Capítulo 3

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En jarras (locución adverbial):

 1. Dicho de los brazos: con las manos apoyadas en la cintura y los codos hacia fuera.

«No logro ni empezar a contar las veces que ha estado delante de mí con los brazos en jarras. De hecho, la sola idea me estremece».

Del diccionario personal de Louis Tomlinson.

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Louis tosió durante toda la noche. A las primeras luces del alba, continuaba tosiendo.

Y seguía tosiendo cuando el cielo ya estaba de un vivo color azul.

Solo paró de toser para ir a mirar su colector de agua. ¡Maldición! Nada. Le habrían sentado bien unas gotitas de líquido. La garganta le ardía como si estuviera en llamas.

Pero aunque le doliera la garganta, su plan había funcionado como un ensalmo. Cuando abrió la boca para intentar hablar, el sonido que le salió habría avergonzado a una rana.

Aunque, mejor dicho, la rana se habría sentido avergonzada si le hubiera salido ese sonido. Estaba afónico. No cabía duda de que había logrado enmudecer temporalmente. Ese hombre podía hacerle todas las preguntas que quisiera, que Louis no iba a poder contestarle ninguna.

Solo para asegurarse de que él no pensara que se estaba fingiendo afónico, fue hasta el espejo, abrió bien la boca y ladeó la cabeza de forma que le diera la luz del sol en la garganta.

Estaba de un vivo color rojo y se veía realmente mal. Y con las ojeras y bolsas que se le habían formado bajo los ojos por estar despierto toda la noche, aún tenía peor aspecto.

Casi se puso a brincar de alegría. Si lograba idear una manera de aparentar que tenía fiebre, parecería más enfermo. Podría poner la cara cerca de una vela, y así tal vez se le calentaría la piel de manera anormal, pero si él entraba lo pasaría fatal intentando explicarle por qué tenía una vela encendida esa luminosa mañana.

No, la garganta y su mudez tendrían que bastar. Y si no bastaban, ya no le quedaba ninguna otra opción, porque los pasos de el alfa ya resonaban fuerte por el pasillo.

Se echó a correr hasta la cama, se metió bajo las mantas y se cubrió con ellas hasta el mentón. Tosió un par de veces, se pellizcó las mejillas, para dar la impresión de que las tenía arreboladas, y tosió un poco más.

Continuó tosiendo.

La llave giró en la cerradura. Continuó tosiendo. La garganta le dolía como si se fuera a morir, pero quería hacer una buena actuación en el momento en que él entrara.

Giró la llave en la otra cerradura. ¡Maldición! Se había olvidado de que había dos. Pues a seguir tosiendo. ¡Cof, cof, cof!

—¡Por Dios! ¿Qué es ese ruido infernal?

Louis miró hacia la puerta, y si no hubiera estado ya mudo, se habría quedado sin habla. Su captor se veía apuesto y peligroso en la oscuridad, pero a la luz del día su belleza dejaba pequeña a la de Adonis. Se veía algo más corpulento, y también más fuerte, como si su ropa apenas pudiera contener la potencia de su cuerpo. Llevaba el pelo rizado peinado con pulcritud, aunque un mechón rebelde le caía sobre la ceja izquierda. Y sus ojos eran verdes y límpidos, aunque eso era lo único inocente en ellos; daban la impresión de haber visto muchísimas cosas a lo largo de su vida.

To Catch an HeirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora