Al día siguiente, Christian se despertó con nervios en el estómago. Todavía no podía creer todo lo que Nathan le había contado el día anterior. Al principio, al despertar, pensó por un segundo que todo había sido un sueño. Sin embargo, la visión del viejo libro robado de la biblioteca en su habitación confirmó que esa extraña realidad, esa que coexistía con la magia, era muy real. Christian se levantó de un salto, lleno de energía, y se vistió con lo primero que encontró en su pequeño armario de madera. Descendió rápidamente las escaleras de la casa, escuchando el crujir familiar bajo sus pies.
Al llegar al salón, encontró a sus padres ya despiertos. Por un momento, consideró contarles todo, imaginándose diciéndoles que había tenido razón desde pequeño, que nunca había imaginado nada. Pero luego recordó las palabras de Nathan, que decía que sus padres deberían estar informados, y decidió guardar silencio. No entendía por qué nunca le habían contado nada.
—¡Buenos días, Chris! —saludó su padre, asomando la cabeza por encima del periódico.
—Hola —respondió Christian.
Observó a sus padres, tratando de descubrir si habían estado mintiéndole todos esos años. Sin embargo, todo parecía normal: su padre, sentado a la mesa, con su pelo cano y castaño, disfrutaba de unas tortitas que su madre estaba preparando, tarareando una canción popular.
Christian, aún pensativo, se sentó a la mesa y devoró rápidamente un par de tortitas con sirope de chocolate. Durante el desayuno, apenas pronunció palabra, excepto para decir que iba al pueblo:
—En cuanto termine de desayunar, me voy al pueblo —dijo sin más, antes de sumergirse en su taza de café. Christian no era persona si no tomaba cafeína por las mañanas.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó su madre, entrecerrando los ojos.
—He quedado con unos amigos —mintió Christian—. Con Alan y otros chicos del pueblo. Desde que le ayudé hace unas semanas, nos hemos vuelto buenos amigos.
Sus padres lo miraron sorprendidos, pero también aliviados. Siempre le insistían a Christian que se relacionara más con la gente del pueblo, le decían que hiciera amigos y tuviera novia. Christian siempre refunfuñaba y murmuraba que sus compañeros no le caían muy bien. Por eso, precisamente, había dado esa excusa: sabía que sus padres no pondrían objeciones.
Sin embargo, al salir por la puerta, su madre se dio cuenta de que ningún chico joven quedaría con amigos a esas horas tan tempranas en un día de verano. Se preguntó a dónde iría su hijo. Tal vez tenía algún romance oculto en el pueblo.
Christian se encontró con Nieve fuera de su casa. Juntos bajaron al pueblo por el sendero de piedras. Al llegar a la plaza principal, Christian buscó a Nathan entre los bancos de madera colocados en un círculo sobre el suelo de roca. Lo encontró sentado en las escaleras del templete en el centro, con una rama en las manos, haciendo círculos en el suelo. Vestía de manera más acorde a la temperatura que el día anterior: una camiseta de manga larga rojo oscuro y unos pantalones negros.
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Hielo violeta
FantasyChristian es un joven islandés que ha creído en la magia desde que, siendo niño, presenció cómo un hombre desaparecía en la plaza de su pequeño pueblo. Durante un verano solitario, sus sospechas se confirman al ver a una extraña chica de ojos violet...