del poco conocido Clan Dahir-Durmu. Y él se lo buscó, pero son ellos los que tienen su cuerpo.
Jaede estaba muy confundida, en especial porque casi nada sabía sobre el tío Tidón, además de todas las cosas que su madre y tía Naere solían ocultarle. Era probable que Nereida hubiera investigado por su cuenta todo eso, y sólo la misma Nereida sabía, así como sabía muchas más cosas.
—No sé qué sea el clan Dahir-Durmu —dijo Jaede—, pero, ¿tan malo era tu papá? Dices que tuvo tratos con uno de los clanes con más Magos Lóbregos, y los traicionó, sin duda no era bueno.
—¡Un embustero de lo peor!, eso era. Aparentaba ser bueno, pero sé que tenía un propósito oscuro. Él hacía sufrir a mamá. También a tía Daele. ¡Por su culpa no tienes papá!
—¡Nooo! —chilló Jaede llevándose las manos a la boca, con los ojos acuosos.
Jesús escuchaba todo con claridad, inmóvil, con la cabeza reposando en el regazo de su amiga. En ese momento sintió cómo le caía una lágrima en el pómulo. Del bello cielo llamado Jaede comenzó a llover.
—¡¿Qué hizo tu padre?! Uuuh… ¡Mamá decía que papá no la abandonó, que algún día volvería! ¡Y no entiendo por qué mamá usaba su apellido de soltera, y por qué sólo conozco ese apellido!
—Eso era asunto de tu madre, yo no lo sé —manifestó Nereida con brusquedad.
—Has de saber mi apellido paterno. ¿Cuál era el nombre de mi padre? Por favor, Nereida. ¡Ya estoy harta de no tener un nombre como tal, un nombre completo! No tengo apellido paterno, pareciera que nunca tuve padre. —Jaede sorbió por la nariz. Tenía las coloradas mejillas empapadas—. Tú sí tuviste papá, yo no tuve la dicha de tenerlo.
—¡Para mí no fue ninguna dicha! —bramó Nereida—. Habría preferido no haber tenido padre…, y te lo digo con el corazón en la mano. Menos mal que no tuviste un padre como el mío. Aparentaba muy bien algo que no era, cuando en el fondo era un asco de persona. Sigo sin creer cómo mamá pudo amar a alguien así… la única respuesta que encuentro es que no lo conocía a fondo, desconocía por completo lo que me contaron los magos del Clan Gaderiln. Me contaron todo por ser hija de Tidón, uno de los magos más respetados en todo el clan. ¿Y sabes qué me contaron? ¡Güoh! De verdad era tan mentiroso el muy cabrón. ¡Ni siquiera se apellidaba Gaderiln! Su verdadero apellido era… ¡Gadelín!
Jaede quedó estupefacta ante aquella declaración. Ver a Nereida con los ojos anegados en lágrimas, en ese estado jamás visto, la abatía mucho. Era como verla en el funeral de tía Naere, sólo que llena de ira, además de tristeza.
Jaede lloró de nuevo, causando que Nereida también prorrumpiera en llanto. En el fondo, Nereida quería lanzarse hacia Jaede para abrazarla y llorar entre sus brazos, como si se tratara de tía Daele, como solía hacerlo con su madre siempre que lloraba, aun cuando la reñían. Eso siempre la tranquilizaba. Recordaba incluso que fue a tía Daele a quien abrazó de pequeña cuando lloraba por la muerte de su padre. Cuánto la reconfortaban los abrazos. Pero sería ridículo abrazar a Jaede, pensó.
—Así es —dijo entre sollozos—, en realidad me llamo Nereida Tadha Disaré Gadelín Arelín. ¡Gadelín! Gad-ëlîn, Gran-hechicera; no Gad-deriln, no Gran-maga, ¿eh, Ar-ëlîn? Papá alardeaba de su linaje, que era descendiente del magno Aromus Gaderiln…, y no, sólo era un mago de pacotilla.
Jaede bajó la vista para mirar a Jesús, como diciéndole que debía ir con su prima. Él entendió y asintió con lentitud. Entonces ella se levantó, teniendo cuidado con Jesús.
—Nereida… —dijo Jaede, acercándosele con los brazos extendidos.
Jesús, aunque debilitado, pero más “consciente”, miró a Nereida Gadelín. Se percató cómo ésta movía los brazos, impaciente por un abrazo, se notaba en el gesto que mantenía, un gesto además compungido. Las lágrimas de Nereida caían a borbotones, no lloraba de ese modo desde que murió su madre —y había llorado igual en lo que respecta a la muerte de tía Daele—, porque su madre no se comparaba con el imbécil de su padre. Había llorado por él en su sepelio…, un sepelio donde el cuerpo ni siquiera estaba presente. Y así como lo amaba, terminó odiándolo, cuánto lo odiaba… Lo odiaba porque le hacía daño, estuviese o no. Y cuando estuvo le causó daño a sus seres queridos, daño a Naere Gaderiln, a Daele Arelín y también a…
Nereida no estaba enterada de todo lo sucedido entre sus padres y los de Jaede, ni lo relacionado con los clanes Gaderiln y Dahir-Durmu, sin embargo, le hacía sufrir pensar en todo lo que hubo hecho su padre.
Era una sombra hambrienta de luz lo que invadía su corazón, hoy lo había hecho flaquear y el llanto era inevitable. Necesitaba consuelo, sí, no obstante, no se puede confiar en las demás personas, eso se lo enseñó su padre. Nereida sólo no quería mostrarse débil, indefensa. ¿Y qué acaso no existía un viejo proverbio que decía: «Un hombre sólo llora cuando su madre muere»? Era mujer, pero tenía en mente que sólo se debe llorar cuando su madre muera. Su madre estaba muerta, le lloró, sólo que por más que lo deseara no podía parar de llorar. De nada sirvió reprimir el llanto desde la muerte de Naere Arelín.
Jaede le ofreció sus brazos con toda la sinceridad y el cariño de este y los demás mundos. Abrazar a Nereida quizá sería un poco parecido a abrazar a tía Naere y recordar ese sentimiento vivo de amor. Pero sabía —y le dolía— que Nereida no la quisiera, no la quería como lo mucho que quiso a Daele, y a pesar del rechazo amaba a Nereida, la única familia que le quedaba, no tenía a nadie más.
Dolía, era un dolor punzante en el corazón que la hacía sentirse sola.
Jaede miró a Jesús sobre su hombro, fue impulsivo voltear a verlo. Jesús la amaba, él era alguien, su amor era recíproco, de eso no cabía duda. Si él podía amarla, Nereida igual.
—Ven aquí, Nereida, ya hemos sufrido bastante —dijo, aún ofreciéndole los brazos.
—¡¡No!! ¡No necesito que tengas lástima por mí! En realidad a nadie le importa el dolor ajeno.
«En parte tiene razón —pensó Jesús, observando en silencio, salvo por los gemidos que se le escapaban—, pero siempre hay alguien que está allí, a pesar de todo.»
Jaede bajó los brazos con lentitud, tenía el entrecejo ceñido. En sus blancas mejillas seguían cayendo lágrimas, como la nieve sobre las casas en el frío y tétrico invierno de Wizgokou.
—Yo espero por ti —manifestó—, espero que recapacites y podamos estar juntas, ¡somos familia, Nereida! A mamá y tía Naere las… l-las separó t-tu padre… no nos separes ahora.
En Nereida se encendió algo al escuchar aquello, sus ojos llamearon e incluso su aura mágica se estremeció.
—¡¡¿Insinúas que soy como mi padre?!! —gritó, colérica.
Jesús la escuchó bastante bien, ya se sentía mucho mejor. Logró ponerse de rodillas, asiendo con fuerza la Atualf y la varita, preparado para lo que se venía… o bien, lo que provocaría.
—No —replicó—, eso es lo que piensas, bruja piojosa.
—¿Piojosa? —Nereida hizo como si le hubiesen dado una fuerte bofetada de improviso. Sus llorosos ojos se fijaron en su prima, y tan sólo con verla recordaba su voz de más pequeña diciendo: «Pues tú eres una piojosa.» El rubor en su rostro era tanto por el cólera como por la vergüenza.
Esta vez no le dolería un puñetazo por bocona, no, quizás, un maleficio. ¿Le pegaría la lengua al paladar para que no pudiera conjurar hechizos verbales? ¿Le haría crecer mucho las uñas para que no pudiera sostener la varita? O peor aún, ¿la embrujaría haciendo aparecer un número infinito de piojos y liendres, incluyendo pulgas y garrapatas, sobre su cabeza?
Nereida no hizo nada de eso. Levantó la mano haciendo aparecer un círculo mágico. Un círculo rosa con escritura niponesa a su alrededor, que resplandeció con intensidad, advirtiendo el ataque.
Jaede titubeó del susto, jamás en su vida llegó a ver un círculo mágico, uno del que tenía que defenderse. Usando ambas manos enarboló la varita.
—¡Plenum praesidum! —exclamó con los ojos cerrados.
«BUON… BASH… BABABABA…»
—¡Kyaah! —Jaede se encontraba encerrada en su barrera protectora, que la protegía de todas esas ráfagas amarillas que disparaba Nereida sin cesar desde el círculo mágico.
Arce sabía que esa barrera no resistiría mucho, por lo que temió muchísimo. Poco sabía para defenderse, sólo conocía dos hechizos para hacer algo al respecto, porque aunque hubiera leído muchos más, no le salían, y de ese problema no podía hacer una oportunidad. Terminó gritando «¡Haneru ao!» y «¡Arancione evasore!» como loca, expulsando de la varita luces azules y destellos naranjas.
Nereida seguía atacando, con la mano al frente, mostrando un gesto de ferocidad. Las ráfagas aumentaban de cantidad y velocidad, arrojando hacia ella algo de viento. Veía con el flequillo moviéndose frente a sus ojos, y el resto del pelo ondeando. La capa también le ondeaba, así como la túnica.
Jesús pudo verle de nuevo esas bragas café claro con estampado de ositos pardos cuando la túnica se levantaba de más.
¡Pero no era momento de ver bragas, su amiga estaba en peligro!
Taflau aprovecharía que la Bruja no le estaba prestando atención por el momento. Se puso la Flauta Mágica en el cinturón, lo que era indispensable era tener la varita en la mano, entonces se acercó con cautela, encogido de hombros. Se apresuró cuando se intensificaron los gritos desesperados de Arce.
«¡CHIKA!»
Algo hubo brillado en su camino. Se trataba del Cetro Mágico de la Bruja Innombrable. Taflau no estaba seguro de si aquel objeto estaba embrujado, pero a pesar de eso lo tomó. Una extraña sensación le recorrió el cuerpo y le invadió el corazón: ¡resentimiento y tristeza acompañados de dolor, mucho dolor! Le dolió intensamente desde un costado del ojo izquierdo hasta la parte frontal del mentón, como una línea de fuego.
Aun así, eso sería lo que le ayudaría.
Todo fue rápido y singular.
Taflau esperó a que tanto la capa como la túnica de la Bruja se levantaran para que usara el cetro. Lo introdujo por el dobladillo de las bragas con estampado de ositos pardos y jaló con todas sus fuerzas.
Nereida soltó un gritito cuando fue impulsada hacía atrás, cayendo de golpe en posición supina sobre el asfalto; por suerte con las piernas cerradas.
«DOZAN»
Taflau vio caer a la bruja y luego se percató de algo que le causó gracia, pues en la punta del cetro estaban las bragas de Nereida. Sin querer —o quién sabe— las tomó como trofeo de su victoria.
Allende, Arce cayó hincada, exhausta, en cuanto dejaron de lloverle ráfagas mágicas. Lo primero que vio fue a su prima tirada, no supo por qué; después vio a Jesús, que ya se acercaba a Nereida con la varita por delante y con el cetro en la siniestra. No tardó en acercarse también, con varita en mano.
Taflau miró a Nereida con dureza y dijo:
—Entiende que Jaede te quiere de verdad. Te ama, te ama mucho. Mi’ja, no te hagas mucho del rogar. Las dos están solas…, bueno, tú estás sola, pero… n-n-nosotros n-no q-queremos que sigas so-sola. Haz caso, Nereida.
Ésta lo escuchaba atenta, muy callada, aunque sonrojada. Se había llevado una mano a la entrepierna y al sentir raro allí abajo se enteró de que no tenía bragas.
—No tienes por qué estar sola si tienes a alguien que te quiere y que le importas. Lo contrario al amor no es el odio, es el desinterés. Te lo digo por experiencia, hay gente que pierde el interés y se aleja, no seas una bruja así.
—Tú no me conoces —replicó Nereida—, no sabes cómo soy o por qué soy como soy.
—Eso me vale madres. Pero sé quién es Jaede y sé lo que siente por ti, y cómo se siente ella por eso.
—¡Ustedes… viles estorbos! Ni crean que me han derrotado. ¡¡Ya debería haberlos matado!!
«¡¡DOGUUUH!!»
Los tres dieron un respingo en el momento que se oyó aquel estruendo repentino. Lo provocó una ciclópea mano de dedos con largas y puntiagudas garras de un plateado ennegrecido. La mano salió de un grupo de nubes negras con rayos color turquesa y grana, que, hecha puño, hubo comenzado a azotar el suelo con todas sus fuerzas, pretendiendo dañar por mucho al mundo Tierra.

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora