La mañana siguiente, Christian fue el último en despertar. Cuando lo hizo, se encontró con que todos estaban recogiendo ya sus cosas y preparándose para el viaje. Christian se apresuró a hacer lo propio, no sin antes echar una mirada a Verónica, la cual parecía tan impasible como siempre. La magia de la noche anterior se había desvanecido.
Sin demora, se pusieron en marcha y comenzaron a atravesar los campos de lava a buen ritmo. Al otro lado se divisaban unas montañas. Según explicaron los lobos, esa era la ubicación de la Ciudad de los Dragones, así que ya estaban a menos de un día de llegar a su destino. Christian no veía eso tan claro, ya que aquellas eran las montañas más grandes que había visto en su vida, y escalarlas o atravesarlas supondría varios días más de viaje. Pero también había aprendido a no dudar de las palabras de sus compañeros. Si decían que estaba a menos de un día, sería por algo. Los lobos tenían amistades en aquella ciudad y estarían acostumbrados a aquel viaje.
La mañana atravesando los campos de lava resultó bastante aburrida. Verónica evitaba en lo posible la mirada de Christian, así que este no pudo disfrutar de una de sus interesantes conversaciones. Tyler y Alice se habían transformado en lobos para gastar menos energías y Nathan estaba de lo más refunfuñón porque le dolía la espalda por haber dormido en el suelo.
—¿Puedes parar de quejarte durante un rato? —le dijo Christian, cuando ya no aguantaba más.
—Es que no he dormido nada, ¿sabes? —le dijo Nathan, con tono malicioso—. Ya sé que tú tampoco mucho, pero por otros motivos.
Christian vio que las cabezas de los lobos se giraban con cara de sorpresa. Verónica puso cara de que mataba al primero que hablase y todos siguieron el camino en silencio hasta llegar a la base de la montaña. Esta parecía incluso más grande vista desde tan cerca.
Sin embargo, Tyler y Alice, ya transformados a su forma humana, no estaban preocupados al respecto, ya que se acercaron a la roca y empezaron a palparla, como si buscaran algo. Sus manos parecían expertas en aquella labor, mientras recorrían en una suave caricia la roca de la montaña.
—¡Lo tengo! —exclamó, de pronto, Tyler.
Christian observó el lugar que ocupaban las manos del lobo, pero no encontró nada significativo. Sin embargo, debía de tener razón, ya que Alice se acercó, inspeccionó la zona con cara de concentración e hizo un gesto afirmativo. Entonces, Tyler, con una sonrisa de orgullo por haber sido él el que lo había encontrado, cerró los ojos y empezó a murmurar unas palabras que Christian supuso un hechizo.
—Está formulando el conjuro que permite el acceso a la montaña —explicó Alice.
Christian asintió e intentó captar los sonidos que emitía el lobo, pero eran tan solo un gruñido y supuso que lo estaría haciendo aposta, para que las palabras mágicas no llegasen a Verónica. Aún no podían confiar del todo en ella.
—¿Por qué formula el hechizo en ese punto? —intervino la maga negra— ¿Por qué no en cualquier otro lugar?
Alice la miró con cara aprobadora y divertida. Lo cierto era que la loba y la maga negra no hacían malas migas. De hecho, era la primera vez que Christian veía a Verónica congeniar con alguien más que él y eso lo alegraba. Con los elfos no se llevaba mal, pero nadie se llevaba mal con los encantadores Robin y Avril.
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Hielo violeta
FantasyChristian es un joven islandés que ha creído en la magia desde que, siendo niño, presenció cómo un hombre desaparecía en la plaza de su pequeño pueblo. Durante un verano solitario, sus sospechas se confirman al ver a una extraña chica de ojos violet...