Capítulo 10. La sombra que me persigue.

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La sombra de la memoria

Llegué a la casa de Oliver dónde también estaba Anna. Toqué a la puerta y me abrieron. Nos sentamos en el sofá y Olivia miró a Anna, se quedaron ahí medio minuto mirándose, ¿por qué? No lo sé, pero no estaba de humor para perder mi tiempo.

— Verás Allen, nos hemos reunido aquí para contarte algo sobre...

— Beth... — irrumpió Oliver.

— ¿Qué? Yo ya no tengo nada que ver con Beth...

— Escúchame gilipollas... Soy una de las amigas de Beth, ¿vale? Y no sabes lo que me dolió verla así por alguien que pasaba de ella, ¡estaba enamorada de ti, estaba coladísima joder! — se levantó acercándose hacía mi. Se le notaba la rabia y el odio en la mirada y la voz.

— Anna... Cálmate — Oliver también se levantó y se acercó a Anna.

— No me digas que me calme, joder...

Anna se fue al baño, supuse que era para llorar de la rabia o simplemente para no pegarme.

— Allen, no me caes muy bien, pero tampoco tengo razones justificadas para odiarte, pero Beth y yo somos amigos y me jode mucho verla así por ti y que tú te la pases...

Hizo una pausa para acercarse a mi cuello y hombro.

Estaba loco... y probablemente yo estaría al borde de la locura.

— Fumando y bebiendo... — continuó.

Bajé la cabeza y suspiré.

— Cállate... no sabes la situación.

— Sí, sí, la sé, ¿y sabes qué más sé? El pasado de Beth.

Alcé mi mirada y le miré.

— ¿Qué? — susurré.

— Sí, Anna me lo contó. Solo se lo dijo a ella, por lo que más te vale mantener tu boca cerrada.

Asentí y entrelacé mis manos mientras miraba al suelo.

— Vale...

Pausó para coger aire.

— Beth nunca tuvo una vida fácil, su hermano se suicidó porque le hacían bullying o algo así y sus padres la dejaron en un centro de menores para tiempo después, quitarse la vida. Un día una señora de unos cincuenta años le adoptó. Pasó con ella ocho años, hasta los dieciocho. En una semana se graduaba, pero ella no estaría, había fallecido por un ataque al corazón mientras ella estaba en el instituto, Beth dijo que aún recordaba su primera cena juntas y la última también.

No sabía qué decir.

Había sido un capullo con alguien que me quería a pesar de estar rota por dentro, era un gilipollas. Tenía que solucionar las cosas con ella.

— ¿Oliver?

Anna salió y yo me puse la chaqueta y me dirigí hacía la puerta mientras sacaba un cigarro y me lo acercaba a la boca, lo mordía para que no se me cayese.

— ¿Allen?

Me detuve en seco, eligiendo mis palabras.

— Tengo que solucionar un asunto... — no me giré, pero pude notar una pequeña sonrisa de los dos.

Y salí, me daba igual que lloviera.

Con valentía.

Y con esperanza de arreglar las cosas con ella.

Llegué a su casa y estuve quince minutos sentado en los escalones dudando si tocar o irme.

⋅✧⋅

Me llevó un rato abrir aquella caja que Allen me había dado. Quité la tapa y pude ver cartas, había unas... ¿17? Saqué la primera, en la cobertura de la carta ponía «Razón número uno por la que te amo»

Sentí mi corazón latir más rápido y mis ojos llenos de lágrimas luchando por salir.

Abrí la carta, comencé a leer

«Querida Beth, me da igual que quieras que te llame Bethanie, porque yo me enamoré de Beth, no de Bethanie. En caso de que estés leyendo esto, probablemente las cosas entre tú y yo no han ido muy bien. Era algo que tenía presente y supongo que ya lo debes saber.

Yo sí quería un final feliz para los dos, porque me encantas, me gustas, estoy enamorado de ti, ¿vale? Aún no asimilo lo perfecta que eres y cómo podría tenerte. Me daba tanto miedo perderte que decidí que lo mejor era no estar juntos, tú eres una chica trabajadora, amable, encantadora y mil cosas más que podría decirte y yo soy solo un doctor que se hunde en el alcohol para sanar.

Me enamoré de ti aquella vez que bailamos con Taylor Swift de fondo, me enamoré de ti aquel día en la casa de mi familia, me enamoré de ti y me enamoraré cada día de mi existencia y es algo que quiero que sepas. Te amo, más de lo que un humano puede amar.»

Comencé a llorar y tiré la caja fuera de mi alcance, no quería destrozarme más a mí misma.

Saqué una copa y el vino y cuando fui a pegar un sorbo tocaron a la puerta, al abrirla.

Él.

Él estaba en mi puerta, mojado es poco, empapado y con un cigarro en la mano.

Entró y me dio un abrazo, esta vez no sé por qué no quería separarme, ni mandarlo a la mierda... Algo había cambiado, definitivamente.

— Beth, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento...

Pude notar como su voz se quebraba y cómo giraba la cabeza y miraba la caja de las cartas volcadas y en el suelo.

— ¿No te han gustado? — se separó y se fue a llevar el cigarro a la boca, pero se lo quité.

— ¿Desde cuándo fumas? — pregunté enfadada.

— ¿Desde cuándo te importa? — se llevó las manos a los bolsillos.

— No me cambies de tema imbécil...

— Bueno... a veces fumaba por el estrés, cuando comencé a trabajar lo dejé y cuándo...

Se calló y miró al suelo.

— ¿Me amas?

— Sí — contestó con seguridad en sí mismo.

Me callé, no me pareció convincente y él lo vio.

— ¿Has leído la carta? — preguntó desviando su mirada de mis ojos hacia las cartas, después su mirada volvió a mis ojos, luego a mis labios y de vuelta a mis ojos.

— Mjm...

Se acercó a mí.

— Te amo Beth, te amo y te lo repetiré las veces que haga falta para que me creas. Soy una mierda y tú me haces brillar. Contigo soy feliz, solo contigo y se me dan muy mal estás cosas de disculpas y más de cosas... románticas.

Sonreí.

Después de todo lo que pasó le sonreí.

— Entonces...

Se acercó a mí.

— ¿Entonces? Calla ya y déjame besarte...

Y me besó.

Fue mágico, estuvimos dos minutos besándonos, pero para mí fueron como 2 horas.

— Estoy feliz de estar contigo... otra vez — añadió él.

El Remedio Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora