Capítulo 42: Ciudad de elfos

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Cuando habían recorrido unos cien pasos desde que salieron del Refugio, Christian sintió una presencia a su lado

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Cuando habían recorrido unos cien pasos desde que salieron del Refugio, Christian sintió una presencia a su lado.

—¿Nervioso? —preguntó Christian.

—Impaciente —respondió Robin—. Llevo enamorado de esa elfa desde que era un crío.

Christian asintió con la cabeza mientras se giraba hacia los asientos. Había empezado a nevar y poco se podía ver a través de los copos de nieve. Además, en los laterales, había dos amplias ventanas así que podría observar el paisaje desde los sillones. Así, tomó asiento enfrente de Nathan.

—Me aburro —dijo este.

—Sí, yo también —dijo Verónica, sentándose en el suelo de piernas cruzadas, ya que los otros dos sillones estaban ocupados por los elfos.

—Por una vez estamos de acuerdo, bruja —contestó Nathan.

El elfo, cansado de oírles quejarse, sacó una baraja de cartas. Les explicó que eran cartas élficas y les enseñó el juego más popular entre los elfos. Era un tanto complicado y tenía reglas muy difíciles, de manera que a Christian, que nunca se le habían dado bien los juegos de cartas, le costó entenderlo bien. Echaron una partida apostando algo de dinero, pero Christian perdió al poco tiempo. Al final, el juego se redujo a dos competitivos Nathan y Verónica, que se lanzaban miradas desafiantes más allá de las cartas, extendidas en sus manos. Cuando, con una jugada magistral, la bruja ganó la partida, Nathan dijo que había hecho trampas y se fue al baño, enfadado. Verónica, en cambio, parecía muy feliz. Christian se dio cuenta de que esos dos nunca se llevarían bien, porque en algunos aspectos eran demasiado iguales.

—Ya vamos a entrar al bosque —anunció la voz cantarina de Avril, mientras desempañaba el cristal, con la manga de su jersey ancho y de colores marrones degradados—. Este es el bosque donde se encuentran la mayor parte de las ciudades importantes de los elfos —continuó, mientras señalaba con el dedo.

Christian observó asombrado la extensión del bosque que veían sus ojos. Los árboles eran descomunales: tenían el tamaño de edificios de una ciudad, y sus troncos eran muy anchos, con radios de varios metros.

—Pero... —comenzó a decir Nathan, boquiabierto y con la cara pegada al cristal.

—Si os preguntáis cómo no está indicado en los mapas humanos es porque está oculto mediante magia —empezó a explicar Robin, con tono afable—. Todas las ubicaciones de los elfos están ocultas a ojos no mágicos, ya que nosotros mismos somos seres mágicos.

Siguieron observando atónitos todo aquello que veían mientras avanzaban. Entraron por un camino que se abría entre dos troncos, colgado de estos en horizontal había un cartel de bienvenida, aunque estaba escrito con letras élficas. El élfico de Christian dejaba mucho que desear, de manera que no pudo entender con claridad el mensaje.

A pesar de que las copas de los árboles que rodeaban el camino parecían tapar el cielo, la luz se colaba de alguna manera, al igual que la nieve, que seguía acompañándolos en el camino. Al principio, observaron fascinados la sucesión de árboles, pero al cabo de un rato acabó volviéndose algo aburrido y volvieron a sus asientos. Por suerte, Robin no tardó mucho en comunicarles que ya estaban llegando y que tendrían que bajar del carruaje en unos pocos segundos. Christian miró por la ventana antes de bajar, pero el paisaje seguía siendo igual, excepto porque un poco más adelante los árboles estaban muy juntos, tanto que no se divisaba nada en el hueco entre los troncos.

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