Capítulo 20. ¿Amistad o amor?

12 1 0
                                    

Ni la bebida más fuerte es capaz de sacarte de mi corazón.


Me quedé dormida en aquel sofá, después alguien me despertó, al ver que era Jax me senté y le miré, con cara de muerta.

— Quiero dormir más...

— Eso me has dicho hace media hora...

Joder, ¿me había intentado despertar antes? Pues no me acordaba, me senté y me sentí más tranquila, no había música, no había voces, nada.

— ¿Dónde están todos?

— Son las cinco de la mañana, cerramos a esa hora.

— Oh... ya tiene sentido todo esto del silencio...

Él miró al suelo mientras bebía algo, creo que era limonada, pero no tenía ni idea.

— ¿Al final te llevo a tu casa? — asentí.

— Trabajo a las cinco de la tarde, será mejor que me lleves y pueda dormir algo más...

Él asintió y fuimos hacia el coche, arrancó y aparcó mi coche.

— ¿Cómo te acuerdas de donde vivo? — le miré mientras mi mirada bajaba hacia sus manos en el volante.

— Bueno, muchas veces cuando te emborrachabas así era yo quien me encargaba de ti.

— Vaya... ahora ya lo entiendo, es que cuando me emborracho a más no poder nunca me acuerdo de nada.

Él se rio y se bajó del coche, me acompañó hacia la puerta y yo la abrí.

— Bueno, aquí ya se acaban todos esos recuerdos buenos.

Me reí, pero a él no le hizo ninguna risa, se metió las manos en los bolsillos y se dio la vuelta, comenzó a caminar, pero frenó.

— Quizás lo nuestro fuese una tontería para ti, o todo lo que paso, pero para mí no lo es, es mucho más que eso, Beth, es mucho más que simples recuerdos.

Suspiré y miré como se iba, entré y me tiré en el sofá, vi las cartas de Allen y entendí como había perdido todo.

Como había apartado o había hecho daño a todo lo que tenía valor para mí, y estaba sola, había perdido a todos en cuestión de días, y todo era culpa mía, o al menos eso decían todos, y si todo el mundo dice lo mismo es por... algo.

Me desperté sobre las tres y media de la tarde y me arreglé un poco, eché mi bata a lavar y fui a coger la de repuesto para ponérmela, me cambié y me tomé un café para quitarme el sueño. Después salí a la calle y cogí mi coche para ir al trabajo, ni siquiera me había dado cuenta de qué pacientes me tocaban hoy, pero me daba igual, los ayudaría con sus problemas cuando los míos me estaban destrozando poco a poco, sin piedad.

Suspiré y me miré al espejo, sonriendo para ver si me veía convincente, no del todo, pero no lo notarían, quizás no me hacía falta.

Entré a mi despacho, quedaba media hora para qué empezará, pero me gustaba organizarme y estar tranquila, sin preocupaciones, así que traté de apartar mis problemas y ayudar a mis pacientes a lidiar con los suyos.

Después de un rato, escuché que alguien tocaba a la puerta.

— Pasa.

Suspiré y aparté mi vida personal de mi trabajo, me agaché para coger mi cuaderno mientras el paciente entraba y se sentaba.

— Un segundo, ahora voy, que cojo esto... — cogí el cuaderno y recuperé la compostura.

— No, no, no, no estoy dispuesta a atenderte, vete, en serio.

— ¿Te crees que yo sí quiero? Mi padre me ha vuelto a obligar y sois el hospital más fácil de sobornar.

Suspiré y solté una risa, muy falsa, y claro, esa era la intención, no quería volver a ver a Allen, le odiaba.

— ¿Por qué siempre vuelves a aparecer? ¿Por qué?

Él suspiró.

— ¿Por qué no podemos quedar como amigos?

— Porque siempre que quedamos como amigos uno de los dos lo manda a la mierda, quizás es por eso, estoy harta de verte, ¿por qué no te vas a otro psicólogo? Quizás otro en el que te atiendan mejor.

Él se rio, yo no pude evitar fruncir el ceño, preguntándome que le hacía tanta gracia, no tenía sentido, ¿por qué era así? ¿Por qué se tomaba todo a broma, cuando estaba más que claro que gracia no hacía?

— ¿Por qué no se lo preguntas a mi padre?

— Porque no quiero ver nada que tenga que ver contigo, Allen.

— Pff, quizás si hablas con él os entendéis, ¿eh? ¿Por qué no voy a buscarlo? — se levantó de su silla y fue hacia la puerta, cinco minutos después su padre entró y se sentó.

— Siento decirle esto, pero no puede entrar aquí si no es paciente hasta que acabe la sesión de terapia.

Me ignoró y se acomodó en la silla, yo algo extrañada suspiré, parecía que quería hablar, así que esperé a ver que decía, aunque le costó hablar, pero yo no le quité los ojos de encima.

— Sé que rompiste con Allen y no quieres tener nada que ver con él, pero escúchame, esto no es ninguna broma, lo he traído aquí, como la última vez, porque ayer tuvo una recaída, se puso a beber y a decir que pronto se rencontraría con su hermano y su madre, ya sabes en qué manera y por favor, quiero que seas profesional y dejes lo que pasó entre vosotros a un lado. Beth, sé que eres la única persona que es capaz de cambiarle su forma de ver del mundo y hacer que no se rinda, por favor. No quiero quedarme solo.

Esas palabras marcaron la diferencia en como me sentía con Allen, vi como se levantaba de la silla y después Allen entraba, de malhumor y sentándose en la silla de malagana.

— ¿Por qué piensas esas cosas, Allen?

Él suspiró y puso los ojos en blanco, deslizándose en la silla y metiéndose las manos en los bolsillos, sin quitar la mirada del suelo, avergonzado y sin ganas de hablar.

— Vaya, ¿ahora si te importo?

— ¡Joder Allen, esto es serio, deja de comportarte así y déjame ayudarte!

— Bueno, vale, sí, me emborraché y pensé en matarme, ¿contenta?

Suspiré y tiré mi cuaderno de citas a la mesa, enfadada, Allen se recompuso estirando la espalda y mirándome con las cejas alzadas mientras se rascaba el cuello.

— ¡Que te tomes esto a broma no va a hacer que los problemas sean menos graves o que desaparezcan, Allen! No funciona así...

— Ya sé que no funciona así joder... y que hago, ¿soy serio sobre ello para que la gente se piense que soy un borracho con problemas mentales?

— No hay porque tratar de parecer alguien que no eres, no entierres tus problemas hasta olvidarlos Allen, eso solo te hará empeorar.

Me puse en pie y le miré, después miré el reloj, nos quedaban dos horas de consulta, ya que su padre había pagado el doble, así que abrí la puerta de la consulta.

— Acompáñame, por favor.

Allen se puso en pie y me siguió algo confuso. Caminamos un rato hasta llegar a la playa, el sol empezaba a ocultarse y la brisa era fría, pero había algo en ella que me hacía sentir bien. Me senté en la arena esperando que Allen hiciera lo mismo, y lo hizo, eso sí, sin entender por qué hacía esto o que sentido tenía.

— Cuéntame tus problemas, Allen

El Remedio Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora