Capítulo 23. Momento equivocado.

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Te quiero, pero no ahora...

Me levanté al lado de Jax, tenía un brazo sobre mi cintura, se me paró el corazón, literalmente, le intenté levantar.

— Jax... vamos... hay que coger el avión.

Abrió los ojos, bueno, muy poco, encendí la luz y le vi estirarse, negándose a levantarse, bueno, en parte he de decir que lo entendía, yo también odiaba madrugar, pero por alguna extraña razón me encantaba madrugar para viajar.

— Quiero dormir... — murmuró mientras se tapaba con la sabana hasta la cabeza para refugiarse de la luz.

— No quiero llegar tarde, Jax, venga... vamos.

Le agité y él se negó, hasta que le quité la sabana y le obligué a levantarse y lo hizo, aunque quejándose, pero al menos se levantó.

Me fui a la cocina y preparé dos cafés. También iba a preparar unos bocadillos, cogí el pan y un cuchillo y empecé a cortar el pan, cuando acabe, con el cuchillo en la mano, me quedé mirándolo, viendo mi reflejo en él, Jax entró a la cocina y me vio, allí, mirando un cuchillo, y se preocupó, claro, eso no es... normal.

— ¿Qué haces? — me quitó el cuchillo y me miró.

Vi el cuchillo irse y luego no pude evitar no mirarle, me sentía... como una cobarde, y con miedo.

— Nada... yo, solamente... estaba pensando y me he quedado... embobada — cogió los cafés y los puso en la mesa —. ¿Te ayudo? — pregunté, tratando de romper el silencio y la incomodidad que había en él.

— No hace falta, tú... simplemente siéntate y bébete el café, ¿sí? Yo me ocupo de todo.

Asentí y comencé a beber el café, pensando en que quizás ese pequeño acto podía cambiar toda nuestra relación.

Y también si lo hubiera hecho, toda mi vida.

Cogimos un taxi el cual nos llevó hacía el aeropuerto, Jax no me quitaba sus ojos de encima, estaba atento a mí, estaba harta, no era una cría, sabía muy bien lo que hacía y las consecuencias de lo que hacía.

— Podrías... no estar tan... encima de mí, estoy bien, ¿vale?

Él puso los ojos en blanco, llevándose las manos a la cara, tapándose los ojos, huyendo de la luz y queriendo estar tranquilo, algo que no lograría, no estando conmigo.

— ¿Por qué mierda siempre mientes, Beth? He de decir que al principio, cuando quedábamos al no saber que habías roto con... tu ex, pensé que era solo un bajón, pero no, es mucho más que eso, no ignores tus emociones solo porque te avergüences.

Se quitó las manos de su rostro, suspirando, yo giré mi cabeza hacía la ventana, no me veía capaz de mirarle, de mirar a esos ojos que sabían que no estaba bien y que no podía ayudarme.

Cuando el taxi aparcó, nos bajamos y cogimos nuestras maletas, yo cogí mis cascos y me puse música, necesitaba distraerme.

Entramos al aeropuerto y nos sentamos, esperando nuestro vuelo sentados, Jax estaba a mi lado, me miraba con el rabillo del ojo de vez en cuando, y eso me ponía nerviosa, pero también me enfadaba, pero también me encantaba como se preocupaba por mí, eso me daba felicidad, el ver que alguien se preocupaba por mí, después de todo.

— El avión aterriza en media hora, si quieres ir al baño... comprar... comida, agua, lo que quieras — asentí y cerré los ojos —. ¿Qué escuchas?

Me quité los cascos porque no lo oía, él sonrió, viendo como no había escuchado su pregunta.

— ¿Qué escuchas? — repitió, alegre.

No sabía si decirle que estaba escuchando una canción triste o una alegre, obviamente The Night We Met es una canción triste, para que mentirle, pero es que cuando estaba triste, Tarah siempre me echaba la bronca por escuchar música triste si estaba mal.

— Uh... The Night We Met.

— ¿Lord Hurton? — asentí y se rascó la barbilla, recién afeitada, quería acariciarle la barbilla, tenía pinta de ser suave.

Pasó el tiempo y comenzamos a embarcar, con nuestras dos maletas de mano, estaba algo nerviosa, por no decir mucho, desde pequeña me aterrorizaban los aviones, nunca supe el porqué fue algo que pasó sin más, quizás estaba destinado para ahorrarme un grave accidente en avión en el que moriría, no gracias... mierda, ¿por qué estaba pensando esto mientras me sentaba en la silla de un puñetero avión? Iba a morir.

— ¿En qué piensas? — preguntó, probablemente porque estaba pálida mientras los pensamientos me comían el cerebro y me espantaban mucho más de coger este vuelo de mierda —. ¿Te dan miedo los aviones, Bethie?

Abrí los ojos, porque sí, estaba cargadísima y me daba vergüenza reconocerlo, me avergonzaba de mí misma, pues sí. No me quedó más remedio y asentí.

— Sí... me cagan los aviones.

Pude ver como sonreía, como si le divirtiera el verme sufrir por no querer montar en este avión asqueroso, encima había dos o tres bebes llorando y coordinados, iban coordinados, no sabía que eso era posible... y más en esos pequeñajos que apenas sabían usar el cerebro.

— ¿Y has organizado un viaje, en avión?

— Perdón por querer hacer las paces con mi mejor amiga, señor perfecto — divertido, cogió mi mano y entrelazo sus dedos con los míos, ahora si estaba mucho más cagada.

— Así estarás menos nerviosa, cierra los ojos y piensa en algo que te guste, porque en un minuto o así el avión despegará — asentí ante su explicación, aún nerviosa, bueno, ahora mucho más que sentía el tacto de la piel de Jax en la mía.

El avión despegó, estaba nerviosa, pensé que Jax soltaría mi mano, pero no, y al final, alivió un poquito mis nervios y me quedé dormida.

— Sabes la verdad, la sabes, y no se la contaste a nadie, eres valiente o tienes valentía, sorpresa, ¿no es lo mismo? No puedes ser todo en esta vida, pero tú, tú lo tienes todo, idiotez, miedo, es increíble.

— ¿George? ¡Sal de donde sea que estés, no es gracioso!

Una risa inundó el silencio de la habitación, asustada, busqué de donde provenía aquella risa, que por cierto, no era nada normal y yo no veía nada, ya que no había nada de luz.

— Ven aquí...

Era George, sí, él, antes de que hiciera algo que cambiará su vida para siempre, corrí hacía él, asustada, y él sacó un cuchillo y me lo clavó en el abdomen, solté un grito, ya no estaba oscuro, fui viendo una luz, pensaba que era la del cielo, pero era mi madre, viendo aquella escena entró en pánico, yo, con un agujero en el abdomen el cual sangraba, mucho y mi querido hermano con un cuchillo ensangrentado en sus manos, ¿qué se podría llegar a suponer de esa escena? ¿Qué había sido un accidente?

— Lo he hecho por tu bien, hermanita.

Luego, George me dio una sonrisa, y se quitó la vida con el propio cuchillo, mamá y yo gritamos, asustadas, llamó al 911, no podía respirar, el miedo me estaba ganando, no sabía qué hacer, veía el cuerpo sin vida de George y con el cuello... sangrando y la culpa me invadía.

Mis padres y la policía investigaron, resultó que a mi hermano le acosaban y amenazaron con quemarnos a nosotros dentro de la casa mientras George veía todo, no entendí nada, hasta que, años después, comprendí que había perdido a George, para siempre.

El Remedio Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora