Capítulo 1

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Contubernial (sustantivo):

1. Persona que comparte el mismo alojamiento.

2. Camarada.

«La idea de Percy Prewitt como mi contubernio me provoca urticaria».


Del diccionario personal de Louis Tomlinson.



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Hampshire, Inglaterra. 3 de julio de 1814.






Louis Tomlinson no había tenido la menor intención de disparar a Percival Prewitt, pero lo hizo, y a consecuencia del disparo él había muerto. O al menos eso creía Louis, pues había la suficiente sangre para creerlo. Chorros de sangre bajaban por la pared y formaban charcos en el suelo, y la ropa de cama estaba manchada sin remedio. No sabía mucho de medicina, pero estaba seguro de que una persona no podía perder tanta sangre y continuar viva.

Pues sí que estaba en problemas.

—¡Maldición! —masculló.

Aunque era un omega de buena familia, no había recibido la educación que se habría esperado, por lo que a veces su lenguaje dejaba mucho que desear.

—Estúpido —le dijo a Percy, aunque este estaba inconsciente en el suelo—. ¿Por qué tuviste que lanzarte sobre mí? ¿Por qué no pudiste dejarme en paz? Le dije a tu padre que no me casaría contigo. Le dije que no me casaría contigo ni aunque fueras el último idiota que quedara en Gran Bretaña.

Golpeó el suelo con el pie por la frustración. ¿Por qué nunca le salían las palabras como él quería? A pesar del silencio de Percy, que no resultaba sorprendente, añadió:

—Lo que quiero decir es que eres un idiota, y que no me casaría contigo ni que fueras el último alfa que quedara en Gran Bretaña y, en fin, ¿por qué estoy hablando contigo? Estás muerto.

Lanzó un gemido. ¿Qué demonios podía hacer? Oliver Prewitt, el padre de Percy, volvería a casa en dos horas, y no hacía falta haberse sacado un título en Oxford para saber que no se alegraría cuando encontrara a su hijo muerto en el suelo.

—Tu padre también es un pesado —gruñó—. Todo esto es culpa de él. Si no se hubiera obsesionado con que atraparas a un heredero…

Oliver Prewitt era su tutor, o al menos lo seguiría siendo durante las seis semanas que faltaban para que cumpliera los veintiún años. Desde el 14 de agosto de 1813, día en que cumplió los veinte, había contado los días que faltaban para llegar al 14 de agosto de 1814. Solo faltaban cuarenta y dos días. Dentro de cuarenta y dos días tendría, por fin, el control de su vida y de su fortuna. No quería ni imaginar cuánto se habrían gastado los Prewitt de ese dinero.

Dejó la pistola en la cama, se puso las manos en las caderas y miró a Percy.

Y justo entonces, él abrió los ojos.

—¡Aaaah! —gritó Louis, dando un salto, y agarrando de nuevo el arma.

—¡Arpía…! —masculló Percy.

—No digas nada. Todavía tengo la pistola.

—No la usarías —resopló él, tosiendo y apretando la mano contra el hombro, que estaba sangrando.

To Catch an HeirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora