VII ★ ¡Cita de amigos!

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—¡Respira profundo! —chillaba Jaede en plena práctica de magia del wizgye, ocho días después de su cumpleaños—. ¡Muéstrate decidido! Imagina el objeto yendo hacia ti.
Jesús apretó su varita en la diestra. Apuntó con ella una pila de libros.
—On-ä-fûmh, libro… Chinchero. ¡Kh! ¡On-ä-fûmh, libro!
El libro que se hallaba en la cima tan sólo se estremeció un poco, pero nada más.
—Si a ti te salen mal los hechizos, yo estoy peor —suspiró Jesús.
Jaede se le acercó, sonriendo, y posó una mano en el hombro del chico.
—Puräktec, lerne mačih ird šwhirzou.
—¿Qué cosa?
—Disculpa. Ehm… Practica y practica más, así serás diestro en los hechizos que practiques. Además, no te frustres tanto. Tienes el nivel mágico de un recién nacido.
—Pero me sigue preocupando algo.
—¡Suéltalo! Los amigos se tienen confianza, ¿no? Porque sí se tienen confianza, ¿verdad?
—Sí —repuso Jesús, sereno—. Es que… pues, Nereida quiere despertar al Titán con una flauta mágica, pero ya se está tardando, ¿no? Digo, ya lleva más de un mes aquí.
Jaede lo pensó un momento.
—De hecho, yo llegué el seis de rúled porque ella dijo que vendría ese día. Podría ser qué aún no ha encontrado la Atualf. Son cuatro partes, y están dispersas por toda la Galaxia Zura. Y no sólo es tenerla completa, también debe aprenderse las memorias de la Atualf, pero eso luego de investigar cuáles son. Se conjetura que las melodías están perdidas, y desde miles, si no millones, de años la Flauta Mágica ha sido buscada. Es todo un lío, sí, pero no deja de ser posible.
—Bueno, ponle que logra todo lo que quiere, menos despertar al Titán, y se hacen las mejores primas del mundo y todo. Todo bonito, todo contento. Te vas a regresar a tu planeta…
—Naturalmente. Eh, pero vendremos a visitarte. ¡O podríamos llevarte con nosotras en alguna ocasión! Te encantará el bosque, también el pueblo Wow, ¡toda la región de Rowlkieng!
—¿Y si te vas y no volvemos a vernos? —dijo Jesús con un hilo de voz.
—¿Qué clase de persona sería si me hago tu amiga y luego me aparto de ti? Nuestra amistad es sempiterna, ¿me oyes? Pase lo que pase, Jaede y Jesús seguirán siendo amigos.
—Que sea enton’s como un juramento inquebrantable.
—Lo es, en definitiva. ¡Ya verás todas las cosas que haremos en mi mundo! Con lo de mi mesada te llevaré al cinematógrafo, claro, sólo si tú compras los boletos con mis baaqhiones. He escuchado que cuando un chico y una chica van al cinematógrafo es costumbre que el hombre compre los boletos.
—¿Qué cosa? ¿Los compraría con tus qué?
—Baaqhiones. También están los kamahs. La unidad monetaria en Wizmanir es el baaqhión y el kamah. Monedas hexagonales de oro y plata. En Wizgokó las monedas son hexagonales, no como en Zaatírvahz que son pentagonales. Allá se usa el sanyou y el utar. Y es raro, siendo que el Sanyou es un utar. Lo que quiero decir —soltó una risita— es que “sanyou” significa “sol” en onamík, y “utar” es “estrella”.
«Patricio Utar», se mofó Jesús en el pensamiento. Al cabo dijo:
—Y pues un sol es una estrella. Sí, qué raro que sean el sanyou y el utar.
—Se nota que fuiste a la escuela, como para que lo sepas. De donde vengo, pocos lo saben —rio Jaede.
Jesús sonrió, pues, que él recordara, en la escuela nunca le dijeron que el Sol era una estrella, lo averiguó él solo de niño. Así cómo descubrió su pasión por la astronomía.
—Si no fuera tan faltista… y flojo, y me hubiera gustado el sistema educativo que tenemos, tal vez hubiera estudiado como se debe. Me hubiera gustado ser astrónomo o psicólogo. Pero bueno, soy un aspirante a escritor sin autoestima, al que le va mal con las mujeres, que trabaja muchas horas en una tiendita, que se siente solo, sin amor y (siento que soy un) mal hijo…, porque mis papás no pueden esperar nada de alguien como yo. ¡Ah!, y soy amigo de una brujita que juró que no me va a abandonar nunca jamás. Esto último sí me hace feliz, ¿eh?, además de escribir. Que por trabajar ya ni escribo.
—Hay que disfrutar la felicidad cuando la hay, mamá lo decía.
—Jaede Gaderiln…
—Arelín —corrigió Jaede entre risita, llevándose una mano a la boca.
—Ah, perdón —farfulló Jesús—. Jaede Arelín, me haces feliz, gracias.
—Tú también, así que, gracias. Qué bueno que Nereida vino aquí; si es que ya está aquí.
—Siempre he pensado que de las cosas malas también resultan cosas buenas.
—Tienes bastante razón, Jesús. Y si nos pasan cosas malas, espero con fervor que al final nos pasen cosas muy buenas. —La chica esbozó una acentuada sonrisa.
—Mientras no sean cosas tan malas —dijo Jesús meneando un poco la varita.
—Hay que procurar seguir con vida aunque la situación sea fatal.
—Pues depende… Alguien me dijo que siempre depende.
—Mientras no haya un titán que quiera hacernos papilla, supongo que estaremos bien.
Jesús esbozó una sonrisa burlona que le contagió a Jaede.
—Eh, dijiste que querías ir al cien, ¿no?
—Sí, cuando visitaras mi mundo en el futuro. Por lo pronto no puedo volver hasta que pasen tres meses o encuentre a Nereida. Para nada quiero correr el riesgo de irme por pentáculo y no poder volver porque mi magia mengua por instantes.
«Si pudiera te llevaba a vivir a mi casa —pensó Jesús—, aunque a veces no haya qué comer.»
—Sé que nos vemos una o dos veces por semana, pero disfruto de tu compañía, Jesús. Aun así, quisiera encontrar ya a Nereida… o que dé señales de dónde está.
—Pues si despierta al Titán en alguna otra parte de la Tierra nos podríamos enterar de volada, porque se expandiría la noticia del monstruo. Sería nomás cuestión de ir adónde está. He estado leyendo el libro ese, Combates mágicos para principiantes, pero no sé pelear con magia.
—Conozco a la Nereida buena, mas desconozco cómo se comportaría la mala. Así que recuerda: hay que procurar seguir con vida aunque la situación sea fatal. ¡Por eso hay que practicar!
—A darle enton’s, mamacita.

Al cabo de varios intentos, a Jesús le resultó mejor el hechizo on-ä-fûmh, aunque los objetos no le llegaban a las manos, sino a los pies. Además, más de una vez pudo emplear a la perfección el hechizo vohruneh erîzäkz. De la punta de su varita negra de plástico salieron volando flores rosas, flores de durazno que volaron como lo hacían en Kung Fu Panda, tan hermosas, describiendo círculos en el aire —mientras Jaede reía de alegría y retozaba como una chiquilla—, rezumando tranquilidad con su dulce, cremoso y frutal aroma. Aquello provocó una sonrisa en Jesús, no sólo por escuchar reír a la bruja.
—¿Ves? —dijo Jaede, ya no reía, pero sonreía, complacida por lo bien que le resultaban los hechizos a Jesús—. A ti te salen mejor los hechizos, ¡bien hecho!
—A ti también, no digas que no —repuso Jesús, acercándose a ella.
—Sólo dices eso para alimentarme…
—¡No es cierto! Estás aquí porque usaste un hechizo, y te salió bien. ¿Qué tan lejos está tu planeta? ¿Muy lejos? Te salió bien el de fuyō suru, te han de salir bien otros más.
—Pero tengo miedo —dijo Jaede con un hilo de voz.
—¿Miedo de qué… o a qué?
—De no poder volver, a ningún lugar. ¿Y si el pentáculo no funciona y no puedo volver? ¿O si me voy y no puedo volver a este mundo? Por eso quiero encontrar a Nereida, ella es diestra en magia, hechicería y brujería… es mejor que yo…
—Nomás practica y vas a poder, algo así me dijiste, ¡tú puedes, mamacita! —Jesús le dio una leve palmadita en el hombro; quería abrazarla, pero no se atrevió. Se conformó con haberla tocado del hombro.
—Lo bueno que practicamos juntos —expresó Jaede, sonriente. En cuestión de segundos, su semblante cambió, así como su tono de voz, por uno lúgubre—. Nereida jamás ha querido que practiquemos juntas, tía Naere la reprendía por eso y Nereida terminaba enfadada conmigo.
—Y si ella es así contigo… ¿comoquiera quieres vivir así… como es ella contigo?
—Sólo no quiero estar sola, además la quiero mucho.
—Bueno, bueno, ¿y ella te quiere a ti?
—No lo sé con certeza, pero ella es la única familia que me queda. La verdad es que ni quiero seguir estando sola… viviendo sola.
—Ey, aquí me tienes, ¿no? Yo no te voy a dejar sola. Estaría muy pendejo si lo llegara a hacer.
—¿“Pendejo”? —se preguntó Jaede—. ¿Eso qué significa? Jamás lo había escuchado.
—Pues según yo, lo usamos como sinónimo de tonto, bobo, estúpido e idiota.
—Jesús, pero tú no eres nada de eso, y sé que no me dejarás sola, ni yo a ti te dejaré solo. Somos amigos, estoy para ti como tú para mí. Me alegra que sea así.
Jesús la miró, se inclinó un poco para que sus rostros estuvieran uno delante del otro (pidiendo percibir ese cálido aliento para nada fétido) y, sonriendo, le dijo:
—Sé cómo te vas a alegrar más. Mañana es domingo…, o bueno, nipyi, y pues me pagan. No gano mucho, pero de todos modos podemos ir. ¿Vamos al cine?
Jesús notó de inmediato que los ojos de la chica rebosaban alegría. Unas cuantas lágrimas se asomaron, pero desaparecieron cuando parpadeó. Jaede se abalanzó a Jesús, quien estaba más que agradecido por recibir afecto femenino; «Me hace mucha falta», solía pensar.
—¿Hablas en serio? —exclamó Jaede, radiante, asiéndolo de los brazos.
—Vamos. Hace mucho que no voy al cine, la última vez que fui llevé a mi mamá a ver el Guasón, cuando todavía trabajaba de albañil. ¿Sí quieres ir?
—¡Sííí! Ni loca diría que no. ¡Bendito sea Güoh porque te conocí! ¡Vamos, vamos!
—Pues vamos. Pero iríamos después de las seis de la tarde, cuando haya salido de trabajar.
—¡Yo te espero!, por mí no hay problema. Ay, si mi dinero valiera aquí, podríamos comprar palomitas y algo para beber.
—Pa’ cuando tú me invites al cine va a ser en tu mundo, acuérdate. Comoquiera ya tengo todo planeado, ya lo pensé ahorita, na’más falta que sea mañana.
Jaede retozó, sonriendo con los dientes de fuera, haciendo danzar su cabello y ondear su túnica anaranjada. Incluso apretó los brazos de Jesús, pero no hasta que le dio un efusivo abrazo.
—¡Gracias, gracias, gracias! ¡Que Güoh te bendiga, Jesús, y Erow te proteja!
—No agradezcas, pa’ eso estamos los amigos.
—Y, ¿en qué consiste lo que planeaste? Dime. —Jaede reculó de un salto, y siguió retozando.
Jesús le tocó la nariz con el dedo índice de manera juguetona, haciéndola reír.
—Bueno, mañana que vayamos, voy a comprar un solo boleto, al cabo que a ti nomás te veo yo. Te debo las palomitas, pero voy a comprar cosas que me voy a meter en las bolsas del pantalón. Tú te puedes meter con un par de refrescos en las manos, comoquiera nadie los vería. Creo que no va a haber problema, quitando que me va a dar pena comprar el boleto.
—¡Waa! Y pensaste todo eso hace un momento, me impresionas.
—A cualquiera se le hubiera ocurrido —dijo Jesús. Se sentó en la hierba, quitándose la sucia gorra, que como siempre llevaba puesta con la visera hacía atrás, y se acarició su negro pelo.
—Sí, pero tú no eres cualquiera —replicó su amiga.
Jesús sólo esbozó una tenue sonrisa, reconfortante, sin decir nada.
—Ahora que lo recuerdo, ¡he querido mostrarte algo!
Jaede corrió, casi saltando, hacia la tienda de campaña. Al cabo de tres cuartos de minuto regresó, con algo en las manos. Era su pesado monedero.
«Espero le guste tanto como a mí», pensó mientras avanzaba dando saltitos.
Estando frente a Jesús le mostró lo que tenía en las manos. Él no tardó en pensar que era un monedero, o un pequeño muñeco de peluche, rápido le encontró forma de mono, uno muy bonito.
—¿Qué es eso, Jaede?
—Es mi monedero, se llama Wukkou. Saluda, Wukkou. —Jaede movió una de las manos marrones de su monedero circular, diciendo con voz aguda—: Hola, Jesús, un gusto conocerte. ¡Seamos buenos amigos! Jaede me ha hablado puras cosas buenas de ti.
»¡Shhh! —hizo, y luego habló con su voz normal—. Wukkou, no seas bocón.
—¿Cómo se llama? ¿Gokú, Wukú?
—Wukkou —repuso Jaede—. Su nombre viene de “mono” en onamhik, por eso lo llamé así. Pude usar “täwôn”, que es sinónimo de mono. Pero wukkou me recuerda un poco al nombre de mi planeta, y me gusta mi mundo. ¡Ah, por cierto!, cuando las palabras en onamík terminan en “ou” se pronuncian como una o larga. Mamá me lo explicó cuando me enseñó a escribir.
—De niño no sabía usar los acentos —declaró Jesús—, y no sabía usar la Q tampoco, terminaba usando la K. Mucho menos sabía usar los signos de puntuación. Escribía más ojete que mi cara.
—Todo infante debe aprender. He de suponer que ahora de adulto ya sabes todo eso y has mejorado.
—Bueno, pues digamos que sí. Pero lo bruto no se me quita.
Jaede soltó una risita mientras tiraba de la cola de Wukkou, éste abrió la boca, dejando ver monedas de oro y plata, en las que destellaba la luz del sol. Jesús las miró más de cerca.
—¿Son de oro y plata de verdad? —quiso saber, se veía interesado.
—Sí; extraídos de las minas de los Enanos de las Montañas Orientales. Los baaqhiones son de oro y los kamahs de plata. Creo habértelo dicho ya.
—Perdón, estoy pendejo.
—También te he dicho que tú no eres eso, ¡debes entenderlo!
Jesús asintió, sin decir nada, esbozando una jocosa sonrisa.
«Pu’s si sí estoy pendejo», se dijo en el pensamiento.
—Bueno —continuó Jaede—, un baaqhión es más grande que un kamah porque vale más.
—Como aquí, la moneda de diez pesos es más grande que la de un peso.
—Mira, para los kamahs hay monedas de uno a cinco kamahs, y también hay monedas de veinte, cuarenta y sesenta. Y para los baaqhiones hay monedas de uno a siete baaqhiones, de diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta y de cien, doscientos, trescientos y mil. Las monedas de baaqhión son muchas más. También las hay de dos mil, tres mil, diez mil, veinte mil, treinta mil y así de tres en tres. La moneda de baaqhión más alta es la de un millón, pero hay muy pocas de esas. Se cree que esas ni existen, pero en el banco aseguran que sí. Una vez pregunté.
—Hala, entonces sí son de bastantes monedas.
—Sí, y todas las han hecho los Trêzk, ya que están asociados con las piedras y la forja. Viven en lo subterráneo y tienen magia también, así que usan magia para que los Magos no podamos duplicar ninguna moneda. Eso mismo hacen los Leprechauns, que son quienes hacen las monedas para la mayoría de países de Arrenglith. Aunque los eirrengleses tuvieron que llegar a cierto acuerdo para que las monedas no se convirtieran enseguida en cenizas o desaparecieran por completo.
—¿Puedo ver las monedas, los ‘bahaquiones’ y los ‘kamas’?
—Adelante. Mira las que quieras y cuanto quieras.
Jesús tomó monedas de diferentes tamaños, tanto de las doradas como de las plateadas. En definitiva, jamás había tocado monedas de mago, monedas mágicas, y se sintió gustoso de tenerlas entre las manos. Comenzó a escudriñarlas. Se percató de que las monedas de uno a cinco kamahs eran de un tamaño semejante al de la moneda de diez centavos mexicanos; las de veinte, cuarenta y sesenta tenían un tamaño similar al de un peso, ligeramente más pequeñas. El kamah, una moneda de plata con su respectivo valor en cuadradas letras grandes, con una ꞣ a la derecha; bajo el valor de la moneda se leía: «TROLLKARL MYNT», y en el contorno hexagonal de la moneda tenía runas ilegibles para el muchacho. El kamah en la parte posterior tenía grabadas más runas, las mismas que Jesús acababa de ver —«ᚲᚨᛗᚨᚻ», las cuales decían: kamah—, y en todas las monedas, en esa parte, se hallaba el dibujo de una hoz y una antorcha.
Siguió el turno de prestarle atención a las monedas de oro.
Los baaqhiones de uno a siete eran de un tamaño similar a un peso mexicano, mientras que las monedas de diez, veinte y treinta tenían un tamaño equiparable al de la moneda de dos pesos; y las de cuarenta, cincuenta y sesenta al de la moneda de cinco pesos; mientras que los tres centenares tenían un tamaño similar a la moneda de veinte pesos. La moneda de mil era sólo un poco más grande que la de veinte pesos. El baaqhión, una moneda de oro similar en diseño al kamah, sólo que en lugar de llevar una ꞣ a la derecha del valor de la moneda, a la izquierda llevaba una Ḇ. También se leía «TROLLKARL MYNT» debajo del valor de cada moneda, con runas en el contorno del baaqhión, delante y detrás; «ᛒᚨᚨᛩᚻᛁᛟ>ᚾ» eran las runas. En la parte posterior, el baaqhión tenía un galeón bien tardado y un abedul. Todas las monedas de baaqhión contaban con esas características, sólo había una excepción: la moneda de mil baaqhiones, que en la parte posterior, no tenía el dibujo de un galeón y un abedul, sino el de un gran mago.
—«Aromus Gaderiln» —leyó Jesús el nombre debajo del mago del baaqhión.
Aquel mago. Un Mago de barba y bigotes tan largos como los de Albus Dumbledore, así como su cabello suelto, que cuando lo retrataron para la moneda seguramente era blanco, porque aquel hombre tenía todo el aspecto de un anciano. (Tan larga era su barba que, aunque los Trêzk lo trazaron hasta el pecho, debía llegarle hasta la cintura). A. Gaderiln era un mago de rostro amable pero a la vez adusto. Un rostro rodeado por pelo (que fue blanco) con espesas cejas a las que circundaban arrugas y más arrugas —bien detalladas—, un anciano rostro al que lo coronaba un sombrero alto y puntiagudo, con el ala hacia abajo. Un sombrero que al muchacho le recordó a Gandalf el Gris.
Jesús sintió una extraña sensación al ver de nuevo el rostro de la moneda.
—¡Enton’s este es Gaderiln! —soltó.
—¡Me sigue sorprendiendo que no hayas oído hablar de Gaderiln hasta que lo mencioné! Supongo que este mundo está del lado opuesto de la Galaxia Zura. Se considera que cada mundo está solo, sin embargo…, ustedes están más solos que el resto de los mundos que existen.
—No creo que estemos tan solos —repuso Jesús alejando la moneda más grande de oro de su cara para dirigir la mirada a la bruja—, he visto muchos videos de ovnis y cosas así, y dicen que hay una raza que vive entre nosotros, oculta como humanos. Los reptilianos. Y han de haber muchas más razas viviendo aquí en la Tierra.
—No sé qué sean los reptilianos —declaró Jaede—, conozco si acaso a la raza de los kemahkianos del planeta Kemahk, a los rinkkhanos del planeta Rinkkha y a los etreumujyin del planeta Muertex. Y hay muchos más. Como los enimálners del planeta Énimal, los arreitanos del planeta Arreito y los píqueres del planeta Piqueria, entre muchas, muchas, muchas razas que hay. ¡Y eso que sólo te mencioné razas y planetas del Mundo de los Vivos!
—¿Hay un Mundo de los Muertos de verdad? —inquirió Jesús casi incrédulo.
—Existe el Submundo, el Seol, también llamado Otro Mundo o Mundo de los Muertos —explicó Jaede—. El Seol se divide en varias partes, pero no las conozco todas. Sólo sé… —se quedó pensando, viendo hacia arriba con el dedo índice tamborileando en su mentón— ahm… que existen el Infernum, el Hades, la Duat, el Xibalbá y el Mictlán. Pero según sé, sí hay muchas partes… ¡Ay, olvidé mencionar las Tierras de Akuerte! El Tannakert, donde habitan los Demonios Oscuros; los akertanos del Akerteranhd, vástagos de la diosa Akuerte.
—¿Demonios?
—Sí. El Mundo Subterráneo está repleto de diversos demonios, espíritus y más.
—Lo peor es que sí te creo, Jede…, te creo todo, todito.
—El Universo es más grande de lo que puedas imaginar.
—Papito Dios es omnipotente y todopoderoso, no me extraña.
—¿Quién? —preguntó Jede con una ceja levantada.
—Güoh. El Todopoderoso Güoh.
La brujita hizo un gesto de asentimiento.
Jesús revisó su celular.
—Ya me tengo que ir —dijo—. Es que ya son las dos y tengo que llegar a comer porque a esta hora cobra mi papá, y sale de trabajar. El dinero nos dura máximo como pa’ mañana, pero chance y comemos pollito o carne, y no huevo y frijoles. —Guardó su varita en la mochila, luego de devolverle todos y cada uno de los kamahs y baaqhiones a Jaede. Se colgó la mochila y se montó a la bicicleta de niña—. Nos vemos aquí mañana a las seis de la tarde, ¿sí?
—¡Sí, está bien! —exclamó Jaede, radiante.
—Ya estás. Saliendo de trabajar me vengo pa’cá. Y aunque nada más que yo te vea, si quieres ponte bonita; cosa imposible porque ya estás muy b… —Acalló y sintió un inmenso bochorno—. N-nos vemos m-ma-mañana, Jaede. A ver qué película vemos…, que diga… ay…
—Sí, te entiendo. —Jaede soltó una agradable risa que cesó en una bella sonrisa mostrando esos blancos dientes, disparejos (y que para Jesús eran atractivos).
—¡Sayonara, Jede-chan!
Jesús se marchó. Cuando salió a la calle Servando Canales se descolgó del cuello los audífonos y los conectó al celular, se los colocó en los oídos y se dispuso a buscar una canción. Se fue a casa entonces. Estaba escuchando Dame wa Dame de Minori Suzuki.


–※–
Al día siguiente Jesús asistió al trabajar y, como cualquier nipyi que trabajaba en el minisúper, fue un día tanto tedioso como tranquilo. Desde que quitó los candados y subió las cortinas metálicas de la tienda en la mañana, a las ocho, no podía dejar de pensar en que esa misma tarde iría al cine acompañado de una mujer que no fuera su mamá o su hermana; su madre, la única mujer con la que había ido solo al cine.
Para las 5:40 de la tarde comenzó a cerrar una de las cortinas —la que miraba a la Avenida Rotaria— y dejó todo preparado para cuando su jefe llegara (si es que llegaba), así le pagaría y podría irse directo con Jaede, que ya lo esperaría lista para salir… juntos.
A las 6:14 Jesús pudo largarse de la tienda luego de un «Bueno, nos vemos. ¡Hasta mañana!», dirigido a su jefe, y, ya montado en la bicicleta, se apresuró a doblar a la derecha en la intersección con la Avenida Rotaria, pasando frente a la Tortillería De la Torre. No tardó mucho en pedalear como un bólido bajando por la calle Servando Canales hasta llegar con la bruja.
Allí estaba Jaede Arelín, de pie cerca de donde terminaba la calle, frente a la parcela de cañas de azúcar. Esbozó una amplia sonrisa cuando vio acercarse a toda pastilla a aquel chico de playera negra y gorra con la visera hacia atrás montado en ese pequeño vehículo morado.
Jaede, que se hubo puesto una bonita blusa color crema bajo una capa azul oscuro con mangas largas. La capa resplandecía con la luz del sol. Llevaba, además, una larga falda color café grisáceo que le llegaba a los tobillos, con estampado de flores u hojas negras, muy bonito. Hoy calzaba unos zapatos blancos; e incluso llevaba sendos anillos de diferentes colores en los dedos índice y medio de cada mano.
—Buenas las tenga y las tardes también, señorita bruja —saludó Jesús con una radiante sonrisa. Habló en voz alta, al fin y al cabo la calle estaba desierta.
Estando cerca de ella se percató no sólo de la bonita ropa de su amiga, sino también de que Jaede se había cepillado el cabello, dejándose el fleco —que le llegaba a las cejas— y poniéndose el resto del cabello detrás de las orejas. Ese cabello corto que apenas le llegaba a los hombros. Viéndola con detenimiento, también se percató de que se maquilló —Jaede sabía sobre maquillaje sólo un poco más que Jesús, lo que quiere decir que casi nada—. Vio los labios —curvos— de su amiga la bruja pintados de un brillante color cereza…, y él no estaba seguro, pero quizá se había maquillado también los ojos y las mejillas.
De lo que estaba seguro es que Jaede se veía hermosa.
—Hola, Jesús —dijo Jaede con una extraña voz tímida—. Me da gusto verte hoy.
—¿Lista para ver la ‘pantallota’ del cine?
—¿Qué? Ah, s-sí, claro.
—Deja checo qué película —dijo Jesús sacando el celular del bolsillo de sus vaqueros.
—No importa qué película veamos. Con pasar lo que resta de la tarde, y la noche, juntos me basta. Con eso estoy satisfecha.
—Bueno. —El chico sonrió—. Aquí voy a dejar la bici y mi mochila con los libros, para ir a comprar los boletos… Ah, qué bruto, lo dije en plural y nomás va a ser uno.
Ambos rieron, mientras cruzaban una zanja que debían cruzar para entrar adonde estaba la casa de campaña de Jaede. Allí dejó Jesús sus cosas y fue corriendo al cine del centro comercial a comprar la entrada. Después iría a alguna tienda a comprar golosinas y botana que escondería bien en los bolsillos del pantalón, así como el par de refrescos que le dijo a Jaede que podía meter al cine llevándoselos en las manos. Un plan infalible, según él.
Regresó con Jaede, ya con el boleto para la película y todo lo demás.
—La función empieza después de las siete —le informó a su amiga.
—Ér-ém, sólo queda esperar —dijo Jaede.
—¿Ér-ém? —repitió Jesús, confundido e interesado.
—Disculpa, ér-ém es un término onamík que significa sí, de acuerdo, vale, muy bien, está bien.
—No, pues, ér-ém, a esperar.
Y esperaron en el umbral de la casa de campaña, sentados en sendos taburetes. Jesús miró de soslayo a la seria Jaede, que no dejaba de verse hermosa.
—Te ves muy bien, Jaede, muy bonita. —Voltearon el uno al otro y sus miradas se encontraron. Ella se ruborizó, y él, se puso nervioso—. No digo q-que te veías mal las otras ve-veces que he venido, o que n-no eres b-bo-bonita… Me gustó tu ropa.
—Gracias, Jesús. De hecho, a mí me gusta tu gorra y cómo sueles llevarla.
—¿Ah, sí? —Jesús se quitó la gorra y se la puso en la cabeza a Jaede, con la visera hacia atrás. Se quitó el flequillo del ojo derecho y sonrió—. Te queda bien.
—¿Tú crees?
—Pues te miras mejor que yo con tu sombrero de brujita. Bien malandra la Jaede.
—¡No, yo no soy ninguna delincuente!
—Ya sé, na’más estoy jugando —rio Jesús—. Pero aguas, no te vaya a pegar la caspa.
—Lo dudo —aseguró Jaede—. El champú que uso me protege de eso y más. Y por lo que sé, la caspa no es contagiosa.
—Bueno, yo no sé. Pero conste, tampoco tengo piojos, ¿eh? A mí ni los piojos me quieren… se me van. Mi mamá dice que “no tengo humor”, lo que sea que signifique.
—No importa. Mi champú también me protege de eso.
—¿Y no hay algún hechizo que quite los piojos?
—Hay uno, pero no recuerdo su nombre. Lo suelen usar mucho los veterinarios para quitar pulgas y garrapatas en perros, gatos y otros animales.
—Creo que me lo tengo que aprender —aseguró Jesús con una sonrisa divertida—. Lo usaría con varias de mis primas y con mis cinco perros.
Jaede se dobló de la risa con una mano en el estómago y la otra en la cabeza para sostener la gorra negra de Jesús.
—¡Recordé algo! —berreó entre alegres carcajadas—. Algo vergonzoso para mi prima.
—¿Qué cosa? Cuenta, cuenta. —Jesús sonrió por verla reír tanto.
—Está mal que me ría —admitió la chica, aún riendo. Su risa no menguaba—. Lo que pasa…, bueno, pasó, fue que cuando Nereida era pequeña… ¡tenía piojos! —Las manos de Jaede se apremiaron a su boca, tratando de ahogar la risa, pero le resultó imposible la represión de la risa.
Cuando menos se dio cuenta, Jesús también estaba riendo a mandíbula batiente.
«Piojos espaciales. ¡Hala madre!», pensó burlón, un poco asombrad, pero nada incrédulo.
—Tía Naere usó en ella el hechizo que te mencioné y créeme cuando te digo que a Nereida le avergüenza recordarlo. Quizá le enfurezca. Una vez se lo dije… y me pegó.
—¡¿Cómo que te pegó?! —Jesús se indignó.
—Éramos niñas —dijo Jaede con voz suave—, y yo me burlé de ella.
—Esa no es excusa para que te haya pegado. Ya me cae mal tu prima, Jede-chan.
—Sé que en el fondo me quiere, sólo que algunas veces es impulsiva.
—Pero no tenía por qué pegarte. Porque no creo que te haya pegado una sola vez.
—De todos modos no pega muy fuerte —mintió Jaede, devolviéndole la gorra a Jesús. Adoptó un aire pesaroso y declaró—: Ya no quiero hablar de eso. Por favor.
Y no dijo nada más, tampoco Jesús, al menos no de eso. Éste último tomó su celular y revisó la hora, luego suspiró, aunque fue más como un resoplido.
—Faltan como treinta minutos para que empiece la película —comentó a la callada brujita.
No oyó respuesta, así que se quitó los audífonos del cuello. Desenredó los cables y se los colocó para conectarlos.
—¿Para qué sirve eso? —dijo Jaede por fin, con un hilo de voz—. He visto un par de veces que los llevas puestos en los oídos… ¿sirve para escuchar música desde el aparato?
—Sí, son para escuchar música —repuso Jesús ásperamente. Sin decir más, le puso un audífono a Jaede en el oído derecho. No supo qué canción poner, por lo que reprodujo la que escuchó en la mañana cuando iba rumbo al trabajo.
Dame wa Dame, de Minori Suzuki, comenzó a sonar en los audífonos de Jesús, como muchas otras veces. Esto hizo sentir mejor a Jaede. Como en la otra ocasión, la canción sonó repetidas veces por petición de Jaede. Le gustó, sin duda, aunque no entendiera niponés. Se alegró tanto que abrazó del torso a Jesús mientras la música sonaba.
—Esa canción la conocí gracias a un ánime donde mi mujer, la Ede-chan, le puso voz a la protagonista —manifestó Jesús—, el de Tejina-senpai.
Jaede se sorprendió, aun sin saber qué era un ánime. Pero se sintió feliz que gracias a la mujer que ama Jesús hubiese encontrado una canción tan linda como esa.
Jesús pensó que si a ella le gustaron dos canciones que solía escuchar, era probable que le gustarían también de Momoiro Clover Z, Franchouchou e i☆Ris. Ya tendría tiempo de mostrarle sus canciones favoritas de esos grupos de idols.
(Inclusive, de haber ocurrido de otro modo lo que acontecería en los días posteriores, habrían disfrutado juntos de la música de FRUITS ZIPPER.)
«En una de esas —pensó— tal vez le gusten las de Rammstein, aunque no estén en japonés.»
Jaede era una bruja que sin usar magia lo tenía encantado. Estando con ella el mundo no era atroz, funesto y gris (a veces incluso oscuro), sino bueno, amistoso y alegre; o simplemente Jaede era esas tres cosas y se las transmitía, eso le producía felicidad.

Cuando llegó la hora de entrar al cine, Jesús le indicó a Jaede que si a su alrededor los asientos estaban ocupados se tendría que sentar en sus rodillas. Le daría leves toques a un costado del abdomen —con lo que Jaede de seguro reiría— para que se levantase unos minutos, porque eso quería decir que tenía entumecidas y cansadas las piernas. Así pasaron más de una hora juntos dentro del único cine de la pequeña Ciudad Mante. Jesús se sentía muy bien. Como a Richie Tozier, ir al cine siempre lo hacía sentir bien; también le encantaba ese mundo mágico, esos sueños mágicos.
Los que hacen las películas también debían ser deriln-nof-fîknoīs, porque hacían magia.


–※–
Detrás de donde se erigía el único Little Caesar’s de Ciudad Mante se encontraba una chica vestida con una túnica y capa, ambas negras con rojo. Su cabello castaño oscuro y lacio casi resplandecía a la de los faroles del estacionamiento del centro comercial, largo hasta el pecho. Esbozó una melosa sonrisa cuando vio a la Winyï y al nahderilnizö salir de aquel lugar de paredes, en su mayoría, rojas, con puertas de vidrio de doble hoja. Aquel establecimiento que en la parte superior tenía una cosa redonda conformada por tres cintas de celuloide, de color gris, así como las letras de abajo donde se podía leer: «Cinemex».
—Quién iba a pensar, Jaede, que terminarías conviviendo con los nahderilnîzöz de este remoto mundo —musitó Nereida Gaderiln con tono despectivo.
Se volvió por completo y caminó hacia la Avenida Rotaria con aires de grandeza. Soriana Plaza Mante quedó atrás, Nereida cruzó la avenida, advirtiendo que podían venir automóviles. Parecía una chica que hacía cosplay de algún ánime de magia. (Más de una vez hubo amenazado con palabras soeces a más de un otaku que le preguntó sobre qué personaje hacía cosplay).
Se fue entonces, alejándose de su prima. Después de todo, tenía que aprenderse unas cuantas melodías para la Atualf.

Gaderiln -Taflau- I. Jaede y la Flauta MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora