Capítulo 48: La batalla

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Christian observó, aterrorizado, el cielo

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Christian observó, aterrorizado, el cielo. Ya llegaba el atardecer; el azul estaba siendo sustituido por tonos anaranjados que se movían en un extraño baile sobre sus cabezas. Como si todos los allí presentes, tanto magos negros como del Refugio, se hubieran puesto de acuerdo, guardaron silencio unos segundos. Era un silencio helador y sobrecogedor.

Entonces, de la garganta de Kadirh salió un extraño sonido: era una especie de aullido cargado de rabia. Christian se sintió desconcertado por un segundo, desde el suelo como estaba. Pero no tardó en comprender que debía de ser una especie de señal para sus guerreros, porque en cuanto Kadirh terminó su extraño cántico, los magos negros se pusieron en marcha y Christian vio que se lanzaban hacia los suyos. Pero no alcanzaba a ver más, ya que desde el suelo, las rocas del acantilado le tapaban lo que ocurría más abajo.

Intentó incorporarse, pero la mano de Kadirh, que lo agarró del pelo, se lo impidió.

—¿A dónde crees que vas, niñato guapito? —preguntó el mago negro con sarcasmo y odio en la voz.

Kadirh empezó a arrastrarlo por el suelo. Christian sintió el impulso de gritar, ya que le daba la sensación de que le estaban arrancando los pelos, pero se contuvo: no quería parecer débil ni darle excusas para reírse de él. Sintió cómo el frío suelo de roca mojada se arrastraba por debajo de él. Iba rebotando con los desniveles de las piedras y, de vez en cuando, tenía que contener la respiración porque el agua sobrepasaba la altura a la que se encontraba. Se dio cuenta de que Kadirh lo llevaba hasta el otro lado del río, donde estaban aquellos magos que tenían que realizar el ritual.

Vio que había un árbol sin hojas antes de ser arrojado contra él de cabeza. Sintió un ligero mareo y por un momento no supo dónde estaba. El sabor de la sangre llegó a sus labios y supuso que se había hecho alguna herida. Entonces Kadirh lo levantó e hizo aparecer unas cadenas de metal que lo sujetaron con firmeza al tronco del árbol, rodeándolo por todo el cuerpo. Cuando Kadirh se aseguró de que no podría escapar, se giró y miró al resto de los magos que quedaban allí.

—Empecemos cuanto antes con el ritual —su voz se había vuelto firme y serena, como si no pudiese alterarse por miedo a olvidarse de algo.

—Como desee, mi Señor —dijo el que parecía llevar la voz cantante del pequeño grupo.

Los pocos magos se pusieron a sacar calderos y pociones, además de libros que parecían muy antiguos y un montón de artilugios que Christian no supo reconocer. Kadirh, por su parte, volvió a dirigir su atención a Christian.

—Este es el final... —parecía que hablaba más para sí mismo, y su rostro se volvió por un segundo viejo y cansado. Casi parecía... humano.

Volvió a guardar silencio unos segundos, de manera que solo se escuchaba el sonido de la guerra que tenía lugar un poco más abajo. Christian se moría por poder echar un vistazo, pero estaba atado mirando en la otra dirección.

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