¿Te busco yo o me buscas tú?
Sentía un vacío en el pecho que nadie podía reparar, excepto Allen, extraño, su sonrisa, su risa, bailar con él... extraño todo de él, pero ¿él me extraña? ¿Extraña nuestros recuerdos?
¿Y si le hablaba? Sabía que Anna se enfadaría... pero hay algo en mí que quiere que lo haga porque cree que sanará mi vacío, pero hay otra parte que sabe que si le hablo el vacío se hará más profundo.
Y comenzó a llorar, parecía que la tierra comprendía mi estado de ánimo.
Hoy era mi último día de vacaciones, mañana me tocaba volver a trabajar, así que hoy quería tratar de divertirme un poco y así mañana volver con más ganas.
Saqué un papel y me puse a pensar en qué actividades hacer hoy. ¿Ir a tomar un café? No... ahí iba con Allen. ¿Ir a la playa? No...
Pasaron mil ideas más por mi cabeza, pero todas tenían algo relacionado con Allen, quería dejar de pensar en él de una vez, ¿era tan complicado? Si enamorarse es así, hubiera preferido no saber lo que se siente.
Suspiré y arrugué el papel, agobiada y cansada, sin nada que hacer y sin ganas de existir.
Así era mi vida gracias a Allen, espero que estuviera contento al romperle el corazón a alguien que lo único que hacía era hacerlo reír y que él estuviera feliz aunque yo estuviera en mi peor momento.
Al final lo único que hice fue tirarme en mi cama todo el día hasta quedarme dormida.
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Eran las diez de la noche, estaba en el garaje arreglando mi moto mientras me fumaba un cigarro y de vez en cuando le daba un sorbo a un whisky que había encontrado por mi cuarto. Me hice un corte en el brazo con una pieza de la moto afilada y vi sangre.
— ¡Joder! Agh...
Sentí cómo me mareaba al ver la sangre salir de la herida y justo mi padre apareció, pude ver el miedo en sus ojos, el miedo de volver a perder a alguien.
Me llevo al hospital y me pusieron puntos y no tenía nada que ver con esto, pero me dijeron que debía de dejar de fumar y beber por mi propia salud, vi los ojos de mi padre abrirse, ya que él no sabía ni que yo fumaba ni bebía.
— Hijo, ¿desde cuándo fumas y bebes? — vi sus ojos llenándose de lágrimas y a la enfermera saliendo de la habitación para que habláramos a solas. No miré a mi padre, no podía porque sabía que si lo hacía me sentiría demasiado culpable conmigo mismo y lloraría.
— ¡Mírame! — comenzó a llorar mientras giraba mi cabeza para qué le mirará y eso hice, y no lloré, sorprendentemente.
— Te voy a llevar a terapia, ¿me has escuchado? Estás así desde que pasó lo de William y no puedo permitirlo...
Si él supiera...
Si solamente lo supiera...
— Voy a llamar ahora mismo...
Y se fue, no se lo impedí, no quería ir, pero tampoco quería discutir con él en su estado y de repente un número desconocido me llamó.
— ¿Hola?
— Hola, ¿Allen?
— Sí, soy yo, ¿quién es?
— Soy Oliver, amigo de Beth y Anna.
Y hubo un silencio, estuve a punto de colgar.
— ¿Qué quieres?
— Anna y yo queríamos hablar contigo, sobre algo que no puede ser por teléfono.
— ¿Vale?
— Nos vemos el sábado, ahora te envío un mensaje sobre los detalles.
Colgó y miré qué día era hoy, era martes y mientras miraba el día mi padre entró.
— Vale, he pagado un poco más para que empieces lo antes posible, empiezas pasado mañana.
Asentí con la cabeza y me puse a ver la televisión, en unas horas me dejarían irme.
Me levanté, tenía que ir al psicólogo... ni que estuviera loco. Me duché y me vestí. Cogí mi moto y me senté en ella mientras me acababa de fumar un cigarro y una vez que lo terminé arranqué y fui hasta la dirección que me había enviado mi padre, suspiré y entré esperando mi turno.
Me dijeron mi sala, entré con la mirada en el suelo y me senté, al levantar la mirada me encontré con la mirada de Beth.
Hubo silencio, un largo silencio.
— ¿Qué mierda haces aquí?
— Eso te podría preguntar yo...
— Trabajo aquí imbécil — gruñó mientras cerraba un cuaderno que no tenía ni idea de lo que era.
— Me alegro de que estés aquí, ¿supongo que has venido porque te has dado cuenta de lo imbécil que eres y lo mal que tienes la cabeza? ¿O te has dado cuenta de que lo idiota que eres no tiene solución?
Volví a bajar mi mirada, avergonzado.
— ¿Otra vez no tienes los huevos de hablar, eh?
— Escucha Beth, lo siento ¿vale?
Se rio.
¿Se estaba riendo de mí?
— ¿Por qué te ríes?
— ¿Ahora te molesta que me ría de ti como tú te reíste de mí en la playa? Ah, y no me llames Beth, soy Bethanie, al menos para ti.
Se levantó de la silla y vi como se dirigía hacia la puerta, mi cabeza me decía que la dejará ir, pero mi corazón lo contrario, mi corazón se apoderó de mis instintos así que cerré la puerta y coloqué mis manos en su cadera para que no se pudiera mover y pude ver su rostro de confusión y enfado, mezclados.
— Suéltame, ya.
— Beth, por favor, déjame hablar, solo te pido eso, luego me puedes mandar a la mierda, todo lo que tú quieras, solamente dame un minuto.
Ella asintió y se separó.
— Después de esto, cuando vuelvas a tu casa, abre la caja que te di el otro día.
Extendí mi mano y le di una llave, ella la cogió y guardó.
— Lo siento, no era mi intención hacerte sentir así, simplemente eres demasiado para mí y solo pienso en ti, solo puedo decirte esto, porque lo demás lo explica la caja.
Me acerqué a ella y la abracé.
— Me encantaría besarte, pero soy un capullo, me odias y me lo merezco.
Y me fui, sentí... me sentí bien, al haberme disculpado y oler su olor a coco por última vez, aun sabiendo que me hubiera encantado quedarme con ella.
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El Remedio Del Amor
RomanceBeth es una psicóloga a la que le gusta su trabajo. Un día le toca atender a un chico el cual recientemente ha perdido a su madre y tiempo después conoce a alguien: el hermano mayor de su paciente y comienzan a conocerse.