Capítulo 32. Recuerdos silenciosos.

37 2 0
                                    

Queda poco, pero no se para qué.

Estaba hablando con Ava un poco, ya me dirigía un par de palabras, esto fue gracias a que descubrí su problema: ella originó un incendio mientras trataba de hacerle el desayuno a su madre por su cumpleaños, el incendio no acabó muy bien y muchos años después fue ingresada por intentar quitarse la vida, diciendo que quería estar con su madre, en el cielo.

— Ava, cielo, debes aprender a soltar, el pasado no se puede cambiar, lo único que podemos hacer es aprender a vivir con él.

Ella asintió, limpiándose las lágrimas, quedaban menos de cinco minutos para que nuestra sesión acabase, últimamente tenía menos trabajo, no entendía el porqué, pero me seguían pagando igual, así que me dio igual.

Cuando acabé salí y me subí al coche, feliz porque iba a ver las estrellas con Allen esta noche, un pícnic, aunque él decía que era algo cursi y le daba vergüenza, pero a mí me parecía la cosa más bonita del mundo.

Llegué a mi casa y me puse un vestido blanco con flores azules y unas converse blancas, algo simple, pero bonito.

Cuando ya era la hora en la que habíamos quedado salí, apenas controlaba la sonrisa de mi cara, no podía dejar de sonreír, y tampoco me importaba, porque cada inseguridad mía para Allen era una perfección.

— Hola, cielo — sonrió al verme y le di un gran abrazo.

— Te he echado de menos.

Alzó las cejas, aunque no pudo evitar sonreír y nos metimos en su coche, me puse el cinturón y le miré.

— ¿Me has echado de menos? Nos vimos ayer.

Me encogí de hombros, ya no estaba sonriendo, no sé el porqué.

— ¿Tú no?

— Claro que sí, boba — me sonrió.

Arrancó el coche y puso a Harry Styles, le miré algo extrañada, con una sonrisa y vi como tarareaba sus canciones, no pude evitar seguir mirándolo, era perfecto, la brisa sincronizándose con su pelo... era increíble.

— ¿Cómo sabes que me gusta Harry Styles?

Se rio y bajó un poco el volumen de la radio, yo le seguí mirando, algo impaciente.

— He estado investigando un poco sobre ti, bueno, quizás Tarah me ayudase un poco... pero he descubierto que te encanta leer, odias tener que dar aplicaciones, te gusta cocinar, pero prefieres cocinar algo salado antes que algo dulce, te encantan las películas de suspense y romance, de pequeña tenías un peluche favorito de un golden retriever llamado Lulú.

— Wow, te ha contado demasiado — le interrumpí riendo, algo avergonzada por todo lo que le había dicho sobre mí.

— Sé que no tiene nada que ver, pero quiero ver a Dana, te recuerdo que también es mi hija, yo la adopté.

— Está sola en casa... ¿La recogemos y la llevamos al pícnic?

Frenó el coche y miró por el retrovisor para ver si había algún coche, al no haber ninguno dio marcha atrás sin pensárselo y cambio de rumbo, otra vez a mi casa.

Pasó un rato, recogí a Dana y fuimos al parque, me vendó los ojos y dejó en el suelo una especie de toalla para sentarnos.

Nos sentamos y pasó el rato, risas y risas y cariños a Dana, claramente, y como no, algunos besos, aparte de los de Dana, claro.

— Sabes, no te veía capaz de hacer esto, esto es como una película de romance adolescente y ya no somos adolescentes.

— Podemos volver a serlo si tú deseas.

— Prefiero que me secuestre el señor raro de The Black Phone.

Se rascó la nuca, mirándome con confusión, sin haber entendido el comentario, abrí la boca y le miré con el ceño fruncido, algo impresionada.

— ¿No te has visto The Black Phone? — negó con la cabeza —. ¡Venga ya! ¡Es una de las mejores películas de suspense que existen!

Me dedicó una sonrisa mientras le hablaba de mis gustos, si fuera como los demás me hubiera llamado rarita o friki, pero no lo hizo, y me sentí segura contándole un montón de datos de películas o recomendándole mis películas favoritas y en cada una de las palabras que solté por mi boca, escucho atentamente toda y cada una.

— Sabes, Beth — apoyé mi cabeza en su hombro y él me dejó un suave beso en la frente.

— Dime.

— Estoy agradecido de haberte conocido, a ti y a Taylor Swift, la verdad no está tan mal.

Pegué un salto y le besé, no me importó nada más, estaba demasiado feliz, feliz de haberme quedado con él, feliz de estar junto a él pese a mis estúpidas decisiones y sus estúpidas consecuencias.

Feliz.

A veces no hay motivos para estar feliz, sino personas.

Estábamos en la playa de noche, Allen y yo nos habíamos puesto hablar y hacer tonterías, no me importaba el que, mientras fuese con él, yo estaba feliz.

— Cuéntame más sobre ti, Beth.

— Desde pequeña me ha fascinado la idea de actuar, pero era algo vergonzosa, fui a clases de teatro varios años.

Me dedicó una sonrisa, no se rió de aquel sueño que le otorgó brillo a mi vida, siempre he creído que vivía más por mis sueños que por mí.

— Vaya, ¿y qué te detuvo, Emma Stone? — me preguntó, mirándome con el rabillo del ojo, yo sonreí ante su comentario y suspiré.

— Mis inseguridades y no sé... sentía que nadie apoyaba ese sueño, solo yo.

— No hacía falta que nadie te apoyase, por eso es sueño, no el de ellos.

Negué con la cabeza, sintiéndome estúpida y vulnerable por haberle contado esto, era la primera vez que hablaba de ello y podía sentir que si decía una sola palabra más, se me quebraría la voz.

— Los sueños son increíbles... metas por cumplir que te hacen vivir.

Le miré algo extrañada, sin comprender muy bien su punto, pero lo dejé de lado, quise cambiar de tema, un tema que fuera memorable y que este momento nunca se borrase de nuestras memorias, que se entrelazaban poco a poco con cada recuerdo nuevo.

— Oye, ¿qué pensaste de mí la primera vez que me viste?

Inspiró y exhaló, buscando cada palabra exacta, seguía sin mirarme, tenía la mirada fija en el mar, era de noche, algo demasiado bonito para ser real.

— Yo tenía una creencia: el amor a primera vista no existe. Bueno, esa creencia cambió cuando te conocí, era tan capullo por todo el daño que me habían hecho, aunque cuando te conocí supe que me enamoraría de ti, y no interferí en el destino, era algo que tenía que pasar — se le iluminaron los ojos, él estaba viajando entre nuestros recuerdos. Le di un abrazo y él me lo devolvió —. ¿Y tú?

— Yo... bueno, pensé que eras alguien que había sufrido mucho y que tal vez... podría ayudarte a superar todas las cosas que habías pasado, todo es más fácil cuando hay alguien que te apoya a tu lado.

Ambos sonreímos, apoyé mi cabeza en su hombro y hubo un silencio, no un silencio incómodo, sino un silencio en el que los recuerdos se paseaban sin hacer ruido.

— Me alegro de haberte conocido, Bethanie Clarke.

— Y yo a ti también, Allen Lindsey.

El Remedio Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora