Capítulo 6

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inconsecuencia (sustantivo): 

1. Falta de consecuencia en lo que se dice o hace.

     «Hay pocas cosas más inquietantes que la inconsecuencia en una persona, a excepción, tal vez, del azoramiento que se siente al decir la palabra».

 Del diccionario personal de Louis Tomlinson.

  

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Louis se sintió tan feliz de que le hubieran permitido continuar en Seacrest Manor, que solo se dio cuenta a la mañana siguiente de algo esencial: no tenía ninguna información que dar. No sabía absolutamente nada acerca de las actividades ilegales de Oliver.

En resumen, no les serviría para nada.

Pero claro, ellos aún no lo sabían. Puede que Harry y Niall creyeran que él tenía guardados todos los secretos de Oliver bien ordenaditos en su cerebro, pero la verdad era que no sabía nada. Sus anfitriones no tardarían en darse cuenta de ello, y entonces él volvería al punto de partida.

La única manera de evitar que lo arrojaran a la intemperie era hacerse de utilidad. Tal vez si ayudaba en los quehaceres de la casa y en el jardín, Harry le permitiría continuar en Seacrest Manor tras descubrir que no tenía nada que ofrecer al Ministerio de Guerra. Al fin y al cabo, no necesitaba un hogar permanente, sino solo un lugar para ocultarse durante seis semanas.

—¿Qué hago, qué hago? —murmuró, caminando sin rumbo por la casa mientras buscaba algo en que ocupar su tiempo.

Tenía que encontrar algo que le llevara el tiempo suficiente, algo que hiciera necesaria su presencia unos cuantos días al menos, tal vez una semana. Pasado ese tiempo ya debería haber convencido a Harry y a Niall de que era un huésped amable y entretenido.

Entró en la sala de música y pasó la mano por la lisa y suave madera del piano. Era una lástima que no supiera tocarlo; su padre siempre tuvo la intención de que recibiera clases, pero murió antes de poder poner en marcha sus planes. Y no hacía falta decir que sus tutores no se molestaron jamás en buscarle un profesor.

Levantó la tapa y pasó los dedos por las teclas de marfil, sonriendo ante el sonido, que le alegró la mañana. Claro que a eso no se le podía llamar música sin insultar a los grandes compositores, pero igualmente se sentía mejor por haber hecho un poco de ruido.

Lo único que necesitaba hacer para alegrar de verdad su día era dejar entrar un poco de luz en la sala. Era evidente que aún no había entrado nadie en la sala de música, porque las cortinas seguían bien cerradas. O tal vez nadie usaba esa sala con regularidad y dejaban las cortinas cerradas para proteger el piano de la luz solar. Puesto que nunca había tenido un instrumento musical, no podía saber cuánta luz solar resultaría dañina.

Fuera como fuese, decidió que la luz del sol durante una mañana no podría ser demasiado dañina, así que fue hasta la ventana y abrió las cortinas de damasco. Al hacerlo fue recompensado por una espléndida vista.

Rosas. Cientos de rosas.

—No sabía que esta maravilla estaba justo debajo de mi cuarto —murmuró.

Abrió la ventana y sacó la cabeza para mirar hacia arriba. Esos tenían que ser los rosales que veía desde su ventana.

Un examen más detenido le demostró que tenía razón. Los rosales estaban muy descuidados, tal como recordaba, y vio una mancha blanca en medio de uno de ellos, justo fuera del alcance de su mano, que tenía todo el aspecto de ser su pajarita de papel. Se inclinó un poco más hacia fuera para verla mejor. Mmm… Sería más fácil alcanzarla desde fuera.

To Catch an HeirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora