Capítulo 20: Joan, la sirena

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Christian observó a Joan antes de responder

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Christian observó a Joan antes de responder.

—Esto... gracias por el consejo.

Entonces la sirena echó a reír sonoramente.

—No te asustes, pequeño. Tú eres el que ha venido con Robin, ¿no? —preguntó, poniendo un rostro más serio—. He oído que me buscábais.

—Así es —contestó Robin, que había visto lo que estaba ocurriendo y se había apresurado a descender al suelo—. Este es Christian, el Líder de la Orden de Hielo Blanco.

—Impresionante —comentó Joan, sin parecer realmente nada impresionada.

Joan no parecía la típica sirena coqueta y cautivadora. Más bien era un poco agresiva y cortante, incluso intimidaba. Tenía cara de mal humor y aspecto imperturbable. Parecía una verdadera luchadora.

—¿Qué es lo que os trae por aquí? Supongo que no habréis venido a decir hola a una vieja amiga, ¿me equivoco?

—Son tiempos difíciles, Joan. Hay que tomárselo en serio —contestó el elfo.

Joan lo miró con cara de malos humos. En la lucha contra el troll, muy pocos magos azules se habían presentado: no parecían querer tomar parte en la batalla. Según habían dicho, no creían que fuese el momento del despertar aún. A pesar de que Kadirh parecía avanzar a grandes zancadas. Pero casi todas las Órdenes habían reconocido que había hecho más falta de magia azul en la batalla para poder haber vencido. Así, se veían ante la misión de convencer y concienciar a una sirena malhumorada de que había que ponerse las pilas.

Sin embargo, Joan fue más rápida que ellos y dijo:

—No lo dudo, Robin. ¡Pero esto es una fiesta! No es momento de andarse con cosas serias y pesadas.

—Es urgente —contestó el elfo.

—Pero el mundo no se va a acabar esta noche, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa pícara—. Mañana a primera hora hablaremos.

Al elfo no le quedó otro remedio que aceptar. Christian dio su consentimiento también, ya que se suponía que era el que tomaba las decisiones. Aunque todos sabían que Robin era el que mandaba. Así, se unieron a la celebración que cada vez degeneraba más en gente bailando, cantando y gritando. Avril se alejó de nuevo con sus dos amigos y Robin puso una mirada sombría, pero no dijo nada porque no creía en el fondo que hubiese algo de lo que preocuparse.

Christian, en un intento de distraer al elfo, se acercó y le comentó algo que le había rondado la mente esos días:

—Robin... el otro día me pasó una cosa un poco extraña.

—Cuéntame – respondió el elfo, con mirada atenta.

—Verás, fui a la librería que hay en el mercado del Refugio a comprar libros sobre esta ciudad, para tener un poco de idea de lo que podía encontrarme aquí.

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