Capítulo 32: Beso prohibido

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Los aullidos de Nieve desgarraban el eterno atardecer en el Refugio mientras Nathan observaba, entristecido, el firmamento

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Los aullidos de Nieve desgarraban el eterno atardecer en el Refugio mientras Nathan observaba, entristecido, el firmamento. Su cabello rubio oscuro parecía un poco más apagado de lo habitual. Tal vez se debía a que echaba de menos a su amigo. A los de su especie, los longevos, les afectaban esas cosas en su aspecto físico. A Nathan, cuando estaba triste, se le oscurecía el pelo. De hecho, hacía ya tiempo que su rubio había sido brillante y digno de admiración. Pero tras los sucesos con Lisa, la muerte de Ulises y todo el caos desatado, se había ido apagando poco a poco.

Aún recordaba aquellos tiempos, cuando entró siendo apenas un crío en la Orden. Ulises había sido como un padre para él, le había enseñado todo lo que necesitaba saber. Su carácter bondadoso no dejaba indiferente a cualquiera y, pronto, Nathan había querido ser como él.

También recordaba los días pasados con Lisa, sus mejores días. Y la difícil decisión que tuvo que tomar. Pero eso ya era parte del pasado.

Al final, le había tomado cariño al mocoso de Christian; se había convertido en su mejor amigo, casi como un hermano. Y ahora, al muy imbécil, lo habían capturado. Y todo por no hacerle caso y confiar en esa bruja.

Oyó unos pasos y alguien se sentó a su lado.

—Lo necesitan, Ulises tenía razón.

Era Robin. Ambos eran los únicos a los que Ulises les había confesado sus sospechas antes de dejarse matar por Verónica. Porque eso es lo que había hecho: dejarse matar, haciendo pensar a Kadirh que lo había vencido. Todo porque estaba convencido de que Kadirh necesitaría la sangre del Líder en un ritual final para restaurar el mal en la tierra. Solo que el mago negro desconocía eso. Si Ulises moría, para cuando lo descubriese, tendría que encontrar a un nuevo Líder, el verdadero Líder, había dicho Ulises, el Líder del Lobo Blanco. También les había hablado de que la hija de Kadirh sería clave en los acontecimientos. No tenían ni idea de cómo había averiguado eso. Viajaba mucho, estudiaba mucho y sabía mucho. Nadie cuestionaba sus fuentes de conocimiento.

—Pero, según Ulises, también necesitaban al lobo.

—Lo sé —dijo Robin, mirando a Nieve—. Es probable que con las prisas no se diera cuenta. O tal vez no lo sepa.

—Puede que no lo sepa. Sería muy triste cazar al Líder y olvidarse del chucho —dijo Nathan—. ¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé.

Y no lo sabía. En ausencia de Christian, él volvía a ser el encargado de dirigir, pero no tenía ni idea de cómo recuperarlo, no tenía ni idea de qué iba a hacer.

El silencio entre los dos amigos se impuso, interrumpido únicamente por los aullidos de Nieve.

El silencio entre los dos amigos se impuso, interrumpido únicamente por los aullidos de Nieve

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